Isabel y la memoria histórica
“En un mundo delirante, es imprescindible que reasumamos una misión de vigilancia intelectual, racional y cívica. La tarea del historiador es ayudar a la sociedad a reflexionar sobre sí misma, pero sin emitir juicios de valor. No tiene razón de ser un historiador obligado a llegar a conclusiones políticamente correctas. Los historiadores no tienen lugar en un mundo donde sólo reinan el "bien" y el "mal"
Así reflexionaba el prestigioso historiador francés Pierre Nora hace unos cuantos años atrás cuando ya la memoria intervenía de una manera vertiginosa por diversos aspectos de nuestra sociedad posmoderna. En tiempos actuales donde priman los valores inmediatos (el presentismo, como estipulaba Francois Hartog, o sea, la percepción de estar viviendo durante un presente constante) el autor del libro “Los lugares de la memoria” alertaba sobre los peligros que traía una historia dirigida/ condicionada por los legisladores. Sobre el caso francés, Nora decía que
“Si cada hecho histórico se vuelve intocable tras haber sido declarado por ley genocidio o crimen contra la humanidad, se está condenando a muerte la investigación histórica y, por ende, cristalizando la historia de una nación. Cuando, en 1990, se comenzó a discutir la ley Gayssot, yo me opuse. Por entonces trabajaba sobre la memoria y, a pesar de las buenas intenciones de ese texto, pensaba que estábamos poniendo el dedo en un engranaje del que no podríamos salir. Comenzaríamos con los judíos y continuaríamos con todas las demás comunidades”
De una curiosidad sin límites, Nora siempre pensó que, en un mundo presa de la inmediatez, la mejor forma de transmitir la historia de una nación es a partir del presente. De esa convicción nacieron, entre 1984 y 1993, una obra monumental y un concepto: les lieux de mémoire (sitios de la memoria). A través de ella llevó a cabo la tarea ambiciosa de establecer la geografía sentimental de la nación francesa.
En simultáneo al desarrollo de esa nueva perspectiva historiográfica, en nuestro país se establecía una nueva construcción de sentido, la solidificación de una nueva memoria histórica intervenida, operada de manera quirúrgica en el tiempo de la transición a la democracia. Con la llegada del alfonsinismo, se fundamentaba una nueva construcción de la memoria en donde se construían los nuevos valores democráticos. La pretendida refundación republicana implicaba un nuevo pacto social que apelaba a la pluralidad, la participación ciudadana dentro de un marco democrático, representativo y sobre todo liberal. Es en este contexto donde el concepto democracia se asocia con el liberalismo y se reniega de la democracia social que había desarrollado el peronismo. Aquel era una anomia de la democracia, un hecho que avasallaba las libertades individuales, un nocivo síntoma del autoritarismo. No es casual que durante este proceso de transición se afianza la idea del último gobierno peronista como el responsable en desatar el terror, en la violencia desmedida entre facciones con la población como rehén, siendo la excusa perfecta para el golpe de estado llevado a cabo en marzo de 1976.
¿Qué es la memoria?
Toda memoria es maleable. La memoria que moldea la mirada que los pueblos tienen sobre su devenir histórico y sobre su identidad, por lo tanto los condiciona y ejerce una gran influencia en la elaboración de su imagen hacia el futuro. La memoria de los individuos está atravesada por la memoria colectiva. La memoria colectiva es el producto de la objetivación de los intercambios intersubjetivos que se producen, que habilitan la posibilidad de referirse a un nosotros en plural para hacer referencia a los recuerdos en común que dan identidad a un grupo. Pero este proceso no se desarrolla sino en paralelo al de la construcción de la memoria individual, es decir que hay una “constitución simultánea, mutua y convergente de ambas memorias”. Ante el pasado traumático que provocaría la última dictadura militar, se asociaría como un hecho concatenado el derrotero del último gobierno de Perón que comienza de manera intempestiva ante la dimisión de Cámpora, ejerciendo la presidencia apenas unos meses al fallecer el 1 de julio de 1974 para que luego asumiese Isabel Martínez de Perón. Aquel gobierno por primera vez presidido por una mujer sería por siempre asociado a la violencia desmedida: el accionar virulento de la extrema derecha con su brazo parapolicial conocido como la triple A, y la construcción de su figura con un alto grado de misoginia, siendo para la historia una persona inoperante, influyente, incapaz de haber llegado a determinado cargo de no haber sido “la mujer de Perón”.
De 1983 en adelante (cuando el peronismo es derrotado electoralmente, se perfile una tendencia renovadora mientras la figura de Isabel era denostada y relegada por algunos sectores del peronismo) Isabel fue asociado al lopezrreguismo, es decir, la extrema derecha que se había infiltrado en el movimiento. Porque eso el peronismo, al menos discursivamente en la disputa del sentido de la memoria histórica, lo tenía claro: ante los ataques hegemónicos que coincidían en atribuirle todos los males a la viuda de Perón, ellos habían respondido que el peronismo se había visto invadido por fuerzas exógenas. La ultraizquierda (Montoneros) y la ultraderecha (López Rega y el aparato represivo paraestatal) habían intentado debilitar la conducción de Perón y luego de Isabel.
“A la izquierda y a derecha, el máximo jefe Montonero y el inspirador de la Triple A, oprimieron las dos pinzas de una tenaza destinada a ahogar al peronismo y a la Nación. Con sus prácticas terroristas se infiltraron en el Movimiento y acuñaron un imaginario abrazo mortal. El pueblo peronista los expulsó para siempre”, así retrucaban Mario Baizán y Silvia Mercado (sí, la que ustedes piensan, la misma) en la revista Movimiento que dirigía Fermín Chávez en 1983.
En tanto, la izquierda clauducaba sus banderas. En el exterior, ex montoneros, erpios y pensadores de las izquierdas revolucionarias renegaban de sus consignas y planteaban una recuperación de la democracia. Como confesaba alguna vez Juan Carlos Portantiero: “nos fuimos (al exilio) como revoluciarios y regresamos siendo reformistas”. La ex ultraizquierda asumía sus errores y responsabilizaba al peronismo de su espíritu fascistoide, corporativista que había contaminado al movimiento obrero con su conciencia nacional en lugar de haber sido revolucionario, como lo había soñado Marx.
No sólo la exitosa película apologética del alfonsinismo “La Republica Perdida” construía ese discurso. Los cientistas sociales se ponían manos a la obra para endilgarle al peronismo todos los males por la violencia desmedida. Sobre esa misma época, en pleno auge del giro lingüístico con su análisis del discurso, el semiólogo Eliseo Verón y la historiadora Silvia Sigal publicaban el trabajo “Perón o Muerte”, ambos eran participantes de un proyecto franco-argentino sobre el tema “Comunicación social y democracia”. Si bien el libro se edita en 1986, lo que adelanta es el análisis y la visión de los think tanks que habían avanzado mancomunados con el gobierno radical. El trabajo apuntaba críticamente hacia el discurso peronista y su ethos autoritario. Desde un neto análisis del discurso, los autores diagnosticaban la crisis política que había acarreado las prácticas discursivas enunciadas por Perón sobre la democracia argentina.
“Dichas condiciones generaron un conjunto de efectos que quizá pueden reunirse bajo el nombre de creencias por la apelación a una adhesión que implica, entre otras cosas, un pasaje de ida y vuelta en la movilización de dones por cada una de las partes: Juan Perón, el líder, y el pueblo, representado por cada uno de los adherentes. La apelación es constituyente de cada uno de los convocados en la generación discursiva, con caracteres mesiánicos a partir de las creencias que determinan la relación líder-pueblo”.
El peronismo se muestra como un conjunto significante dado que requiere ciertos análisis específicos, para los cuales los autores utilizarán propiedades dinámicas o funciones de los enunciadores verificables en los mismos discursos de Perón. Aparecen así en juego términos mítico-religiosos tales como: distancia, llegada, entrada, reencuentro, retorno,
La otra faz de estas funciones y cualidades descalifican el campo político como disgregante, al mismo tiempo que presenta las connotaciones autoritarias del discurso del líder. Perón le habla al pueblo argentino desde el imaginario militar, a partir del cual construye su primer modelo de la llegada (1944), detectable a través de los distintos momentos históricos del peronismo. Esa permanencia de la enunciación que transita la historia del modelo perfila ‘la dimensión ideológica’ del discurso. Perón se presenta como alguien que viene de afuera, de lo transtemporal: el ejército; por eso es presencia con un fin patriótico, cuyo destinatario es un abstracto: el pueblo argentino. La palabra del líder motiva la fe como vínculo religante. Se delimita el papel receptivo del pueblo, cuyo contacto con Perón se efectúa mediante la mirada. Hay además una desacreditación del plano del decir frente al de hacer. Mediante la utilización del discurso directo los autores muestran que para Perón lo político ha sido lo conflictivo y deteriorante de la Patria. Así, la descripción de los discursos en el cuerpo de la obra “Perón o Muerte” se anticipa o precede a la palabra del líder. De esta forma, al encarar el juego político discursivo entre violencia, democracia y Estado los autores axializan la palabra en torno a la oposición democracia-totalitarismo.
En tanto Isabel es bastardeada como lo había sido Evita. Ambas outsiders, mujeres de procedencia de dudosa moral. La primera, autoritaria, según el imaginario gorila es que domina la relación ante un Perón mojigato. La segunda, ignorante, de pocas luces, es dominada por los dictámenes del Brujo (como también lo había sido de nuevo el mojigato de Perón, que paradoja que el mayor líder argentino fuese influenciado por arribistas desde los primeros tiempos).
No es casual que, tanto ayer como hoy, la derecha y el progresismo coincidan en denostar la figura de Isabel. Porque revisar su historia, o la de Rucci, o incluso la del Padre Mugica, implicaría también romper con el paradigma. Implicaría seguir las sugerencias de Nora: que el historiador ayude a reflexionar y no priorice ser “políticamente correcto”. Tanto Milei como el kirchnerismo le adjudican la creación o el beneplácito de acción de la funesta Triple A. Lo incomprobable domina la memoria histórica mientras sí se ocultan sus acciones de gobierno que sí son comprobables:
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Nacionalización de las bocas de expendio de combustibles.
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Nacionalización de agencias informativas extranjeras.
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Incorporación al patrimonio nacional de Canal 7 junto a 36 radioemisoras comerciales.
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Nacionalización de los canales 9, 11 y 13.
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Nacionalización de “Panamericana televisión”.
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Nacionalización de Editorial Codex.
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Sanción de la Ley de represión a la subversión, donde se contempla y se incorpora la represión de la subversión económica.
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Sanción de Ley de represión al narcotráfico.
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Suspensión del negociado que colocaba por 50 años la producción siderúrgica en manos de Brasil.
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Nulidad de los contratos del Estado con la ITT y Siemens, por los sobrecostos cobrados a ENTEL.
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Suspensión del negociado de la Italo que pretendía venderle la empresa al Estado, que ya le pertenecía a la nación.
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Suspensión del negociado de valores internos y de bonos externos
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Suspensión del negocio del Banco Popular Argentino.
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Implementación del profesionalismo militar integrado a la nación (coronel Damasco y Numa Laplane)
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Sanción de la Ley de nacionalización de los depósitos bancarios.
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Decretando el arresto del directorio de Bunge y Born, por subvención a la guerrilla.
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Sanción de la Ley del Sistema nacional Integrado de Salud
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Sanción de la Ley de contrato de trabajo 20744, aun vigente.
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Proyección de la Ley Nacional de Prensa.
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No se contrajo ningún empréstito. La deuda externa al 25 de mayo de 1973 era de 5189 millones de dólares, y al 24 de marzo de 1976 seguía siendo la misma con los intereses de pago. Teniendo en cuenta la crisis económica internacional.
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Se declaró prioritaria a toda elección de autoridades nacionales, provinciales y municipales, mediante el Decreto 620 del 13 de febrero de 1976. La reunión de la Convención Constituyente, que decidiría sobre la Constitución Nacional que organizaba el Estado Argentino en consonancia con las actuales necesidades de su pueblo y los supremos intereses de la Patria, y así incorporar el artículo 40 de la Constitución de 1949, donde establecía que los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, junto a otras fuentes de energía y recursos naturales, eran propiedad imprescriptible e inalienable de la Nación.
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Reunión de gabinete en la Antártida argentina, como gesto que demostraba la soberanía nacional sobre aquel territorio.
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Pidió, mediante la Cancillería, el retiro del embajador inglés el 13 de enero de 1976. La reacción respondía a la decisión unilateral del Reino Unido de suspender las negociaciones sobre las Islas Malvinas y de enviar la misión “Shackleton”, habiendo ordenado la presidente el cañoneo de una nave británica, el 14 de febrero de 1976, por su incursión sobre aguas territoriales argentinas.
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Construcción del Altar de la Patria que pretendía fundar una memoria histórica de reconciliación nacional donde descansarían los restos de próceres como Sarmiento, Juan Manuel de Rosas como los de Juan Domingo Perón y Eva Perón.
Si ayer en el fondo, tanto un ideólogo del golpe como Ricardo Zinn llegaba al mismo diagnóstico y denostaba al peronismo como responsable de la decadencia argentina junto a las plumas del progresismo; cuarenta años más tarde siguen coincidiendo con tal de bastardear la memoria histórica que pervive en el pueblo. Sobre aquel pueblo que está dominado por la colonización pedagógica, aquella que sigue enseñando en clave dicotómica de civilización y barbarie.