Elize Matsunaga y Netflix: seguir y seguir espectacularizando la tragedia
Por Diego Moneta
Netflix ha apostado decididamente a lo que podríamos llamar mediatización de la realidad o, en relación al género específico, espectacularización de la tragedia. Dado el final o la renovación trunca de algunas de sus series emblemas, en donde sólo queda una mínima cantidad de balas de plata, como la reciente Lucifer, la temática true crime se ha consolidado como una de las bases sólidas, si no la más, que le quedan a la plataforma de streaming para seguir explotando en un mercado cada vez más competitivo.
En un tiempo donde pocas producciones aportan a la reflexión o se destacan por su innovación, Elize Matsunaga: érase una vez un crimen, estrenada el 8 de julio, se vuelve una más del montón fuera de su país de origen. Desde Brasil, el caso que más cautivó su atención social en los últimos años llega acompañado del testimonio de su protagonista que, a partir de las salidas que tiene permitidas, accedió por primera vez a dar su versión de los hechos en cámara para que su hija la pueda escuchar.
En 2012 Elize asesinó de un disparo en la cabeza a Marcos Kitano, su marido, para después desmembrarlo y deshacerse del cuerpo. Denunció su desaparición pero terminó confesando, recibiendo una pena de 19 años de prisión. A lo largo de cuatro episodios de poco menos de una hora de duración, dirigidos por Eliza Capai y guionados por Diana Golts, nos encontraremos con variadas entrevistas, material de archivo y de la investigación, y dramatizaciones, pero todo a través de cierto desorden narrativo.
Si bien no marca la pauta, la entrevista con Elize comienza con la pregunta, hasta con cierta morbosidad, acerca de su estado civil. Además de que ella haya denunciado la desaparición y la evidencia insoslayable de las cámaras de seguridad, el otro factor que provocó la gran conmoción fue que la familia de Kitano estaba por vender en una cifra millonaria su empresa de alimentos, de la cual Marcos era director. Más allá de ciertas incongruencias o el manto de duda que se quiera asentar, la protagonista siempre negó y nunca se pudo probar el involucramiento de otra persona en el crimen.
La serie documental, producida por Boutique Filmes, incluye el testimonio de familiares, colegas y periodistas, abogados y expertos que siguieron o estuvieron ligados a la investigación. Plantea un recorrido por el pasado de Elize, desde su infancia a la relación con el empresario, aportando detalles sobre posibles detonantes y las acciones posteriores al asesinato. Según ella, el disparador fue descubrir que estaba siendo engañada.
Después de un breve paso como enfermera en un hospital en Curitiba, comenzó como trabajadora sexual en San Pablo, a través de un sitio web, mediante el que conoció a quien sería su pareja, mientras éste mantenía otra relación. Familiares de ambas partes relatan que la relación no era positiva e, incluso, Elize cuenta que el divorcio era una opción hasta que confirmó que estaba embarazada. En 2012 notó que su esposo intercambiaba mensajes con otra mujer, a través de la misma página web, y comprobó, tras contratar a un detective privado, que se veían en los lugares que ella lo había llevado a conocer.
Por momentos, Elize Matsunaga: érase una vez un crimen se parece mucho a un proceso de revictimización de la protagonista. Es muy similar a Nevenka: rompiendo el silencio, también de Netflix, aunque desde otro enfoque. El delegado policial y el médico legista son los encargados de, más que contrastar un relato, construir a Elize como una persona fría y calculadora, que para colmo dejó pasar la oportunidad de obtener una gran suma de dinero en un divorcio. En paralelo, la mujer y su abogado cuentan desde su perspectiva cómo la fiscalía utilizó su pasado y a la opinión pública en su contra.
A nivel narrativo, la serie peca de desordenada y de suponer que el espectador ya está familiarizado con el caso. En el género, los detalles básicos deben ser lo primero y luego un recorrido cronológico de lo sucedido. En esa instancia entran a jugar cuestiones culturales y antecedentes. La entrevista con Elize, lo más interesante de la producción, no alcanza para ser la columna vertebral. Su confesión tarda demasiado en llegar cuando ya sabemos que ha estado años en prisión. El desbalance termina provocando un corrimiento del eje. Deja de importar si le damos verosimilitud o empatizamos con su relato.
Por otro lado, desde el título “érase una vez” se pretende un ángulo al estilo cuento de hadas que no resulta para nada adecuado, dando a suponer la idea de que Elize, de un barrio pobre y una infancia dura, se casó con un hombre rico para cambiar su vida. En esa línea sobrevuela que todo se convirtió en pesadilla, menospreciando el crimen y las circunstancias que lo rodean y que la serie se gasta en presentar.
Desde el vamos, la percepción no va a ser la misma para alguien de Brasil que ya haya conocido el caso. De hecho, quizás le sirva para atar distintos cabos. Ese punto de partida cambia totalmente la recepción que tendrá el espectador. Sin ese factor, no hay quien quede satisfecho con una nueva entrega del género true crime en Netflix.