"Edipo en Ezeiza": revisitar la historia reciente de la mano de Pompeyo Audivert
Por Dani Mundo | Fotos: Michel Marcu
Edipo en Ezeiza empieza con el padre y el hijo interrogando a la madre, que está atada a una silla (estar atado o atada en la obra significa estar debajo de una bandera argentina toda roída). La interrogan para saber si verdaderamente es ella o no. No quieren creerle. Ella sostiene que salió 15 minutos a comprar algo, mientras que los hombres le dicen que fueron 15 días y que volvió con otra ropa: “No quieras confundirnos”, le espetan. El espectador advierte que estos hombres violentos son bastante fáciles de confundir. De hecho, todo es tan confuso y las historias tan cruzadas que es difícil no hacerlo. Básicamente le preguntan direcciones en las que vivieron en otros momentos de sus vidas. La madre responde. El padre lleva anotado todo o aparentemente todo en un cuadernito diminuto.
Las direcciones de los domicilios en los que vivieron son muy importantes, porque ahora viven tabicados, es decir, viven en una casa que no saben dónde queda. Lo hacen por seguridad, supuestamente. Para un espectador argentino este dato remite a dos momentos de la historia reciente: o un tiempo antes del golpe del 24 de marzo, o los años que lo siguieron. En un momento la madre les dice que están en Flores. En otro momento, en un lugar entre Mar del Plata y Necochea, tal la precisión de los datos que disponen. Hasta tienen que olvidarse sus nombres auténticos y toda la vida que esos nombres representan. Y lo logran. El hijo asegura que ya no se acuerda su nombre ni quién era; antes habían dicho que era medio estúpido. Hasta podemos llegar a sospechar que es un hijo apropiado. A veces el público nos reímos sin saber bien si lo hacemos por alguna gracia o por nerviosismo, así como no es sencillo distinguir si la obra se burla o simplemente critica prácticas y estilos de vida que tienen una fecha de autenticidad, el primer lustro de la trágica década de 1970. Ya el título de la obra nos catapulta a aquellos años. El significante Ezeiza carga con dos significados fijados para nosotros: la puerta grande por la que nos vamos del país, y el mítico regreso del general Perón y la masacre que se desató entre las fuerzas internas del peronismo de aquellos nefastos años. En la obra prima el segundo. De hecho, alguna vez, aunque sea al pasar, hacen mención a aquellos hechos.
Hay gestos típicos de la poética de Pompeyo, referencias al espacio extrateatral, que miran como espiando con binoculares que se ponen al revés: todo es cartón ahí afuera, cartón y noche, dicen. Por otro lado, están las citas metateatrales críticas y burlescas (en una escena violenta, el “hijo” le saca a la madre de entre las piernas un librito diminuto que es de Stanislavsky, que la madre pide a los gritos que le devuelvan porque lo usa de tampón; otra escena la reactúan 3 veces porque la mujer asegura que se olvidó la letra). Crítica y burla en dosis homeopáticas para que podamos pensar desde otro lugar aquellos años trágicos.
La madre se convierte en la hija desaparecida o muerta, atropellada por un camión. El hijo se vuelve hermano. El padre pide que lo aten y lo interroguen porque quiere saber cuánto sabe. Cuando lo están interrogando, lo insulta al hijo porque éste le da información, cuando en verdad tendría que obtenerla del que está siendo torturado. Tal la maleabilidad de los roles.
Si fuera peronista o si fuera antiperonista no me perdería la obra, que se montó en el teatro Picadero. La única dificultad es la hora, domingo en plena tarde. Ayer todavía estaba fresco. Tanto los amigos con los que me encontré allí como yo veníamos de comer sendos asados, que debimos abandonar a las corridas para cumplir con la cita. Vale la pena el esfuerzo.