El juego del calamar: un éxito rotundo con los errores de siempre
Por Marina Jiménez Conde
La serie surcoreana El juego del calamar causó furor tras su estrenó en Netflix donde logró convertirse, inesperadamente, en una de las más vistas en la historia de la plataforma. Se trata de una producción del formato battle royale donde, sin mostrar ningún tipo de piedad, se realizan una seguidilla de competiciones donde las y los participantes son asesinados al quedar eliminados. Además, con cada una de las muertes aumenta el suculento premio que se llevará la última persona en pie.
Este tipo de formato ya se vió en otras producciones como en la saga de Los juegos del hambre y la de Divergente o, con sus diferencias, el film español El hoyo. Podríamos decir que hasta existe cierta similitud con películas propias del género de terror, como Saw, y con series como la brasileña 3%, donde se resaltaba el mensaje del esfuerzo y la meritocracia. Por el lado asiatico, muchos han comparado a El juego del calamar con la película japonesa As the god 's will, incluso acusando a la serie de haberse “inspirado” demasiado en el film.
Si bien, por ejemplo, Los juegos del hambre provocaron un gran impacto que llevó a que se filmaran tres películas, tras su irrupción en 2012, genera cierto desconcierto preguntarse por el éxito de esta tira creada por Hwang Dong-Hyuk, cuando ya se puede reconocer cierta repetición en este tipo de historias. Es casi seguro que las escenas que muestran de manera explícita las muertes, sin ningún tipo de reparo ni compasión y en grandes cantidades, tienen algo que ver. Se agrega que las competencias, que determinan quienes viven y quiénes no, son sacadas de la cultura popular surcoreana y fueron jugadas por los participantes en sus infancias. Por lo tanto, perder la vida en un juego de niños, además de macabro, resulta un desquicio.
Por otro lado, sin ser el objetivo principal, aparece cierta crítica social, ya que quienes terminan participando son personas totalmente endeudadas, que no tienen nada que perder más que la vida. También, dentro del juego mismo, las mujeres y las personas mayores aparecen como lo débil y signo de desventaja ante el resto. Otro punto a favor es mostrar la bajeza humana de la que se es capaz cuando la vida está de por medio.
Sin embargo, y pese a las escenas de gran impacto, el buen uso de la estética y la creación de una iconografía propia, como lo son el cuadrado, el triángulo y el círculo, cuando se sale de la inercia de los distintos juegos el resultado no es el mismo. Al entrar en la dinámica de relaciones entre personajes, donde aparecen dilemas, disputas, clásicos roles del bueno y del malo, enfrentamientos y hasta traiciones, todo se vuelve muy predecible y reiterativo.
Los nueve episodios parecen algo extensos. En especial da la sensación que el capítulo final está de más, o bien podría haber funcionado como el inicio de una segunda temporada. Por ahora, el éxito de la serie surcoreana no se discute, lo que reafirma el aumento del consumo de producciones orientales. Si salimos de las escenas sanguinarias, al acercarse a sus personajes, El juego del calamar tiene los mismos problemas, y hasta más agravados, que los que ya se conocen en este tipo de productos.