“Si nombramos bandas ‘mainstream’ nos sobran los dedos de una mano para contar las que no son de Buenos Aires”
El trompetista, arreglador, compositor, docente y líder de Dancing Mood, Hugo Lobo, conversó con AGENCIA PACO URONDO sobre sus pasos iniciales en la música, la historia de la mítica banda y el proyecto viajero que comparte con su hijo.
Agencia Paco Urondo: Me imagino que de chico fue imposible escapar de esa atmósfera musical que había en casa, siendo tu viejo, Rubén, baterista y percusionista de Mercedes Sosa.
Hugo Lobo: Tuve la suerte de tener a mi viejo músico y saber desde muy chico que esto es lo que quería, porque siempre me llevo a pruebas de sonido, ensayos, giras, grabaciones. Ahí fueron mis primeros pasos tocando la batería, que es el instrumento que él todavía ejecuta.
APU: ¿Y en qué momento le gana la pulseada la trompeta al saxo, que fueron los instrumentos que compitieron, al principio?
H.L.: Primero pasé de la batería al piano. Batería estudié un montón. La sigo tocando, de hecho, en mi disco solistas y en algunos temas de Dancing, también. Tener el maestro en casa cuando uno es niño, es un poquito exigente. Por supuesto que agradezco ese tipo de exigencia, de hacerme tomar la música en serio, tener herramientas para poder defenderme y tocar cualquier estilo de música, en una orquesta o una sinfónica o hacer el laburo de sesionista. Me pudrió un poquito la batería, me pasé al piano que también era un instrumento que mi viejo sabía tocar sin que yo lo sepa, así que no dure mucho. Eso sí, me sirvió como formación armónica. Después abandoné el piano por la misma razón. Estamos hablando de que tenía 11, 12 años. Después de eso quise abandonar la música, pero es ese enojo me duró tres, cuatro meses. Siempre fui muy melómano, le afanaba los vinilos a mi viejo cuando se iba de gira y empecé a escuchar Earth Wind and Fire, Rubén Blades, Héctor Lavoe, Count Basie, Duke Ellington.
Siempre me llamaron la atención los vientos por ese estilo de música, en donde predominaban un montón, por eso en esa época quise encarar para el saxo. También estaban a pleno los Cadillacs, eran la banda del momento. Era chico, me gustaba el ska por unos pibes del barrio, empecé a chapotear con esa música y me copé con el saxo. Me topé en una vidriera con uno carísimo, que debería ser un Selmer o alguno de esos, y no me dio la nafta para decirle a mi vieja que le diga a mi viejo que me lo compren. Casualmente, vi una trompeta que estaba muy barata y mis viejos accedieron a comprármela por eso. La anécdota se completa con el detalle de que cuando mi viejo se ablandó y me regalaron la trompeta para mi cumpleaños número 13 o 14, dentro del estuche estaba la inscripción del Conservatorio. Ya estaba anotado para entrar y lo que restaba de ese año para ir de oyente. O sea, a estudiar.
APU: Miguel Ángel Tallarita supo decirme que así como es un instrumento hermoso, puede ser muy frustrante por el tiempo que lleva dominarlo, y te puede hacer caer en el abandono ¿Coincidís con eso?
H.L.: Totalmente. Es un instrumento muy abandonable, muy desleal. Hasta que se entiende que el instrumento es uno, pasan un montón de años. La verdad que los primeros años de tocar la trompeta, por más virtudes y condiciones que tengas y estudio que le metas, suena espantosa, muy fulera. Y es muy limitado el registro, la tesitura en las alturas, las notas que tocás, porque es un instrumento muy muscular, que requiere un desarrollo de los músculos de la cara, del diafragma, entender cómo se manejan los labios. Es tan físico que, vuelvo a repetir, no es un instrumento, el instrumento es uno. La trompeta es un amplificador, las notas uno lo hace con los labios. Eso se tiene que ejercitar permanentemente, requiere tu atención de por vida. Y más cuando hace mucho que tocás, porque los músculos van perdiendo fuerza, la vida que uno haya llevado también tiene que ver con eso; hay que cuidarse porque sino, no te da el cuero. No es para vagos; inclusive, con el paso del tiempo podés tocar peor que mejor si no le prestás atención, eso no pasa con otros instrumentos.
APU: Dancing Mood es un colectivo musical que interpreta clásicos del ska, reggae, del calipso, pero que también tiene sus propias composiciones ¿Cómo pensaste a la banda y cómo empezó esa historia que llega hasta nuestros días?
H.L.: Arranqué con algunas bandas del barrio, pero al toque, Fidel Nadal me convocó para tocar con Todos tus muertos, en Cemento, en la época Dale aborigen. Para mí fue un paso gigante, a los 14, 15 años ya estaba en esa. Empecé a hacer carrera con otras bandas del momento, no había trompetistas rockeros, jóvenes, versátiles para tocar ese tipo de música y que le guste. Lo que había eran sesionistas y de otro palo, salvo Miguel o Gillespi. Tenía campo abierto para eso y fue mi momento de poder tocar con un montón de bandas, hice carrera con Los muertos, Los Cafres, Viejas Locas, Dos Minutos, Mimi Maura, con Vicentico como solista.
“Se me ocurrió armar una banda instrumental en donde los protagonistas sean los vientos y los invitados sean los cantantes”
Eso me llevó a ver muchas cosas que, para lo que pretendía, no me copaban o no me sentía parte, no eran mis proyectos. Por supuesto, agradecidísimo, haciendo carrera, divirtiéndome, conociendo gente y haciendo amistades con todos estos músicos con los que nunca tuve problemas, pero tenía una necesidad de mostrar un poco más, de tocar la música que a mí me gustaba.
Se me ocurrió armar una banda distinta, diferente, mostrando que su estilo de música no lo podía tocar cualquiera, que viene del jazz, del calipso, del rithm and blues, de las big bands, una banda instrumental en donde los protagonistas sean los vientos y los invitados sean los cantantes. Además, armar una cooperativa de trabajo, ser totalmente independientes, evitar ser una de esas bandas que se separan por problemas de composiciones, de regalías, esas cosas que terminan desarmando proyectos. Quise armar una banda transparente, respetando los precios de las entradas, sin esperar resultados y desprejuiciar esta música, mostrarle a los pibes más jóvenes compositores como los que nombré antes o Miles Davis y los jamaiquinos, por supuesto. Recordemos que en los 90, cada uno como que se encerraba en la tribu que le gustaba. No podía ser que te guste Depeche Mode y Iron Maiden, ni a palos. Desprejuiciar un poco fue la tarea y la idea de armar Dancing Mood.
APU: Por la banda han pasado grandes músicos, lo que indica que tenemos un semillero de artistas en calidad y cantidad enorme, pero ya que hablabas de desprejuiciar, recuerdo una vez que invitaste a Pablito Lezcano, un personaje ajeno, extraño, para la escena rockera.
H.L.: A Pablo lo conozco desde que estaba tocando con Fidel en su faz solista, en algunos shows en Cemento él venía. A mí siempre me gustó la cumbia, una música que fue parte de mi vida. Mi vieja laburaba y cuando mi viejo se iba de gira me mandaban a Tucumán, que tenía mi familia ahí. En esa provincia, en los 80 no existía el rock ni en pedo, la única música que se escuchaba era la tropical, me crié con eso.
De hecho, en los primeros discos de Dancing Mood, entre tema y tema aparece la cumbia colombiana, que era también una cosa provocativa que quería hacer para los ortodoxos del ska. Con Pablo hicimos una gran amistad, empecé a tocar con Damas y lo invité. Las primeras veces fue como un “uhhhh, cómo vas a hacer eso” y hoy es moneda corriente, a más de uno se le cae la baba por hacer alguna participación o llamarlo. Hoy en día, esos prejuicios no existen, hay un montón de músicos jóvenes sin ellos y por eso el gran nivel que tienen.
APU: Estás hablando de los jóvenes y esos cambios saludables en la tolerancia, en una época donde los músicos empezaron a invitarse, a cruzarse ¿Qué pensás de la música urbana, cómo te pega el trap?
H.L.: No me encuentro mucho con ese ritmo. Me gusta mucho el hip hop, hasta ahí te la entendía. Con el trap no me pasa nada absolutamente malo. Como todos los estilos y revoluciones musicales, tiene su momento y estos pibes tienen algo para decir, muchos de ellos, y la gente que los sigue tiene ganas de escuchar otra cosa, eso que le están diciendo, y poder expresarse. Pero me parece que es un subgénero dentro de otro importantísimo que sigue haciendo escuela, como es el hip hop. Hay un montón de fantasmas como lo hubo en todo. En los 90 estaba de moda ser ramonero y el punk, después se puso de moda hardcore y andaban todo con media de fútbol y visera doblada; después se puso de moda el rock and roll y estaban todos con el flequillo. Es el momento del (llamémosle) trap, pero puede ser una mezcla de reggaeton, trap, hip hop. No es un género que deteste, para nada, lo respeto y me parece que hace falta. Despotricar contra los nuevos géneros sería hacer lo mismo que hicieron con nosotros los que venían antes.
APU: Decías que Dancing nació como una cooperativa y eso me lleva a Backing Band, el proyecto que tenés con tu hijo, donde recorren el país dando laburo a músicos de los lugares donde tocan ¿Ese vínculo que tuviste con tu viejo, lo repetís de alguna forma con tu hijo o va por un canal distinto?
H.L.: Con mi pibe estoy tocando hace un año y medio o dos. Está tocando en Dancing Mood y es mi guitarrista en este proyecto que viajo por todos lados. Es bastante diferente de la relación musical que yo tuve con mi viejo porque aprendí un poco de eso. A mi hijo, si bien la exigí estudiar música, nunca me metí con su instrumento. Él empezó tocando la trompeta, se metió en el Conservatorio, estudió tres años de trompeta y como en el segundo le dije “loco, no veo que te guste este instrumento” y él me decía que sí. Me llevó tres años que me diga la verdad, veía que lo que yo hacía con la trompeta cuando pibe, él lo hacía con la guitarra. Estar todo el tiempo con ella. Y la cambió. Estos pibes tienen un conocimiento increíble que, a gente de nuestra generación, le viene muy bien. Es otra cabeza, otra data, son pibes que están muy preparados, te ordenan todo. Yo lo uso como mi director musical en el proyecto solista, que es viajar por todo el país y por el mundo tocando con músicos locales, como decías. Para darle laburo a los músicos porque, lamentablemente, si nombramos bandas mainstream, nos sobran los dedos de una mano para contar las no son de Buenos Aires. Me cansé de ver un montón de músicos venir, dejar su familia, laburo, para pegarla y terminar abandonando la música, frustrándose porque acá el circuito está supercerrado. Me pareció piola empezar a hacer al revés, viajar, darles laburo y empezar a generar ahí proyectos y movidas entre ellos. Es algo que hago hace 10 años, desde Tilcara hasta Tierra del Fuego, y lo sigo haciendo, estos últimos dos años, con mi hijo como guitarrista.
APU: No quiero dejar pasar tu costado docente, esas orquestas que vas formando con los pibes que más necesitan ¿Cómo nació también esa vocación y con qué te encontrás cada vez que te reunís con la pibada?
H.L.: A veces termino muy cansado, es muy demandante manejar a 40 pibitos entre seis y 13 años, pero cada vez que termino llego a mi casa superemocionado, con el corazón lleno. Es un proyecto que ya tiene 13 años, funciona en el club Atlanta. Armé una orquesta que también funciona como merendero. El objetivo principal es la integración entre los chicos y las chicas, laburamos con pibes y pibas que tienen problemas de conducta. Buscamos que se sientan parte de, todos en la misma, mostrarles que hay otro camino no tan convencional que es la música y el arte. Que se puede elegir esto y mostrárselos de una temprana edad.
Por suerte, en estos 13 años el objetivo lo pudimos cumplir, con más de 10 o 12 pibes que terminaron en el Conservatorio. Una nena está en Alemania, que ya no es nena, está en una orquesta. Cosas que a uno lo llenan un montón. Se me ocurrió hacer este proyecto porque, desde el día que pude trabajar de lo que me gusta, tener un plato de comida para mi hijo y poder ayudar a mi familia, sentí la necesidad de devolverle a la vida esta fortuna que me dio al trabajar de lo que me gusta. Tratar de que esa suerte que pude tener, la tenga otra persona.