Los médicos cubanos y el macartismo del siglo XXI
Por Andrés Ruggeri (*)
“¿Será realmente médica, con esa cara de empleada doméstica?”, se preguntaba la periodista brasileña Micheline Borges en agosto de 2013, cuando comenzaron a llegar profesionales de la salud cubanos a Brasil en el marco del programa “Más médicos”, implementado por la entonces presidenta Dilma Roussef ante la escasez de personal sanitario en una enorme cantidad de localidades del Brasil profundo. El comentario hacía referencia a una médica afrocubana que acababa de arribar al estado de Rio Grande do Norte y que junto a una delegación de profesionales del país caribeño se sumaba al programa, en medio de fuertes protestas convocadas por el Colegio Federal de Medicina.
El gobierno petista estimaba que había centenares de municipios del Brasil que no tenían ni siquiera un médico en el sistema público de salud, y ante el fracaso de una convocatoria a cubrir esos puestos, decidieron apelar a profesionales extranjeros. La oposición de los médicos locales, concentrados en las empresas de salud privadas de las zonas ricas del país, estalló con tonos inusitadamente violentos: Brasil tenía médicos suficientes y de calidad, los que iban a llegar no eran de países desarrollados sino cubanos, la medicina cubana era mala, escondía “trabajo esclavo” y “espionaje” y, como argumento de última instancia, su título no era válido en tierras brasileñas y debería ser revalidado. Las manifestaciones explotaron poco después de las llamadas “jornadas de junio”, las grandes protestas contra la organización del Mundial de fútbol de 2014 que entusiasmaron al principio a los sectores que, sobre todo fuera de Brasil, cuestionaban por izquierda al gobierno del PT, pero que enseguida se revelaron como un hecho fundacional de la formación de una nueva y peligrosa derecha, como ahora podemos corroborar con claridad. Las protestas llegaron a reunir a miles de médicos, de batas tan blancas como su piel, en la avenida Paulista y en las principales ciudades del país.
Para ese entonces, Jair Messias Bolsonaro era solo un oscuro y pintoresco diputado, que nadie podría, ni en una delirante pesadilla, imaginar como el futuro presidente brasileño. El anticomunismo lunático que ostenta su discurso cotidiano –un anticomunismo sin comunistas– encuentra en este visceral rechazo a los médicos cubanos un claro antecedente de aceptación social.
Macartistas del siglo XXI
Aunque los aspirantes a Bolsonaro en nuestro país son unos cuantos, el cuco que suelen esgrimir no es el comunismo sino el populismo, pero entendido de una manera muy parecida a como el presidente brasileño habla de la izquierda. El caso de los médicos cubanos, que hipotéticamente acudirían a la Argentina para colaborar en la emergencia por la pandemia del coronavirus, parece haberles dado la ocasión para sacar a relucir esa veta, que por estas tierras no se oía con esa fuerza desde la dictadura genocida.
Las razones y argumentos esgrimidos son prácticamente los mismos. Oscilan entre la versión macartista, iniciada por la inefable exfuncionaria macrista Laura Alonso, que picó en punta acusando a los médicos cubanos de “espías” y “comisarios (políticos)”, y siguió con el fallido cacerolazo convocado por las redes sociales para el 22 de abril y, por otro lado, la vertiente denigratoria y racista, que niega la calidad de la sanidad de la isla y, al igual que en el país vecino, pide el título y dice que los profesionales de Cuba no son mucho más que enfermeros. Y ambas se combinan en algunas versiones refinadas, como la extensa nota que, con letra de la CIA y la mafia anticubana de Miami, enarbola en Infobae la periodista Claudia Peiró, en algún momento espada literaria de Rodolfo Galimberti. Según esta versión, las misiones médicas cubanas en el exterior no son otra cosa que “mano de obra esclava” que genera divisas para el “régimen de Castro” y, al mismo tiempo, propagan la ideología comunista. El argumento de ser esclavos y al mismo tiempo infiltrados castristas no cierra mucho, pero como suele pasar con los discursos construidos sobre sí mismos, todo aparece coherente para el creyente.
No son argumentos consistentes como para darles demasiada entidad, en realidad. No importa que haya una pandemia que puede provocar que, por mejores y numerosos que sean nuestros médicos, pueda ser necesario el aporte de profesionales formados en emergencias y experimentados en epidemias en todo el mundo, ni que estas mismas misiones hayan sido recibidas con los brazos abiertos en países que cuentan con mayores recursos que nosotros como Italia, Andorra o Qatar, ni que la medicina cubana tenga reputación mundial y sea el orgullo de su país. El problema es político e ideológico, simplemente, y se lo usa como arma para esmerilar al gobierno actual y robustecer una corriente de extrema derecha que ya viene fortalecida en la Argentina después de cuatro años de macrismo.
El internacionalismo cubano, la base de las misiones médicas
Artículos como los de Infobae siguen la línea que el Departamento de Estado de Estados Unidos viene escalando desde el principio del gobierno de Donald Trump, reavivando el fantasma del comunismo y atacando especialmente, en nuestra región, a todos los gobiernos que no se alinean con el neoliberalismo salvaje y el eje de derecha radical que se articula alrededor del colombiano Iván Duque, el chileno Sebastián Piñera y Bolsonaro, apuntando obsesivamente a Cuba y Venezuela.
Sabiendo que las misiones médicas cubanas son uno de los puntales de su política exterior, fundada en la idea del internacionalismo, hay evidentemente un esfuerzo considerable en desacreditarlas. Con poco éxito, porque estas misiones son recibidas con los brazos abiertos en decenas de países, no solo por el coronavirus sino en innumerables situaciones anteriores, como la epidemia del Ébola en África central hace algunos años, en que los cubanos se destacaron mientras los profesionales de países con mayores recursos huían, o en el terremoto de Haití que causó decenas de miles de muertos en uno de los países más pobres del planeta.
El internacionalismo cubano tiene una enorme tradición que se remonta a tiempos anteriores a la Revolución, pero que alcanzó dimensiones extraordinarias desde el triunfo de las guerrillas de Fidel Castro y el Che Guevara. Durante los primeros años, este internacionalismo se manifestó principalmente en la solidaridad revolucionaria y tiene su punto más alto en el contingente militar en Angola que combatió al régimen racista sudafricano provocando el principio de su colapso, con la victoria de Cuito Cuanavale en marzo de 1988. Menos conocido es que, junto con los soldados, iban miles de médicos y personal sanitario que pusieron las bases del sistema de salud de Angola y otros países vecinos.
Cuando la guerra fría llegó a su fin con la caída de la URSS y la isla entró repentina y dramáticamente en el “período especial”, la colaboración militar antiimperialista que había sido eje de la política de Fidel desde el triunfo revolucionario no pudo sostenerse más. Cuba quedó aislada en medio de un capitalismo agresivo y triunfante, y los mismos que hoy atacan a sus médicos contaban los días para retornar a Cuba a instalar McDonald’s en la Plaza de la Revolución.
Nada de eso sucedió, y los cubanos retomaron la política de solidaridad internacional por otros medios, y son las misiones médicas el más notable de ellos. Lo más importante es que, además de la biotecnología y el desarrollo de tratamientos y medicinas en los que hace punta a pesar de la escasez de recursos materiales de un país bloqueado desde hace 60 años, Cuba aplica en esas misiones la misma política sanitaria que la convirtió en uno de los países con mejores índices de salud del mundo.
Se trata de una medicina asentada en la prevención y no en el negocio, una medicina que no tiene un criterio monetario para definir quién goza de la mejor atención y quién no. En Cuba, estudiar medicina no es una prerrogativa de clase, sino una cuestión de vocación, capacidad y la planificación estatal de la necesidad social de profesionales. Las misiones médicas cubanas en el exterior no van a atender a las grandes y caras clínicas privadas sino a los lugares más complicados y apartados, a donde generalmente los profesionales locales no quieren ir: las barriadas venezolanas de la Misión Barrio Adentro; las favelas y pueblos amazónicos de Brasil; las zonas rurales de los países africanos, quizá donde antes habían peleado los combatientes cubanos; áreas de desastre humanitario como el Haití devastado por el terremoto; tremendas y mortales epidemias como el ébola o, ahora, el coronavirus.
Cuba, un país con pocos recursos y sometido a un bloqueo brutal por Estados Unidos, cobra por los servicios de sus médicos. ¿Quién no lo haría, por qué tendría que financiar una economía exhausta la ayuda a otros Estados soberanos? Cuba cobra por el trabajo de sus médicos, pero no lucra con ellos. No es difícil de entender, salvo para la derecha elemental que se expande por el mundo, que no concibe que la salud no sea un negocio.
El concepto de la formación de profesionales de la salud en Cuba no es el de la profesión liberal, una buena carrera para hacer plata, sino el de un servicio esencial para la salud del pueblo, en el que la sociedad cubana invierte recursos materiales y humanos. Si un país no puede pagar lo que esas misiones valen, Cuba manda las misiones igual porque entiende su necesidad, ya que el criterio básico es la solidaridad internacional. No va a ser el caso de la Argentina si se da, que aunque está en crisis no es Haití o Zimbabwe, ni tampoco fue el de Brasil con el programa Más Médicos, en que el muy buen salario ofrecido no logró convencer a los médicos brasileños de dejar la comodidad de un barrio de clase media en Sao Paulo por una sala de atención en un recóndito pueblo de Tocantins.
He visto personalmente, en varias ocasiones, a los médicos y médicas cubanas en esos lugares. Me los crucé en Roraima, en el extremo norte de la Amazonia brasileña; he sabido de su trabajo en zonas rurales de Sudáfrica, lugares en los que la medicina tradicional era la única disponible con una media de 30 por ciento de la población infectada de SIDA; en los barrios populares de Caracas, de una violencia cotidiana que haría que nuestros canales de 24 horas de “inseguridad” no pudieran seguir el ritmo de asesinatos y que, sin embargo, siempre respetaron a los cubanos porque eran los primeros médicos que habían visto en su vida.
Ojalá que no los necesitemos a los médicos/espías/comisarios cubanos. Pero si los necesitamos, no hay ninguna duda que serán bienvenidos como todos aquellos que vienen a ofrecer la solidaridad que en el mundo escasea cada vez más.
(*) Andrés Ruggeri es antropólogo social, investigador y docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ). En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dirige el programa Facultad Abierta, que vincula al mundo académico con el de las empresas recuperadas. Es también director de la revista Autogestión para otra economía, órgano de comunicación de las empresas autogestionadas argentinas.