El problema de los tres cuerpos: bala de plata con la pólvora algo mojada
Cinco años atrás, tras el criticado final de Game of thrones (GOT), Netflix le ofreció a David Benioff y Daniel Brett Weiss, cocreadores, un contrato exclusivo para avanzar en la apuesta más ambiciosa de esta década por parte de la plataforma. En marzo se estrenó El problema de los tres cuerpos— Three body problem, en inglés—, que, a pesar de diversos problemas de traducción de obra y aceleracionismo actual, sostiene su potencial para marcar la época.
La serie, coproducción entre Estados Unidos y Gran Bretaña, es un drama de ciencia ficción, basado en la novela homónima de culto de Liu Cixin. La misma sigue la historia de un grupo de científicos que interactúa con una civilización lejana y basa su relato en un problema de mecánica orbital que le da nombre a la obra. En realidad, es sólo el primer tomo y la trilogía se titula “El recuerdo del pasado en la Tierra”, aunque se conozca a la saga de esta manera. La cuestión es el movimiento de tres cuerpos en un mismo sistema.
A riesgo de pecar por no ser estudioso en la materia, la explicación es la siguiente. Con las leyes de Newton se logró predecir con exactitud el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, y de la Luna alrededor de la Tierra. Si bien conforman un sistema de tres cuerpos, el primero y la segunda ejercen mayor fuerza gravitacional sobre el siguiente, por lo que crean un par de sistemas estables de dos cuerpos. En otras partes del universo hay ejemplos con mayor cantidad, pero el punto es que al incluir un tercero se genera caos y, por lo tanto, se vuelve impredecible, dado que la energía no se crea ni se destruye sino que se conserva.
La narración, a lo largo de ocho capítulos, oscila entre presente y pasado para conectar dos épocas y dos civilizaciones distintas, una humana y otra extraterrestre. Por un lado, Ye Wenjie (Zine Tseng), durante la Revolución Cultural china en 1960. Por otro, el “grupo de los cinco de Oxford”: los científicos Jin Cheng (Jess Hong), Will Downing (Alex Sharp), Saul Durand (Jovan Adepo), Jack Rooney (John Bradley West), y Agustina Salazar (Eiza González), se convertirán en el núcleo argumental. Los personajes toman contacto con el planeta San-Ti, de un sistema trisolar, en el que planean invadirnos, mientras Clarence Shi (Benedict Wong) investiga una serie de inexplicables muertes dentro de la comunidad.
El problema de los tres cuerpos postula cómo lidiar desde el punto de vista práctico, aunque en realidad no hay respuestas sino posibles escenarios definidos por programación bajo determinadas circunstancias. La trama es compleja como para comprimirla en ocho episodios de menos de una hora. Hay teorías científicas, vida extraterrestre, realidad virtual— con figuras históricas dando explicaciones— e investigaciones policiales, todo a velocidad máxima, que apenas permite siquiera sentir algún tipo de empatía. El reparto es coral, algo heterogéneo pero orgánico. Demuestra ambición, pero parece quedarse a mitad de camino y, sobre todo, escasear de ritmo en varios pasajes intermedios, más allá de ser velocista.
La apuesta no era nada sencilla, pero Benioff y Weiss, con Alexander Woo como director— conocido por True Blood y The Terror—, repiten o, mejor dicho, hacen un procedimiento análogo al de su anterior éxito: crear un universo con sus propias reglas. A su favor, van contra el algoritmo, dado el material espeso, pero con la ventaja de contar con varias capas diversas, tanto en lo político-social como en lo temporal. En otras palabras, más allá de algunas licencias inverosímiles, resulta creíble porque se sostiene por su incertidumbre.
Es cierto, era de esperarse que perdiera su impronta en una versión estadounidense. El papel y el contexto chino se diluyen en occidentalización disfrazada de diversidad. Más allá de locaciones, el principal cambio es dividir al único protagonista en cinco. Es entendible, desde la economía narrativa, pero el recurso dispersa el foco y precipita los hechos. El quinteto de Oxford sólo está para diversificar audiencia, agilizar tramas y aportar un componente emocional, pero al final del día parecen instrumentos en piloto automático. Una historia transformada de forma arbitraria, de la que cabe esperar más desviaciones.
Si uno de sus elementos más destacables es su perspectiva humanista, al mismo tiempo cambia el foco de las ideas a los personajes. Lejos de tomar nota del final de GOT, siguen acelerando en el vacío, sin cuidado y sin resistencias, al punto de que avanzaron hasta en tramas de la segunda novela. Para peor, más allá de su vocación por resolver dudas para lograr rápidas transiciones, la misma implica un salto temporal de 200 años y el final de la saga, que pretenden dividir en dos temporadas— es decir, hacer cuatro en total— todavía más.
Sin embargo, cabe mencionar que no es la primera vez que se la lleva a la pantalla. En 2013 se estrenó una versión china homónima, muy distinta a la acá reseñada. Lejos de las ciudades cosmopolitas y los personajes acartonados, posee mayor fidelidad a la novela, tanto en sus diálogos como descripciones, y consigue mayor complejidad narrativa. Con sus tres decenas de capítulos, y sus tiempos más pausados, logra cautivar a la audiencia oriental y occidental. Con anuncios, puede verse subtitulada en la plataforma Rakuten.
De todas maneras, a pesar de sus cambios y concesiones, El problema de los tres cuerpos termina con un balance bastante positivo. No es perfecta, ni mucho menos, pero se ha puesto a sí misma la vara alta y, además, debe lidiar con el prontuario de sus creadores. No necesita tampoco de guiones brillantes, si el género te gusta— y sobre todo si desconoces la novela— es probable que te envuelva con facilidad. El plan era hacerla más accesible y, al menos superficialmente, lo ha logrado. La sensación es que apenas está dando sus primeros pasos. Cada quien decidirá si darle o no otra oportunidad, pero lo cierto es que Netflix parece haber encontrado una nueva insignia lista para ser pulida.