Continúa el debate Reato - Sztulwark: Defendiendo la lucha de clases de Montoneros
Por Ceferino Reato
La última réplica de Diego Sztulwark sobre mi libro “Masacre en el comedor” es lo que Horacio González describía con una palabra muy setentista: “sanata”, por lo cual mi respuesta será muy breve en honor a la sustancia que encontré en su texto.
La sanata de Sztulwark es un relleno de supuestos referidos a mi persona: “la autopercepción del autor como adherente al ‘ala legalista’ de aquel estado terrorista”, inscripto en “una incipiente ofensiva neofascista”, “negacionista” y otras estupideces semejantes.
Despejado el artículo de esas mentiras tontas, queda muy poco. El pobre Sztulwark leyó, esta vez, el libro, pero lo leyó mal. Por ejemplo, atribuye a la famosa carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar sus sugerencias a la Conducción Nacional de Montoneros sobre qué hacer ante la derrota militar frente al aparato estatal dominado por la dictadura cuando cualquiera que haya leído “Masacre en el comedor” sabe que esas lúcidas observaciones integran un volumen titulado “Los papeles de Walsh”. Si el consejo de abrazarse a “la bandera fundamental de los Derechos Humanos” le molesta, no es a mí a quién tiene que dirigirse. No es la única falsedad derivada de una lectura errada de mi libro, pero sirve como muestra.
Creo que una de las claves de la molestia de Sztulwark es lo que no se atreve a decir: él está de acuerdo con el atentado en el comedor de Seguridad Federal en la medida en que fue “dirigido al corazón represivo de una policía torturadora en una dictadura feroz”.
Disfraza ese déficit de valentía con críticas pretenciosas, del tipo: “El principal fracaso del texto es metodológico”. ¿En qué consiste, según él? En que sustraje el hecho de la bomba vietnamita a los comensales, “así como la acción de las organizaciones revolucionarias (y hasta el comportamiento del propio terrorismo de estado) del proceso más abarcativo en el que tales actos adquieren sentido: la lucha de clases durante aquellos años”.
Una manera sinuosa de decir que debería haber justificado el estrago solo porque Montoneros decía representar al pueblo y defender sus legítimos intereses, muriendo y matando. O que, como han hecho tantos periodistas, no debería haber escrito nada porque cualquiera se da cuenta, hasta Sztulwark, que esa argumentación es muy difícil de sostener, en primer lugar, porque las veintitrés personas horriblemente masacradas pertenecían a ese pueblo que la guerrilla de origen peronista pretendía liberar.
Con semejantes guerreros, la lucha de clases de Montoneros, revalorizada ahora por Sztulwark, no podía terminar bien para los sectores populares. Con esto, daría por terminado el intercambio agradeciendo la oportunidad dada por la Agencia Paco Urondo, un gesto pocas veces visto en este presente tan lastimosamente agrietado.