Maternidad e instinto
Por María Carolina Pavlovsky | Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Poco se sabe y se ha escrito desde las ciencias humanas acerca del tema maternidad e instinto.
Aún es una temática que nos sigue interpelando no sólo a las madres, a las mujeres, sino a los saberes de la psicología o de la medicina, o bien en torno a saberes en torno a toda la sociedad en tanto organización patriarcal heteronormativa en su conjunto. Son los agujeros negros de la ciencia cada vez que toma a la “mujer” como objeto de estudio.
Básicamente el ser humano cuenta con dos instintos básicos: instinto de vida e instinto de muerte, del cual carecen el resto de las criaturas que se gestan por reproducción y que se define como un primigenio instinto, el de volver a lo inanimado, a un estado “anterior” a lo vivo, a una “estabilidad” previa.
Freud intuye también un “instinto de agresividad” humano muy poco estudiado por las ciencias sociales de su época. (El malestar en la cultura, 1930). El instinto de vida incluye: los instintos sexuales, gregarios, y de supervivencia individual. Sin embargo, en todos los discursos que abarcan la psicología, la antropología, la etología, filosofía, la neurociencia, etc., no hay certezas definitivas en relación a un “instinto” de maternidad.
El ser humano, en tanto nato prematuro, carece de todas la condiciones orgánicas y psíquicas para sobrevivir autónomamente como otros mamíferos. Nace en un desamparo y depende vitalmente de la “cultura” que lo rodea. Nace en un mar de códigos que lo interpelan, lo nombran y lo definen como sujeto.
Es la cultura, para el mismo Freud y la antropología de principios del siglo XX. M. Mead, C. Levis Strauss, la que cubre la ausencia de instintos (que en otros seres vivos están dados genéticamente y cumplen todas la funciones necesarias para la vida y reproducción de cada especie).
O sea, la cultura viene “en reemplazo” de lo instintual de que carece el ser humano, como código de transmisión.
Mi inquietud respecto del tema es personal, y por ende, política, porque entiendo que convocar esta problemática no resuelta, se convierte ya en un acto para otrx, con un otrx, interlocutores siempre necesaries.
Al mismo tiempo percibo un matiz “profanador” en esta invocación crítica; herética, y por ende, castigable y censurable. Como si se tratase de un “de esto no se habla”. Se da por sentado que todas las mujeres tienen “instinto materno” sin asumir una pregunta que se revele sobre este concepto ya instalado.
Poco se ha investigado y enunciado acerca de la angustia, desesperación, sensación de despersonalización, des-realización, de orfandad, de impotencia, de frustración, etc. que desencadenan en muchas madres primerizas (y no), la experiencia ineludible riesgosa y traumática de la “expulsión” física de un “otro” (neonato), extraño (externo) ya a su cuerpos propios. La consabida depresión post- parto, categorizada como patologización de la mujer desde la psiquiatría del siglo XIX, no explica en sí dichos afectos inesperados que “irrumpen” en el cuerpo afectivo de la madre que deviene así “neonata”. Afectos y emociones no anunciadas, no nombradas previamente por ninguna educación familiar, ni social, por ningún manual.
La evidencia de una falta de instinto “materno” o las desviaciones del mismo son vistas, a los ojos de esta sociedad, como patologías, carencias, defectos. Negativizando así algo que debiera ser interrogado.
Suspendamos por el momento la respuesta a la pregunta: ¿Una madre: nace necesariamente con un conocimiento instintivo o intuitivo sobre cómo accionar y decidir en todas las cuestiones pertinentes a la crianza infantil?
Nos dice Eva Giberti que ante la noticia de “un bebé abandonado en una estación de ferrocarril o la golpiza de la que fuera víctima un niño castigado por su mamá que requiere intervención judicial, la frase que surge en el saber popular es :”esa mujer no tiene instinto materno”.
Al mismo tiempo, se sacraliza y medicaliza la maternidad, sin embargo, este lugar de reconocimiento que la sociedad le otorga a la mujer en tanto madre va acompañado por un corpus discursivo que la significará como sexualmente pasiva, afectivamente dependiente y socialmente necesitada de protección masculina. Cuando la maternidad entra dentro de la mirada médica, ingresa en el campo de los saberes médicos con absoluto estatuto de enfermedad dice A.M.Fernández, en La mujer de la ilusión.
En definitiva siempre estamos desarmando paradigmas patriarcales, y eso hoy es un gran cambio que cedió el feminismo. Pero los interrogantes acerca de lo “instintivo maternal” siguen quedando en una zona incierta, misteriosa, a veces eludida.
Pero aún: “nuestra cultura, cuán insuficiente realiza nuestra pretensión de un sistema de vida que nos haga felices” (Malestar en la cultura). O sea, no es suficiente con la “cultura” ( siempre sujeta a condiciones económicas, de clase, políticas, geopolíticas, etc.) como “saber” completo y suficiente en sí mismo en lo que a crianza de les hijes respecta.
Y nada o muy poco ( o especulativo) se dice acerca de un instinto maternal nato en la amplia gama de la literatura de la psicología, la antropología, etología humana, conductual, etc. en la actualidad.
Acaso, si el instinto se puede concebir de entrada, “previo” aún a la constitución subjetiva individual, pues es código genético fluyendo información, no hay certezas en las ciencias genéticas de la transmisión de instintos maternos en la hembra humana.
La psicología experimental de fines de siglo XIX y principios del XX, ha aportado una nutrida cantidad de casos documentados, donde, por ejemplo, madre encerradas largas horas con sus bebés, (a quienes se le había inyectado una droga inhibidora del placer), terminaban asesinando a sus hijxs, con tal de callar el llanto cuando este superaba un umbral de tolerabilidad para la madre. Experimentos para “comprobar” la existencia (¿carencia?) o al menos la “elasticidad” de dicha condición “instintiva”.
Cuesta mucho pensar la ausencia de tal instinto como inmanente al ser “mujer”.
Maternidad, “instinto maternal” es aprender a maternar como una acción que supone no necesariamente una ligazón filogenética, primaria. No se necesita ser madre para poder hacerlo.
La maternidad, como condición, es un rol antes que nada. Lo mismo que la paternidad. La maternidad no es un destino dado del ser mujer.
Aprendamos a maternar a la Tierra huérfana, devastada por el sistema capitalista predominante, en nombre del cual se cometen los mayores fiilicidios todos los días. A maternar a les excluídes, a les más vulnerades, a les sin nombre, a les sin tierra, a les niñes de otras latitudes, a les que jamás quizás les veremos las caras de hambre y terror. Y entonces, sin duda algo parecido a un instinto materno podrá ser nombrado.