Derivas del 2001: cuando Roberto Alemann no pudo caminar por la calle
Por Sebastián Cavaro*
9 de marzo, 2002.
No es un “hombre de a pie”. No es un garca circunstancial. No es solo un chorizo financiero. Es lo instituido como economista serio. Un invitado de lujo de las corporaciones de la caja boba. Es una esfinge del establishment que camina por la city porteña. Territorio sagrado, santuario seguro para su anatomía neoliberal. Sus pasos resuenan en la geografía del holding de su patria.
Estamos hablando de un economista partícipe necesario de la “Noche y Niebla” neoliberal del Terrorismo de Estado en la Argentina. De un exministro de la última dictadura. Estamos hablando del banquero impasible, del transnacionalizador compulsivo, del endeudador serial, del hacedor de corridas cambiarias. De un hombre hiperinflacionario que transita la vereda cercana a la sede del Banco de Boston; un hombre con “destino manifiesto” de impunidad.
Pero algo cambia la tarde. La atmósfera se crispa. Se escuchan cerca las cacerolas combatiendo al “corralito”. Hay un error de cálculo en su facinerosa impunidad. Su cuerpo se despliega como un señuelo sobre la calle Florida y el presente se le cuela más rápido que en tiempo real.
“Golpeaban cacerolas cuando uno gritó "cuidado con el punga". "¿Cuál?" "Ese, el punga de los bancos", dijo, y señaló a Roberto Alemann, ex ministro de Galtieri.”
Su soreta sobriedad impacta de lleno en un primer plano de la cámara. Una ligera contracción de su rostro es la señal de que se quiebra la tarde, que la geografía del holding de su patria es violada, que la furiosa bestia impune del libre mercado es ultrajada.
El ojo de la cámara se expande. Incorpora más protagonistas que organizan el asedio al expropiador. Ahorristas estropeados, transeúntes seducidos por la memoria histórica, se ceban con su cuerpo, con el de la Argentina delictual. Vuela una patada. El ex ministro de Galtieri trastabilla, apenas hace pie. Hasta el camarógrafo le tiene ganas.
La esfinge del libremercado no está llamada a perder el decoro, pero si lo decoran, con garzos, pollos, gargajos, salivazos, que impactan de lleno, en la mesura absoluta de su traje oscuro.
El cameram cubre el último tramo. La esfinge maltratada mira hacia un lado, hacia otro. La soberbia no lo abandona. Su gesto es adusto, severo. Intenta ser disciplinante. Como puede, sigue caminando. Ensaya gambetear, en una baldosa, a la plebe insurrecta, a ese ganado de a píe que subvirtió la tranquera de la patria financiera.
Acelera, se pega el sprint final hacia la puerta del futuro ICBC. La servicial policía del gallito le habilita la entrada a la puerta giratoria.
La cámara se clava en la última escena. En el banquero impasible. En el guardia de Korps económico de la dictadura que se pierde en el oscuro interior de esa entidad bancaria.
Hay un corte. La tele manda una publicidad de Actimel: Ayuda a tus defensas.
* Publicada originalmente en Revista Cultura y Política Nº 5/ Mayo 2003. Reescrita en 2021.