Novela "Soy la madre": no ficción y dolor
Por Boris Katunaric
Por decisión del autor el artículo contiene lenguaje inclusivo.
La novela de no ficción como eje principal sostiene que se pueden aplicar recursos literarios a alguna serie de acciones que suceden en la “vida real” y de esa manera lograr una obra superior en términos estéticos a lo que podría ser una simple crónica periodística de alguna sección roja de algún diario, o por lo menos de esa manera comienza el género. Otras veces la non fiction se disfraza de novela para que el autor o autora (que considera que su vida y sus asuntos privados son tan importantes que merecen ser novelados y sólo por sí mismos ya que son las únicas personas capaces de hacerlo) puedan dar rienda suelta a la llamada autoficción. Los grises entre los géneros son cada vez mayores, se difuminan más y las fronteras se hacen imperceptibles, tanto que abarcan otros territorios, como en la poesía por ejemplo, gran amasador de egos y ombliguismo literario por estos tiempos (¿y cuándo no?).
Pero la pregunta sería ¿Cuándo una historia de la vida real merece ser contada? ¿Cuándo, o mejor, cuánto sirve? El apotegma pizarnikeano de la escritura como gran terapeuta es más que lógico, todos estamos heridos. Sólo nos queda nombrar la herida. Entre esta sentencia y, más allá de los géneros, entra esta novela que desarrolla un hecho puntual: la muerte de los hijos. ¿Cómo se narra tanto dolor? ¿Qué padre o madre puede pensar ficcionalmente en la muerte de hijes sin que el corazón se le reviente de horror en el primer instante que eso pase por su cabeza?
Soy la madre de Laura Saiz narra un hecho real, un accidente automovilístico en la ruta camino a Venado Tuerto donde mueren dos hijas y el marido de la protagonista. El desarrollo es la narración es el de un espejo deformado, la vida cotidiana y feliz de una madre y mujer común, con sus preocupaciones básicas, la historia del amor por su marido y sus tres hijes, la historia de una mudanza a un pueblo. Hasta el momento del fatídico accidente que agrieta (volviendo a Pizarnik) de manera definitiva una vida en particular. El territorio del hospital se vuelve nebuloso, incierto, nada se entiende y sólo quedan las lágrimas y el dolor. La crítica al sistema hospitalario que de hospitalario (en el sentido cotidiano del término) tiene poco, desborda hasta dónde los límites de las instituciones pretenden ser ajenas al dolor humano.
No se puede decir mucho más, hay que leer como quien sabe que el dolor es inevitable y hacerle frente, restituirse el mundo propio y hacer con él lo que se pueda.