Teresa Korondi: "Hay mucha escritura sin lectura y eso no le hace nada bien a la literatura"
Por Hernán Casabella
Teresa Korondi nació en Montevideo y escribe desde siempre, incluso desde antes de nacer.
Declarada anarquista por aprendizaje y spinozista por convicción, es poeta, performer, gestora cultural, comunicadora y fotógrafa aficionada. Además, fue letrista y vocalista líder en bandas de grunge, pop-rock y folclore urbano.
Ha participado en festivales internacionales, performances activistas e impartido talleres literarios y charlas en universidades de Argentina (UP) y Brasil (UFPel), entre otros.
Editó el disco Bo (UY 2014) y participó del disco colectivo Sujeto ma non troppo (AR 2017), además de integrar antologías y revistas literarias.
En forma personal publicó: Húmedas Mujeres (UY 2010), Inventario de mujeres sin registro (UY-ES 2012), Underword – la palabra interior (UY 2013, La enunciación (UY 2016), Impropios – 3 poetas ocupas (AR 2018) y Escandinavia (UY 2018). Ha sido antóloga en Del Salvo al Barolo / Un rioplatario poético (AR 2019), y participó en el libro de Reflexión Académica de la UP (AR 2020 VI Congreso de Artes Escénicas).
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?
Teresa Korondi: Mi memoria no es tan buena hoy, pero seguro que lo primero que leí fueron cuentos, claramente infantiles, como La ratita presumida, que según me contó mi madre los decía en voz alta repetidas veces y con la obsesión propia de la edad. Más tarde en el liceo conocí a Unamuno y uno de los primeros libros que devoré por elección fue Niebla. Ni que hablar que ya me conmovía la filosofía.
APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)
T.K.: Los libros NO se leen hasta el final si no te enganchan. Una no puede ser prisionera de un libro. La lectura, salvo que estés obligada por estudio y no puedas largarlo aunque te mate, supone placer y no tortura. Hay principalmente novelas que he intentado terminar y no llego ni a la cuarta parte, sencillamente porque ellas se olvidan de mí. Cuando leo poesía, que es mucho más de lo que leo narrativa, juego al oráculo abriendo páginas al azar. En este caso el abandono es distinto, porque al leer varios poemas de un mismo libro, ya se puede construir un panorama y saber si llegaste al fin para nunca más volver o hay que darle más tiempo. Filosofía leo y retomo siempre.
Hay un caso difícil, que no ha sido un abandono total, y es Finnegans Wake, de Joyce. Lo quise leer en inglés y me resultó un disparate, sin embargo siento cierto apego por él, aunque ya no lo tengo conmigo. Creo que esa absurdidad del lenguaje y su comprensión, pueden ser lo más parecido a la deconstrucción del pensamiento.
APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?
T.K.: Cualquier opción, aunque me cuesta prestar libros, salvo que fuesen aquellos que ya quiero vender, regalar o perder. ¿Devolverlos? Siempre que no hayan sido robados ¿no?
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?
T.K.: Me encanta Olga Orozco, tengo especial amor por Historia de la noche de Borges, también me gustaron los Poemas Conjeturales de Jorge Calvetti. De Aldo Pellegrini, Jorge Boccanera o Diana Bellessi, que me gustan mucho también, no puedo nombrarte un libro específico, sin embargo tengo bien presente la poesía de Bellessi de El jardín, tal vez por haber amado el documental El jardín secreto. Están Arturo Carrera, los Lamborghini… Pfffff ¡son tantos!. Últimamente me topé con un par de autoras contemporáneas como Valeria Pariso con Del otro lado de la noche y Karina Macció con AmorAtada y debo decir que conecté.
Me tomo el atrevimiento de asumir la pregunta como literatura rioplatense y la amplío a mi país, así que te nombro sí o sí toda la obra de Delmira Agustini, a María Eugenia Vaz Ferreira y la Tertulia Lunática de Julio Herrera y Reissig.
Pero esto de lo preferido generalmente va cambiando, porque tiene que ver con nuestros momentos, no hay forma de quedarse en un mismo lugar. Llegan nuevos libros, otros preferidos. Además está lo injusto de no poder nombrar todo lo que me gusta, por falta de memoria y de tiempo.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?
T.K.: Y acá sí te digo que La Divina Commedia está en el top 10. Hay un tema de fetichismo también, con eso del infierno y de tener una edición de 1917 en el italiano original. Amo a Whitman y a Machado con su Juan de Mairena. También la poesía de Góngora.
La Ética demostrada según el orden geométrico de Baruj Spinoza, el Tao Teh King y Así habló Zaratustra de Nietzsche, entran en mi literatura universal.
APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificada?
T.K.: No me siento identificada con un personaje en sí (aunque en estos casos que te voy a decir, los personajes también son quienes escribieron la obra), sino con la estética y procesos de búsqueda de sentido existencial y lingüístico, con esa indefinición de géneros, tanto de El mono gramático de Octavio Paz y de La hora de la estrella y Agua Viva, ambos de Clarice Lispector. Estoy muy alineada con estos textos.
APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?
TK: Si te cuento un final te estoy espoileando, por eso elijo algo de lo que más o menos se sabe: Un amor imprudente de Pedro Orgambide, novela histórica y también imaginaria, que reconstruye la relación de Ugarte y Delmira. Lo divino de este libro es el remate, con un poema erótico de Delmira, como toda ella, que te deja con una melancolía casi parecida a la que te deja Borges cuando tiene "nostalgia del presente". De igual forma no hay finales fijos para mí. La literatura te permite eso de ir reescribiendo mientras vas leyendo y como soy adepta a las relecturas, me permito ir resignificando también los finales.
APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?
T.K.: ¿Antes de nacer? Tenía un tío poeta, hermano de mi madre que murió muy jovencito a los 22 años. También me han dicho que como mi segundo apellido es Trelles, la familia debió estar relacionada al Viejo Pancho (José María Alonso y Trelles, poeta gauchesco uruguayo-español), así que me lo deben haber inducido desde las tripas. Más allá de esta ocurrencia que es parte del anecdotario familiar, yo empecé a escribir desde chiquita, porque me gustaba crear: programas ficticios de radio, libros imaginarios, canciones, mundos. Me crié en medio de lo artístico, llámese música, escultura, cine, antigüedades. ¡Leí a los 10 años a Sándor Petöfi, poeta húngaro del siglo XIX! Cosas que le encantaban a mi padre, también húngaro. Siempre creí que mi amor por el arte y la escritura venía solamente de ahí, pero hace relativamente poco hice un clic. Mi padre falleció cuando yo tenía 12 años recién cumplidos y me quedé solita con mi madre. Ella hizo todo para sostener lo que consideró una buena educación que pasaba por los idiomas, aprender guitarra, mantenerme en el colegio aunque costara pagarlo. En eso hubo un apoyo intrínseco a mi gusto por escribir, a la narrativa que es la vida en sí. Además es una gran habladora, te relata lo cotidiano, cuenta. Así que algo tomé de esa escritura oral. Me habilitó, de lo contrario no sería posible que escriba desde hace tanto.
APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?
T.K.: Mi rutina es escribir todos los días, que no es lo mismo a que sea mi rutina al escribir. Escribo todos los días como una forma de hacer gimnasia literaria. Escribo lo que sea: un verso, una línea, un poema, una anécdota del día. Y leo todos los días. Esto me ayuda mucho. Me conecta con la escritura.
A su vez lo que me conecta con la poesía es estar abierta y atenta. Mirarlo todo, observar, contemplar… y usar la tecnología. Si tengo una grabadora en el celular, la uso para dictarme algo cuando no tengo ninguna de mis libretas o cuadernos a mano.
APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?
T.K.: Cuadernos, libretitas, lápices dentro de los libros.
APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?
T.K.: A veces sí y a veces no. No soy fundamentalista. Si me sale decir inclusivamente lo hago, sino trato de no quemarme, me dejo fluir. Lo importante para mí es transmitir la idea de inclusión. No objeto el lenguaje inclusivo, sobre todo si puedo usar de forma no sexista el lenguaje que ya existe, que de por sí es muy amplio.
APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?
TK: Se necesitan. Me gusta cuando el texto es el protagonista. Como un buen prólogo que te abre la curiosidad por la lectura de un libro. Por eso me parece importante que se trabaje más en las formas del decir y de presentar libros. Que se desarrolle el vínculo entre el público y el texto, como un arte relacional.
APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?
T.K.: Mejor… imposible.
APU: ¿A quién relees periódicamente?
T.K.: Primero que a nadie a Gerardo Ciancio. Después a Deleuze, Spinoza, Natsume Sōseki y algunos haijin, a poetas rioplatenses que tengo en la vuelta y que vuelvo ahí porque están en las redes, porque presentan libros nuevos. No quiere decir que vuelva a los mismos textos. A veces sí. ¡Hay tantísimo para leer!
APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?
TK: ¿Y de Uruguay? Le daría mucha más bola, por ejemplo, a poetas que quedaron algo olvidadas o que tuvieron perfil más bajo. Me viene en mente la uruguaya Dina Díaz, que recientemente nos dejó y que tiene una poesía minimalista preciosa. De Argentina me conmueve Susana Thénon, que incluso la he usado en algún epígrafe. O el caso de la esposa de Baldomero Fernández Moreno, Dalmira López Osornio, que la conocí por casualidad y que hay muy poco de ella. Es buenísima poeta, sumamente vigente siendo una mujer del 900.
APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?
TK: Veo que hay una producción enorme, tanto en poesía como en narrativa, y mucho de buena calidad. Una escritura que se la juega y eso me gusta. No soy para nada una experta, así que me baso en lo que llega a mí a través de los canales más bien digitales y aunque no reniego de lo político que está en todo arte, a veces percibo que hay demasiada política explícita en la poesía argentina de los últimos años… eso me cansa. Sin embargo, también gracias a las redes puedo conocer excelentes voces, como la potencia de Alejandro Schmidt que se fue tan joven y dejó una gran obra.
APU: A calzón quitado, ¿lees a tus contemporánexs o solo lees las contratapas?
T.K.: Todo el tiempo. Contratapas y todo lo demás, si pasa la prueba del oráculo. Además no solo leo sino que he producido con mis poetas contemporáneos Leonardo Otermin y Víctor Guichón, con quienes conformamos la tríada perfo de 3 poetas ocupas y editamos el libro Impropios en Argentina a final del 18.
APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?
T.K.: Leo todo a la vez y por eso me lleva más tiempo terminar los libros. Hago ensaladas. En este momento estoy con ensayos de Lezama Lima, La expresión americana, El segundo sexo de Simone de Beauvoir y también me estoy entreteniendo con la divulgación filosófica muy coloquial que hace Darío Z en Filosofía en 11 frases. Estaba con esto y en mis cortas vacaciones arrasé La Sublevación de Bifo Berardi, la semana pasada terminé el último poemario del uruguayo Jorge Arbeleche, Escrituras, y este finde leí al mexicano Enrique González Martínez.
APU: Debutaste en tu publicación de poesía con la relación de tu arte verbal y las artes visuales de Gastón Izaguirre. ¿Cómo fue esa experiencia de ensamblaje de ambas disciplinas en Húmedas Mujeres?
T.K.: Esa experiencia funcionó como una catapulta para mostrar mi escritura, algo que yo no había hecho hasta el momento. Solamente me dedicaba a cantarla. Gastón me invitó a armar juntos la muestra Húmedas Mujeres que él estaba preparando. Un trabajo que hicimos al unísono. En algún caso un texto mío le disparó cerrar una obra, en los otros fue a la inversa. Así montamos esa fusión, que también en la instalación nos hizo jugar con el espacio. De esto se hizo cargo Gastón. Los textos dialogaban con las obras: ubicados en el piso, al costado de la pintura, más enormes, más diminutos. Derivó en una publicación que fue distribuida durante el tiempo de la exposición. Fue algo totalmente natural y fluido. Muy orgánico y libre a la vez.
APU: El tema de lo femenino, su representación en el espacio y con la palabra poética fueron tópico en tus primeros trabajos, concretamente en Inventario de mujeres sin registro tu contraparte en las artes visuales fue Tamara Dimitroff, ¿esta nueva situación produjo un giro en tu concepción de la poesía, las artes visuales y la mujer?
T.K.: Cuando terminé el trabajo con Izaguirre, Tamara Dimitroff, artista argentina que residía en Barcelona, me sugirió a partir de distintos intercambios, que armásemos un libro. Casualmente ella estaba plasmando a sus mujeres, así que es una coincidencia que justo mis primeros trabajos tuviesen lo femenino como centro. Cuando las vi me detonaron algo muy particular, una suerte de clasificación, así que se me ocurrió darle un tenor de inventario a esta fusión, porque esos retratos y sus trazos, me hablaban de un rescate social de determinada tipología de mujer.
Escribí poemas totalmente alineados con la obra plástica, buscando reafirmar una idea concreta de mujeres o situaciones que atraviesan las mujeres, que muchas veces se invisibilizan o están muy naturalizadas. La idea era mostrarlas. El diseño del libro fue muy hermoso porque los textos se integraron al colorido y movimiento de los cuadros.
APU: En Underword (la palabra interior) aparece tu experimentación con la fotografía con motivos y espacios no convencionales. ¿Consideras que hay una relación directa entre cada foto o serie de fotos y la versión poética que la acompaña?
T.K.: Los dos trabajos anteriores, que tenían artes plásticas mezcladas con letras, me inspiraron a desarrollar mi propio ensamble. Empecé a vagar por distintos baños en bares, hoteles, salones, y ahí desplegué la cámara para fotografiar lo que me inspirase ese espacio tan íntimo. Simultáneamente fui escribiendo, pero dejando que cada cual, foto y palabra, usara su propio lenguaje para expresar lo más personal, lo más catártico. Entonces la relación, que la hay, se da por la complementación o hasta por el vacío que provoca la fotografía y el texto.
APU: Con La enunciación te volcaste al trabajo en prosa, no obstante pareciera un libro que desafía las fronteras entre los géneros literarios, ¿cuál fue tu planteo e intenciones originales?
T.K.: Todo lo que quería hacer era escribir una novela, pero una vez que arranqué, el texto se apropió de mí y cambió de parecer. Me empezó a manipular y me hizo dudar de mi autoridad en relación a lo que escribía. Como que había una voz poética que me pensaba y narraba a la vez. Entonces se convirtió en una enunciación, en una nouvelle poética que se dejaba ir junto con la escritura sin importar el género, a veces contando, otras veces contemplando, padeciendo, pensando, filosofando, siendo. El planteo original fue efímero, porque rápidamente el texto vivió solo.
APU: Escandinavia es un proyecto de poema largo unitario donde exploras en las diversas posibilidades del lenguaje poético ¿por qué consideras que el poema de largo aliento te permitió expresar estos nuevos contenidos?
T.K.: Porque es un juego de lenguaje que construye un viaje en una geografía y como en todo viaje, siempre hay mucho para ver, descubrir y luego contar. Este poema es un cuento en clave poética, tiene principio, desarrollo y fin.
APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?
T.K.: Aprenderse, no creo. Ejercitarse y potenciarse, sí. Pero siempre dependerá del taller. Creo que hay que saber elegir a dónde ir, para que no vaya a pasar que en lugar de potenciarte, te anulen totalmente el don de la escritura. Un gran taller de buena escritura es la lectura constante y diversificada. Y libros, ya sea digitales o físicos de segunda mano, hay al alcance de cualquiera. Vale la pena empezar o seguir por ahí.
Se nota que hay mucha escritura sin lectura y eso no le hace nada bien a la literatura.