Evocación a la guardiana espiritual de las infancias de la Patria
En horas tristes para la infancia cuando recientemente, en la Capital Federal, ciudad más rica del país, en esta urbe que sin descaro ostenta una opulencia grosera entre calles que son un reguero de marginación e indiferencia, una niña de 11 años fallece a causa de desnutrición. A setenta años del paso a la inmortalidad de la Madre espiritual del pueblo argentino, pensamos en Ella, en Evita entregando su vida a los descamisados, y principalmente a los únicos privilegiados, los niños. En este día de la niñez, evocamos a Evita como guía para que continuemos su amorosa revolución y jamás claudiquen los principios humanistas que la movilizaron hasta el último instante de su vida.
Entonces, como la muerte acecha y sobrevuela y sabe que puede anidar con facilidad mayor en las entrañas de la infancia, socavando la ternura, malogrando desde el presente carente de calor, de contención, de igualdad, para criar futuras almas regadas con dolor, con indiferencia, con la desidia perniciosa que corrompe la pureza y la deriva en resentimiento y en devaluación del alma humana, entonces empuñamos la poesía. Porque son la belleza y el amor repelentes de la muerte, porque ahí donde el amor y la belleza nacen y crecen la muerte no logra hincar su cuña sucia para imponer su semilla, que es olvido, que es mentira, es dolor frío y solitario.
Un alma que se quema, y arde estrella para siempre, abre el cielo de la muerte, para siempre Ella, y la muerte atrás, ella inasible, y la muerte… tan vieja, tan fétida de odio, tan desdentada de mascullar maldiciones, artrósica de gastar las rodillas implorando condenas, los ojos inundados de imaginar trabajos de clausura donde nace el amor…
Un alma que se quema donde nace el amor está destinada a alumbrar, a desarmar tinieblas, a hacer lazos las rejas, a calcinar las cejas que fruncen enhiestas ante cualquier brillo nuevo, frente a toda chispa rea que pronostique crecer, alumbrar y abrigar lo próximo, lo prójimo abrazar con brazos que son alas que apaciguan la tormenta…
Apaciguan la tormenta como sólo lo hace una madre, con esa fuerza indómita que derrota razones y construye futuro con ladrillos de leche, con el fuego de los ojos de quien los presta siempre para vislumbrar las causas por llorar y brindar, brindando para siempre un hogar y una patria que es propia y es de todos y que siempre nos tendrá…
Siempre nos tendrá un fuego animal que es alimento y es fatalidad, un fuego que ama la vida y hace hogares, escuelas, juegos, canciones, abrigos, un fuego eterno que odia también, con todas las fuerzas del alma, a los heraldos de la muerte, a esos heraldos blancos instruidos en la conservación de la carencia, de la distinción, el servilismo y la traición, un odio hermano que hierve la sangre cuando se cerciora de que una piba no llega a terminar la escuela primaria, la que bajo tu tutela se hizo obligatoria, la que bajo el manto de tu guarda se llenó de libros coloridos, de asistencias maternales, hoy mientras los vendepatrias acumulan granos, una piba en la babilónica Reina del Plata deja la vida llena de hambre víctima de otro odio, el odio ciego, el sordo odio, el odio hermético…
Todo el odio que cupo en sus corazones intestinos, toda la hiel farsante que en sus sonrisas silba, todo lo que jugaron con tus restos tan nuestros, tus inmensurables restos dispersos en el éter popular y eterno, eterno es el amor aunado a la poesía, maternal relación que sin osar desafío obnubila a la muerte y enarbola la vida, la vida a mano alzada, la vida en la belleza, en la vereda del Sol naciente, que sólo pertenece a los pueblos, a la niñez sin jaulas de destinos foráneos…
Todo el dolor que pusieron en tu cuerpo que es nuestro lo volvieron en tus hijos, en tus herederos nuevos, en los vientres indómitos. Lo que babearon hacerte y no pudieron aunque invirtieron en cirios, en tintas tamaño océanos, en procesiones grotescas donde pactaron desnudos los sables y las sotanas, todo lo hicieron en cuevas a espaldas de su propia frente, ese rosario maldito de horrores perfumados lo ejecutaron con los hijos que adoptaste y que hubieras adoptado, hicieron lo que no pudieron hacer con con vos , hicieron lo que no haremos y lo que volverían a hacer todas las veces que puedan, mancillaron las flores, desgraciaron la leche que manaba como luz, desgraciaron la risa que ilumina la fuerza…
Cayeron sobre vos todas las cruces, tetánicas, ponzoñosas, las cruces del tormento eterno, de la resignación, del fuego débil y rastrero, cuando hiciste Cristo a todo pobre, a toda madre humillada, a las infancias marchitas, a la vejez tan pronta y prolongada en la existencia colonial. Lo que tus ojos no vieron, caer metal del cielo sobre tus pobres dolientes, lo que el tiempo te privó de oír, esas semillas metálicas que al caer se vuelven muerte, las paredes condenas a la eternidad ausente de fusilamientos ruines…
Tu lucha por sentir el orgullo de ser argentino, encumbrado en la humildad y la solidaridad, en la entrega del amor, de la brasa bondadosa y revolucionaria, contra los que se arremangan para hablar de la Patria, contra las que no logran disimular el gesto de desprecio ante el dolor que ensucia las manos y las caritas de las infancias que miraban de afuera la dignidad que fue inalcanzable hasta que una sonrisa fulminante dio la orden y ahí donde la historia carcajeaba segura de usufructuar los placeres y las delicias de la vida, ahí donde la luz no llegaba, ni llegaba el doctor por más que el niño le cantase suplicante, a esa vastedad de avaricia le llegó con respeto y sin permiso su juicio justicialista, entonces la Patria fue Patria por primera vez, y la promesa de Mayo vio la luz, y la proclama de Julio tuvo sentido real, y hubo una victoria y su celebración en la larga lucha del pueblo, y las loas y las odas se cantaron en presente, y la heroína y el héroe fueron corazón de pueblo, lágrima sincera, pasión real.
Las células mínimas, deben hacerse poesía y desde la poesía, sin alejarse en nada de la belleza crear un fuego nuevo que monte el caballo histórico de los pueblos y arrase iluminando el porvenir y extinguiendo la estructura ruinosa que la desangra…
La palabra nunca se deshace en un instante, donde nunca se había mirado se miró, la muerte muere, donde nunca se había entrado llegaron sus ojos como flores, la muerte muere, donde nunca hubo luz, paz, justicia, educación, juguetes, golosinas, pan, arte, entraron sus palabras y fueron todo, en un decreto de amor, la muerte muere.