Carita de buena
Por Viviana Maestri*
Una multitud colma el estadio y sus alrededores. Blanco y celeste son los colores. En un escenario que en ese marco parece diminuto, se alza la imagen de la grandeza. Tiene cuerpo y voz de mujer.
De esa multitud van emergiendo, para rodearla, las personas “de carne y hueso”; traen sus historias acerca del despojo que el gobierno de la oligarquía ha consumado -en un año y medio- sobre la ciencia, la industria, la educación, la producción de alimentos, el comercio, la cultura barrial, los derechos sociales… La mayoría de las personas, en ese escenario, son mujeres.
Dice Cristina: “(…) te podrán guionar los discursos, podrás poner carita de buena, pero esta es la realidad que tenemos que encarar…a mí nunca me salió la carita de buena (…)”.
La ironía es uno de sus recursos efectivos de oratoria: la referencia obvia es a las caritas angelicales de las Carolinas y las Mariu, que se muestran siempre sonrientes, correctas y en tono monocorde; tanto para saludar a las vallas en los actos, como para imponer las peores políticas de ajuste del gobierno del que son cómplices. Siempre con “carita de buena”. Queriéndonos hacer creer que están muy acongojadas por el dolor que -“inevitablemente“- “tienen” que provocarnos.
La “carita de buena” es la que les corresponde a las niñitas modositas y educadas. Que después serán señoras discretas y amables, que irán por la vida silenciosa y sigilosamente, para no molestar. Cuanto más imperceptible, cuanto más calladita, cuanto más Awada, mejor.
Como nuestras madres y abuelas nos han repetido a las mujeres de la generación de Cristina, hasta el cansancio: “No sólo hay que ser (buena), sino también parecer”. Hay que parecer, porque esa es la mujer que el patriarcado espera que seamos: obediente, tranquila, templada, ubicada. Nunca perder los estribos. Nunca mostrar la pasión, el desafío a las reglas. Nunca gritar. Y menos putear (eso es para los varones). No enfrentarse. No imponerse. No golpear la mesa. No decir basta. No decir “acá estoy yo”.
Por eso a las grandes luchadoras de la Historia las borraron de los libros. No están en los manuales las que estuvieron en los campos de batalla, las que se enfrentaron a los colonizadores, las que diseñaron estrategias al lado de sus varones. No, las mujeres que nos hicieron conocer sólo tocan el piano en la sala y cosen y bordan banderas. Todas con “carita de buena”.
Eso quiere decir que hay otra historia. Y las mujeres peronistas la conocemos.
Porque tuvimos una Evita capitana, pura sangre y pelea contra la misoginia de su tiempo. La que mostró su deseo por el hombre que amaba y pasión por su pueblo, y su repudio por los traidores vendepatria. La que llamaba a las cosas por su nombre. Y, cuando estaba encendida en esos discursos inolvidables, su “carita” era de fuerza, de lucha, de coraje.
Hoy tenemos a Cristina. La que dio y da las verdaderas peleas contra los poderes concentrados, contra la burocracia política, contra la pequeñez de los que tienen ideas chicas y ambiciones grandes.
La que nos sube a las mujeres al escenario de la política.
La que no pone “carita de buena”, porque no le sale.
Queremos tu cara tensa, Cristina. Tu cara crispada. Queremos que grites y puteés a todos los pelotudos que no se dan cuenta que “Soy yo, Cristina, pelotudo”. Queremos que te enojes, que te burles, que bardeés. Y, cuando quieras, que te rías, que bailes o que cantes.
Te queremos mala. Bien mala con los poderosos. Porque, con los que nos hacen daño, las mujeres somos malas. Y podemos ser peores. Que, por una vez, nos tengan miedo a nosotras.
Y vos, Cristina, volvé cuando se te canten los ovarios.
*Referente del Frente de Géneros del Peronismo Militante en General Rodríguez.