El primer Spiner, Fito y la Ciudad de pobres corazones
Si cada década deja su marca, la de los ’80 permanece vital e indeleble. Con sus aires primaverales de posdictadura, las decepcionantes claudicaciones, las épicas maradonianas. Estética e historia suelen fusionarse en el recuerdo, aunque en ese caso particular las manifestaciones culturales siguen activas, acompañando el devenir.
Ejemplos elocuentes son la música de Fito Páez, el cine de Fernando Spiner, la escritura de Marcelo Figueras. Artistas que amanecían por entonces y continúan creando. Viejos y nuevos hits. Esos tres nombres confluyeron en un proyecto con notables marcas de época: Ciudad de pobres corazones, una producción que ensambló cine y música en un mediometraje de tiempos donde iniciaba su reinado el videoclip y había pasado apenas un lustro del estreno de The Wall, la película de Alan Parker a partir del disco homónimo de Pink Floyd.
Una charla de café, servido a la distancia, permite a AGENCIA PACO URONDO asomarse a los recuerdos de Fernando Spiner (foto) y conocer las increíbles historias que rodearon a aquella Ciudad de pobres corazones.
Tiempo y lugar
Corría 1987 y un Spiner de veintipocos ya había cumplido algunos sueños. En 1982 se instaló en Roma para estudiar en la mítica Cinecittà, con los grandes directores de la época dorada del cine italiano aún activos en los sets y en las clases. Incluso pudo trabajar en un corto del recientemente fallecido Giuliano Montaldo y ser pasante en Ginger y Fred, atestiguando la sintonía entre Marcello Mastroianni y Federico Fellini, el histrionismo centrípeto del director o la pasión de su principal actor (esto es: Fred) por las recetas de cocina que intercambiaba con Guilietta Masina (o sea, Ginger). No sólo eso: en Cinecittà habían visto y aplaudido su primer corto, Testigos en cadena, sobre la reciente herida de la dictadura argentina.
A su retorno, Marcelo Figueras “me propuso hacer en conjunto el guion de Corazón clandestino, un maxi simple que había sacado Fito. Ahí conocí a Fito y nos hicimos amigos”. Finalmente, aquel trabajo no pudo cristalizarse. Pero la semilla ya estaba plantada, y pronto germinaría. Con las marcas propias de la época en que el VHS comenzaba su recorrido estelar de década y media. Ese año había acercado al cineasta otro sueño cumplido, en gran medida un prólogo a lo que vendría. Se llamó Balada para un Kaiser Carabela, un cortometraje protagonizado por Luis Alberto Spinetta. Casi nada.
El desafío de hacer algo con Fito, compañero de charlas y artista en vertiginoso ascenso, seguía estando. “Conseguí un productor. En esa época se hacían producciones para videohome: el material circulaba en 10 mil videoclubes. Empezamos a hablar de la posibilidad de hacer algo ya sobre Ciudad de pobres corazones, con Marcelo”, recuerda Spiner. Era el invierno de 1987, y Fito acababa de presentar el disco homónimo. La reciente serie de Netflix sobre aquellos años cuenta el surgimiento de ese trabajo, a partir de los asesinatos de la abuela y la tía abuela del músico, pero no explora la riqueza de las historias que rodearon ese fenómeno musical y cinematográfico.
Dar es dar(se)
La película, de casi una hora de duración, significó –relata Spiner- un producto “muy innovador, porque no había ningún artista que tuviera un larga duración de todo un disco y que estuviera atravesado por una ficción. Armamos una producción muy original para la época, en que recién empezaba el video”. Toda una tecnología novedosa, para la que se armó un equipo que reunía a gente del séptimo arte y de la movida paracultural de los ’80 en Buenos Aires.
La propuesta era osada, de vanguardia: el ensamble música-cine, con una trama argumental eslabonando. “Era una época donde estaban apareciendo los videoclips. Yo veía en ese rubro una posibilidad de experimentar con las herramientas del cine, había libertad para eso. Por sobre todo, soy de una generación a la que le había impactado mucho The Wall, de Alan Parker, con todo un concepto estético e ideológico, mezclando técnica, coreografía y ficción pura”, rememora el director de películas posteriores como La Sonámbula, La Boya o Aballay, el hombre sin miedo.
Spiner retrata aquella experiencia como “muy intensa. Con Fito, durante todo ese año fuimos muy amigos. Él estaba en un momento de mucha entrega, de mucha confrontación, con lo que le venía pasando. Había atrás un momento muy traumático, de mucho dolor, que disparaba una respuesta artística sanadora, a la que todos nos plegamos. Era nuestro honor”. El músico no sólo había padecido las pérdidas familiares, sino también un intento de inculparlo indirectamente, adjudicando los homicidios a consumos problemáticos. Como dice la canción:
No quiero empezar a pensar quién puso la hierba en el viejo cajón.
Giros (de historias en la historia)
Dos anécdotas impactantes y muy simbólicas rodearon a la producción de Ciudad de pobres corazones.
La primera tuvo que ver con una de sus locaciones. El set principal se instaló en la legendaria disco Paladium, en que el propio Spiner proyectaba sus cortos. Pero también se grabaron escenas en los sótanos de las galerías Pacífico.
“Allí sucedió una de las cosas impactantes del rodaje”, apunta el director. “Arturo Santana, el operador de VTR (NdR: colorista en filmación), empezó a mirar al piso y se descompuso. Lo asistimos, y se dio cuenta de que ahí había estado chupado. Había estado todo el tiempo con los ojos vendados, pero pudo ver el piso. Efectivamente ese había sido un centro clandestino de detención”, rememora Spiner. La historia fue contada al periodista Gustavo Veiga por su protagonista y dos integrantes del equipo que compartió con Spiner la filmación de Aballay, el hombre sin miedo la plasmaron en un documental: Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain dirigieron Segundo subsuelo.
Fue otra marca epocal. Transcurrían los meses, sobrevivía la democracia, y la verdad comenzaba a imponerse pese a los intentos de impunidad. “Las personas empezaban a recordar”, sintetiza el cineasta.
La segunda gran historia es conocida por alguna mención de Fito en tevé. “Cuando terminamos de filmar, los master se los llevó el editor. Le entraron al departamento, en un robo al voleo, y se los robaron. De golpe, se había perdido todo un trabajo de mucho esfuerzo”, revive Spiner su angustia de entonces. Primera coincidencia: la trama misma de la cinta tiene que ver con un robo.
De este lado de la cortina que divide ficción de realidad, Fito empezó a recorrer los canales. Al principio, contando que el material se había perdido, porque procuraban evitar que quienes lo habían robado se asustasen y lo descartasen. El tema pasó por La Noticia Rebelde y llegó a Alberto Olmedo que, en el pico de su popularidad, interrumpió un sketch de Borges y Álvarez para reclamar la devolución.
El equipo inició una larga y artesanal pesquisa, que incluyó la contratación de un detective privado, consultas a una bruja y recorridos por la calle Libertad, donde se vendían artefactos tecnológicos robados. Finalmente llegó el dato: habían sido comprados por gramos de cocaína, como se hacía con los pasacasetes hurtados de los automóviles. Otra marca de época.
Con esa información cayó otra, inmediata: la policía había allanado el lugar, detuvo a sus regentes y confiscó todo lo que encontró. Desde una seccional sonó el llamado, similar a los de la contemporánea Esperando la carroza.
- Encontramos algunos de sus videos- anunció una voz policial.
Lo tácito era que el resto aparecería, siempre que hubiera una compensación de por medio.
En ese paso de cometa no parece haber marca singular de época, pero de los diarios de entonces y del recuerdo de Spiner surge una (segunda) coincidencia que estremece: el material apareció el mismo día en que se anunció el nombre del asesino real de “las viejas”, como las llamaba cariñosamente Fito. Walter Guisti, el homicida, también había sido policía.
Bonus track
“Cada vez que hablamos con Fito le digo que tenemos que filmar esta historia”, dice a AGENCIA PACO URONDO el Spiner de 2024 sobre lo que vivió el de 1987.
Además de las vivencias que atestiguó, “para mí, era el primer trabajo de volumen que encaraba de manera independiente. Lo disfruté mucho”, agrega.
“Veníamos de la posdictadura, había una sensación de mucha libertad y de mucho deseo de expresión. Las dificultades económicas de la época también atravesaban el trabajo”, apunta.
El recuerdo se vuelve actual con la perspectiva que lo calibra. “Hacer cine en Argentina siempre fue complejo, en cada una de mis películas. Pero no recuerdo esa como un momento especialmente difícil, como sí lo fue cuando hice Adiós, querida luna (2001) o como ahora, que trabajo en Weser, una especie de continuidad de La Boya, y estamos igual que en el ‘55”
Respecto de Fito y su posterior incursión como director de cine, Spiner ilustra su sensación de que el músico “participó activamente de todo y la experiencia fue muy fuerte para él, creo que su fascinación por el cine aparece en ese momento y, de hecho, los equipos que después armó para hacer sus películas nacieron ahí: el arte siempre lo hicieron Jorge Ferrari y Juan Mario Roust, los directores de arte que convoqué para ese trabajo”. Su relación con ambos venía de Quiroga, entre personas y personajes, una serie que dirigió Eduardo Mignogna sobre la vida del escritor Horacio Quiroga, con Víctor Laplace en rol protagónico. Tiempos pasados, de ficción televisiva por artistas del país.
Trabajo de vanguardia, alquímica condensación de géneros, símbolo de época, Ciudad de pobres corazones puso a la venta diez mil copias oficiales a través de videoclubes, aunque sólo en Rosario circulaban otras tantas piratas.
Originales o truchas, sus escenas y acordes siguen siendo marcas bien presentes y activas en nuestro país.
Ahora sí, pasen y vean. No se pierdan de disfrutar esta joya.