Ricardo Zinn: el prócer liberal “tapado” de Javier Milei
Julio Cesar González, una figura silenciada por la historia reciente, ha sido Secretario Técnico de la Presidencia de Isabel Martínez de Perón. Dejó como testimonio clave para la comprensión cabal de aquel gobierno demonizado un libro redactado durante su largo cautiverio en la dictadura militar que había derrocado a Isabel. En “Isabel Perón. Intimidades de un gobierno”, daba cuenta de los innumerables escollos políticos que habían interferido en el desarrollo de la gestión presidencial debilitándolo constantemente.
Dentro del desfile de ministros de economías que no pudieron resolver el estancamiento económico (e incluso empeorándolo) llegaría (por sugerencia de José López Rega) el tristemente célebre ministro Celestino Rodrigo. Para muchos, el auténtico padre de la creatura del modelo neoliberal.
No obstante, González revela que en una primera instancia las intenciones de Rodrigo parecerían bientencionadas. Sin embargo, traería consigo dentro de su equipo a una figura oscura y siniestra: Ricardo Zinn. La semblanza que hace Julio González sobre él es indicación clave sobre las verdades intencionalidades de aquel “famélico calculador del mundo financiero”.
Alli nos presenta su trayectoria: venía de formar parte del equipo de Aldo Ferrer (tomá mate) cuando éste fuese ministro de economía durante el gobierno militar de Roberto Levingston. A más de uno le puede causar sorpresa: cómo Zinn (unos de los ideólogos del modelo económico instaurado durante el proceso) formaba parte del equipo de un desarrollista como Aldo Ferrer. Cuando veamos su nombre sucesivamente durante los gobiernos militares, de Alfonsín y Carlos Menem nos daremos cuenta de una cosa que advertía González: la revolución peronista era un sueño eterno. Un sueño nomás porque para tornarlo realidad debía no sólo hacer frente a las innumerables disputas políticas sino también salir airoso de los entramados internos, del verdadero poder que estaba en los grupos económicos que tenían como defensores a políticos, militares y hasta eclesiásticos.
La anécdota que recupera González en su libro sobre Zinn es sugestiva, ya que nos linkea automáticamente con nuestro momento actual, y con el espíritu “libertario” que encarna el gobierno de Javier Milei. Dice que reunido con Zinn, González lo ponía al tanto de los desafíos económicos del gobierno, los esfuerzos por saneas el déficit e incrementar la producción. Le manifestó su oposición ante la posibilidad de llevarse a cabo el mundial de futbol en Argentina ya que provocaría un irrecuperable costo y, además, le señaló “las corruptelas de todo orden que podrían derivarse del hecho de haber sido declarado tal campeonato de futbol de “interés nacional” y autorizado por ende a todos los gastos que insumiera se hiciesen al margen de la ley de contabilidad, pudiendo por lo tanto realizar sin licitación pública la construcción de un estadio, la instalación de una red de comunicaciones de radio y televisión especiales o la adquisición de pelotas de futbol”.
Sin embargo, Zinn mantenía una mirada distante y aburrida. Finalmente, éste asume terminantemente: “El Mundial de Futbol de 1978 es indispensable para nuestro programa económico que parte de la premisa de pan y circo. En cuanto a la corrupción que pueda haber en las adquisiciones, es inevitable. Recuerde el consejo que se les da a las chicas norteamericanas: si no puedes evitar la violación, relájate y disfrútala. Así se dirige la economía, doctor”. (González, 2012)
El cinismo neoliberal es claro. Más lo es sino leemos en su libro llamado “La segunda fundación de la Republica” (1976) su hipócrita excusa sobre el cual justifica su participación dentro de la gestión de Rodrigo:
“Yo veía que el país estaba siendo llevado a una política suicida, con un populismo desenfrenado y tergiversador en el que curiosamente coincidían la coalición gobernante y el principal partido de la oposición, y después de una prolongada entrevista con el futuro ministro de Economía y de un profundo examen de conciencia, concluí que existía una posibilidad –aunque mínima– de introducir cierto realismo económico-social que atemperara la casi inexorable caída en el vacío” (Zinn, 1976)
“Esto es una guerra”
Decíamos que la revolución peronista era un sueño eterno. Como toda revolución se devora a sus hijos tempranamente, y queda la resaca. Y los pocos honestos que sobreviven quedan como David ante Goliath, pero sin elástico para la gomera. Curiosamente, aquel gobierno de Isabel que había implementado la condena a la subversión económica (algo que la justicia jamás se atrevió a aplicar; los historiadores jamás lo mencionan porque prefieren hablar del decreto de Luder sobre aniquilar la subversión) tendría en su seno al mayor terrorista. Ricardo Zinn le decía a su equipo de trabajo: “Esto es una guerra”. La idea era generar una estampida inflacionaria que licuara la deuda de las empresas, que rompiera con el control de precios y que beneficiara a las compañías exportadoras, vía devaluación. Pero además de la devaluación era necesario achatar el consumo –es decir, los salarios- para que hubiera más oferta exportable. (Restivo y Dellatorre, 2005).
Aquella primera “doctrina del shock” que se aplicaría en nuestro país se lo recuerda como “Rodrigazo” disponía una devaluación del peso del 160 % y un aumento de las tarifas y los combustibles de hasta el 180 %.
La historia “oficial” asociaría la brutalidad con José López Rega quien fuera separado del gobierno ante el fracaso del programa neoliberal que impulsaba en las sombras Ricardo Zinn.
La Segunda Fundación de la Republica
Durante el Proceso de Reorganización Nacional, Ricardo Zinn fue asesor de José Martínez de Hoz y uno de los artífices del plan económico al interior del grupo Azcuénaga. Más tarde diseñó los fundamentos del Plan de Entidades Financieras. Pero además dejaba un manifiesto que significa un espejo por el que se refleja el actual gobierno: mientras se cocinaba el golpe a Isabel, Zinn sacaba su trabajo llamado “La segunda fundación de la Republica”.
Para el economista, la Argentina había atravesado, hasta el último golpe de Estado en ese año, “sesenta años de decadencia”, como titulaba al capítulo que abría su obra programática dedicada al “Proceso”. Los sesenta años hablaba no solo en contra del populismo sino que, en realidad, propugnaba la restauración de una “democracia tutelada” ya que la Ley Saenz Peña trajo los profundos males a la Nación: la democracia de masas. Finalmente, el trienio 1973-1976, para Zinn, significaba la “aceleración de la decadencia”, la cual “es responsabilidad exclusiva de los gobiernos que se sucedieron en los últimos sesenta años, y sobre todo los de Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel Perón, Luder, Isabel Perón, que crucificaron los últimos tres años de la historia argentina” (Zinn, 1976: 40).
El actual gobierno de Milei no sólo recuperaba la retórica del “mal que engendró el populismo” sino que asimila las “bases” que proponía Zinn en este libro. Aquí, con alta dosis de cinismo, asumía que “sólo cuando la fuerza actúa junto a la libertad y la ley, tenemos las bases de una república”. Más adelante, los principios que enfatiza Zinn resulta inevitable asociarlos con las principales políticas libertarias en su defensa de los valores conservadores, la asociación con la política de “occidente” y, sobretodo, el abogo sobre la “libertad”. No es curioso que la palabra “libertad” prolifere en un libro elaborado en un momento censitario y restringido como lo es bajo una dictadura. Sin embargo, recordamos las palabras de un viejo conservador inglés, Maurice Cowling, quien bajo un lapsus de honestidad brutal confiesa: “Lo que los conservadores quieren no es la libertad; lo que quieren es el tipo de libertad que mantenga las desigualdades existentes o restaure las perdidas”.
José Enrique Miguens (en otro libro que merecería recuperarse del ostracismo: “Los Neo fascismos en la Argentina”, 1983) nos dice que el “cuento” de la libertad propugnada por nuestros liberales es una falacia:
“Libertad de mercado para todo, menos para los salarios; libertad económica sí, pero libertad política no; libre competencia en las mercaderías, pero no en las ideas; las asociaciones empresarias pueden hacer política activamente, pero la tienen prohibida las asociaciones de trabajadores y las asociaciones estudiantiles…” (Miguenz, 1983)
Cuando Zinn colaboraba activamente durante la presidencia de Menem, reconocía la paradoja de formar parte nuevamente de un gobierno de origen peronista:
“La ironía de la historia quiere que este regreso progresivo al liberalismo de Adam Smith sea piloteado por el presidente Menem del Partido Justicialista cuyo fundador instaló el régimen mercantilista que contribuyó a la decadencia del país en los últimos cuarenta años. A la historia favorable no se la analiza ni critica, se la recibe y se la trata de aprovechar” (Zinn, 1996: 316 [1990]).
Es la misma lógica de Milei y el verdadero poder detrás de sus políticas: el fin justifica los medios.