Maia Debowicz: “Esta novela refleja esa sensación de estar obligado a querer a la familia”

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AUTOFICCIÓN

Maia Debowicz: “Esta novela refleja esa sensación de estar obligado a querer a la familia”

29 Septiembre 2024

Maia Debowicz acaba de lanzar su nueva novela, Los ruidos vienen de la cocina (editado por La Crujía), que invita a una profunda reflexión sobre el terror doméstico y la complejidad de las relaciones familiares. En una charla exclusiva con AGENCIA PACO URONDO, la autora nos sumerge en un universo narrativo que desafía los límites entre la autoficción y la realidad, explorando con valentía temas como la maternidad, la salud mental y la memoria.

Con una prosa rica en simbolismo, Debowicz construye un relato donde lo humano y lo animal se entrelazan de manera inquietante, revelando las tensiones que emergen en el seno del hogar. Tal como señala Flor Monfort en el prólogo: “Maia Debowicz narra para entender. ¿Es su propia vida lo que está contando? ¿Es esa su madre, ese su novio, esos sus conejos? No lo sabremos. Lo que sí sabemos es que una hija puede sobrevivir a una madre inestable y salir triunfante, y eso es mucho más que un descubrimiento; es una respiración que acompaña todo el proyecto”.

Esta declaración encapsula la esencia de una obra que no solo busca contar una historia, sino también ofrecer una nueva perspectiva sobre la supervivencia emocional.

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cómo surge la construcción de la novela?

Maia Debowicz: Nace en dos etapas. El primer impulso llegó una madrugada de 2016, cuando, de manera completamente inesperada, nacieron cinco conejos en la cocina de un departamento, un acontecimiento surrealista. Comencé a escribir una suerte de diario, pero tras finalizar el manuscrito, pasaron muchos años sin que encontrara una editorial interesada. En 2022, decidí tirar el manuscrito a la basura y quedarme solo con un hecho particular, desde el cual escribí esta novela, muy distinta a lo que había concebido en un principio.

Existe un acontecimiento inicial, luego una memoria de ese hecho y, finalmente, una reconstrucción que me permite contar otras cosas. A partir de ahí, se entrelaza la figura de la madre, no solo una madre, sino muchas, componiendo una especie de catálogo con todas sus tonalidades. Comienza con una figura monstruosa, que luego se transforma en los conejos, esos pequeños monstruos que también pueblan la historia.

APU: ¿Cómo es la relación de Flora, la protagonista, con su madre Esther?

M.D.: Es una relación tortuosa, marcada por el miedo, el temor constante y la incertidumbre frente a las reacciones impredecibles de una madre monstruosa. Esther puede mostrarse amorosa en un momento y, de pronto, volverse violenta y aterradora. El mundo de Flora gira en torno a la crianza de conejos; una relación que, de alguna manera, espeja el vínculo madre-hija-abuela. Flora cría a los conejos como su madre la crió a ella, y de igual modo, su abuela.

APU: Para Flora, el acto de criar a los conejos parece replicar los patrones de su propia crianza. ¿Es así?

M.D.: En la novela se establece una tensión continua entre la crianza humana y la crianza animal. Se utiliza a los animales para hablar de lo humano, y viceversa. Lo salvaje en esta historia se revela en la figura de la madre, con su brutalidad y falta de matices. En ese cruce se sitúa la coincidencia entre ciertos aspectos de la crianza humana, que pueden parecer más cercanos a los de una abuela o una madre, y los del mundo animal.

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Tapa Los ruidos vienen de la cocina

APU: ¿Existe un trasfondo ancestral en los vínculos y roles de madre e hija en la crianza?

M.D.: Sí, y al mismo tiempo, hay algo opuesto, un contraste. Se plantea una especie de choque entre lo que horroriza y lo que sorprende en esos vínculos.

APU: ¿Cómo fue el proceso de escritura y construcción de los personajes?

M.D.: Desde el inicio, me impuse ciertas reglas. Primero, la estructura narrativa debía respetar tres tiempos: un pasado, un pasado remoto y un presente. Esto fue un desafío, ya que resultaba fácil perder el hilo. Además, tenía que haber un constante ir y venir entre la infancia y la adultez. Finalmente, cada capítulo debía reflejar la relación entre dos madres: la madre coneja y la madre humana. Eso debía mantenerse a lo largo de toda la novela.

Por otra parte, hay un hilo conductor presente de principio a fin: la comida, o más específicamente, la alimentación, que aparece tanto en el ámbito animal como en el humano, siempre desde una perspectiva relacional. En cuanto a los personajes, muchos de ellos parten de personas reales: mi madre, mi tía, mi abuela, mi pareja. A partir de estas figuras, fui esculpiendo personajes que respondían a las exigencias del relato, más allá de mi propia vida. La madre es un personaje central en la novela, con elementos reales, pero también ficticios.

Me interesaba crear un microcosmos en el libro: una microsociedad de conejos y otra de personas, ambas relacionadas con esa familia materna. Aunque los personajes tengan hijos o pareja, existe una microsociedad que opera de manera independiente y que encuentra dificultades para dejar a otras personas.  Me interesa como funciona esa microsociedad de conejos donde solo ellos tienen sus secretos, sus propias reglas. Todo esto habla de cómo la familia primaria puede salvarte o destruirte. Los personajes los fui construyendo a partir de personas que conozco y a partir de ahí en lo que iba pidiendo el relato, pero también del humor triste que recorre la novela, donde a veces se intenta hacer reír, aunque en el fondo hay una tristeza ligada a lo torpe de los vínculos familiares. Esta novela refleja esa sensación de estar obligado a querer a la familia, incluso cuando las relaciones no funcionan.

APU: En ese entramado de microsociedades, también aparece la cuestión de la salud mental, que afecta tanto a los personajes como a su entorno.

M.D.: La salud mental es como el paraguas que envuelve toda la novela y a los personajes, como viento que los ordena y desordena, marcando el pulso de los acontecimientos que van sucediendo. Todo comienza con una madre que tiene problemas psiquiátricos y, a partir de allí, la salud mental se convierte en una amenaza latente, que también puede salpicar a su hija.

La protagonista vive con el temor de enloquecer con lo que le está pasando, de que la locura de su madre termine contagiándola, afectando a sus hermanos y a todo lo que la rodea. Siento que la locura aparece como una amenaza y una posibilidad de maldición, algo hereditario que va consumiendo a todos. Al mismo tiempo, la maldición de estar "cuerdo" implica la imposibilidad de conectar con esa madre.

APU: ¿En qué sentido?

M.D.: Rechazar esa locura para no ser parte, trae consigo la pérdida de la madre, el distanciamiento definitivo.

“Todo esto habla de cómo la familia primaria puede salvarte o destruirte”.

APU: ¿Cómo definirías la novela?

M.D.: La definiría como autoficción con un estilo literario. Esa es la manera más honesta de definirla. Si esto fuera un videoclub, debería clasificarla en "terror doméstico". Todo lo que sucede entre las cuatro paredes de un hogar puede ser aterrador, pero no un terror explícito, sino uno que se mueve en los grises, en esos bordes difusos.

El terror que más me inquieta es el que no tiene respuestas claras, el que te deja preguntándote quién eres, quiénes son los otros y qué está ocurriendo. Ese es el verdadero terror doméstico que atraviesa la novela. Aunque a veces el tono cambie, persiste esa idea de que la figura materna, la persona que debería protegerte, cuidarte, también es quien te hiere. Eso es, para mí, lo más aterrador.

APU: La portada del libro es muy cálida, además de atractiva. Tiene muchos símbolos.

M.D.: Se hizo un trabajo increíble y estoy profundamente agradecida con todos los involucrados, desde La Rusa y Sabrina como editora, hasta el equipo de diseño y arte. La portada fue un proceso largo. No queríamos que fuera literal, pero yo necesitaba que captara el clima del libro. La mayor parte de la novela transcurre en la cocina, un escenario donde se desarrollan todas las pasiones y decepciones. Sin embargo, no quería una representación obvia, como una olla o una cocina.

Los objetos de cocina están presentes en la novela, pero también esa madre que se materializa en los objetos de la tapa, aunque sin ser tranquilizadores. Los objetos están agrietados, a punto de romperse. Algo ocurrió ahí, aunque no sabemos qué ni por qué. También está la luz, que podría ser un atardecer, donde se está yendo y amenaza la oscuridad, pero también hay una luz y hay algo ahí donde no es una cosa ni la otra. Algo está por cambiar y no sabes para donde va a ir, hay algo ahí de incertidumbre en donde no hay una luz sin oscuridad ni oscuridad sin luz, que es un poco lo que sucede en la novela.

No hay vida sin muertes y nos hay muertes sin vida, está todo el tiempo esa tensión constante donde nada es absoluto, ni siquiera la tristeza ni la alegría, está todo mezclado y lo que tiene es la captación de un instante pero es un instante de un clima que se queda . Un clima que atraviesa esa protagonista que se encuentra en un Big Bang dentro de su propia casa. Hay algo que explota en esa casa y empieza a salpicar todo lo que tiene a su alrededor. Ese caos genera un nuevo orden a través del desorden que va descubriendo.