Desarrollo y ambiente: muchas tácticas sin ninguna estrategia, por Eduardo Crespo
Por Eduardo Crespo*
“Estrategia sin táctica es el camino más lento hacia la victoria. Tácticas sin estrategia son el ruido antes de la derrota” Sun Tzu, El Arte de la Guerra
La economía argentina se encuentra en depresión. No crece de forma sostenida desde 2011 y en 2020, pandemia mediante, el nivel de actividad cayó casi 10%. La pobreza llega a 42% de la población y el desempleo abierto alcanza dos dígitos. Nos hemos convertido en los campeones regionales del decrecimiento. Podríamos preguntarnos cuál es el motivo de que en esta situación el gobierno nacional se empeñe en controlar el déficit fiscal y se preocupe por la sostenibilidad de las cuentas públicas.
Más allá de los detalles macroeconómicos, hay un motivo que debería ser evidente: Argentina no tiene moneda, o siendo optimistas, cuenta con una moneda muy débil que no funciona como reserva de valor, al tiempo que se registran niveles de inflación cercanos al 50% anual. En el intento desesperado por evitar que prosiga la devaluación del peso seguimos apelando a medidas extraordinarias como limitar la compra legal de divisas, dispositivo más conocido como ‘cepo’. Estamos renegociando los términos de nuestra deuda externa (es decir, un compromiso nominado en moneda extranjera) porque literalmente no la podemos pagar. Es comprensible, entonces, que las autoridades teman que cualquier política expansiva derive en nuevas devaluaciones monetarias con consecuencias previsibles: más inflación, reducciones salariales, caída del consumo y contracciones de los niveles de actividad e inversión. En resumidas cuentas, la economía argentina está inmersa en la “restricción externa”.
¿Estamos condenados al estancamiento y la pobreza creciente? En un contexto de apremios en las cuentas externas como el actual, sería de esperar que el gobierno no escatime esfuerzos para aumentar la oferta de la única mercancía escasa de la economía argentina: el dólar. Recuérdese que por encontrarnos en depresión hoy sobra todo lo demás. Miles de trabajadores están desocupados, la mayoría de las empresas subsisten utilizando niveles muy bajos de su capacidad, miles de negocios cerraron sus persianas. Para generar dólares no hay demasiados secretos. Disponemos de cuatro posibilidades: aumentar exportaciones, sustituir productos importados por bienes elaborados en el país, endeudarnos, seguir achicando nuestra economía (una economía que decrece requiere menos importaciones). Las últimas dos opciones están excluidas por motivos obvios. No podemos endeudarnos porque estamos en una virtual cesación de pagos y achicar la economía es incompatible con el objetivo de reducir la pobreza y generar empleos.
¿Hay que exportar más o menos?
Aunque las opciones parecen claras, desde distintos sectores de la sociedad y del gobierno se multiplican las iniciativas para frenar exportaciones y promover la compra de bienes elaborados en el exterior. Recientemente, por ejemplo, nos convertimos en “líderes mundiales” en protección ambiental, según palabras del Ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Juan Cabandié, cuando por unanimidad la legislatura de Tierra del Fuego dispuso prohibir la cría de salmónidos en sus aguas jurisdiccionales, por considerar que significa un riesgo para el ambiente. El país importa salmones por unos 50 millones de dólares al año que se utilizan principalmente para elaborar sushi. Juzgue el lector si se trata de una prioridad en las actuales circunstancias, por no hablar del potencial exportador de la actividad.
Llama la atención que la provincia pionera en la prohibición preventiva contra los salmónidos criados en el mar sea también nuestra campeona nacional en subsidios. Algunas clases políticas provinciales apelan a los principios del “federalismo” a la hora de prohibir actividades productivas, pero son unitarias para presionar al gobierno central por regímenes de privilegio onerosos para el fisco.
Y no es un síndrome circunscripto a Tierra del Fuego. Movimientos similares en distintas jurisdicciones – aunque con el impulso de ONGs financiadas desde el exterior - se oponen a todo tipo de actividad con potencial exportador o sustitutivo de importaciones. Rechazan la extracción de petróleo en nuestra plataforma submarina, se oponen a los proyectos vinculados a Vaca Muerta, al explotación del litio, la minería, actividades forestales, exportación de porcinos a China, por mencionar los ejemplos más resonantes. Pareciera que nada nuevo se puede producir en las provincias. Quiéranlo o no, al dificultar la diversificación productiva y regional, refuerzan el carácter estratégico del agro pampeano y sus históricos poderes de veto sobre las políticas populares. Al ser el único sector que genera divisas, conserva un peso político y una presencia mediática capaces de frenar cualquier iniciativa en su contra, con prescindencia de cuales puedan ser sus impactos ambientales.
Uno de los argumentos recurrentes de quienes impulsan las prohibiciones es que deberíamos dejar atrás el ‘extractivismo’ para elaborar bienes con mayor ‘valor agregado’ y contenido industrial. Suponer que de la noche a la mañana, en una economía estrangulada por la escasez de divisas, podríamos especializarnos en la elaboración de bienes de elevado contenido tecnológico, hace abstracción de todo lo escrito sobre las dificultades estructurales de las economías periféricas y los obstáculos para saltar peldaños de complejidad allí donde las condiciones no son especialmente apropiadas (Tavares, M. C. Auge y declinación del proceso de sustitución de importaciones en el Brasil. CEPAL, 1964), por no hablar de la necesidad de insumos originados en actividades ‘extractivas’. Contamos con una literatura abundante sobre los obstáculos políticos y sociales al desarrollo económico. Es conocida la literatura sobre las herencias del colonialismo y su legado de elites terratenientes que por concentrar la tierra y el poder político en pocas manos tienen la capacidad de boicotear transformaciones sociales y productivas cuando ponen en riesgo sus privilegios ( Engerman, S. L y Sokoloff, K. L. Factor Endowments, Inequality, and Paths of Development Among New World Economics. NBER, 2002). Michal Kalecki hablaba de los “aspectos políticos del pleno empleo” y de cómo los empresarios solían resistir políticas expansivas aún al precio de reducir su rentabilidad (Kalecki, M. Political Aspects of Full Employment. The Political Quaterly, Volume14, Issue4, 1943, pp. 322-330).
Entender las actuales contradicciones, sin embargo, exige que prestemos especial atención al papel que desempeñan ciertos sectores de las clases medias en países subdesarrollados. Celso Furtado (Furtado, C. Teoría y política del desarrollo económico. México: Siglo XXI. Editores S.A. 1977) apuntaba que suelen tener aspiraciones de consumo incompatibles con los niveles de desarrollo de sus países. Pero estamos frente a un caso parcialmente diferente. No se trata sólo de demandas económicas, sino también de aspiraciones políticas y estéticas irreconciliables con nuestras capacidades productivas. En algunos centros urbanos muchos ciudadanos exigen para zonas alejadas de sus hogares, pero idealizadas por la propaganda, políticas ambientales con estándares de Dinamarca en entornos económicos donde la productividad y competitividad internacionales semejan los de Perú. No sería un problema insoluble si al mismo tiempo no aspiraran a consumir como daneses. Son sectores medios los que comparativamente más demandan nuestra única mercancía escasa, valga la insistencia, el dólar, sea para viajar al exterior, comprar bienes electrónicos importados y hasta para adquirir alimentos caros y sofisticados, como propio el salmón, cuya producción buscan vedar. Obsérvese que ninguna militancia prohibicionista en materia de producción es acompañada por iniciativas políticas equivalentes para inhibir el consumo directo o indirecto de aquello que se prohibe, sea mediante impuestos o restricciones explícitas. Esta estrategia no deja más alternativa que apelar a importaciones que se tornan impagables.
Algún incauto podría imaginar que aunque estas tácticas no sirvan para desarrollar nuestra economía, al menos pueden ser útiles para frenar el daño ambiental o revertir los efectos que las actividades productivas tienen sobre nuestra naturaleza. Aunque nuestra economía descienda de categoría, parecen imaginar, seremos campeones del mundo en preservación ambiental… Pero esta lectura parece desconocer que revertir el daño sobre el ecosistema cuesta caro… Requiere de monumentales infraestructuras para cambiar la matriz energética, elevados niveles de inversión para adquirir tecnologías más benévolas con el ambiente, aumentos sustanciales del gasto público para formar burocracias capacitadas en tareas de prevención, evaluación de proyectos y planificación de actividades, presupuestos crecientes en investigación y desarrollo para diseñar nuevas tecnologías adecuadas a las exigencias del ambiente.
Nuestra “agenda ambiental”, llamémosla así, en la mejor hipótesis se basa en estudios realizados con foco en países desarrollados. Necesitamos diagnósticos y diseños de política adecuados a nuestras urgencias locales. Es preciso entender en qué medida Estados débiles y burocracias des-financiadas pueden dar respuesta a estos problemas. El discurso ambiental predominante en nuestro país está más atento al cambio climático global, asunto en el que nuestro país tiene una incidencia marginal, que en la contaminación de rios que atraviesan centros urbanos a causa de desechos cloacales, la caza ilegal de especies en riesgo de extinción o la prevención de incendios en nuestros bosques. Responde más a la manipulación de ONGs y grupos de presión con campañas de miedo sobre poblaciones y dirigentes desinformados que a una verdadera visión estratégica sobre los desafíos ambientales del país.
La pandemia que padecemos desde hace meses quizás sea un anuncio del tipo de desafíos ambientales que enfrentaremos en las próximas décadas. Es la evidencia fehaciente de que los países subdesarrollados son aquellos que colapsan más fácilmente frente a situaciones de estrés ecológico o sanitario. Las sociedades que carecen de burocracias estatales idóneas para imponer reglas de juego de forma estricta multiplican por varias escalas de magnitud sus muertos e infectados, así como sus daños económicos. Los Estados que disponen de capacidades para desarrollar o pagar vacunas y tratamientos, superan las emergencias con más facilidad. Los países con macroeconomías sólidas, brindan ayudas generosas a la población más afectada que amortiguan la caída del empleo (Observe el lector el lector las cifras donde se computan las ayudas a la población otorgadas durante la pandemia: figura 6, página 8). Del mismo modo como el subdesarrollo atenta contra la salud, también amenaza la preservación del ambiente.
La capacidad de cada país para enfrentar estos desafíos dependerá de su fortaleza económica y capacidades estatales. Para ello necesitamos una dirección política con visión estratégica. Una coalición de grupos heterogéneos portadores de proyectos antagónicos es una opción razonable para imponerse en una elección presidencial, táctica legítima para ganar una batalla contra un rival al que todos, en eso coincidimos, consideramos perjudicial para las mayorías. Pero en ausencia de un comando estratégico, la superación de la marginalidad y la pobreza, y a no dudarlo, la prevención de futuros colapsos ambientales, se transforman en espejismos ideológicos inalcanzables. Los ruidos que preceden la derrota.
Bonus Track
- Para entender el dilema que ocasiona la falta de dólares en la economía argentina sugiero la lectura del siguiente debate entre Claudio Scaletta, Emmanuel Alvarez Agis y Fabián Amico en El Dipló: https://www.eldiplo.org/notas-web/aumentar-el-gasto-o-perder-las-elecciones__trashed/
https://www.eldiplo.org/notas-web/conseguir-dolares-o-complicar-las-elecciones-respuesta-a-claudio-scaletta/
https://www.eldiplo.org/notas-web/como-impulsar-el-crecimiento-respuesta-a-alvarez-agis/
* Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM)