¡Adictos al sexo! ¡Quiero sexo!
Ilustración: Gabriela Margarita Canteros
Por Daniel Mundo
En cualquier momento van a aparecer los gritos y las alarmas de personas en su sano juicio que tienen la imperiosa necesidad de coger. Ya los oigo. No importa que antes de la cuarentena cogieran un par de veces al año. Ahora, en la soledad prolongada que nos toca vivir, les vienen esas ganas locas que la gente con éxito, los tipos piolas, las minas lindas, satisfacían tan fácilmente: coger. Sea por Tinder o en el baño del boliche, les lindes siempre ganan.
Coger en nuestra sociedad está sobrevaluado. La tierra gira alrededor del sol. No me lo dicen pero me lo dan a entender las profesionales del sexo cuando les pregunto sobre el tema. ¿Saben lo que me responden? “Más que coger quieren que los quieras”. Creo que dicen la verdad. ¡¿Coger?!
Tal vez haya alguien que coge como loco, no sé. Que Tinder le funcionaba a las mil maravillas. Que siempre se encontraba con la chica o el chico de sus sueños, que se desvanecían a los pocos minutos de acabar. Debe haberlos. Pero estas personas no andan publicando en el rubro 59 de los clasificados (escribo esto para denotar con claridad mi edad) todo lo que cogieron desde ayer. ¿Cogen? Bien por ellos.
Hay una película muy graciosa de John Waters que se llama Adictos al sexo en la que un ama de casa hecha y derecha tiene un accidente, queda inconsciente y al despertar se encuentra con unas ganas imperiosas de tener sexo. De hecho, todo el vecindario está como enloquecido por lo mismo. En cualquier lado y con cualquier cosa encuentra un contrincante digno para la misión. Es desopilante. Siempre que alguien dice que tiene una necesidad enloquecida de coger me hace acordar a esta señora.
Los países más progresistas de Europa habilitaron tener sexo casual (lo más más progres habilitarán desde el próximo lunes el ejercicio del oficio más antiguo de la tierra). Recomiendan mantener los cuidados básicos que exige una época de pandemia. Sugieren que se elija preferentemente un solo partenaire sexual y mantenerlo hasta que termine la cuarentena. Ya me veo llamando a algune de mis amigues para decirle que le elegí como mi (no) pareja oficial en esta cuarentena, pero que esa elección no implica ni compromiso afectivo ni mucho menos esperanzas de futuro. Sugieren eso. ¡Qué alegría que me hayas elegido a mí!, van a decir. ¡Ni las personas que me aman quieren coger conmigo, mirá si ese bombón delicioso se va a apiadar en cuarentena y lo va a hacer!
Proponen, además, que se practiquen ciertas posturas, como la clásica del perrito, por ejemplo (ella en cuatro y él penetrándola por atrás), que posibilitan tener el mínimo contacto de piel posible. Lo que acabo de escribir lo escuché por la radio a la mañana. Era un programa de reflexión política. Discutieron un poco los pro y los contra de esta pose. Diez minutos más o menos duró el debate. ¡Por dios! La sola formulación de la idea me hace creer que en países tan envidiables como Holanda, Suiza o Dinamarca también hay idiotas como en nuestras tierras subdesarrolladas. Si habilitás el sexo presencial, lo habilitás del modo aleatorio tal como suelen ocurrir las cosas en la realidad física (para diferenciarla de la normalidad virtual). Ya me veo besándonos con los codos.
Cuando rompí la cuarentena para encontrarme a coger con alguien lo hice con todos los recaudos que se pueden tomar en una situación de emergencia con la que estamos viviendo. Hasta que no salga la VTV de nuestro chasis de carne, vamos a tener que confiar en la palabra del otro. No hay nada que pueda reemplazar esa confianza. Ya lo sé, ya lo sé, más importante que creer son “las ganas” de creer que tenemos. PREGUNTA: Yo no vi a nadie. ¿Vos? RESPUESTA: Yo no vi a nadie tampoco, ¿vos? RESPUESTA: Tampoco yo vi a nadie, ¿vos? La fe mueve montañas.
Cuando rompí la cuarentena fui a la casa de une amigue. Encarnábamos una película de clase B. No sólo cogimos vestidos, cogimos con guantes y barbijo. Cuando hay urgencias nadie espera el permiso del Estado para violar la legalidad.
A la distancia de algunos minutos o días, creo que la cuarentena la rompí más por ver e interactuar con otra persona de carne y hueso, que por penetrar o dejarme penetrar por el único órgano que sobresalía de nuestras escafandras irrisorias. Pero dada la situación, no podía ser cualquier encuentro. Era un pedido de emergencia sexual, sin afecto de por medio: yo te cojo, vos me cojés, nada más. Lo hacemos por la cuarentena, ¿OK?. Ni a los guionistas de Friends se les ocurrió una idea más idiota. Y ojo que ellos son los cerebros más capacitados para organizar una comunidad bajo estos principios distributivos. Una Ley de Emergencia Sexoafectiva. Todo es cool y blanco en Niu York.
Esta NECESIDAD de COGER tan apremiante que parece embargar a algunas personas me hace acordar a un chiste que recorrió fb, al principio del encierro. Me llegó por dos o tres lados diferentes. El escribiente se ofrecía como futuro participante de cualquier orgía que se estuviera organizando para después de la pandemia. Después de la pandemia habrá orgías tan tumultuosas, decía el chiste, como las que se organizaban en la Edad Oscura, después de que una peste asolaba un territorio. Evidentemente esa persona solo vio las orgías que filmó Kubrick, ni siquiera se asomó a las que expone cualquier página porno. Las orgías son complicadas. No es porque yo haya participado en alguna, pero por las dudas, a los que nunca lo hicieron no les recomiendo que lo intenten inmediatamente después de levantada la cuarentena. Lo peor que te puede pasar en una orgía es ponerte ansioso. Además, en la Edad Media, ese frenesí sexual tenía más que ver con el llamado biológico de la especie a reproducirse que con el llamado del ego narcisista a complacerse.
La clase media puede quejarse de que extraña los asados y los abrazos, pero la verdad es que cada vez se siente más cómoda en esta normalidad virtual en la que vive. Tal vez nos gustaría no sentir esto, pero lo sentimos. Cubrimos este sentimiento mezquino y egoísta con grandes deseos: deseo tener la libertad de salir a caminar o de tomar un café o de cogerme al mozo del café. Cualquier cosa. Pero hay que aceptarlo, la reincorporación a la realidad será muy lenta, si es que lo logramos. La virtualidad nos encanta. ¿Quién va a querer volver a esa vida atrofiada de oficina que tenía? ¿A esos horarios absurdos que nos obligaban a apiñarnos en el subte a las 9 am? ¿Qué pasos serán necesarios para que una persona bese a otra en la postpandemia? ¿Tinder está funcionando? Ni idea.