AMIA, la traición, por Daniel Schnitman
Por Daniel Schnitman
Los atentados contra la embajada de Israel en Argentina en 1992 y la sede de la mutual judía AMIA en 1994 todavía siguen manchados de encubrimiento y desidia.
Hasta hoy, las instancias judiciales no han descubierto y castigado a los culpables de esas masacres.
Desde un principio, los dirigentes del judaísmo oficial intentaron que el Estado argentino responsabilizara al gobierno de Irán (el eje del mal), a través de campañas de la prensa hegemónica.
La asociación que constituían de hecho Carlos Menem, Rubén Beraja, Carlos Ruckauft y Carlos Corach, con la colaboración del ex embajador Yztjak Aviran, Monzer Al Kassar, Munir Menem, Emir Yoma y otros, hacen de este conflicto, una macabra obra de terror con final abierto.
En 1994, la generosa biblioteca y los archivos de las instituciones centrales hebreas que allí se guardaban, explotó por los aires. Sin embargo, muchos documentos secretos, internos, que el judaísmo oficial quiso ocultar, fueron rescatados y son expuestos en este libro.
Se trata de una relación mafiosa de traiciones y desidia. Un misterio revelado que descubre pactos sangrientos dentro de una trama donde conviven asesinos, traficantes y socios del silencio. En este libro se hace un recorrido, desde la épica inmigración, los gauchos judíos, el ascenso social y sus consecuencias. Los desaparecidos judíos en la dictadura argentina hasta el poder real son descriptos con vivencias y recopilaciones que intentan aclarar lo oscurecido.
Una de las razones centrales que me llevaron a publicar este libro es el momento crítico que vive el judaísmo diaspórico, y el argentino en particular.
Ya se han estudiado las razones de la merma sustancial de su población a la mitad de la que había hasta hace sólo unas décadas, asimilación, exilio, dejadez.
La actualidad nos marca un camino estrecho por el que pasarán solamente los más obsecuentes, ortodoxos y observantes. Un filtro poderoso que apartará a los fieles no convencidos de su identidad y sólo dejará lugar a los seguidores del dogma religioso. Una forma de resguardarse ante los peligros externos (antisemitismo, judeofobia).
Pero también, hay que destacar que una gran parte de la población judeo-argentina siente que su pasado, memoria, lucha y logros están en peligro de extinción.
El judío poderoso, el aliado al poder de turno, se ha tornado en un ejemplar difícil de absorber por el de a pie, aquel que no concibe negociar con lo ilegal, con lo turbio, con los malos judíos que afectan a toda la comunidad.
En este aspecto tuve la suerte de encontrar los elementos y pruebas fehacientes que fueron aportados por el accionar de la misma gente que integra esta especie de organización mafiosa.
Mi interés en separar a los buenos de los malos surge en gran parte por mi experiencia personal. Encontrarle el sentido se convirtió en un desafío irresistible.
Queda todavía una leve esperanza para que el pueblo en general piense que no todos los judíos somos lo mismo.
Quiero intentar, en parte, contribuir a la no generalización donde nos han puesto al grito de “usureros y rufianes, mafiosos de cuello blanco” que con el actuar de estos personajes dominantes le dan la razón a ese pensamiento popular antisemita.
Todo lo que realizan en el afán de acumular riqueza en su desesperación de codearse con el poder, me ofusca e irrita.
La idea es decir que aún podemos redimirnos, que no todos los judíos de la Argentina somos como los Beraja, Wolff, Elzstain, Mindlin, Szpolski, Corach, Levín, Werthein, Yanco, Bergman y etcétera. Ni formamos parte de ninguna banda.
Repasaré aquí la épica inmigratoria, la ética y la solidaridad, los gauchos judíos, el ascenso social y los avatares sucedidos hasta la llegada a las mieles del poder y sus consecuencias.
Los atentados contra la embajada de Israel en 1992 y la sede de AMIA en 1994 todavía siguen removiendo escombros.
Hasta hoy, las instancias judiciales han fracasado en descubrir y castigar a los culpables.
Desde el principio, los dirigentes del judaísmo oficial intentaron que el estado argentino responsabilizara al gobierno de Irán, a través de campañas de prensa masiva. Rubén Beraja era, en 1994, el director del Banco Mayo. Banco que, junto al Mercurio, Intercontinental Bank Uruguay, American Bank and Trust de Bahamas, Bond Market y Capital investment Fund, lavaba el dinero de la venta de armas y drogas, según había explicitado el financista Mariano Perel en la carta que se conociera tras su muerte violenta. Según el diario “Página12” del 4/4/2015, “parte de los dineros mal habidos se encuentran en una de las 4040 cuentas del banco HSBC de Ginebra, Suiza, según investigaciones de la AFIP”. Este hecho, de fácil acceso público, no fue publicitado lo suficiente como para empezar a desovillar este hilo de sospechas.
Con el atentado a la AMIA, la biblioteca y los archivos de las instituciones centrales que allí se guardaban, explotó por los aires, sin embargo muchos documentos secretos e internos fueron rescatados y son expuestos en estas páginas.