A los “spin-off” los inventaron los antiguos griegos
Por Norman Petrich | Ilustración: Leo Olivera
Uno teclea en internet spin-off y los buscadores, rápidamente, te llevan a narraciones derivadas de otras ya existentes que se centran en detalles no profundizados de una serie, película, o videjuego. Y si es de libros, a sagas como la de Harry Potter o Juego de Tronos, que también tuvieron su versión audiovisual. Es más, muchas personas jóvenes y no tanto están convencidas que un spin-off, ese subproducto que a veces logra tanta relevancia como la tiene la obra de donde partió, es una idea surgida no hace más que un puñado de años. Y si uno se deja llevar, por ejemplo, por los excelentes trabajos nacidos del mundo Star Wars, como lo son la película Rogue One o la serie The Mandalorian, se tienta rápidamente a sumarse a esta afirmación. Bueno, amigos y amigas, lamento decepcionarlos: a los spin-off los inventaron los antiguos griegos y lo llevaron a su punto más alto (en la misma época) los romanos.
“Se fundó sobre Homero una civilización; una civilización y no simplemente un imperio hinchado”, asegura Ezra Pound para mostrar cómo alrededor de la victoria sobre Troya se articuló todo el génesis de occidente. Las historias de Aquiles, Agamenón, Menelao y los otros héroes que lucharon en esa guerra no sólo fueron continuadas por el bardo en la Odisea (gracias a lo cual nos enteramos cómo, en la segunda parte ¿de la saga?, es que derrotaron a los troyanos gracias a la artimaña de Ulises que les hizo creer que se retiraban, vencidos, para así poder introducir la ofrenda del famosísimo caballo de madera. O sea que podríamos decir que también inventaron las fake news, pero en todo caso eso será análisis para otra nota), sino que no pocos de los dramaturgos dependerán del conocimiento mayor o menor que se tenga de la victoria de los aqueos sobre los seguidores de Príamo, Paris y Héctor. Para el autor de los famosísimos Cantos, esta “dependencia” hacía que tuvieran menos fuerza, pero es un tema en el que no me voy a sumergir por incapacidad supina.
Lo cierto es que las Tragedias de Esquilo hoy serían catalogadas como un spin-off de la Ilíada. La trilogía (caramba ¡que coincidencia!) de la Orestíada comienza con el regreso triunfante de Agamenón a su tierra, Argos o Micenas, como prefieran. Su retorno no encontrará a una mujer que haya conservado intacto su lecho: Clitemestra ha cobijado a Egisto y juntos planean la muerte del rey, alimentada ella por el encono de vengar a la prole, ya que el héroe aqueo había sacrificado a Ifigenia, hija de ambos, para asegurarse el favor de los dioses en la expedición contra Troya “sin piedad alguna, como el que a una res mata/ de su abundante grey sacrificó a su propia/ hija, aquel amadísimo fruto de mis dolores”. Cuando los planes dejan de ser tales para convertirse en un hecho consumado, resurge del pasado la advertencia de Casandra, la profetisa hija de Príamo, cautiva de Agamenón mientras éste luchaba en Troya, quien le había vaticinado al rey cómo iba a fallecer mientras aceptaba mansa su propia muerte. No es que venga a cantarle “te lo di-je”, pero se le parece bastante.
La parca los hará cabalgar de a pares también en Coéforas (el segundo libro) donde Orestes, el único hijo varón de Agamenón y Clitemestra, azuzado por el dios Apolo, regresará a Argos para vengar la muerte de su padre, secundado por su hermana Electra. El engaño que antes había ayudado a la reina y a Egisto para concretar sus planes, ahora los pierde y son ultimados por los hijos de Agamenón. Hasta esto ya habían “inventado”: la presencia “de la fuerza espectral” del asesinado aconsejando a sus continuadores. Los jedi leen esto con la boca abierta. Esta trilogía tendrá su cierre en otra “locación”: Orestes deberá huir a Atenas perseguido por las erinis de su madre, quienes eran las encargadas de castigar su crimen. En el Aerópago y bajo la protección de Atenea, los ciudadanos decidirán a favor del hijo de Agamenón, interrumpiendo la sucesión de desgracias y convirtiendo a sus feroces perseguidoras en euménides, diosas protectoras de la ciudad.
A Eurípides, en cambio, le interesaban más las “precuelas” y centró su spin-off en el momento que las tropas griegas están trabadas, sin vientos a favor, en Áulide, gracias a que Agamenón matara a un ciervo sagrado para fanfarronear sus habilidades de gran cazador y la diosa Artemisa lo castigara de dicha forma. Agamenón decidirá, como ya lo contó Homero y es el desencadenante en la narración de Esquilo, sacrificar a su hija Ifigenia para que el contingente aqueo congregado pueda continuar hacia Troya. Para ello la manda llamar, bajo la presión de Menelao, usando como engaño una supuesta boda con Aquiles, quien ni enterado estaba del casorio. Ni una serie de marchas y contramarchas, de decisiones y arrepentimientos tanto de Agamenón como de Meneleao y ni siquiera la situación de que algún correveydile le hizo llegar a Aquiles el chisme y que éste tratara de defender su honor puesto en entredicho ofreciendo su propia muerte, evitará que Ifigenia, una Ifigenia distinta de la niña que suplicaba antes por su vida, tome resuelta el camino de la muerte después de entonar un canto en honor de Artemisa.
Culebrón y éxito total, ya que ganó el primer premio de dramaturgia de aquella época. Aunque ya por esos días tuvo sus detractores. Al igual que Lost, a Eurípides le aplaudieron todo el desarrollo de la obra pero le criticaron el final. Aristóteles llegó a decir que tenía una total falta de coherencia. Lo que viene a demostrar que, ya desde temprano, premios y crítica suelen no ir de la mano.
Como si fuera poco, también nos encontramos con un “final alternativo”, en donde Ifigenia se salva a último momento, reemplazada por un ciervo sagrado, pero sin que los demás se den cuenta. Oculta, es llevada al País de los Tauros, lugar en el que terminará por encontrarla Orestes y completar el círculo. Hasta se puede pensar un crossover con el sacrificio de Isaac en la Biblia, pero prefiero no meterme en ese terreno ya que es un libro con demasiados autores y siempre puede haber un ofendido.
Sin embargo, el punto más alto en esta cadena de spin-off se la debemos otorgar al romano Virgilio. Y por una razón muy sencilla: su épica nace de la derrota. Toma la leyenda de la huida de Eneas, príncipe de Dardania, de la Troya que está siendo incendiada por los aqueos y la convierte en un relato que explicará por qué los dioses lo acompañaron a fundar “la soberbia Roma”. No sin antes hacerle traspirar la camiseta. Para empezar, Hera (que ya no se llama así sino que ahora es Juno) seguía enojada con los troyanos y no se le ocurre mejor forma de mostrarlo que desviándoles las naves. Eso los hace viajar a la deriva por 7 años. En el último llegan a Cartago. Allí, Eneas se enamora de Dido o Dido de él. Pero Júpiter (que tampoco es más Zeus) lo obliga a partir, desenlace que provoca el suicidio de Dido que lo lleva a cabo no sin antes echarle una maldición a toda la descendencia de Eneas y clamando por venganza (abriendo así el camino a las guerras púnicas) Luego tiene que ir hasta el Averno a encontrarse con su padre y así, por fin, llegar a Lacio y aliarse con el rey Latino, quien lo recibe pacíficamente y lo casa con su hija, porque no hay mejor forma de sellar una alianza que con un casorio. Y también es la mejor forma de generar un tole tole, porque dicha unión despierta la furia de Turno, rey de los Túrtulos, que pretendía a Lavinia, la muchacha en cuestión. Como era de esperarse, entraron en combate y terminan cayendo héroes de ambos lados hasta que Eneas mata a Turno y en esa antigua tierra italiana, fortalecida por el pacto entre latinos y troyanos, nace un nuevo imperio. Y hasta Juno tendrá su consuelo, luego de que Júpiter le prohibiera seguir metiéndose en la guerra: que cuando esa unión concretada termine alzándose con la victoria, el nombre de los segundos desaparecerá por completo. Rencor por mil, la diosa.
¿Esto quiere decir no vale la pena intentar algo porque está todo inventado? Para nada. No hubieran existido Dante, Cavalcanti, Villon, Rimbaud, por sólo nombrar a algunos que supieron darle un giro a la cosa.
Simplemente se trata de no apresurarse, de reconocer la existencia de los vasos comunicantes para aprovecharlos (después de todo, no es pecado reconocerse en lo ya hecho) y encontrar la forma de tu tiempo. Porque, como bien dice Eugueni Evtuchenko, “y sin embargo, no he nacido tarde”. Pero eso, eso mis queridos amigos y amigas, también es material para otra nota.