Catolicismo freudiano (¿Freud y Lacan, dos sutiles religiosos?)

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    Ilustración: Matias De Brasi

Catolicismo freudiano (¿Freud y Lacan, dos sutiles religiosos?)

28 Abril 2025

Freud y Lacan fueron dos grandes ateos religiosos. Sería tan pertinente como aburridamente monográfico enumerar, analizar y concluir en la presencia sutil pero avasallante de, por ejemplo, el texto bíblico en ambas obras; o la abundancia de metáforas, imágenes o analogías que nos recuerdan que la religión es también historia, arqueología, filosofía, política, tragedia.

La célebre historiadora del psicoanálisis Élisabeth Roudinesco plantea que Freud:

se conectaba (...) con el gran principio de la confesión heredado de la Contrarreforma y sobre todo del concilio de Trento, que había hecho de ella un sacramento, un ejercicio íntimo sin contacto visual o físico entre el confesor y el penitente. Quisiéralo o no, Freud también era, en mayor o menor medida, el heredero de ciertas tradiciones del catolicismo, religión en la que su querida niñera lo había iniciado, al mismo tiempo que era su <profesora de sexualidad>1.

Nada nuevo bajo el sol, pero sí pertinente recordarlo para que emerja alguna novedad: refiero a la relación foucaultiana entre psicoanálisis y confesión, que según el dato histórico aquí aportado fue herencia primitiva en la vida de Freud, es decir, herencia del hogar, transmisión de esa niñera. El Edipo freudiano, pero el del propio Sigmund, quizás fue estricta y apasionadamente católico. Aunque reticente y en revuelta hacia la Institución Religiosa, hacia la Iglesia o Templo —subrogados de la madre—, persistió en Freud un niño inanalizado en su amor por una mujer en posición de mentora: una catequista que sabía, nada más y nada menos, de sexualidad. Una sujeto supuesto al saber a la altura de sus teorizaciones sexuales infantiles.

Freud, conjeturamos con fines ficticios y por ende sin pudor, debió haber sido un niño religiosamente masturbador, que fusionó a Kant con el totemismo haciendo del Edipo el mito fundante de un imperativo categórico edificado en el incesto: un deseo y su prohibición.

Freud: ateísmo puro, catolicismo espontáneo. De tan puro, neurótico. Fascinado en lo preliminar con el modelo científico-positivista, en el final volvió sus ojos hacia la religión, más no por eso habiendo dejado de ser ateo: la potencia en la inexactitud de Tótem y tabú (1912-1913), o que su última obra publicada haya sido ni más ni menos que Moisés y la religión monoteísta (1934-1938).

Un ateísmo puro, consagrado a la ciencia pero sin ignorar, como la mayoría, la poderosa ilusión religiosa. Un positivista religioso, pero que no tomó a lo primero como credo. Eso le permitió interesarse y utilizar mucho de las supersticiones, mitología y de la literatura religiosa. ¿Influencia de uno de sus mentores, el sacerdote Brentano?

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Jacques Lacan privilegió como dispositivo de enseñanza al Seminario. El seminario del sacerdocio, y más específicamente el ordenamiento jesuita, es básicamente lacaniano. Al revés: la estructura del seminario de Lacan, y el modo de concebir su institucionalidad en el interior del movimiento analítico, era eminentemente jesuita. A grandes rasgos, la distribución de poder jesuita, y su estrategia política, eclesiástica y militar a lo largo de la historia, consistió en disolverse y dispersarse para mantener una suerte de fuerza espectral sobre todos sus miembros. Una operatoria a través del poder asociativo del lenguaje, mediante la ponderación del valor alegórico de las escrituras sagradas.

Un sistema de órdenes y poderosas mimetizaciones. Una especie de calco, una operatoria significante —metafórica y metonímica— entre contenido y continente, entre un contenido que sin dejar de serlo se representa como continente: la banda de Moebius cristiana. Por algo es que suele describirse a la Compañía de Jesús como una Iglesia dentro de la Iglesia, un Estado dentro del Estado. Quizás haya aquí una relación, mejor dicho, la fundamentación, de la tesis de extraterritorialidad del psicoanálisis respecto a otras instituciones, incluido el propio Estado como supra institución, que comulgan muchos maestros.

Este complejo sistema permite la analogía con su peculiar y potente “retorno a Freud”: una cruzada hacia la escritura sagrada para su respetuosa profanación. ¿Será exagerado aseverar que el retorno lacaniano a Freud no fue sin lo jesuita, en Compañía de Jesús? Mariano Hornstein2 recordaba que Lacan fundó su Escuela incluyendo a 3 analistas jesuitas, con el célebre historiador Michel de Certeau entre ellos.

El complejo jesuítico-lacaniano utiliza para el ejercicio del poder la lógica del significante vacío descrita por Ernesto Laclau, que incluye el cálculo mimético y encuentra en la actuación del propio Lacan su gran sinécdoque: ese hito en que disuelve su Escuela con el propósito de demostrar la efectividad y la perdurabilidad, hacia el porvenir, de una retórica. Desafortunadamente sus herederos fueron menos jesuitas que Lacan. No heredaron su excomunión, y relanzaron ya no un Estado dentro de otro Estado, sino lisa y llanamente un Imperio Mundial.

La misma Roudinesco se refiere también a un Lacan políticamente católico:

...se dirigía de buen grado a sus auditores como un general de los jesuitas desafiando las potencias imperiales (...) Contrariamente a Freud (…) Lacan, también ateo, permaneció atado a la institución clerical, que veía como una fuerza política, y a la idea de que el cristianismo, y todavía más el catolicismo, era la única verdadera religión, debido a su doctrina de la encarnación. Y la esgrimía, como una bandera europea, contra los Estados Unidos freudianos, puritanos y pragmáticos (...) Por eso quiso convencer al Papa, en 19533, de que su teoría de un inconsciente inmerso en el lenguaje y no en el córtex cerebral podía llegar a los fieles sin vulnerarlos4.

Así las cosas, en esa carta robada había un Lacan intentando seducir al representante de Dios en la Tierra: buscaba un aliado divino y político frente al puritanismo protestante y los peligros de tornar al psicoanálisis freudiano en terapéutica adaptativa. Recordamos su seminario del 74’, El triunfo de la religión, donde su discurso se dirige a los católicos.

Si Lacan supo tener esta clase de interlocución con la Iglesia, y si tantos gozan de imitarlo, resulta hasta gracioso que el derrotero del lacanismo se comporte tan torpemente frente al catolicismo y a un Papa como Francisco que conoció íntimamente nuestro no-santo-oficio.

Jean Allouch5, por su parte, exploró otra de las facetas religiosas de Lacan: la relación con su hermano menor, Marc-François, un monje benedictino6. Señala la curiosa “censura” que Jacques le aplicara a Marc, cuando al publicar la segunda edición de su célebre tesis de psiquiatría en 1975 quitó una extensa dedicatoria incluida en la primera edición de 1932 hacia éste. Allouch especula que dicha borradura tenía un profundo motivo: que la hermandad entre ambos no sólo era de sangre sino también de religión. Es decir, nos sugiere a un joven Lacan bastante próximo al sacerdocio, insinuando así también que dicha borradura fue más bien un intento de abdicación a dicho oficio.

A su vez, el autor nos recuerda un dato curioso de las palabras o sermón que Marc pronunció en memoria de su hermano el 10 de septiembre de 19817, en la iglesia Saint-Pierre-du-Gros-Caillou: allí se refiere a Jacques en varias oportunidades como “Lacan” —que era también, naturalmente, su propio apellido—. Dice también Allouch:

A Marc-François le gustaba citar la Epístola a los judíos (11, 4): ‘Muerto, aún habla’. Se tomaba muy en serio esa observación, a tal punto que la considera “verificada” cuando, tras el deceso de su hermano, tuvo la oportunidad de oír su voz en un grabador, en especial la frase siguiente, que cita y lo interpreta: “El ser sólo surge de la falla que produce el ente al decirse”.

Allouch conjetura que la predilección por dicha frase denotaba cierto interés de Marc-François por demostrar, cual acto poético o incluso de justicia histórica, que Lacan era más católico de lo que parecía o mostraba8. Lo cual es reforzado cuando afirma, vía especulación pero desde cierta lógica, que “...en su juventud, hicieron un pacto (¿diabólico?) para consagrar sus vidas a la búsqueda de la verdad. Marc-François se atuvo al pacto; Jacques, a quien Marc-François califica de “testigo de la verdad”, sigue siendo una pregunta”.

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Había una interesante posición —¿neurótica?— de Freud y Lacan frente a la religión judeocristiana. Quizás no se trate de superar dicha neurosis psicoanálisis-religión, o su juntura en términos sintomáticos; pero sí convenga hacer de dicho síntoma uno más interesante: ¡sería el colmo que para mostrarnos superadores a la religión o al catolicismo nos remitamos pura y exclusivamente a moralinas, frases hechas o intelectualismos sin sabiduría!

En otro lugar he trabajado sobre la confesión pública del Papa Francisco en 2017 acerca de su paso por algo parecido a un psicoanálisis, a sus 42 años y con una analista judía. Esto, sumado a una rectificación posterior (una contrafesión donde decía que ni fue un análisis ni la mujer era psicóloga sino psiquiatra), donde esbozaba una interesante negación que afirmaba verdades y testimonios propios de alguien que sabía más que lo que decía, me llevó a la escritura ficcioclínica del análisis del Papa Francisco, ensayando cruces entre psicoanálisis, política y religión. Refiero a esta cruz como Síntoma-Francisco.

Me preguntaba y sigo preguntando: ¿cómo puede ser que casi a ningún otro colega se le haya ocurrido meditar críticamente sobre este punto de inflexión en nuestra cultura analítica y popular? ¿No es demasiado importante que quien fuera la cabeza de la religión más representativa del mundo hablara en porteño, tomara mate, fuera futbolero y furiosamente argentino, pero que también haya aunque sea rozado el oficio freudiano? ¿Será que, nuevamente, lo que se impone sea el pueril sentimiento de extraterritorialidad de ciertos psicoanalistas frente a nuestra cultura, su potencia barroca además de su malestar?

¿No será hora de revisar qué entendemos por “Iglesia” en psicoanálisis? ¿No hemos literalizado el término, y consecuentemente reducido la crítica del fenómeno institucional a una organización, a un mero hecho organizacional? ¿No estamos demasiado cómodos en esa diferencia maniquea entre Iglesia o fenómeno de masas —popular— y Psicoanálisis? ¿Tan seguros estamos de estar curados, exorcizados, de no ser más papistas que el Papa en nuestro psicoanálisis actual? Ante un fenómeno histórico tan complejo como el de la religiosidad, en especial el de la religión católica y su influencia en nuestra cultura popular, ¿responderemos sin responder a la demanda? ¿Alcanza con respuestas snob, que en vez de protestar se asemejan más a un berrinche infantil o a una posición nihilista propia del discurso capitalista?

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Como plantea Alberto Vasco Uribe9, la alianza entre la sotana negra y el guardapolvo blanco del médico existe. Un arte de curar teleológico, una concepción del sufrimiento pecaminosa, una medicina con perspectiva moralista. Todo eso existe, y también existe lugar en esa alianza para que en vez de un tratamiento desde el alma nos arroguemos el salvataje de almas. Hay alianza cuando se intenta un sepultamiento del conflicto. ¿Qué problema habría en alojar y desplegar el conflicto entre religión y psicoanálisis?

Las personas que concurren a una terapia en sentido amplio portan creencias, incluso religiosas. Practicantes o no de una religión, ya sea las clásicas o las que están de moda; reiki o islamismo, catolicismo o budismo zen, judaísmo o taoísmo. El psicoanálisis permite una relación menos neurótica con la religión, con la propia fe, con la espiritualidad y con la religiosidad de los otros. Una reelaboración ética de la propia neurosis religiosa, de destino. En paralelo, los psicoanalistas debemos esforzar nuestro deseo para habitar una relación menos neurótica con el propio psicoanálisis, advirtiendo que su carácter divino está precisamente en abrazar la incompletud.

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Cuando un creyente, tomado por algún estado de angustia o desesperación, se encomienda a Dios y cual mantra recita “el Señor es mi pastor, nada me puede pasar”, no está buscando una solución utilitaria. La salvación no equivale ni se reduce a una simplificación de la existencia práctica. ¡El paraíso dejaría mucho que desear si fuera meramente un lugar simplista!

Quien se ha salvado tiene una relación más interesante con la claridad, no por lo cuantitativo-acumulativo, sino porque prescinde, al menos en gran parte, de ella. Esto mismo pensaba Freud al afirmar que Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro”10. El acto de caminar sería aquí lo contrario a la inhibición, y el canto el aporte sintomático propio de lo poético. Analizarse es ante todo la elevación de la inhibición11 a la dignidad de síntoma. Los psicoanalistas bregamos por la salvación, no de la persona sino de su síntoma.

Hay una temeridad profana, propia de un cristianismo sincrético, en quien busca la verdad allí donde no hay luz alguna. Se trata de un heroísmo muy humano, porque se triunfa allí donde no se es ni desea ser Dios. Freud era heroico y ascético en este punto. O en otro orden compatible, el “Yo no busco, encuentro” que Lacan le robara a Pablo Picasso, como idea-fuerza proviene a su vez del precepto técnico, estrictamente clínico, de Freud: “en un psicoanálisis la cura se da por añadidura”. Estas formas mínimas de temeridad profana tiene su génesis, no exclusivamente pero sin ninguna duda, de axiomas/actos del propio Jesús de Nazaret12.

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Conviene la sospecha ante las morales simples que buscan “lo verdadero” a cualquier costo: “todo lo que está bien”, “gente del bien”, etc. Lo coherente, lo lógico, puede ser falso. La verdad en psicoanálisis es un lugar que puede ser ocupado por algún elemento que permita un oficio significante; esto es, la verdad como una construcción, lo propio de una invención.

La verdad tiene a veces necesidad de testigos falsos.

Existe una verdad en análisis, es condición que la haya. Pero esta no puede coincidir nunca con el gozo de quien se analiza. Este hecho no acerca al psicoanálisis al pesimismo ni a aguar fiestas, sino por el contrario a una ética nada simple donde deseo y felicidad implican un arduo trabajo, una comunión.

La naturalización de la realidad como a priori objetiva impide recordar la existencia de diversas fuentes de legitimación y saber. El reverso de esto consistiría en abstenerse de sacralizar un saber, pudiendo sostener así que psicoanálisis y religión son dominios inconmensurables más no por ello disociables. Con esta posición epistémico-metodológica que no admite mezclas irresponsables sino que sostiene la tensión y los límites, no resulta imposible que al mismo tiempo dos verdades tengan lugar para ceñir ello de lo humano que no se ajusta al principio de no contradicción: la existencia, la trascendencia, la finitud, lo imperecedero.

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La posición de Freud frente a la relación psicoanálisis-religiosidad no es unívoca: juzgaba que quien creyera a la vez en la aritmética y en la Santísima Trinidad entraba en el terreno de la psicopatología. Freud era un sujeto que al tiempo de conferir toda su confianza al poder del espíritu profesaba el mayor de los escepticismos metafísicos; padecía esa contradicción, esa disociación instrumental entre el médico-padre del psicoanálisis y el hombre llamado Freud que en su fuero no tan íntimo era un notable ocultista. Esta es una de las tantas aristas de la neurosis de Freud, señalización de un síntoma que lo representa.

Desde su enunciación como máximo representante del psicoanálisis mantenía con y frente a la religión una relación eminentemente política. Mejor dicho, el complejo Freud-Catolicismo implicó una disputa por el monopolio del porvenir. No disputaba la verdad, ni intentaba falsear los preceptos y dispositivos religiosos. Disputaba13 el futuro con pero también del catolicismo.

¿No convendría recoger la potencia de esta disputa sintomática y utilizarla de otro modo? ¿No sería más coherente una rectificación acorde al estado actual de la religiosidad en nuestra cultura y en nuestro tiempo? ¿Es correcto afirmar que la disputa por el porvenir es principalmente con el catolicismo? ¿No será más acertado considerar que la contradicción principal es hoy en día con otras formas, de corte new age, de un espiritualismo utilitario, antihumanista y profundamente tecnoindividual? ¿No convendría una política para disputar el porvenir que incluya, con todas las tensiones del asunto, eso arriba denominado síntoma-Francisco? ¿No podría ser ese síntoma acaso, sino un aliado, un interesante interlocutor, en tanto representa a un Papa que fue analizante? Propender hacia ello coincidiría con producir diálogo, que en este momento histórico se parece a un milagro.

De lo contrario proseguirá la inmanencia, lo mórbido y lo corporativo: supremacía reinante de cierta teología analítica, de una relación puramente canónica con nuestra praxis y entre sus practicantes, un burdo evangelismo freudolacaniano.

Se incluyen fragmentos de “El Papa Francisco se analizó en Villa Crespo”, ficción clínica incluida en #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (2019)

1 Roudinesco, E. (2015). “La invención del psicoanálisis”. Freud en su tiempo y en el nuestro. Buenos Aires: Debate (p. 85).

2 El Papa era Pío XII.

3 Lo que sigue es tomado de fragmentos de su libro Prisioneros del gran Otro: la injerencia divina I, publicados en “Psicología” de Página12 el 8 de junio de 2013 bajo el título “Lacan, monje benedictino”.

4 Creadores del famoso licor Benedictine.

5 Dice Roudinesco en Lacan, frente y contra todo (FCE: Buenos Aires, 2013): “Lacan murió bajo un nombre falso, el 9 de septiembre de 1981 (...) Aunque había expresado el deseo de acabar sus días en Italia, en Roma o en Venecia, y había deseado funerales católicos, fue enterrado sin ceremonias y en la intimidad en el cementerio de Guitrancourt” (pág. 124). Aun cuando esta afirmación le valió desmentidas y serios cuestionamientos de sus familiares directos, resulta una alusión interesante en términos ficcionales.

6 Su hija predilecta y heredera intelectual, Judith, tomó la comunión y concurrió a colegios católicos, aun cuando Lacan se confesaba públicamente ateo y que la madre de la niña fuera judía.

7 Vasco Uribe, A. (1987). “Estructura y Proceso en la conceptualización de la enfermedad”. Conferencia presentada en el Taller Latinoamericano de Medicina Social, Medellín.

8 Roudinesco, E. (2013[2011]). "La cosa, la peste". Lacan, frente y contra todo. CABA: FCE (pp. 88-89).

9 Freud, S. (1926[1925]). “Inhibición, síntoma y angustia”. Obras Completas, vol. XX. Buenos Aires: Amorrortu (p. 92). La poética frase citada concluye el segundo apartado de este escrito, y es precedido por un célebre párrafo que merece, por la pertinencia, ser citado: “Yo no soy en modo alguno partidario de fabricar cosmovisiones. Dejémoslas para los filósofos, quienes, según propia confesión, hallan irrealizable el viaje de la vida sin un Baedeker [nombre de unas célebres guías turísticas de Alemania] así, que dé razón a todo. Aceptemos humildemente el desprecio que ellos, desde sus empinados afanes, arrojarán sobre nosotros. Pero como tampoco podemos desmentir nuestro orgullo narcisista, busquemos consuelo en la reflexión de que todas esas <<guías de vida>> envejecen con rapidez y es justamente nuestro pequeño trabajo, limitado en su miopía, el que hace necesarias sus reediciones; y que, además aun los más modernos de esos Baedeker son intentos de sustituir el viejo catecismo, tan cómodo y tan perfecto. Bien sabemos cuán poca luz ha podido arrojar hasta ahora la ciencia sobre los enigmas de este mundo, pero todo el barullo de los filósofos no modificará un ápice ese estado de cosas; sólo la paciente prosecución del trabajo que todo subordina a una sola exigencia, la certeza, puede producir poco a poco un cambio”. ¡Qué notablemente actual el hecho de comprobar en nuestro tiempo que las contemporáneas cosmovisiones tienen un espiritualismo propio del más burdo de los turismos!

10 Forma típica de cualquier consultante y excelente analogía del chupacirio que no actúa por el prójimo.

11 “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se les darán por añadidura” (Mateo 6, 33).

12 Utilizo el tiempo pretérito con intencional énfasis.

13 “Y un día el Papa habló en el diván”, Diario Clarín (22/09/2017)