Palestina en foco: los asentamientos y la verdadera cara de la ocupación

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Palestina en foco: los asentamientos y la verdadera cara de la ocupación

30 Julio 2021

Por Tamara Lalli | Ilustración: Luis Morado

En estos últimos meses, los palestinos han vivido un nuevo capítulo de violencia, ejercida tanto por el ejército israelí como por los colonos. La progresiva desaparición física de Palestina está marcada en esta naturaleza bifronte (cívico-militar) de la ocupación.

Está última página de este de este proceso de más de siete décadas, comenzó cuando el estado de Israel decidió expulsar de sus casas a 28 familias palestinas del barrio Sheij Jarrah, en Jerusalén Este y la sublevación palestina se extendió a Gaza.  Esta es la foto que nos llegó a través de la prensa internacional y que —sistemáticamente— omite la naturaleza del proceso colonizador.

Sucede que la narrativa israelí, sobre la que basa su existencia, concibe a los asentamientos como un componte esencial para el control demográfico y, en consecuencia, el control sobre la propiedad de la tierra y sus acuíferos.

La colonización y planificación de los asentamientos civiles en Palestina no son atribuibles ni a gobiernos de derecha o izquierda, ni a "palomas o halcones", sino a una lógica consustancial del conjunto de las elites políticas con existencia y seguridad del estado, concebida ésta sobre el desmantelamiento territorial, económico y político del pueblo originario.

El mismo Estado de Israel, implantado en Palestina en 1948, es esencialmente un proyecto de asentamientos. A diferencia del colonialismo francés o inglés, que se basaba en la explotación de la tierra y de su población, Israel basó su proyecto colonial en la expulsión, confinamiento —o la matanza—  del pueblo palestino y su reemplazo por inmigrantes, a los que se les confirió ciudadanía y tierras.

En otras palabras, para llevar a cabo semejante empresa colonizadora era necesario la  negación y el desarraigo del otro. Por tanto, desde el inicio el objeto político de estado implantado, ha sido cambiar el equilibrio demográfico a través la sustitución progresiva de una población por otra, hasta desembocar en una lisa y llana limpieza étnica.

El proyecto colonizador comenzó a mediados del siglo XIX. Las primeras aproximaciones las hicieron misioneros cristianos evangélicos ingleses y los judíos fundadores de la escuela agrícola Mcveh Israel, financiados por Barón Rothschild y el Barón Hirsch. Es decir, Gran Bretaña fue pionera en reclamar la solución de la llamada cuestión judía sobre la base de la colonización de Palestina. Entre los actores políticos especialmente activos se encontraron Lord Chatsbury y Lord Palmerston (Canciller y luego Primer Ministro).

Hacia 1878, muchos europeos de religión judía, comenzaron a comprar tierras a los palestinos, o a alquilarlas por períodos prolongados. Organizaciones europeas como Pekka (familia Rothschild); el Fondo Nacional Judío Ken Kaymet, la Agencia Judía, creada luego del Congreso Sionista en Basilea, fueron las palancas colonizadoras con las que se conformaron las primeras 23 colonias agrícolas.

Todas estas instituciones —y otras creadas a posteriori— se activaron luego de la Primera Guerra Mundial, inaugurando el proceso que proponía y llevaba a cabo la famosa Declaración Balfour de 1917, que preveía el establecimiento de un hogar nacional para los judíos en Palestina.  A partir de allí, y con el objeto de gestionar esta voluntad política, se intensificaron las migraciones hacia Palestina desde toda Europa. Cada uno de ellas, respondió a procesos peculiares propios del antijudaísmo propiamente europeo: Progromos en Rusia zarista, la propia revolución bolchevique, la llegada de los Nazis a Alemania, y la persecución y exterminio de judíos en las áreas bajo ocupación de Alemania en toda la Europa Central.  

Con la creación del Estado de Israel por parte de la ONU, en 1948, se instauró la etapa del terror y se aceleró la expropiación de tierras. Más de 530 poblados fueron arrasados por bandas terroristas, como Haganh, Stern y el Irgun, provocando masacres entre los civiles palestinos. Deir Yassin, Ruhafat, Tantura son nombres que han sido prolijamente olvidados por la Historia Oficial israelí, pero que son perfectamente encuadrables como crímenes de lesa humanidad.

Por ello, es realmente notable que la cobertura ideológica que haya pretendido legitimar el establecimiento israelí en Palestina haya sido un mito —de pretendido orden religioso— tan elemental como falaz: “Un pueblo sin tierra, para una tierra sin pueblo”.

El último tercio del siglo XX, se completaron los objetivos colonizadores con la inmigración de los judíos procedentes de los países árabes, América Latina y de Etiopía, a través de la recordada "Operación Moisés".

La contracara de la inmigración masiva ha sido la apropiación de tierras. Para ello utilizaron todo tipo de herramientas legales. En principio, hubo leyes del Mandato Británico, luego aplicadas por Israel.  Una de ellas, por ejemplo, se refería al derecho del estado de confiscar tierras para uso público —como crear carreteras o caminos— que el estado de Israel la usó ampliamente para crear asentamientos.

Hasta el día de hoy continúan dos leyes muy controvertidas, como la "Ley del Ausente", en la que ningún palestino puede ausentarse de su casa por un corto periodo, ya que la propiedad es factible de ser tomada por la autoridad militar israelí. O la Ley de Adquisición de Tierras (1953), que permite expropiar cualquier fracción de tierra para fines de seguridad.

Con el tiempo, las colonias pasaron a ser focos de conflictos, espacios propicios para encender la mecha y mantener un permanente un estado de beligerancia, con la disponibilidad permanente del ejército israelí en defensa de los colonos. La multiplicación del número y tamaño de colonias está emparentada a un proceso de expansión territorial indefinida. No es ajeno recordar el carácter fundacional de esta política pública en las célebres palabras de Ben Gurión, el primer Premier del Estado implantado: “las fronteras de Israel serán determinadas por las generaciones futuras”