Pier Paolo Pasolini, el poeta de las cenizas
Por Juan Cruz Guido
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se me viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.
Pier Paolo Pasolini
Ocho años antes de partir, Pasolini dejó un poema supremo. No por su valor literario, sus juegos textuales, su honestidad salvaje, sus remates ácidos y certeros o sus ironías, aunque todo eso está presente. El poeta romano dejó un extenso poema autobiográfico que sirve más que cualquier otra biografía que se haya escrito o, más aún, artículo periodístico que intente evocarlo. De hecho, en el texto Pasolini se autopregunta lo que estaba harto de responder a los periodistas.
El Poeta de las Cenizas fue escrito en 1966, a sus 44 años, tras el viaje del escritor a Estados Unidos. La influencia de Allan Ginsberg es explícita: “Algo se rompió, quizás era la presencia, todavía no conocida por mí, de la izquierda estadounidense y el obrar lejano de Ginsberg”. El poema recrea su historia y la de su entorno desde su propia óptica que, para ese momento, ya se había fundido entre el lenguaje poético y el cinematográfico. “¿Por qué pasé de la literatura al cine? Hay, entre las preguntas previsibles en una entrevista, una pregunta inevitable y esta lo es: (…) debía cambiar de técnica, según la variante de la obsesión”.
Su primera película, Acattone, donde pega ese salto obsesivo que expresa, y que muy bien se detalla en la nota Un lenguaje llamado Pasolini, aborda algo que está de manera constante en su poesía: la descripción de la decadencia que lo rodea con cierta ironía ácida, en la que se incluye, desde ya.
Pero también queda claro el porqué de ese salto y la explicación de esa cita en el hecho de que en Accattone se permite explorar lo visual de una manera violentamente poética: una mujer asiste a una rueda de reconocimiento para identificar a sus agresores. La escena, el recurso, que vemos repetidamente en cualquier película o serie policial, guarda una ternura increíble. Los primeros planos a los rostros de los detenidos nos traen una humanidad que incluso nos hace olvidar el drama previo por el cual están siendo investigados. En cada rostro Pasolini muestra la marginalidad de Roma: ese es el pueblo para él. Encuentra lo que logra en sus poemas, detenerse en la violencia para permitir la ternura, aunque sea para luego volver a hacerla entrar en contradicción.
Pero a la vez se ríe de él mismo. Quizás una de las mayores virtudes que quisiera subrayar en esta nota, en este recuerdo a 100 años de su nacimiento. A diferencia de muchos –no todos- de los “intelectuales” contemporáneos a él, Pasolini cultivaba el humor, pero principalmente se reía de sí mismo. Y en particular de su rol como intelectual y artista. Hecho que obviamente incomodaba a la solemnidad tanto académica como partidaria de la época. Escribe sobre su intento con la comedia: “En un film ensayé ciertamente hacer una obra cómica”. “Suprema ambición para un escritor”, agrega. “Pero pude hacerla solo en parte, porque soy un pequeño burgués y tengo tendencia a dramatizarlo todo”, remata el poeta en una autocrítica que, además de a la risa, evoca también a la ternura.
El burlarse descarnadamente de sí mismo, el echarse a sí mismo a la contradicción de la ideología, lo volvió, como mínimo, incomprensible, irreverente para un sector de La Cultura y, como máximo, una figura absolutamente incómoda para el paradigma del “intelectual” de su tiempo.
“Y aquí yo, pequeño burgués que dramatiza todo, tan bien criado por su madre en el espíritu dulce y tímido de la moral campesina, quisiera tejer el elogio de la suciedad: de la miseria, de la droga y del suicidio”, escribe Pasolini.
“Yo, poeta marxista privilegiado, que posee instrumentos y armas ideológicas para combatir, y mucho moralismo para condenar el puro acto escandaloso, yo, tan profundamente como es preciso, hago el elogio, porque la droga, el horror, la cólera, el suicidio, son, con la religión, la única esperanza que queda: contestación y pura acción con la que se mide la enorme sinrazón del mundo".
Ese fragmento de El Poeta de las Cenizas es definitivamente un pasaje central. Retoma su reflexión sobre la poesía, que para él estaba profundamente vinculada a su forma de entender la vida y describirla. De subjetivarla. Retoma sus obras publicadas: “Mis antologías de poesía escritas por la misma época son: Las cenizas de Gramsci, La religión de mi tiempo y Poesía en forma de rosa, en esta última algo se rompió”, reflexiona.
Se refiere al romper con los t e x t o s. Desde el punto de vista de lo visual, seguramente otra técnica para vehiculizar su obsesión. Pero analiza sobre el alejamiento estético de la poesía del compromiso, es decir, de la materialidad: “Abjuré falsamente del compromiso con ella, porque sé que el compromiso es inderogable”. Y remata concluyendo: “Hoy les diré que no solamente hay que comprometerse con la escritura, sino también en la vida: hay que resistir en el escándalo y la cólera más que nunca, ingenuos como bestias en el matadero, turbados como víctimas, justamente: hay que decir más fuerte que nunca el desprecio contra la burguesía, gritar contra su vulgaridad, escupir sobre la irrealidad que ella eligió como única realidad, no ceder con un acto o una palabra en el odio total contra ellas: sus policías, sus magistraturas, sus televisiones, sus diarios”.
El gran poeta argentino Arturo Carrera tradujo este poema ético-épico de Pasolini. El proyecto de traducción le llegó a mediados de los ’90: “No era el mejor momento de mi vida: diosa Fortuna, ebria, calva y ciega, se había llevado otra vez todo mi dinero”. Sin embargo, agrega al prólogo de su edición el por qué aceptó, más allá de lo económico: “El poema de Pasolini me ofrecía su estética de momento límite; tenía algo que le falta a la lengua; tenía esa mínima parte de acción que refuerza a tientas nuestro apoderamiento de la realidad en este mundo”.
Pier Paolo Pasolini: el poeta que, aun hecho cenizas, se apoderó de la ternura, la violencia, la belleza y la sexualidad de este, nuestro mundo humano.