De maternidades imposibles y otros demonios
"Mi madre era una muchacha bella y voluptuosamente delicada; aun cuando pasáramos la vida que vivimos en una casi absoluta soledad, tenía un modo extraordinariamente sensual de ser para sí y, claro, ahí estaba yo con mis siete años, también para mí."
Julián López.
Extracto de su novela "Una muchacha muy bella".
Parecería ser cierto eso que dicen sobre que una no sabe lo que es ser madre hasta que lo es. Aunque también es cierto que madre es un no saber por definición. Hay algo absolutamente inefable en este rol, y eso tiende a ser un conflicto en estado de latencia constante.
Es una tarea ardua, no sólo por la entrega física que implica (podría enumerarse, pero es aburrido y solamente quienes son madres se sentirían identificadas, para el resto serán palabras) sino porque se nos exige desde todos los ámbitos, y las exigencias son de lo más variadas. Están las laborales, que nos hacen saber que ya está, que ya podrías ir volviendo a la productividad, no sin antes mechar con algún comentario del estilo de "qué hermoso está el gordo, ¿con quién lo dejás?". Están también las exigencias de los imperativos modernos, que nos dicen que podemos ser madres y también podemos ser independientes y productivas y lindas y mujeres y graciosas y espontáneas y capaces y jefas y comprometidas con las causas sociales, emprendedoras y despreocupadas, catárticas de instagram con otras madres modernas que cuentan “el lado b” de la maternidad y te dicen que está bien que estés cansada, que hagas red, que hagas tribu, que el padre paterne, que salgas, que está bien que no puedas con todo, que ellas cuentan su experiencia, que no es necesario que seas como ellas, pero tu bebé tiene que comer sano y casero, practicar movimiento libre, no mirar pantallas, que se pueda quedar con otros, pero que vos sos su lugar seguro, que si no querés dejarlo está bien que no lo hagas y muchas más frasecitas hechas que a veces, no voy a mentir, son un consuelo.
La maternidad es una experiencia singular y solitaria. No se puede comparar a ninguna madre con otra, aunque lo hagamos, y tampoco se puede saber lo que siente cada madre allí en lo más recóndito de su soledad.
Soledad porque todos dicen comprender, en casa incluso parece que comprenden, pero siempre aparece ese atisbo que deja entender (cuando no se dice explícitamente) que estás dando mucho o dando poco. Nunca se es suficientemente buena. Porque serlo implica cálculos y estrategias que el cuidado de un bebé no permiten. No se puede calcular ni el momento de bañarse, como así tampoco se puede no responder a nuestro hijo hija porque ahora no puedo o me da fiaca o tengo otras cosas que hacer. Podría no responderse, claro, y seríamos juzgadas por dar poco o por no dar, por mala madre, abandónica, egoísta, así como también somos juzgadas por dar mucho, apegadas, exageradas, sobreprotectoras.
Hubo muchos varones psicoanalistas que escribieron sobre maternidad, sobre las consecuencias en las psiquis en formación según cómo esté la salud mental de las madres, sobre la demanda, la ausencia y la presencia, la cocodrilo, la estragante, la papilla asfixiante de la madre. Y es cierto, claro que habrá consecuencias sobre la constitución subjetiva según cómo sean los vínculos primordiales madre-hijo hija. Pero me imagino a estos varones fumadores de pipa en sus escritorios teorizando mientras por detrás pasaban sus esposas con los niños niñas en brazos, preparándoles un baño, la cena, la merienda, jugando, cambiando pañales, cambiando ropa porque se ensució, controlando que no se trague una rama, que no se rompa la cabeza, viendo si hay mosquitos, pensando en todo lo que falta comprar, en los turnos con los médicos, en si es normal que no haga tal o cual cosa, en que no se le pase su siesta porque después se fastidia, tratando de cortarle las uñas, lavarle los dientes, que no ensucie la ropa con comidas que no salen, y ¡uf! tantas otras cosas.
Resulta que si el pibe piba cuando crece tiene problemas de salud mental es porque la madre está o estaba re loca. Y sí, puede ser, porque aun estando re locas, somos nosotras las que nos ocupamos, en su sentido más cabal, de los hijos hijas. Y sí, criar no es una ninguna pavada, aunque nos traten de pavas cuando jugamos, cantamos, bailamos con nuestros hijos hijas. ¿Nunca se preguntaron por qué es sentido común tratar a las maestras jardineras como tontas, mofarse de la forma que tienen de hablar con los niños niñas? ¿Nunca se preguntaron por qué es una profesión menospreciada? Ellas (en femenino porque la mayoría son mujeres) tienen una de las profesiones más importantes: el cuidado de las niñeces. Pero así como todavía los niños niñas son tratados como seres inferiores, sus cuidadoras y todo lo que tenga que ver con ellos ellas, también.
Es curioso cómo en el famoso caso "Juanito" de Freud, el niño adquiere una fobia porque el padre es básicamente un tarado (según este historial, claro). Un tarado porque no le puso límites al deseo de la madre, porque no atravesó el palo en la boca de la mamá cocodrilo, porque no la reguló y dejó a ese pobre niño ser amado por su madre. En la omisión de esa madre como un ser humano criando a un hijo se encuentra el problema. La conclusión es que la madre es una devoradora y hay que ponerle límites. Y esos límites se los tiene que poner el varón, que a fin de cuentas pareciera que es el padre de los dos y los tiene que ordenar. ¿Dónde queda la subjetividad de la madre de Juanito? No existe. ¿Había una sociedad, una red, un padre incluyendo a esa madre en la trama? No. O al menos Freud lo omite.
Y esto todavía rige, porque la ley es el padre, la carretera principal es el nombre del padre (o sea que el desvío es la madre), y todo cuanto miremos alrededor nuestro es paternalista. Sin embargo, las que estamos arrastrando el carro todos los días somos las madres; locas, brujas, angustiadas, cansadas, haciendo a veces las cosas bien y a veces mal, como podemos.
Trabajando en el ámbito de la salud mental me tocó gestionar muchas internaciones de jóvenes y menores de edad. De todas ellas, en ninguna -pero en ninguna- me encontré con un padre o con otra persona que no fuera la madre. Las que estaban ahí asustadas, locas, sin saber qué hacer, equivocándose, angustiadas, desesperadas, eran las madres. Las madres en pleno acto de su rol, como pueden, insoportables muchas veces, pero solas, a lo sumo con sus madres o con sus hijas (¡siempre las mujeres!).
Es muy difícil ser madres en una sociedad tan hostil e incomprensiva de las maternidades. Estar con un bebé en brazos, sentada con él ella en el piso jugando, dándole la teta; a simple vista parecen actividades pasivas, parece que una no está haciendo nada, e incluso una misma llega a creerlo y pensarlo, pero sin embargo se está entregando el cuerpo y la mente a la constitución subjetiva de una persona en formación.
Es fundamental el deseo de esa madre sobre ese niño niña. Es fundamental disponer de tiempo, espacio, apoyo, respeto y relevos para cuidar a ese niño niña.
Si queremos una sociedad habitada por subjetividades sanas y amorosas, será imprescindible que las madres puedan desear a sus hijos hijas y también puedan desear otras cosas, pero para que eso suceda se necesita de una red de apoyo que nos involucre a todes.
A los tres imposibles freudianos (educar, gobernar y psicoanalizar) yo agregaría maternar. Y para poder hacer con este cuarto imposible, con esta maternidad incompleta, es necesario que se incluya en el tejido social este rol, que a fin de cuentas, es el más importante para el porvenir y la continuidad de la vida humana.
"La maternidad es una experiencia singular y solitaria. No se puede comparar a ninguna madre con otra, aunque lo hagamos, y tampoco se puede saber lo que siente cada madre allí en lo más recóndito de su soledad"