¿Cómo operan psicológicamente los medios?
Por Santiago Gómez
Cuando hablamos repetimos un orden que desconocemos, eso es el inconsciente.
Lacan sacó el inconsciente de las profundidades en que Freud lo dejó para ponerlo en la superficie y decir que el inconsciente es un sistema abierto que está articulado como un lenguaje. Siguiendo la lingüística de Fernandind de Sausseaure, introdujo el término significante en el vocabulario psicoanalítico, tomándolo como el soporte material del inconsciente. Un significante es lo que se traduce, un elemento que está ligado a otros elementos por los que se puede sustituir y que está también disponible para un uso diacrónico, para la constitución de una cadena significante, va a decir él, para construir imágenes preferimos decir nosotros.
Lacan consideró que el problema del psicoanálisis era el alcance de las palabras y fue a lo que se dedicó a pensar en su vida. A la relación entre el pensamiento y el lenguaje, entre el inconsciente y el lenguaje. El debate sobre las palabras y las cosas excede a los psicoanalistas, a la filosofía, hace a la literatura. ¿O son otros los problemas con los lidia quien escribe cuando intenta construir una ficción? ¿Cómo encender la chispa de la imaginación de quien lee para hacerle ver lo que queremos que vea, poner en movimiento esa historia a través de un contínum de imágenes que se sostengan de la tensión narrativa, la cual tiene que estar muy bien cocida para que no pierda la atención del lector.
Ya en el siglo XIX nuestros criollos antiimperialistas, como Simón Rodríguez, nos alertaron que la colonización estaba en la lengua. Con la lengua incorporamos una lectura del mundo, un ordenamiento del sentido. Los colonizadores nos impusieron que dijéramos que las cosas eran como ellos decían. Y si hubo algo que dejó claro el siglo XX a nivel mundial fue que las cosas en la mayoría de los lugares no son como deberían ser.
Vamos a alejarnos de las lecturas clínicas, que leen los conflictos sociales en clave médica. Nuestro interés no es hacer diagnósticos. Tan solo analizar algunos de los fenómenos por los cuales las personas incorporan saberes, que no son producto de su experiencia, lecturas ajenas, con las cuales intrepretan la realidad y actúan en consecuencia. Pronto nos viene la imagen de la manipulación mediática masiva, por lo que les propongo que tomemos a los medios de comunicación como una matriz difusora de la repetición de un discurso, de un tipo de ordenamiento social.
Les propongo que continuemos nuestra reflexión sobre la base en que se asienta el poder de los medios de comunicación, que pensemos en el lenguaje, el discurso, que es como se ordena el el lenguaje, que continuemos nuestra reflexión sobre aquello que llaman alienación. Les propongo que pensemos que toda persona que ingresa al mundo lo hace por un lugar que está organizado de alguna manera y esa manera condicionará el lugar donde lo pongan. Si se entra al mundo donde la sociedad se organiza a partir de la familia, la criatura será colocada en la posición filial. Esto significa que algunas relaciones sociales sólo las establecerá con unas pocas personas. Si la sociedad se organiza sobre la familia quiere decir que también hay Estado, por lo que está establecido que quien trae una vida al mundo tiene obligaciones que cumplir, así como también derechos.
Como dijimos que el Estado a través de las leyes no hace más que expresar sus imposibilidades, el incumpliento de los progenitores genera el derecho de quienes no pueden traer una vida al mundo a tener derechos sobre las vidas existentes. Todo discurso establece un ideal y la distancia entre cómo son las cosas y cómo deberían ser puede generar una tensión en el cuerpo, la persona puede llegar a padecer. Sabe muy bien de esto el psicoanálisis, que se refirió al asunto cuando teorizó sobre el ideal del yo. Pero no es cierto que el ideal sea del yo, ese lugar a llegar responde a un ordenamiento social que excede a las personas, que hace a los valores culturales.
Los terapeutas conocen las tensiones que pueden producir en las personas las distancias entre su relación de familia con el ideal del discurso familiar. Súmemosle a esto que la televisión disemina en casi todas las casas, porque en casi todas hay televisores, el discurso familiar a través del entretenimiento, mostrando familias armónicas, libres de violencia, donde no hay carencias, solo caricias, hogares donde consumen lo que los demás quieren consumir. En estos tiempos se llega al mundo de esa manera por estos lados, con un discurso que nos intentan imponer mientras la realidad dice otra cosa. El poder de decir es el poder de leer la realidad, es decir, de poner las cosas y las personas en algunos lugares y no en otros.
Pero disculpe, señor, de qué realidad habla, me preguntan las voces que me acompañan. Porque tengo un diablo freudiano en una oreja y un angelito lacaniano en la otra que me piden que aclare de qué realidad hablo, si de la psíquica, me dice uno en alemán, y el otro en francés me pregunta si estoy hablando de lo real o de la realidad. Estoy hablando de lo que está ahí en la superficie, a la vista, ustedes llámenlo como quieran. Me refiero a los edificios que están y no estaban, a las condiciones de vida que tenía la mayoría de la población latinoamericana y la que tienen hoy, a los derechos que hoy muchas personas tienen y que antes no tenían. Ah, me dice la conciencia marxista, te estás refiriendo a las condiciones materiales de existencia. Sí, puede ser, siempre y cuando dentro de la materialidad sea considerada la lengua, la materialidad simbólica que hace a las personas. Por eso considero que los medios de comunicación no construyen realidad, sino que ofrecen un modelo de lectura que se fija a fuerza de repetición. La política construye realidad, los medios de comunicación ofrecen una lectura sobre lo que la política hace.
Pero si dijimos que los medios de comunicación difunden una idea del Estado, una lectura de la realidad, que produce sentimientos y pensamientos en las personas de modo tal que puede condicionar sus conductas, sus elecciones y después los electores eligen representantes que destruyen lo construido por la política. ¿Los medios construyen realidad o no? Los medios de comunicación son una herramienta para la construcción de realidad, no la construyen. Se ocupan de condicionar las fuerzas sociales con capacidades de construcción real.
Imágenes y proceso asociativos irracionales
El poder del discurso sobre el que se montan los medios de comunicación radica en hacer nombrar, de asociar una imagen, una representación con un sentido y a fuerza de repetición fijarlo. Porque como dijo el filósofo Ludwing Wittgenstein, que escribió su Tractus Logico Philosophicus en la primera gran guerra europea, el significado de las palabras está determinado por el uso. El uso repetitivo de una misma palabra, de una misma imágen, asociado a un solo sentido fija la dirección de la interpretación de la persona en cuanto se encuentra con la representación. Pensemos simplemente en el ejercicio que hace un bebé para aprender a decir mamá.
Los seres humanos, a diferencia de los otros animales, podemos representar nuestras percepciones a través de las artes plásticas, haciendo música, escribiendo, hablando, por nombrar algunas vías. Tenemos los mismos sentidos que los animales, visión, tacto, olfato, audición y gusto, y al igual que cualquier otro animal, nos quedan registros de los mismos. Pero a diferencia de los animales, los seres humanos incorporamos el lenguaje.
Aprendemos a hablar repitiendo. Para ello, es preciso que podamos recortar los sonidos que recibimos y conseguir identificarlos. Como sucede en la música, que son los silencios los que marcan el tiempo, los adultos repiten sonidos que se intercalan entre silencios, cada silencio es el corte que nos va a permitir ir identificando cuál es la secuencia a repetir. La beba hace aaaaa y la madre al lado repite, ma má. Incorpora primero el sonido bilabial, consigue identificar que ese es el movimiento a repetir, después se trata de que repita una misma secuencia, después que aprenda que sólo debe repetirlo una vez.
Viendo un bebé conseguimos apreciar que consigue identificar personas por la imagen, el sonido, el olfato, lo que prueba que ya hay un fenómeno de asociación. A partir de un sonido se establece una relación, como nos lo prueba aquel viejo ejemplo de Pavlov haciendo babear un perro. Fíjense que no era necesario ni estudiar psicología, ni medicina, para llegar a una conclusión como esa. Cualquiera que tuvo perro lo sabe o quien se detenga a observar los efectos de la publicidad.
Sigamos con el ejemplo del bebé, que nos permite identificar ya desde el inicio algunos de los fenómenos que se dan en cualquier ser humano. Antes de la incorporación del lenguaje, como cualquier animal, la criatura humana responde irracionalmente a los estímulos auditivos. El tono de voz, un sonido, produce reacciones reflejas que ni las personas ni los animales se proponen. El tono es un fuerte condicionante de conductas.
Cuando comenzamos a hablar preguntamos cómo se llaman las cosas y naturalizamos las respuestas, porque las personas tomamos como natural todo aquello que nos preexiste, que está antes de que lleguemos al mundo. La naturaleza estaba ahí antes de que comenzáramos a hablar. Los nombres de las cosas son producto de una arbitrariedad, podía ser ese nombre como cualquier otro, pero se eligió uno y la palabra elegida pasará a representar a la cosa. ¿Pero qué pasa si digo banco? ¿A qué banco me estoy refiriendo? ¿Al de la plaza, a la gauchada del amigo que dice “andá que yo te banco” o a la institución que vive de nuestro dinero? Dependiendo el contexto será la imagen que la persona se haga en la cabeza.
Lo cierto es que basta con que diga “voy al banco a pagar las cuentas”, para saber a qué banco me estoy refiriendo o que lo consigamos con menos palabras “banco de madera” o aún menos “te banco”. Es cuestión de ponerle una palabra al lado para colocar “banco” en contexto y el sentido con el que la estamos usando aparece. El sentido, es un producto. El sentido es el efecto de la relación de dos elementos en quien interpreta. Esta relación puede ser producto de un razonamiento o de un proceso asociativo irracional.
Sírvanos El desbarrancadero de Fernando Vallejo para pensar cómo construye un escritor una imagen en quien lee. “Cuando le abrieron la puerta entró sin saludar, subió la escalera, cruzó la segunda planta, llegó al cuarto del fondo, se desplomó en la cama y cayó en coma”. Así comienza el libro. Antes del primer punto seguido tenemos la imagen de una persona que necesitó que le abrieran para entrar, suponemos un conflicto con quien le abrió, ya que entró sin saludar, sabemos que el lugar al que entró tiene dos pisos, que es una casa porque tiene cuartos y más de uno, y después lo demás. Podemos suponer que el personaje iba rápido, porque fueron muchas las cosas que hizo antes del primer punto: entró, subió, cruzó, llegó, se desplomó y cayó.
Para construir una imágen odríamos limitarnos a mucho menos: le abrieron la puerta. Cuatro palabras y se nos ocurren un montón de ideas, se nos arman asociaciones: a quién, quién abrió, la puerta de qué, cómo era la puerta, por qué le abren. En un novela, un cuento, la imagen que el autor crea tiene que ir en algún sentido e irá, en caso de que la historia esté bien escrita, en el sentido que el autor se propuso. El orden en el que el autor coloca las palabras es lo que consigue generar la chispa que encienda la ficción. Para ello será preciso que el autor consiga el tono, que consiga que los personajes no hablen de la misma manera, así el lector consigue diferenciarlos. Es importante el ritmo en la historia, la tensión.
Pero vivimos tiempos en los que la mayoría de las imágenes nos llegan mediatizadas, no somos nosotros quienes las producimos. Esto conlleva, entre otras consecuencias, una disminución en la capacidad de imaginación. Ya no se imaginan cómo será aquello que escuchan o leen porque es cuestión de que metan la mano en el bolsillo o prendan el televisor para saberlo. La tecnología evita el esfuerzo de la imaginación y con el la oportunidad de que la persona produzca otras representaciones posibles. Con el diario se buscaba contar cómo fueron las cosas, propagar ideas. La radio posibilitó agregarle tono a las noticias, de catástrofe o pensemos en aquellos mensajes de radio que buscaban levantarle la fuerza moral a la tropa, como nos lo recuerda la película Buenos días Vietnam.
Con la imagen fílmica emergió la posibilidad de mostrar aquel recorte de la realidad que se hacía con el diario, la radio, y usar en un mismo lugar todo junto. Mostrar una imágen acompañada de la voz de los conductores que le ponen tono a la noticia y también en la pantalla el titular catástrofe. Esto lo encontramos una y otra vez durante las 24 horas del día en el país del mundo al que lleguemos.
Estas imágenes, que refuerzan el ideal de Estado que los medios de comunicación proponen, que también refuerzan los ideales de la sociedad occidental, sobre lo que nos detendremos más adelante, producen una y otra vez procesos asociativos involuntarios en las personas, que consiguen fijar un tipo de lectura de la realidad, de intrepretación. Con la consolidación de estas ideas en la población buscan que las pesonas se posicionen en lo cotidiano.
Las corporaciones mediáticas responden a los intereses financieros y difunden a nivel mundial un mismo discurso, adaptado a las condiciones de cada país, y el mismo se traduce en acciones políticas y leyes que harán a la materialidad del Estado. Esto Zaffaroni lo describió como criminología mediática. Por citar un sólo ejemplo, la campaña regional para disminuir la edad a partir de la cual un niño o una niña pueden ser condenados penalmente. A partir de la intervención en la dimensión de las percepciones, los medios de comunicación tienen la capacidad de alterar la institucionalidad del Estado.
Según Zaffaroni, la criminología mediática “crea la realidad de un mundo de personas decentes frente a una masa de criminales identificada a través de los estereotipos, que configuran un ellos separados del resto de la sociedad, por ser un conjunto de diferentes y malos. Los ellos de la criminología mediática molestan, impiden dormir con puertas y ventanas abiertas, perturban las vacaciones, amenazan a los niños, ensucian en todos lados y por eso deben ser separados de la sociedad, para dejarnos vivir tranquilos, sin miedos, para resolver nuestros problemas. Para eso es necesario que la policía nos proteja de sus acechanzas perversas sin ningún obstáculo ni límite, porque nosotros somos limpios, puros, inmaculados”.
Esta lectura de la realidad no es una originalidad de los medios de comunicación, sino que su lógica discursiva se encuentra expresada en el Malleus malleficarum o Martillo de las brujas, de 1484, escrito por Jacob Sprenger y Heinrich Krämer. Nos dice Zaffaroni que es “el primer modelo integrado de criminología etiológica (causa del crimen), derecho penal (manifestaciones del crimen), penalogía (punición del crimen) y criminalística (signos de los criminales)”. El Malleus fue sancionado como manual de inquisidores por bula de Inocencio VIII, el 9 de diciembre del mismo año.
En el Malleus vamos a encontrar algunos elementos estructurales del discurso que la criminología mediática repite hoy en día. Es la expresión de un discurso que expresa la maximización de una amenaza criminal, con un vocabulario belicista, en el que se trata de una guerra. El mundo se divide entre malos y buenos y la única solución a los conflictos es punitiva y violenta. No hay espacio para reparación, tratamiento o conciliación alguna. La emergencia está determinada por la altísima tasa de delito. Y también en el Malleus maleficarum se observa un reforzamiento de los prejuicios sociales.
Las brujas de hoy son nuestros jóvenes pobres. Las de ayer los subversivos. Hay que matarlos, porque no se les hace nada, se escribe en diarios, repite en radio y televisión. Ellos nunca merecen piedad. Quienes tienen el poder de construir realidad, cambian a quién ponen en el lugar de “ellos” pero lo que dicen sobre “ellos” es lo mismo: son un peligro, una amenaza para “nuestra seguridad”, hay que matarlos. Ellos son los que matan, no los homicidas entre ellos, realizan un proceso de repetición que termina produciendo una lectura homogénea en la población, que algunas personas al ver una persona pobre sienta miedo. Este ellos se construye por semejanzas, para lo cual la televisión es el medio ideal.
“No basta con crear un ellos para concluir que deben ser criminalizados o eliminados, sino que el chivo expiatorio debe ser temido. El único peligro que acecha nuestras vidas y nuestra tranquilidad son los adolescentes del barrio marginal, ellos. No hay otros peligros o son menores, lejanos, a mi no me va a pasar eso otro” , nos dice Zaffaroni. Quienes tienen el poder de imponer una realidad, construyen un “ellos” que pone en peligro el interés de la mayoría y con el que hay que acabar.
También nos recuerda Zaffaroni que “cabe observar que si bien la criminología mediática actual se globaliza desde los Estados Unidos, lo cierto es que la creación mediática de una realidad caótica para desprestigiar a los gobiernos populares es muy vieja en Latinoamérica y desde siempre fue preparatoria de los golpes de estado; su discurso fue el prólogo infaltable de todas las dictaduras militares” .