Poner el canon literario, una vez más, en la mira
Comenzó a desarrollarse, en este 2023, la Diplomatura de Literatura de Rosario dentro de la oferta académica de la UNR y dejó registro de algo que, para no pocos, significó una sorpresa: los nombres de los autores y autoras sobre los que recae el trabajo en dicho pregado, brillan por su ausencia a lo largo de toda la carrera de Letras que se realiza en la misma entidad.
Felipe Aldana, Beatriz Vallejos, Aldo Oliva, Rosa Wernicke, Hugo Diz, Concepción Bertone, Elvio Gandolfo, los escritores que formaron parte de los míticos grupos de la Cachimba y El lagrimal trifurca, entre otros tantos, no son objetos de estudio en la carrera formal (por llamarlo de algún modo), no forman parte de su canon literario.
Es decir, no pertenecen a “la vara con que se mide”, como la pensaban los griegos antiguos, pareciéndose más al adoptado por la Iglesia donde canon tiene no sólo relación con lo que se debía leer, sino con lo que estaba prohibido.
Para aquellos que entienden la importancia de estos nombres dentro del desarrollo cultural de la ciudad santafesina, sin dudas SON el canon establecido. Por lo menos, local. Es más, rápidamente entrarían en discusión sobre si tal o cual merece estar o por qué la falta de éste o tal otro.
Lo cual, en vez de traer certezas, no hace más que agregar preguntas: ¿Qué canon rige a una carrera versada sobre las letras que no tiene un mínimo espacio para aquellos que trascendieron, o lo intentaron, en las mismas calles donde se levanta el edificio que cobija dicho estudio?
Obviamente, el centro de ese canon no es construido desde una mirada rosarina, más bien parece hacerlo bajo las reglas impuestas desde otro lado.
Segunda: ¿Sobre qué se sostiene ese canon, llamémosle profano o urbano; dé donde partió para instalarse, sin importarle la no inclusión del ámbito académico como legitimador del mismo?
Quiero creer que de la lectura de aquellos que siguieron y siguen intentando expresarse a través de las letras sin abandonar esta ciudad, para ser tenidos en cuenta (es cierto, las tecnologías, hoy, ayudan a intentar un acercamiento y a que si se habla de Literatura Argentina pueda ser, casi iniciáticamente, algo verdaderamente federal).
Y una tercera, quizás la más importante: si todos estos nombres aparecen por vez primera como objeto de estudio dentro de la Universidad Nacional de Rosario, en una diplomatura que no tiene como requisito ser estudiante de Letras para cursarla ¿No es una especie de subterfugio, un trabajo soterrado de aquellos que la llevan adelante para romper con ese canon académico establecido, para dejar entrar aquello que en la calle sí lo es?
¿No es una especie de subterfugio, un trabajo soterrado de aquellos que la llevan adelante para romper con ese canon académico establecido, para dejar entrar aquello que en la calle sí lo es?
Me parece que esa sola posibilidad disruptiva de la academia accionando sobre sí, amerita abordar el tema del canon literario, eso que entendemos como normas o principios con los que se rige una determinada actividad en un país tan afecto a la “letanía” y con una “comprensión de texto” que, no pocas veces, convierte a esos preceptos no en una guía, un punto de partida en movimiento desde dónde poder extendernos según nuestro tiempo y deseo, sino en algo fijo que rige lo que debe ser y. sobretodo, lo que no debe ser.
Y hacerlo desde un lugar que no sea sólo la queja acusatoria hacia el centralismo porteño. La feliz aparición de esta diplomatura me sirvió para cuestionar más fuertemente, y con un poco más de orden y sentido, la situación establecida. Por supuesto, no con certezas, sino con más preguntas; aceptando que algunas de ellas puedan llegar a ser fácilmente rechazadas.
Hay un canon literario “nacional” inamovible para todo el territorio argentino, que no permite cambios, ciertos desplazamientos según la zona donde se desarrolle la actividad literaria. Y eso que tenemos zonas muy ricas. Esos cambios se realizan desde palabras autorizadas que suelen dar su permiso desde el mismo lugar y se excusarán de ciertas imposibilidades extendiendo los brazos para marcar cuál es la longitud de su poder abarcatorio, pero sin abandonar el pedestal conquistado, sin siquiera compartirlo o habilitar otros.
Estoy partiendo de Rosario, pero el litoral tiene una interesante vida escrituraria propia, la provincia de Córdoba, Tucumán, todo el NOA. Después dependemos de los “rescates” para que las injusticias no se profundicen. Libertad Demitropulos, Jorge “Chiquito” Escudero, Juan L. Ortiz, Teresa Leonardi, son nombres que rápidamente puedo esgrimir para marcar esa centralidad porteña, estática, cuyos errores son salvados por acciones parecidas a las llevadas a cabo por Max Brod con Kafka.
Pero no se le puede achacar por completo esa mirada centralizada solamente a la forma de manejarse de nuestra ciudad luz (cuya factura, solemos pagar en el “interior”).
Algo que me interesó de esta diplomatura es que se pregunta si existe una literatura de Rosario como tal, es decir, como un corpus constituido. Lo que refleja que no viene a imponer, sino a intentar responder algo concreto. Por ahí, el resultado es que no, aunque todos sospechemos lo contrario. Puede suceder que el trabajo exhaustivo te lleve a esa conclusión, es una posibilidad. Que sea más una sumatoria de esfuerzos individuales y no una construcción.
Hay indicios para pensar lo contrario. Autores que parecen continuar el trabajo de sus antecesores. O mejor, escritores que arrancan casi en el punto exacto donde su predecesor intentó, pero fracasó.
Por otra parte, Marcelo Britos obteniendo el Sor Juana Inés de la Cruz, Javier Núñez con el Casa de las Américas o el meteórico ascenso de Melina Torres, editada por Random House y cuya saga policial está en boca de todos y coquetea con ser llevada a la pantalla, nos hace preguntar si tantas apariciones en menos de 10 años puede ser considerada nada más como fruto de la casualidad.
Lo que no entiendo es por qué tiene que ser el mismo para todos. Y en este caso, qué significancia tiene ese todo.
Y es Rosario, multiplicado varias veces. Es insostenible que Juan Filloy, autor reconocido por pares como Viñas, Borges, Saer, entre otros, no sea parte de la piedra constitutiva de un canon literario visto con ojos cordobeses y no como un adlátere de la mirada porteña. Entiendo que necesitamos tener de dónde agarrarnos para que no sea un desorden constante y evitar repetirnos infelizmente. Lo que no entiendo es por qué tiene que ser el mismo para todos. Y en este caso, qué significancia tiene ese todo.
Esta diplomatura viene a llenar algunos de esos vacíos. Obviamente, también abarca lo que le dejan sus brazos, pero tiene una mirada propia sobre algo que le es cercano, aunque (todavía) no sea la misma que rige el aprendizaje de la misma institución donde se cursa. Y que esa mirada está en diálogo abierto con lo no académico, con la calle misma, por expresarlo de algún modo. Con aquello que se viene estudiando en ambientes de fuerte y certero quehacer crítico, pero que carecen de la “institucionalidad” que el primero le puede aportar.
Será interesante ver cómo se desarrolla esta experiencia, si logra avanzar más allá de los primeros pasos. Si esto sucede, también conseguir que el espíritu que la llevó a convertirse en realidad, sobreviva. Por lo menos, en parte.
Y si todo esto deja de ser nada más que una utopía, que semejante osadía se replique en otras provincias. Quizás, recién ahí, podamos referirnos a un canon… perdón, a los distintos canones federales.
No espero sentar precedente con estas pocas líneas, el espacio es un limitante muy importante para hacerlo. Y, para cierto sector, no cuento con los pergaminos necesarios. Pero sí con una intuición que me ayuda a avanzar por este terreno dando palos de ciego. Que podamos abrir un debate sobre esto, con las contraposiciones y el respeto debido, ya sería algo. Y me atrevo a decir que algo importante, más aún en tiempos como estos.
Sin dudas, como diría Gelman, vadakablar.