El doctor del fútbol: declaración de amor y reivindicación del bilardismo
Por Diego Moneta
Carlos Salvador Bilardo es una de las personalidades clave en la historia de nuestro país y sobre todo de nuestro fútbol. Entre tantas producciones sobre figuras del deporte que se estrenan— una tendencia decidida en la actualidad— no podía faltar la del mítico entrenador. Bilardo: el doctor del fútbol es una serie documental que se propone indagar en la persona que estaba debajo del traje de director técnico— y de médico— y lo logra. Tras estrenarse a fines de febrero, es el título más visto de HBO Max en América Latina, dejando atrás a Euphoria, Chernobyl, Superman & Lois, y Dune, entre otras.
Está conformada por cuatro capítulos sin altibajos en el interés narrativo. De “El hombre más odiado” a “Perdón Bilardo”, luego “Una aventura más” y finalmente “Me olvidé de vivir”. Es rigurosa en lo investigativo y emotiva en lo argumental, permitiéndose interrogantes, contradicciones y matices. Planteada desde la óptica de sus seres queridos— sobre todo su esposa Gloria y su hija Daniela— vemos la trayectoria personal y profesional de un hombre que lo dejó todo por sus pasiones, el fútbol y la medicina, en el orden que guste ubicarlas.
De la resistencia que tuvo que soportar, al menos, hasta su debut en el Mundial de México 1986— me gustaría creer que en la actualidad ya no—, en especial por no haber pasado por los denominados “grandes” del fútbol argentino y un poco por un periodismo hambriento de polémicas, pasando por la coronación, hasta el día después y una nueva batalla en el camino a la final de Italia 90. Por último, una precipitada sucesión de hechos posterior a su etapa en el seleccionado. Sí, Diego Maradona flota en cada una de las partes.
El elemento central que le da valor es la colección personal de videos que filmaba el propio Bilardo. Un cuantioso material de archivo con el que vinculan la intimidad con lo profesional y la actualidad con el pasado. También tenemos entrevistas, atravesadas por el criterio de “calidad por sobre cantidad”, bien desarrolladas y dispuestas a otorgar datos y experiencias y a perfilar al doctor: obsesivo, maestro, cagón por “tenerle miedo a la derrota” y, entre tantos otros, revolucionario. Tampoco escatima en el aporte periodístico, por parte de Andrés Burgo, José Luis Barrio y Daniel Lagares, alejados del panelismo actual. No por nada su realización duró año y medio.
Hablan sus defensores y quienes lo adoran, también sus detractores— aunque quizás no los más extremistas—. Están sus cábalas y sus claroscuros. Aquellos mitos que, con el paso del tiempo, se fueron confirmando, como los alfileres y el bidón, más allá de que es una serie, en tono bilardista, que se asemeja a su retratado con una discutible pero prudente distancia. Completa Cesar Luis Menotti, desmitificando un poco la rivalidad. Está su clásico esquema 3-5-2, su paso por el Sevilla, sus fallidos planes formativos y el intento de ir por la presidencia de la Nación, y también su influencia en el fútbol femenino.
Bilardo: el doctor del fútbol, dirigida por Ariel Rotter— de corte intimista, como en Solo por hoy y El otro— y guionada por Sebastián Meschengieser y Gustavo Dejtiar, tiene una estructura sencilla. No hace malabares innecesarios y tiene sus bases claras: los vínculos familiares, con jugadores, con Osvaldo Zubeldía y Estudiantes de La Plata, y con él mismo. Su riqueza conceptual radica en poder analizar más y mejor su vida fuera de la cancha. Un padre preocupado, esposo enamorado y un hombre divertido, pero dedicado en exclusiva al trabajo y a ganar, con un objetivo en mente: ser campeón del mundo con Argentina.
La serie profundiza, sobre el final, en su relación con Maradona, aquel hijo varón que nunca tuvo. Del apego al enfrentamiento en más de una oportunidad, algunos vínculos sólo se entienden desde adentro y desde los propios. No hay ni una historia de amor que tenga un final feliz. Es probable que Bilardo se haya enterado de la muerte de Diego— de hecho, vio su propia serie—. Sin embargo, la enfermedad neurodegenerativa que sufre desde 2017 lo lleva a estar a veces, otras no, sin concentración y memoria. Un estado de salud que, al asomar en el último tramo, a pedido expreso de la familia se aborda eludiendo amarillismos.
Carlos es el ejemplo personificado de un obsesivo en su búsqueda de control absoluto, lo que en un deporte como el fútbol— dinámica de lo impensado, decía Dante Panzeri— tuvo que desembocar en una relación neurótica. Su esposa, con ciertas humoradas, y su hija, más concesiva, así lo narran. Detrás de lo risueño aparece la clave dramática. Sufría algunas declaraciones mediáticas en su contra, era un manojo de nervios buscando calmarse.
“Bilardo ganó la batalla cultural entre los jóvenes, que hoy todos son bilardistas”, afirma Burgo. No siempre fue así y es discutible que en la actualidad lo sea. De todas formas, la celebración a modo de revancha— no revanchismo— sí ocurrió. Al fin y al cabo, el bilardismo es tener el mayor control posible de todas las variables del partido. La batalla es que triunfe esa idea y triunfó. El rival, la cancha, el árbitro, el trabajo en la semana. Todo importa.
En su carrera como director técnico ganó apenas dos títulos. Sin embargo, uno es parte de la historia popular de nuestro país. No cualquiera sabe cuánto pesa. De ese momento, que Bilardo no festejó por los goles de cabeza de pelota parada, saltamos al viaje de regreso del mundial del 90. Allí sí, Bilardo celebra, a pesar de salir segundo. Ganar no es todo, de ese subcampeón nos acordamos. Es otra de las tantas contradicciones que genera la filosofía de Carlos Salvador Bilardo, que vivió por y para el fútbol.
En ese recorrido, Bilardo: el doctor del fútbol es una caricia al corazón de generaciones que lo tuvieron como protagonista, más allá de maniqueísmos. El fanatismo puede mermar con el paso del tiempo, pero la serie documental es una declaración de amor y reivindicación del bilardismo, de un hombre que, sin importar cómo él lo plantee, no se olvidó de vivir. Vivió como él quiso, y quiso dar su vida por la Copa del Mundo.