Virginia Feinmann: “Hay un ataque a la cultura que es totalmente intencional”
Para que estés más cómoda, de la escritora y traductora argentina Virginia Feinmann fue publicado este año por Planeta. El libro tiene trece relatos narrados con una prosa íntima y precisa, con diálogos en torno a hechos cotidianos. El gesto de Feinmann fue el de cambiar de a poco este registro hasta llegar a situaciones inquietantes y siniestras, donde el abuso sexual hacia mujeres y niños se sugiere con elipsis y frases incompletas.
La trama pone de manifiesto distintas formas del abuso: el sexual, con escenas que se dan en el entorno familiar e íntimo de las víctimas, pero también el abuso de poder sobre todo en las clases altas.
Los temas que se hilvanan en los cuentos son las diferentes maneras de maternar, los vínculos de madres e hijas, la infancia con esa mirada atenta a los pequeños detalles, los amigos adolescentes que comparten la curiosidad por el despertar sexual. También los traumas, los engaños, los secretos, los malos presagios y lo no dicho: quien lee irá encontrando en el cuerpo textual señales y pistas con información que deberá reponer con su deducción e imaginación.
Las cuatro paredes de una casa, un consultorio médico, un geriátrico, un colegio de monjas, un auto, son algunos de los escenarios de los relatos y disparan un clima de agobio o de situación sin salida. No obstante el humor y la ironía descomprimen y dan un alivio al lector.
Virginia logra perturbar, incomodar y narrar lo inenarrable con un estilo magistral que no da tregua.
AGENCIA PACO URONDO: En Para que estés más cómoda vemos una prosa coloquial y diálogos acotados que dan cercanía y verosimilitud. ¿Cómo trabajás con tus textos para llegar a esta sencillez?
Virginia Feinmann: Intento escaparle al artificio, a la pretenciosidad. Me gusta que quien lee entre al texto desprevenido, porque el texto está ahí, liviano, natural. Como una invitación. Y que para cuando se encuentre navegando en aguas densas, ya sea demasiado tarde.
APU: ¿Y cómo hacés para conseguirlo?
V.F.: Lo hago de forma más bien intuitiva, pero desde la técnica supongo que está dado por la poca adjetivación. Más bien uso acciones u objetos para narrar. Tampoco bajo línea en los diálogos, es decir, evito calificar: “retrucó, exigió, se indignó, concedió”. Como Kjell Askildsen, puedo poner la palabra “dijo” más de 40 veces en un cuento. A veces mis narradoras no están habilitadas para usar palabras rimbombantes. Niñas, profesionales de clase media sin ninguna instrucción en especial. Un lenguaje sofisticado no sería verosímil ahí.
APU: ¿Para esto tomaste referencias de algún autor?
V.F.: Con el tiempo encontré maestros que justificaban esta prosa coloquial. Borges dice que no se escribe con el diccionario. Que si la palabra que va es “azulado” no hay por qué poner azulino, azuloso o azulenco. Que lo barroco se interpone entre el escritor y el lector. Félix Bruzzone tiene un tuit que me gusta mucho: “¿Cuándo se propagó la idea nefasta de que para no repetir una palabra en un texto una buena estrategia es usar un sinónimo?”.
Yo no repito palabras, pero tampoco uso miles. Es un desafío.
APU: ¿Alguno de tus microrrelatos fue materia prima para los cuentos de este libro?
V.F.: No. Fue una forma de trabajar totalmente distinta. Estos son cuentos de largo aliento. Hay un solo tema que coincide. Un texto sobre una tía que viene de México porque la afectó mucho un terremoto y de a poco se empieza a entender que el tío le hizo algo a la sobrina y hay una pugna entre el hablar y el no hablar. Eso fue un microrrelato de 10 líneas, que todavía algunos narradores orales lo narran, y a la vez un cuento de 8 páginas. Pero no es que uno se basó en el otro. Es sólo la misma situación que admitió dos formatos distintos.
APU: ¿Lo autobiográfico disparó en alguna medida estos relatos?
V.F.: De mi historia personal saco varias impresiones. El despertar de los sentidos en la pubertad, la curiosidad natural, la excitación, los enamoramientos, el anhelo de tener novio. La sorpresa y la parálisis cuando eso fue aprovechado por un adulto para avanzar con una sexualidad mucho más contundente, inimaginada. El adulto que se corre de su rol. El tío que de pronto se transforma en “otra cosa”. La confusión que produce eso, y cómo a lo largo de la vida va mutando en distintos síntomas: desórdenes alimentarios, fobias, dificultad para confiar, incapacidad para defenderse de nuevos avances aunque ya seamos grandes. De todas esas sensaciones, impregnadas en mi propio cuerpo, saqué material y lo repartí en escenarios y protagonistas: un geriátrico, un colegio religioso, un country, un consultorio médico.
APU: El contexto de los cuentos podrían ser los años 70 o los 80, épocas analógicas. ¿Por qué esta elección?
V.F.: Sí, tal cual, no hay celulares en los cuentos, ni internet ni whatsapp. Los que tienen que ver con la infancia están naturalmente situados así, ya que tomé referencias de mi propia infancia en los 80. Se ve que después se me pegó esa impronta para los demás. Lo siento como un poco de aire fresco. No sé, hay una reseña sobre el libro que me gusta mucho, la publicó una psicoanalista. Y decía que, al situarse en una época en la que no se hablaba de abuso, el libro trazaba una línea, desde esta época en la que sí hablamos hasta esa, para desenmascarar lo no dicho. Me gustó esa idea de que un presente puede ir a salvar a su pasado.
APU: ¿Y qué relación tenés con las nuevas tecnologías y redes sociales?
V.F.: Ahora mala. Hace unos años disfrutaba mucho de escribir microficciones en Facebook y comentarlas con todo el mundo, que las adaptaran para radio o espectáculos de narración. Soy consciente de que fue esa circulación la que permitió que las editoriales se interesaran por mi trabajo. Hoy Facebook está casi desierto, Twitter no admite textos largos ni ficción. Instagram sólo mueve contenidos con imagen, y preferentemente rostros y piel, o animalitos. Entiendo que hay un uso social y recreativo de las redes pero yo no lo disfruto. Me da pudor postear fotos de mi vida como si fuera una celebrity. Me marea ver mil imágenes en un segundo. Creo seriamente que me está afectando la capacidad para concentrarme. A la vez, si hacés un trabajo que requiere difusión tenés que usarlas. Y también tengo miedo de que si no me acostumbro a funcionar así, el mundo se me empiece a volver ajeno. Veo cómo lucha la gente mayor por hacer sus trámites, etc. La tecnología es una mierda pero si te quedás afuera es peor.
APU: Desde 2021 das tu taller "Narrar lo imperdonable" con el tema del abuso sexual en la infancia. ¿Cómo nació este taller y con qué textos o autores trabajás?
V.F.: Nació como algo muy querido, muy pensado, a partir del impacto que me produjo leer algunos cuentos como “El pecado mortal” de Silvina Ocampo o “Un hombre en la casa” de Bernardo Kordon. Pero para mi sorpresa, cuando empecé a proponerlo a las instituciones donde normalmente daría un taller, no fue tan bien recibido. Era un tema que siempre quedaba para después, para el próximo cuatrimestre, para el año que viene. O me decían que no lo planteara como literatura y abuso, que le pusiera otro nombre. Le puse otro nombre y también me daban vueltas.
Finalmente fue la Facultad de Psicología de la UNR la que lo alojó y se anotaron 151 personas, en un taller pensado como actividad de extensión, o sea, no esperábamos más de 20. Eso de algún modo nos habló de una necesidad. Bueno, y los autores y autoras, yo medio me convertí en coleccionista de cuentos sobre abuso: “El marido de mi madrastra” de Aurora Venturini, “Andado” de Lucia Berlin, “Resfriado” de Etgar Keret, Anna Kazumi Stahl, Claire Keegan, Andrea Jeftanovic, Mónica Ojeda, Fernanda Ampuero, Anna Lee Walters, una escritora indígena estadounidense que tiene un cuento alucinante, que tradujo y me facilitó la genia de Márgara Averbach.
APU: ¿Cómo puede ayudar la literatura en esta problemática?
V.F.: Quiero pensar que la palabra siempre ayuda. Leer y de pronto recordar. Poder hablar. Poder escribir, quizás. Hay mucha teoría que sostiene que si algo se lleva al campo de la palabra y de la conciencia deja de molestar como síntoma, como enfermedad o como conducta dañina. No llevo estadísticas pero después de varios años de dar taller y de escribir ficciones sobre abuso, es muy grande la cantidad de personas que viene a decirme “a mí me pasó”, e incluso: “no lo sabe nadie más que vos”. Yo en esas personas veo alivio.
“Los escritores, las editoriales, las librerías, los diseñadores gráficos y traductores estamos viviendo nuestro peor momento”.
APU: ¿Cómo ves la situación de los trabajadores del libro y de la cultura en general, en esta coyuntura?
V.F.: Los escritores y las escritoras, las editoriales, las librerías, los diseñadores gráficos y traductores estamos viviendo nuestro peor momento. Recién conversaba con la editora de Marea, Constanza Brunet, que también está en la CAL, y me contaba que en los 20 años que tiene la editorial jamás se vio algo así. La Feria del Libro vendió entre un 40 y un 50 por ciento menos que el año anterior. Entonces se hace difícil reinvertir y editar.
Por un lado están las generales de la ley: detonaron el poder adquisitivo de la gente. No se venden libros como tampoco se vende ropa. Pero por otro hay un ataque específico al público lector, a quien lee, cuando se desfinancia y se echa gente de la universidad, el Plan Nacional de Lectura, la Biblioteca Nacional, los equipos de investigación, talleres y programas específicos. Y esto, como decíamos con Constanza, no es casualidad, ni tiene que ver con la necesidad de que cierren los números. Hay un ataque a la cultura que es totalmente intencional.
Biografía
Virginia Feinmann es escritora y traductora. Publica ficción breve en el suplemento literario de Página/12 y en las revistas Letras libres, El Coloquio de los Perros y Socompa. Sus microrrelatos ganaron notoriedad a través de las redes sociales. En 2016 fueron compilados en su primer libro, con el título Toda clase de cosas posibles. En 2018 apareció Personas que quizás conozcas, con otra serie de textos inspirados por el desempleo y la enfermedad de su padre. En 2020 coordinó “Diarios de cuarentena”, donde más de 3 mil personas de diversos países produjeron relatos sobre el encierro pandémico, luego adaptados a formato pódcast. Desde 2021 dicta el taller “Narrar lo imperdonable. Ocho cuentos sobre abuso sexual en la infancia” en la Universidad Nacional de Rosario.