De SOMISA a Ternium-Siderar: Una perspectiva histórica de la competitividad

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De SOMISA a Ternium-Siderar: Una perspectiva histórica de la competitividad

23 Noviembre 2012

Por Cynthia Rivero l Hace apenas un mes atrás asistimos a una disputa discursiva entre algunos funcionarios del Gobierno, en particular el Ministro de Planificación Julio De Vido y el Viceministro de Economía Axel Kicillof con el CEO de la llamada Organización Techint, Paolo Rocca, sobre la cuestión de la competitividad de una de las empresas siderúrgicas más importantes de carácter transnacional como es Ternium-Siderar. En tal ocasión, el Ministro De Vido reclamó a Rocca ‘si yo tuviera una empresa con rubros en los que es monopólica, al hablar de competitividad trataría de ser un poco más medido’ en alusión a los dichos del CEO quien alegó ‘Argentina tiene un gran potencial, pero está muy mal gestionada. A partir de 2008 la competitividad comenzó a caer’. A lo cual el Ministro respondió: ‘que Rocca hable de competitividad es como hablar de la soga en la casa del ahorcado’. Ahora bien, para comprender el sentido figurado que condensa tal alegoría, más allá de la distorsión o precisión mediática sobre cada uno de los enunciados, necesitamos remontarnos algunas décadas atrás.

En 1941 el gobierno a cargo de Roberto Ortíz crea por Ley 12.709 la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM) que sería el organismo responsable de impulsar las industrias químicas y metalúrgicas, bajo la conducción del Gral. Manuel Nicolás Savio. Mediante la creación de sociedades de capital mixto la DGFM, impulsó la construcción de Altos Hornos Zapla, en la ciudad de Palpalá, Provincia de Jujuy, que fuera inaugurada en 1943. Asimismo en junio de 1947 durante el gobierno del Gral. Juan D. Perón, fue sancionada la Ley 12.987 que aprobaba el Plan Siderúrgico Argentino y la constitución de la Sociedad Mixta de Siderurgia Argentina (SOMISA).

Hasta ese momento podríamos decir que la competitividad industrial era entendida en términos de consolidar la política económica de sustitución de importaciones. Pasaron 13 años entre la sanción del Plan Siderúrgico y la inauguración de la Planta Gral. Savio en la localidad de Ramallo, próxima a San Nicolás de los Arroyos. Durante ese interregno de los diversos funcionarios buscaron financiamiento y créditos externos, así como asesoramiento técnico para la construcción de la Planta y la puesta en funcionamiento de los equipos. Será entonces el 25 de julio de 1960 cuando el Presidente Arturo Frondizi junto con diversas autoridades nacionales, civiles y militares –SOMISA quedará bajo la órbita de la DGFM y luego del Ministerio de Defensa- inauguraron la Planta llamada Gral. Savio, en honor a su fundador.

Durante esa primera década la empresa fue consolidando y ampliando sus capacidades. Su competitividad se definía también por el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas de capital privado. Tal como estaba previsto en la Ley desarrolló una política de utilización de insumos, repuestos y materias primas nacionales colaborando con el proceso de industrialización vigente en el país hasta principios de la década del ’70. Entre las empresas que SOMISA ayudó a formar se encontraba HIPASAM (Hierro Patagónico Sociedad Anónima) también bajo la órbita de la DGFM y la Provincia de Río Negro. La finalidad de esta empresa era explotar el yacimiento de hierro ubicado en las proximidades de la localidad de Sierra Grande, que abastecería uno de los Altos Hornos de SOMISA.

Sin embargo, entre fines de los años setenta y principios de los ochenta, la industria siderúrgica atravesó un fuerte proceso de concentración y reestructuración del sector privado, en el marco de la última dictadura militar. El sector público comenzó a tener menor relevancia como núcleo dinamizador de la evolución de la siderurgia nacional al perder un gran porcentaje del mercado interno con la integración de SIDERCA (Organización Techint) y ACINDAR (Familia Acevedo), firmas líderes de capital privado, teniendo que competir con estas últimas en el mercado externo. Así podríamos decir que la competitividad del capital privado creció y se desarrolló al amparo de los beneficios que le otorgaba el sector público.

En el año 1990 SOMISA se ubicaba entre las 30 empresas de mayor facturación anual del país y ocupaba el 1º lugar en cuanto a su aporte a las exportaciones agregadas de productos siderúrgicos. Más allá de su buen desempeño económico, los artífices del programa de privatizaciones impulsado en la década del ’90 arrasarían con casi todas las empresas públicas existentes en distintos rubros productivos y de servicios. En este contexto, el gobierno nacional interviene SOMISA designando a diferentes personajes del mundo empresarial y sindical. Hugo Franco, Juan Carlos Cattaneo, Jorge Triacca y por último María Julia Alsogaray quien se encargará de la liquidación final. Todos ellos fueron posteriormente enjuiciados por llevar a cabo diferentes negocios fraudulentos. Sus intervenciones en la empresa estuvieron signadas por generar un importante déficit económico-financiero que otorgó elementos suficientes para justificar su transferencia al Grupo Techint, por un valor de venta irrisorio. En cuanto a lo que refiere a los trabajadores, además de presiones, humillaciones, rotaciones y retiros voluntarios, también hubo despidos y suspensiones que dejaron a más de 8.500 personas fuera de la Planta. Estos son los términos con los cuales se entendía la competitividad en los años ’90: racionalización y reducción de personal, reconversión productiva, modernización tecnológica y entrega del patrimonio nacional al capital privado.

El 26 de noviembre de 1992 un consorcio formado por el Grupo Techint adquiere SOMISA y comienza un largo proceso de borramiento de la historia de la empresa y sobre todo de reconversión laboral. La nueva competitividad se funda sobre viejos cimientos: intensificación del trabajo, mayor control del tiempo de trabajo, reducción continua de trabajadores, automatización de algunos procesos, adoctrinamiento y capacitaciones en los nuevos valores de la empresa, etc. Algunos dicen que fue una comunidad que tomó a otra, una especie de colonización en un escenario donde imperaba la certeza de la desocupación puertas afuera de la Planta. En diciembre de 1993 la nueva empresa llamada Aceros Paraná S.A fue fusionada con Propulsora Siderúrgica (única competidora de SOMISA en la producción de laminados planos en frío) y con las nuevas adquisiciones del Grupo Techint (Sidercolor, Sidercrom y Aceros Bernal) dando origen a Siderar S.A. De este modo quedo conformado el duopolio entre Siderar y Acindar, la primera especializada en la fabricación de aceros planos y la segunda en la producción de aceros no planos.

A partir del año 1994 el sector siderúrgico tuvo un fuerte desempeño expansivo debido a la recuperación del consumo interno, hacia 1998 se origina una marcada desaceleración como consecuencia de la recesión económica que finaliza en el 2001 cuando se produce una reorientación hacia el mercado externo, debido a la crisis financiera que termina con el régimen de convertibilidad. La fuerte devaluación acontecida en el 2002 favoreció una nueva fase de expansión para la producción siderúrgica y mejoró sustancialmente la rentabilidad del sector convirtiéndolos en uno de los principales “ganadores” (Aspiazu, Basualdo y Kulfas “La industria siderúrgica en Argentina y Brasil durante las últimas décadas”, Fetia - CTA, 2005).

Por último en el año 2005, se produce una nueva fusión entre las empresas pertenecientes al Grupo Techint, conformándose Ternium Siderar que es la síntesis de Siderar SA, Sidor en Venezuela (expropiada en 2008) e Hylsalmex (México). En el marco de las políticas macroeconómicas desarrolladas durante la gestión kirchnerista dicho grupo empresario no solo ha podido desarrollar y consolidar su competitividad en términos de aumentar su rentabilidad económica y ganancias, sino que también ha expandido su negocio hacia diferentes lugares del mundo. Actualmente Ternium-Siderar SA es la única empresa que produce chapa y por lo tanto es monopolio en su rubro.

En este escenario el gobierno intenta impulsar un proceso de reindustrialización (a contramano de la crisis mundial) que no solo incluye inversión en tecnología sino también garantizar los puestos de trabajo, por ello solicita a los principales referentes del mundo empresarial que tengan cierta prudencia y también, reconocimiento de quiénes son y cómo han logrado su riqueza. En este sentido, cuando algunos funcionarios les reclaman a ciertos personajes desmemoriados, reinversión de sus utilidades -y no giros al exterior- para ampliar sus capacidades productivas, también les recuerdan en ese gesto que no es apropiado, ni mucho menos justo ‘hablar de la soga en la casa del ahorcado’.


Cynthia Rivero es Antropóloga – Docente e investigadora INTI-UBA. Miembro del Grupo de Antropología del Trabajo – GAT. Es autora del libro Entre la comunidad del acero y la comunidad de María. Un análisis antropológico de los avatares sociopolíticos de San Nicolás (Antropofagia, 2008)