Milei: esa ancha avenida donde todo vale
Por Manuela Bares Peralta | Foto: Julia Ortiz
La Ciudad de Buenos Aires siempre fue territorio de experiencias políticas distritales: de Ibarra a Pino Solanas y de Carrió a Lousteau. Los nombres son muchos y, en más de una oportunidad, se repiten, pero con distinto sello. Pero todas encuentran lazos que las comunican y conectan, más allá de las épocas y de las coyunturas, y es que se construyeron sobre el mismo imaginario electoral, el del “progresismo porteño”. Un horizonte que se constituyó más en una pertenencia emocional que política y se edificó sobre los amplios márgenes de nuestro sentir porteño, una suerte de mapa donde recolectamos aquellos valores sobre los cuales decidimos embanderarnos. Y, aunque esa memoria no exista en términos colectivos sino individuales, casi como una suerte de progresismo a demanda, sobre ella se explayan una serie de significantes y un caudal electoral vacante que no responde a una historicidad única ni ordenada pero que existe a pesar de todo.
Es imposible pensar la historia política de la ciudad sin evocar a “La Alianza” o al “PRO”, dos fuerzas que tuvieron su base fundacional en territorio porteño para después federalizarse y lanzarse a la carrera nacional. Por eso, quizás me parece el espacio geográfico atinado para referirme a una fotografía de estas elecciones, el triunfo de Milei rozando el 17% y posicionándose como tercera fuerza en la Ciudad de Buenos Aires. El punto de inicio, donde el Partido Libertario comienza (a pesar del sistema político tradicional) su gesta nacional de cara a las elecciones del año 2023.
Esa derecha, sin medias tintas con aspiraciones nacionales, no es algo a lo que nuestra democracia esté acostumbrada. Patti y Rico fueron fenómenos distritales y Macri tuvo que sumergirse dentro del sistema político para llegar a ser Presidente y edulcorar su discurso público para ganar el ballotage. Ese fue el remanso que encontramos cuando Trump y Bolsonaro asumieron sus respectivas presidencias, una derecha que se salía del sistema y se erigía como un “partido atrapatodo”, donde el hartazgo y la decepción encontraban respuesta. Un fenómeno que en Europa se tradujo en el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea
Con el mismo espíritu con el que se constituyó ese ideario de “progresismo porteño”, o se convocaron a la calle millones de argentinas y argentinos detrás del “que se vayan todos” o las marchas de la inseguridad de Blumberg, esta época convocaba al descontento. Un descontento que se situaba por fuera de la polarización que ofrecían los principales partidos y que se animaba a desear consolidarse como una mayoría y no como una minoría intensa. Sobre ese descontento y ese hartazgo que el sistema no pudo contener o gestionar, se creó un partido, que es un poco de todo, pero tiene a la ira como columna vertebral discursiva y sobre ese sentir interpela a un electorado ecléctico, amplio y sin pertenencia compartida.
El triunfo de Milei, principalmente, pero también los resultados que cosechó su coalición en La Rioja (9,6%) y la Provincia de Buenos Aires (7,5%) son parte de un proceso que, en nuestra región, se inició con el triunfo de Bolsonaro en Brasil, una suerte de profecía de lo que podía suceder y no sucedió. Sobre esa premisa, la candidatura de Espert en 2019 sólo alcanzó el 1,47% de los votos y, en ese entonces, la amenaza de una derechización de la política al estilo brasilero quedó en el olvido, pero lo que se estaba gestando estaba adoptando sus propias formas y costumbres, el argentino.
La política no lo tomó en serio, le bajó el precio. La evidencia los respaldaba, los márgenes de la grieta y la polarización estaban marcados y, en general, nunca aparece nada que los rebalsé. Pero el diagnóstico fue equivocado: quizás la alternancia que se produjo en 2015 y 2019 puso en crisis nuestra suerte de bipartidismo criollo o fue una generación que ya no se había criado al calor de la mística kirchnerista; en ese espectro temporal nacía un electorado cuyo hartazgo sobrepasada cualquier otro sentimiento y, en esa política sentimental, se construía un enunciador que en términos discursivos condensaba todo eso.
Al calor de los resultados de estas elecciones de medio término, el fenómeno Libertario se materializa y se convierte en un actor real del sistema político, aunque reniegue de él. En los próximos dos años se enfrenta a una serie de obstáculos y dilemas: cómo lograrán sobrevivir dentro del sistema político cuando su principal síntesis argumental milita su propia extinción o si serán capaces de construir un clima de época lo suficientemente potente para crecer y expandirse de forma nacional y, sobre todo, perdurar en el tiempo.
Sin dudas, quiénes mejor interpretaron el avance libertario fue la izquierda y el ala dura de Juntos por el Cambio. Mientras que el FIT porteño decidió polarizar con “Avanza Libertad” y atar su crecimiento al de este fenómeno, el sector menos moderado de la alianza PRO-UCR intentó mimetizarse para ensancharse y hacerlo desaparecer. La práctica de expandir los límites de su coalición y discurso, ya le habían servido en las elecciones de 2017 con Bullrich y Lilita Carrió a la cabeza. Pero, justamente, esta vez no funcionó.
Un poco incentivado por el espíritu con el que se gestan las elecciones legislativas, otro poco por las omisiones y errores de la política en términos tradicionales y, por el fenómeno de la pandemia, terminó de nacer una derecha anti-sistema, que obedece a las lógicas del mercado pero no a la del sistema de partidos, que es contradictoria y violenta, repleta de sentimientos volátiles, que convoca más allá de las clases y las pertenencias, porque el hartazgo es un sentimiento que te atraviesa, un “atrapatodo”, capaz de interpelarnos más allá de todo.
Seguramente, existe un análisis más detenido, una participación electoral baja con respecto a otras elecciones, votantes auto-excluidos del proceso político que decidieron involucrarse, otros activos que, esta vez, decidieron no hacerlo. El voto anti-sistema creció en términos nacionales, pero sobretodo lo hizo en la Ciudad de Buenos Aires. Un espectro que alguna vez supo conquistar Pino Solanas o Lousteau. También en la figura de Milei se condensan y nacen una nueva forma de interpelación y una re-significación del voto bronca. Un fenómeno que existe: los números del domingo son su sustento empírico pero que sólo el tiempo indicará su potencia y capacidad de arraigarse en la política argentina. Pero, sin dudas, deberá ser tenido en cuenta por la política, más allá de sus interlocutores. En la carrera que comienza hacía 2023 hay agenda y demandas insatisfechas que deberán ser interpretadas y gestionadas, el crecimiento de Milei no es ni más ni menos que eso, no hay tiempo ni margen para no hacerse cargo. Lo que se omite es terreno vacante para otro y, a veces, a ese otro no lo elegimos.