Amor, sexo y abatimiento
Por Daniel Mundo| Ilustración: Nora Patrich, Gato Nieva, Daniel Mundo, Alex Waterhouse-Hayward (tapa de nota); Nora Patrich (cuerpo de nota)
I. Tuve la suerte de que Nora Patrich me compartiera algunas de las cosas que viene pintando desde hace un tiempo. Nos planteamos jugar con ellas. En cuarentena. Y fueron saliendo otras cosas. La primera fue en el día del padre. Qué bellísima imagen este ovillo humano. Una figura perfecta. Un yin y yang auténtico. Una cinta de Moebius. Los cuerpos se enrollan y anudan uno en otro hasta formar casi un solo cuerpo. Lo hermoso y trágico de esta concepción del amor. Pero son dos cuerpos.
¿Cuál es esta concepción del amor? Esta pregunta debe de tener tantas respuestas como personas que se enamoraron alguna vez. Cada une se inventa una. Por idiota que suene, para mí es la concepción surrealista y romántica del amor, básicamente la que propone Cortázar en su Rayuela. Ni más ni menos. Ese libro que Betty Sarlo (así la llamábamos con mis amigos de Letras allá por los ochenta) considera, tal vez con razón, que sólo puede disfrutar un adolescente, yo lo leí 8 veces entre los 17 y los 20 años. Siempre tuve en claro para qué servía la literatura. Un amor existencial, trágico, desgarrado. Se ve que creí, no que todo eso podía vivirse (ya sabía que el dolor puede vivirse, que los encuentros azarosos se producen, que todo lo que comienza también termina), sino que "estaba bueno" hacerlo. No me estoy quejando, ojo, para nada. Estuvo y está muy bueno todo lo que pasa. Sólo que todo el tiempo se clausuran algunas posibilidades y se abren otras. La cosa es que en esas otras posibilidades del amor que se abren, ¿se podrán unir dos cuerpos poro con poro como los que representa esta postal de Nora, donde un cuerpo transpira "en" y "con" el cuerpo del otro? ¿Encierra esta postal un augurio de lo que la sociedad del futuro (la del año que viene, la de hoy, 2020) va a desear como recuerdo de un pasado que nunca existió? ¿Ese amor perfecto donde es la misma línea la que separa a los cuerpos y la que los une?
Sentí un temblor.
Prestándole un poco de atención a la imagen, principalmente mirándola con detenimiento a ella, la mujer, me di cuenta del gesto mecánico y vacío de su mirada, mirando el techo, tal vez contándose algo en silencio, con los labios entreabiertos, respirando. Esperando. Alrededor todo es negro. Sólo la figura resplandece en su blancor. Sólo esa figura tiene sentido. ¡Y cuánto! Lo que pasa es que si se pudiera observar algo de la cara de él, de cuya cabeza sólo se ve el cabello, en este caso tal vez también se vería un gesto de fastidio, el aburrimiento un poco servil que siente al estar soldado así como está con el cuerpo de ella. De hecho, él pareciera tener la cara apoyada incómodamente en el piso, apretujándose la nariz. O puede estar mirando para el costado, con el cachete sobre la baldosa fría. También espera. Si estuviera en esta posición, mirando la negrura que lo rodea, pensando vaya a saber en qué, me imagino que lo más lógico es que estuviese llorando. Llorando por lo patético de todo ese Kamasutra inventado por el día del padre. Todo ese esfuerzo de las articulaciones para ponerse en esa posición. Las rodillas raspándose con el piso helado debido al traqueteo de salir y entrar, de ir y venir en pos del encuentro. Haberle tenido que pedir casi por favor que cogieran. La pequeña discusión. El reclamo de algo pasado… Pero hay algo que me impide quedarme en esta interpretación, son las manos. La de él, acomodándose a la cara de ella, sintiendo por un instante tranquilidad, temblando extática al empezar o acabar una caricia. La mano de ella, a su vez, que aprieta firme la pierna de él como impidiéndole salir de su interior. ¿Y si él está llorando de felicidad por haber sentido que ahí había ocurrido algo de otra dimensión, algo que el silencio reinante, la aceleración de la respiración, el vacío absoluto del interior, los pensamientos que no vienen, no hacen más que reafirmar? Tal vez ocurrió algo de otra dimensión. ¿Y si en ese momento detenido para toda la eternidad los dos están sintiendo o adivinando que crearon una vida? No es para mandarme la parte ni mucho menos, más bien es por agradecimiento a las madres de mis hijas, pero cuando con ellas buscamos quedar embarazados, que por suerte (o por desgracia) no implicó mucho tiempo, en esos días que cogimos sin forro ni diu ni nada, la sensación de completud, de reconciliación y de felicidad fue muy parecida a la que imagino representada en esta imagen.
II. En este momento me gustaría ser japonés y no chino, pero esas cosas no pueden elegirse. Si fuera japonés podría imaginar escenas muy sutiles y crueles, esas escenas que nos llevarían a ella y a mí a esta situación en la que nos capturó para siempre esta postal de técnica mixta, dibujo y fotografía. Pero soy chino. Los chinos somos salvajes. Y sabios. Sólo un chino puede entender el gesto de un chino. Sólo un chino puede comprender un silencio chino.
Ya sé. Ven esa verga inflamada y enorme a punto de estallar y se preguntan, se deben de preguntar por qué no estoy poseyéndola y desgarrándola en un frenesí de pasiones. ¿Qué estoy esperando? Nosotros hemos desarrollado como ningún otro pueblo la capacidad de la paciencia. ¡Qué burdo es el pensamiento occidental! ¡Y el pensamiento japonés! ¡Qué poca cosa la idea de posesión! ¡Y la de goce!
Ni siquiera me atrevo a sacarme del todo el kimono, como temiendo descubrir más de lo que quiero mostrar. En este momento no tengo sexo. O por lo menos identidad sexual. ¿Hombre? ¿Mujer? ¿Por qué estos encasillamientos? ¿Qué ganamos con ellos?
¿No ven acaso mi mirada concentrada en un punto que está justo por arriba de sus hermosas tetas, debajo de esa garganta interminable que se estira para rehuir mis ojos? No puedo distraerme. Debo concentrarme no sólo en ese cuerpo bellísimo que se me entrega como si fuera lo último que hará en este mundo, debo concentrarme en lo que le haré a ese cuerpo. ¿Qué le puede hacer un chino a un cuerpo? Ah, las artes chinas para despellejar un cuerpo son casi infinitas.
Leí por ahí que un investigador famoso de los contemporáneos mass media dijo que los dildos son medios de comunicación, y que el pene, un vibrador de carne, al fin y al cabo también lo es. El pene es un nodo de información. ¿Cuál será el mensaje que están transmitiendo estos medios? Es ese mensaje inscripto en la carne, registrado en la silicona del juguete, el que va a posibilitar que ocurra todo lo que está a punto de ocurrir, y que por ahora nada, NADA, deja entrever.
Estamos en el origen del sufrimiento más alto. Vamos a descubrir el dolor más profundo, ese dolor que no hay calmante que lo apacigüe ni olvido que lo haga desaparecer. ¡Qué placer me espera!
III. En algún lado J.L. Borges escribe este verso: “Y se mintieron un último encuentro”. Después (o antes) de ese verso terrorífico cuenta una anécdota en la que le ofrecen a Herodes que beba agua antes de entrar en el desierto, y Herodes declina el ofrecimiento y responde: “Si he de entrar en el desierto, ya estoy en el desierto”. Hay que ser valiente para rechazar las prórrogas. Voy a adelantar una idea muy, muy elaborada: la cita del adiós, el último encuentro en el que se va a revisar la historia para salvar un resto, es una cita llena de bronca y de culpa. No suele salir bien.
¿Por qué termina una pareja? Hay millones de razones, tan válidas o estúpidas como las que justifican su comienzo. Como en el comienzo, al final suele haber dos responsables (o tres). Por lo general, lo que precipita a una pareja a su final son desavenencias sexuales. Incluso hoy, que el sexo no es tan importante. La pareja carga sobre sus espaldas demasiadas cosas (paciencia, escucha, compañerismo, ayuda, cuidado) como para ser también el espacio de la experimentación sexual. Habría que liberar a la pareja de esa carga.
Miren lo que les pasó a las personas retratadas en esta escena. Se amaron, no hay duda. Pero no están amándose ahora. La cabeza de ella está abatida, como diciendo: ¡Basta, basta, no puedo más! Si pudiéramos verle la cara seguramente tendría el rímel de los ojos corrido por la transpiración, los labios despintados. Estaría pálida. También puede ser que recién hayan acabado de terminar y ella le esté agarrando el pene con el forro para que éste no se le quede adentro de su cuerpo, puede ser. El órgano que hasta hace un instante era tan potente y penetrante, ahora se hizo casi nada y casi casi que no lo encuentra. El rostro de él se presta a dos interpretaciones: o está tan relajado que ni se puede mover, y por eso mantiene el brazo en esa posición antinatural, pues ya no siente su cuerpo. No siente su cuerpo ni nada del mundo real. El brazo ya no le pertenece. ¿Dónde quedaron, además, sus piernas? No lo sabemos. Las perdió durante la refriega. Pero ni siquiera él advirtió que las perdía, tal el éxtasis que lograron producir esos cuerpos, tal la locura en la que se enredaron y que recién ahora, agotados, están dejando atrás. La otra interpretación del rostro del hombre coloca a estos dos seres míticos en el medio de un acto sexual que no se sabe ni cuándo ni cómo va a terminar. Hace horas que están cogiendo. Pasaron por todas las poses que enseña el Kamasutra. Y terminaron en esta posición. Que en abstracto es incómoda e ingenieril, pero en concreto, tal como es detenida en esta imagen, parece la cosa más natural del mundo. Cuando se alcanza una posición como ésta, el sexo se ha convertido en lo que tiene que ser. Un acto despojado de sentimentalismo. Un sexo que no busca el falso oasis del goce. Un sexo maquínico que está empeñado en autopropulsarse. Pero para lograrlo tenés que ser Herodes.
¿Por qué me imagino que esta postal es la del adiós, la del fin? Nada, ningún gesto lo denota. Al contrario, todo parece tan armónico que nos lleva a pensar en uno de esos encuentros milagrosos que ocurren pocas veces en la vida. La mano de él apoyada en la cola de ella, como calmándola, es el único gesto que transparenta algún tipo de afecto. Nada. Los cuerpos se tocan lo mínimo imprescindible para mantener vivo el movimiento perpetuo del sexo. Evidentemente sólo el sexo une a esos cuerpos. ¿Es poco? ¿Es mucho? Cómo saberlo.
Miremos el fondo negro. A mí me parece el límite de un ring. A esa altura, después de que los dos cuerpos sudaron poro a poro cada rincón del colchón, cuando a ninguno de los dos les quedaba algo más para dar, se enlazaron en esta posición de sexo puro. El sexo puro es un sexo sin afecto. Es evidente que ninguno de esos cuerpos quiere llegar al orgasmo, o por lo menos no quiere acabar, no desea que todo se acabe. Cuando se desaten, volverán a alinearse sobre el colchón, uno al lado de la otra, mirarán el techo, apoyarán la cabeza en la almohada, alguno de los dos le prendará al otro un cigarrillo, o irá al baño. Rituales de pasaje a la realidad, pero ni él ni ella quieren volver a la realidad. La realidad es una fantasía monótona y redundante al lado de ese nudo gordiano en el que se entrelazaron. ¿Cómo llegaron ahí? ¡¿Cómo?! Ni se dieron cuenta. Desbordan el cuadrilátero. O el cuadrilátero se achica. Se va achicando. El final es inminente. Pero él y ella no lo saben. No pueden saberlo. Hace horas, días o tal vez años que perdieron el control de lo que les pasa. ¿Felicidad o abatimiento? Ya no les importa. ¿Vivos o dibujados con líneas griegas en una postal para la eternidad? No importa. ¿Sueño o fantasía? Qué importa.