COVID-19: capitalismo voraz o comunidad organizada
Por Federico Mochi (*)
"El sueño americano está vivo pero se está deshilachando. Los grandes empleadores están invirtiendo en sus trabajadores y en sus comunidades porque saben que esa es la única vía para ser exitoso en el largo plazo".
Jamie Dimon, presidente ejecutivo del banco JP Morgan Chase y jefe de la organización Business Roundatable.
Se me metió un COVID-19 en el ojo
El (inesperado) aislamiento social que se produjo a escala global trajo aparejado un entrecruzamiento de prioridades distintas a las habituales. Hoteles para que vivan “homeless” en California, Washington o París; nacionalización del sistema de salud al estilo irlandés, donaciones de grandes sumas de dinero que hicieron desde Messi hasta los grandes empresarios nacionales, y una Argentina que suspendió toda discusión macroeconómica para sostener la bandera de la salud pública y el bienestar social.
Un pequeño paréntesis permitirá mencionar que por primera vez somos ejemplo a escala mundial: en un mundo prendido fuego, Alberto Fernández aportó mesura, tranquilidad, y profundizó su modelo de protección a los sectores más vulnerables. El COVID-19 y las medidas que se tomaron en los distintos países del mundo vuelven inocultables algunas cosas: si el sistema mundial se lo propone, las prioridades pueden ser otras y, si las prioridades son otras, tal vez podemos vivir mejor.
¿Qué hacer post COVID?
¿No abre la pandemia del “coronavirus” una discusión sobre cuál debe ser el rol del Estado en nuestros tiempos?
Slavoj Zizek, filósofo esloveno, fue el primero en atajarse: “Al COVID se le gana con un nuevo comunismo”. Profundizó su análisis marcando que el aislamiento tuvo un factor “beneficioso”, la posible expansión de un virus ideológico que “tal vez” nos infecta: el virus de pensar una sociedad alternativa más allá del Estado-Nación. Rápidamente, el surcoreano Byung-Chul Han salió a tirarle: el capitalismo se seguirá desarrollando con normalidad, y la seguridad cibernética de China será ejemplo a escala mundial.
De este lado del charco, una tercera posición podría responderle a ambos: ni viraje radical del sistema productivo, ni un capitalismo que se siga desenvolviendo de igual forma. Se trata de profundizar una discusión que el fenómeno COVID aceleró: la posibilidad de equilibrar la lógica del capitalismo actual.
“Capitalism. Time for a reset”
Con ese título en la tapa, el Financial Times, propuso hace un tiempo reiniciar el capitalismo. Y para mostrar que iban en serio, ese día levantó el muro de pago para permitir el libre acceso a su edición digital. “El modelo capitalista liberal ha brindado paz, prosperidad y progreso tecnológico durante los últimos 50 años, reduciendo la pobreza y elevando el nivel de vida en todo el mundo. Pero en la década posterior a la crisis financiera mundial el modelo está en cuestión, principalmente por centrarse en maximizar las ganancias y el valor para los accionistas. (...) Es hora de un reinicio”, explicaba Lionel Barber, su editor.
Por otro lado, "Business Roundtable", una plataforma que reúne a 200 de las mayores empresas de Estados Unidos (gigantes como Apple, JP Morgan o General Motors), lanzó hace un tiempo un insólito comunicado en el que proponían redefinir los objetivos corporativos y pedían abandonar el lema capitalista de que el interés del accionista debe prevalecer sobre cualquier otro. Es decir, proponían que el empresario/accionista se ponga al mismo nivel que el trabajador, el cliente y la comunidad en la que viven.
Un lindo ejemplo para esta discusión es el país que concentra la mayor cantidad de riquezas y millonarios del mundo: Estados Unidos. Un informe de la Reserva Federal nos dice que el 1 por ciento más rico de los estadounidenses vio un aumento en su patrimonio neto de 21 billones de dólares, mientras que 40 millones de estadounidenses siguen dependiendo de beneficios sociales para comprar comida.
“No sería tan sorprendente que en los próximos años Estados Unidos viva una revolución impositiva”, dice el economista Emmanuel Sáez. Claro, en Estados Unidos el progresismo demócrata está yendo más allá. Con el fin de contraponerse a la reforma fiscal de los republicanos y Donald Trump en 2017, plantean la necesidad de implementar un impuesto a la riqueza, para redistribuir las grandes diferencias entre clases sociales que atañen a la primera potencia mundial.
Elizabeth Warren, senadora por Massachusetts, propuso en la última campaña crear este impuesto para las familias con activos valorados en 50 millones de dólares o más, incluidos bonos, acciones, yates, autos y obras de arte. Warren calcula que ese impuesto afectaría a 75.000 familias y generaría 2,75 billones de dólares en diez años.
El impuesto a la riqueza intentó implementarse en países de Europa con malos resultados, ya que los empresarios empezaron a sacar la plata de sus países y a ponerla en paraísos fiscales (Panamá Papers), pero el mismo Emmanuel Sáez explica que en Estados Unidos el panorama puede ser distinto: hay regulaciones que fuerzan a cualquier institución financiera en el exterior a informar a las autoridades estadounidenses sobre las transacciones de sus ciudadanos, y un sentimiento nacionalista muy fuerte, las cuales permitirían obtener resultados distintos.
De una forma u otra, la solución final, está ligada a que una definición de este estilo sea internacionalista o no será.
Andando se acomoda el capitalismo
El diagnóstico está sobre la mesa: el sistema cada vez cierra menos con la gente afuera. El debate lo traen los mismos empresarios, hay una imperiosa necesidad de vivir en condiciones más justas como primer paso para que el sistema sea sostenible, al menos por unos años.
La solución podría estar en ir hacia una gran comunidad organizada a escala global. Ésta debe tener un funcionamiento tripartito, un empresariado que trabaje en pos del bienestar social, un trabajador que colabore y un Estado que participe y distribuya. Repúblicas democráticas con instituciones fuertes y que representen a sus ciudadanos de la mejor forma posible con un achicamiento de la brecha de desigualdad social.
Una redistribución más lógica de la riqueza, el trabajo y los servicios esenciales, no es una aventura quijotesca.
(*) Abogado y dirigente estudiantil.