Bienvenidos al futuro: la historia de “Clics Modernos” contada por Rodrigo Buján

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Bienvenidos al futuro: la historia de “Clics Modernos” contada por Rodrigo Buján

17 Noviembre 2024

Hace años que vengo repitiendo que en el futuro se va a conocer mucho mejor de lo que se conoce ahora la obra de Charly García: no solo habrá “distancia” histórica, va a haber más información disponible, y principalmente tendremos tecnología más precisa para “traducir” ciertos sonidos que por ahora escuchamos dentro de nuestras posibilidades tecnológicas y nuestros prejuicios culturales –como en 1983 escuchábamos a Clics Modernos, con un sentido distinto a lo que analiza Rodrigo Buján en Atado a nada. Una historia de Clics Modernos (editorial Vademécum). El libro de Buján es un testimonio de ese futuro.

Todo hay que decirlo, Atado a nada no es el primer documento de ese futuro probable, pues ya tenemos esos dos libros imprescindibles de Roque Di Pietro: Está noche toca Charly 1 y 2, que son de lectura obligatoria para cualquiera que quiera decir algo sobre nuestro genio, y que en mi interpretación habría que incluir en las hipotéticas “obras completas” de Charly García.

Algo parecido sucede con las miles de horas de shows y reportajes de Charly que se encuentran hoy en internet, y que son el producto no solo de la obsesión de García por registrarlo todo, sino también de un puñado de “trabajadores” más o menos fantasmas que buscaron esos videos, los editaron y los publicaron para que todos los disfrutemos. El aporte de Buján responde a este new order por venir, pero es diferente.

Me explico. El objetivo de Buján es analizar y reflexionar sobre lo que la mayoría de la crítica especializada (y la no especializada también) considera la obra cumbre de Charly, Clics modernos. Es un disco que fue muy analizado, y sin embargo, muchísimas de las cosas que están en el libro son desconocidas incluso para los fans del “ídolo nacional”.

Para practicar un análisis orgánico del disco, Buján parte del año anterior a su grabación y chequea, por ejemplo, cómo fueron apareciendo los temas en los recitales que dio Charly al final de la Dictadura o al comienzo de la Democracia, o qué tecnología estaba estrenándose en Nueva York por esos años, o cómo armó sus bandas (muchas veces, “robando” miembros a las bandas que producía, otro dato que todos conocemos, aunque no lo conocemos quizás con el lujo de detalles con el que Buján lo describe).

Algo estaba claro: Nueva York estaba a años luz de Buenos Aires y Charly se recargó de mucha de la energía que circulaba por ella en esos años anteriores a su gentrificación salvaje.

Todos conocemos decenas de anécdotas alrededor de la creación de este disco, desde cómo se confeccionó la tapa o el nombre del artista callejero que pintó la silueta negra (yo no ignoraba quién era Richard Hambleton, lo que no sabía era que poseía un ejemplar del disco de Charly y que nunca pudo escucharlo porque no tenía tocadiscos, info que está en el libro), o de quiénes eran los Modern Clix, o cómo se crearon algunas de sus canciones, el loft que alquiló Charly en Nueva York, el estudio que eligió para editarlo (Electric Lady) y el ingeniero que lo acompañaría de allí y por unos años, Joe Blaney. Buján multiplica los datos que rodean el disco con información imbatible y preciosista.

Si me apuran, diría que las conclusiones del libro son que ese disco que siempre consideramos una obra solista, en realidad es una obra colectiva creada por múltiples actores, entre ellos, y de manera prominente, por los aparatos electrónicos, con la TR 808 Roland a la cabeza, pero no sólo ella. Buján pone en contexto muchos de estos instrumentos musicales que en aquella época eran terriblemente novedosos, y no solo cuenta sus características, sino que llega a proponer lo que pagó Charly por ellos, o cuándo dejaron de producirse o cómo evolucionaron en su historia —trae hasta fotos del manual de instrucciones de algunos.

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Tapa atado a nada

Pero el libro de Buján no solo se ocupa obsesivamente de la tecnología que en las manos de Charly modernizaría la música y buena parte de la cultura de nuestro país, también rastrea los boliches neoyorquinos y de Los Ángeles que García posiblemente frecuentó, o que show presenció, en qué lugar, dónde estaba ese lugar y qué suerte tuvo luego de esos años.

Lo hace con un detalle tan increíble, tan minucioso, que el lector puede terminar preguntándose por el valor de estos datos arqueológicos que son satelitales con respecto a la obra del genio, aunque puedan ser muy útiles para entender la construcción del personaje —son satelitales porque muchos de ellos son difíciles de percibir o su percepción depende de muchos factores, como la varispeed que tuvo el disco, “sutiles diferencias” que responden además a “elementos como las frecuencias, amplitudes y timbres en juego, además del contexto tonal”, aclara Buján. Lo único que le falta analizar a Buján es qué consumía Charly en esos años, y cuánto.

Los testimonios aseguran que García estaba súper lúcido (como si después hubiera dejado de serlo), y que si bien sabía exactamente lo que buscaba, también estaba abierto a las sugerencias y lo imprevisto. Si bien ya era muy famoso lo que había ocurrido con el baterista que sesionó los primeros días y que no congenió con Charly, por lo que éste recurrió a la “solución” electrónica y la máquina de ritmo, pocos sabían lo que aportó, por poner un ejemplo que analizó en extenso Buján, el guitarrista Larry Carlton y cuánto de Clics modernos le debe a Los Ángeles, es decir, no es una obra únicamente neoyorquina y porteña.

Un dato que me parece de gran valor interpretativo relaciona el cierre de Yendo de la cama al living: “un loop electrónico que da comienzo y conclusión a la canción final” (“Inconsciente colectivo”) y que nos catapulta directamente a lo que se escuchó como esencial en Clics modernos, con ese mismo sonido, pero creado de modo analógico, que es prominente “en los golpes de redoblante” de “Yendo de la cama al living”, la canción que abre aquel disco.

En otras palabras: son las innovaciones tecnológicas las que “empujan” a Charly a cambiar, aunque luego las experiencias musicales y culturales que se respiraban tanto en Nueva York como en Los Ángeles son las que terminarían de consolidar la metamorfosis del genio, como si secretamente Charly introdujera en su primera obra solista el sonido que marcaría su modernización y que lo llevaría a definir a la Roland como “mi amiga, mi amante, la única persona que me atiende y no me discute”, como nos recuerda Buján (y lo podemos encontrar en internet). Un poco más tarde, al año siguiente, en la presentación del disco en Chile, Charly dirá a lo Warhol que la Roland TR-808 “es mi esposa”.

Es cierto, a veces me pregunté si sería útil saber qué cuaderno usaba Borges para escribir sus relatos, o con qué marca de óleo pintó Picasso su Guernica, pero sería injusto menoscabar algo de lo escrito en Atado a nada por esta manía periodística de registrar la realidad hasta un punto en el que el mapa empieza a ser más real que el territorio cartografiado –luego de ver miles de horas de los recitales de Charly en YouTube, llegué a la conclusión que tener esa experiencia virtual es tan o más válido que haberla tenido estando allí, en vivo, como quien dice.

Es un libro riguroso y entretenido en el que el trabajo de investigación descomunal y tan importante que realizó Rodrigo Buján complementa o enriquece la obra de Charly.

Bienvenidos al futuro.