La calle del terror y la experimentación de Netflix con los formatos
Por Marina Jiménez Conde
Durante los primeros tres viernes de julio Netflix estrenó la trilogía de películas La calle del terror, basada en los libros homónimos del escritor Robert Lawrence Stine que tienen a un grupo de adolescentes como protagonistas. Cada entrega lleva identificado en su título el año donde transcurren los hechos. La historia comienza en 1994 para luego pasar a 1978 y terminar con el principio de una maldición, que es la que da comienzo a todo, en 1666.
La calle del terror (Parte 1): 1994 inicia con una seguidilla de asesinatos llevados a cabo por un adolescente que, de repente, empieza a matar gente. Un grupo de amigos es perseguido por éste y se dan cuenta que la historia de un homicida psicópata, que origina una gran masacre, se repite con el correr de los años en el pueblo de Shadyside. En La calle del terror (Parte 2): 1978 se muestra cómo sucedió en un campamento de adolescentes, teniendo como protagonista a Ziggy Berman (Sadie Sink). Quizás esta segunda parte es la que mejor logra transmitir el terror.
Con un claro guiño a Stranger Things, no sólo por la coincidencia en la utilización de actrices como Sink y el cameo de Maya Hawke, sino también por el buen uso de la estética y de la música representativa de la época. La calle del terror incluye, a la vez, ciertos gags que le quitan el clima de tensión a determinados momentos. De esta manera, más que de terror, la violencia explícita en varias de las escenas de asesinatos da lugar a lo sanguinario.
Por su parte, La calle del terror (Parte 3): 1666 lleva la carga de tener que dar un cierre a las entregas anteriores y, al mismo tiempo, explicar el origen de todo. Esto se traduce en un guión mucho más lento que lleva a la caza de brujas para conectar con el presente, perdiendo parte del atractivo.
Más allá de las particularidades de cada una de las cintas, la novedad que presenta La calle del terror es traer un nuevo formato de películas serializadas. Que los films se estrenen con una semana de distancia entre sí provoca que los finales abiertos, que conectan con el pasado de cada entrega, se contesten en un tiempo acorde y no se tenga que esperar uno o más años para ver qué sucede. Parecería ser que, de esta manera, se logra que la intriga y la espera se correspondan jugando con nuevos tipos de consumo.
Claro que para eso es necesario que un gigante como Netflix invierta con la seguridad de que tiene entre sus manos el próximo éxito. Sin descollar y con momentos donde se pierde un poco el interés, la trilogía tiene una buena serie de elementos a su favor: coherencia en el relato, guiños a otras películas icónicas de la época y la atracción que generan la estética y la banda sonora. Ese tridente hace que seguir los pasos de la receta, esta vez, salga bien.