¿Por qué vale la pena comunicar ciencia?, por Nicolás Olszevicki
Por Nicolás Olszevicki
Voy a empezar a partir de lo más personal, que es lo que me resulta más simple: ¿Por qué yo, doctor en Letras, me dedico a la comunicación de la ciencia? El motivo originario, como ocurre casi siempre, es la casualidad. En un momento de mis inicios como periodista, a los 19 años, mi jefa en Télam me mandó a entrevistar al que fue, por lejos, el mejor divulgador de la ciencia que tuvo Argentina: Leonardo Moledo. Podría no haberme mandado. Podría haber ido otro u otra. Pero fui yo. Y después de la charla, Leonardo me invitó a trabajar con él en Página/12. Empecé desde ese momento a colaborar con él y forjamos una turbulenta amistad que decantó diez años más tarde, cuando a él se lo terminaba de devorar un cáncer del que no había querido enterarse antes, en la publicación de una historia general de las ideas científicas escrita a cuatro manos.
Pero con la casualidad no alcanza: puede abrir caminos en principio impensados, claro, pero al final del día uno es responsable de elegir por cuáles transita. Y si yo elegí transitar el camino de la comunicación pública de la ciencia es porque encontré en esa primera charla dos conceptos que me fascinaron, que jamás había pensado y que orientaron desde entonces mis prácticas como comunicador. Por un lado, la ciencia no como un conjunto de resultados exitosos desprovistos de historia sino como un accidentado proceso de adquisición de conocimientos aproximadamente verdaderos sobre el mundo. Por otro lado, la ciencia no como un saber trascendental reservado a los especialistas y vedado a los profanos sino como parte integral de ese reservorio multiforme y heterogéneo que denominamos “cultura general”.
Estas dos grandes ideas que me llevé de esa charla son claves para responder a la pregunta que da pie a este texto. En términos generales, podría decirse que la comunicación de la ciencia es importante porque es lo que hace que la ciencia sea ciencia (al menos desde la Revolución Científica): el conocimiento científico es tal si y sólo si se comunica, y esto en un primer sentido muy obvio: científicos y científicas deben compartir lo que descubren con la comunidad científica para que el resto de científicos y científicas puedan juzgar la validez y relevancia de eso que se descubrió.
Pero esto que digo es tramposo, porque definitivamente no es el sentido del concepto de “comunicación” que utilizamos cuando hablamos de comunicación pública. Si la comunicación al interior de la comunidad científica es evidentemente imprescindible para la constitución de la ciencia qua ciencia, no es tan obvio por qué es importante la comunicación pública; esto es, la comunicación que sale del círculo de científicxs para dirigirse hacia la comunidad en general, la de aquellxs que no necesariamente conocen el modo en que la ciencia llega a sus verdades provisorias o el contenido mismo de estas verdades.
Y sin embargo, vemos que desde la ciencia comienza a ser tal, desde que comienza a delinearse el método científico moderno (esa receta variada que se compone de partes de observación y partes de razonamiento), comunicar hacia afuera también es esencial. El gran científico moderno, acaso la figura más relevante de toda la historia de la ciencia, Galileo Galilei, sabía que para que sus revolucionarias ideas sobrevivieran, era necesario que permearan la sociedad, y para eso había que contarlas de una manera que fuera comprensible por lxs no-especialistas. Por eso, como luego lo fue Darwin, Galileo fue, además de un gran científico, un gran divulgador de ciencia.
Galileo y Darwin entendieron que las ideas que pretenden morar en un ámbito trascendental e inmaculado tienen el triste destino del olvido. Como todo producto social, las buenas ideas científicas se gestan en el barro y en el barro tienen que luchar para sobresalir y ser reconocidas. Por más espectacular que sea, un descubrimiento que no se comunica no trasciende. Porque, en definitiva, la ciencia a la que uno aspira (o, al menos, a la que yo aspiro) no puede limitarse meramente a ser la aplicación de un método efectivo para aprehender algunas verdades sobre el mundo sino que también tiene que intentar convertirse en una herramienta para transformarlo.
Y esto me lleva al tercer punto: por qué comunicar ciencia desde Argentina, o qué tipo de comunicación de la ciencia necesita un país como el nuestro. Acá tengo que decir, en primer lugar, que creo firmemente que, como pensaba Borges para la literatura, no podemos ni tenemos que privarnos de ser, en algún punto, universales: la comunicación de la ciencia es una práctica y, como toda práctica, podemos aspirar a ser los mejores del mundo en su ejercicio sin necesidad de circunscribirnos de manera exclusiva a la producción local (Borges decía: al color local). Digámoslo así: en su literatura universal, Borges no dejó de ser nunca profundamente argentino.
Y lo mismo corre para la comunicación de la ciencia. No abandonar la universalidad, sin embargo, no significa olvidar desde dónde y para qué producimos los contenidos que producimos. Cuando comunico ciencia, no sólo busco que se entiendan ciertos conocimientos particulares (por ejemplo, qué es un virus, o cómo funciona la luz) o cómo se llegó a esos conocimientos, sino, más profundamente, por qué es necesario apostar por el desarrollo científico y tecnológico. Cada producto de comunicación científica que pienso tiene como objetivo no siempre enunciado, pero siempre presente, transmitir la siguiente idea: orientado por las políticas adecuadas, el desarrollo sostenido del sistema de CyT constituye uno de los motores principales para la búsqueda de un país menos desigual y más justo.
Si quiere verdaderamente triunfar, esa lucha no puede ser corporativa: de la inversión en ciencia no se benefician solo los que hacen ciencia, y la comunicación tiene que hacerse cargo de poner esto en evidencia una y otra vez. Porque para que la inversión en ciencia y tecnología sea sostenida, para que no gobiernen nunca más los que creen que Argentina es un país periférico que sólo puede nutrirse de lo que se hace afuera, necesitamos también que aquellos que no pertenecen al sistema entiendan la importancia de defenderlo en contra de las iniciativas del neoliberalismo periférico que pretende destruirlo.
La comunicación de la ciencia en general, y de la ciencia nacional en particular, es (o tiene que ser) una herramienta para convencer y mantener aglutinada a la sociedad en torno a algo que ya merece adquirir el estatus de un axioma: en ciencia y tecnología no se ajusta.