Convivir con ciertas tristezas: todavía hay un humanismo posible
Por Mariano Molina | Foto: Daniela Morán
Por decisión del autor el artículo contiene lenguaje inclusivo
Quedate en casa repitieron (y repetimos) insistentemente. Hay que colaborar. Cuidar la vida. Es el tiempo de la solidaridad. El momento único del cuidado colectivo. Los momentos difíciles nos ponen contra la pared. Hasta hubo empresas que, en su carácter solidario, liberaron contenidos restringidos para abonados vip. Ahora es para todas. Todos. Todes tenemos acceso a la información. La verdad es nuestra. La pandemia recupera la democracia informativa. El mundo se mira para adentro. Y recupera la empatía con el dolor ajeno. El tiempo se frena. Las máquinas se apagan. El planeta respira. Los animales salen de sus obligados refugios impuestos por la mega industrialización. La humanidad toda se abraza. Hay una recuperada sensibilidad. Cuidate. Cuidarse es cuidarnos. Pensemos en el otro. En la otra. En ella. En él. En las y los desposeídos de la tierra. Acting. Puro acting. Marketing. Caretaje decían mis amigos. Espuma. Banalidad. Mentira. Perversidad. Lo vemos. Lo sentimos. Totalitarismo. Falta de libertad. El funcionamiento de la economía. La necesidad individual. La operación fue en un rato. En pocos meses pasamos a ser simil fascistas si pedimos cuidados. O ilusos. O ingenuos para para la real politik. Así gustan decir muchos y muchas. Nada peor que un ingenuo para estos asuntos. El mundo de los vivos. Y de las vivas. El planeta del sarcasmo. El universo de la trampa. Simulaciones. Verás que todo es mentira. Verás que nada es amor. Que al mundo nada le importa… Algo así escribió Discepolín. Hace casi un siglo.
Una compañera me manda mensaje. Se compró un libro. La época de las pasiones tristes. Cómo el mundo desigual lleva a las frustraciones. Vaya si lo sabemos. Y lo vivimos. En los cuerpos. En la cabeza. Tiempo pandémico. Todo se ha expuesto de modo descarnado. Las solidaridades. El amor. Los cuidados. También la avaricia. La desigualdad. La impotencia estatal. Los privilegios. La reafirmación de las diferencias. Y el sostenimiento del statu quo. El orden desigual imperante no se negocia. No hay pandemia que lo ponga en duda. Ni en debate. Ni nada. Las cosas son así. Acá y allá. La vida es eso. Insisto. Hay un lote de infelices y un par de listos.
Hay una maraña de informaciones. Y más grande es la maraña de la desinformación. Todo parece ponerse en duda. No es la pregunta disparadora. No es la pregunta que interpela. Cuestiona. Obliga a pensar. Es maraña de perversidad. Campañas infinitas para acrecentar el caos. Tratar de tumbar gobiernos. En nombre de la libertad. De ese modo se propicia el salvarse sola. O solo. La salud pública no sería responsabilidad colectiva. Ni estatal. La salud es responsabilidad individual. Como la posibilidad de trabajar. O estudiar. O poder vivir mejor. Sólo el mérito propio. En medio de esa perversidad de marañas hay datos que se repiten. Se pueden corroborar. Incluso en la era de la posverdad. Herramientas del viejo y querido positivismo. Porque a esta altura de la vida también adquirimos algunas mañas para comprobar verdades. Y descubrir falacias. Lo cierto es que el mundo se comporta igual que siempre. El mundo. El conjunto de países que integran el planeta Tierra. El sistema geopolítico que nos rige. Un puñado de países. Diez o un poco más. Esos tienen acceso a las vacunas necesarias. Sus poblaciones tienen derecho a una vacuna. El resto mira con la ñata contra el vidrio. O recibe lo que puede. Al Mercosur lo critican quienes defienden intereses de las grandes empresas. Pero nada dicen de otros temas. Por ejemplo, las vacunas. No pudimos negociar en conjunto. Ni siquiera para una vacuna aliviadora. Ahí el problema. La desunión. El creer que los países se salvan solos. El neoliberalismo en su esencia. La Organización Mundial de la Salud pide que se liberen patentes. La OMS solicita. Invoca. Nada de eso sucederá mientras el negocio sea posible. La muerte siempre ha sido un gran negocio. La muerte y el miedo. Cuando tengan las arcas llenas habrá alguna vacuna gratis. Una yapa. Un gesto de misericordia mundial. La máscara de la aterradora desigualdad. Los carceleros de la humanidad.
La educación pública es imprescindible. La docencia es un valor. Las maestras y maestros son fundamentales. Afirmaciones políticamente correctas. Música para oídos de buen corazón. La pandemia expuso la debilidad de estas frases. O la falacia. La presión por la presencialidad ha sido inédita. Es inédita. Y logró su cometido. Funcionarios neoliberales. Cabezas productivistas. La pandemia expuso algunas mentiras. U obviedades. A veces somos muy inocentes. No importa la edad. No hay proyecto pedagógico. No hay propuesta educadora. O la hay. Sólo vinculada a la productividad. Sólo vinculada al funcionamiento social. En algún momento creímos. La educación hará mejores sociedades. La educación ayuda a liberar. La educación permite volar. Recibimos una patada en el pecho. Esas que te dejan tirado sin poder reaccionar. Sin poder pensar. La economía tiene que funcionar. Las escuelas tienen que contener a niños, niñas y adolescentes. Sus madres y padres tienen que trabajar. Aún en pandemia. Aun con los contagios creciendo. Aún a riesgo de muerte. Lo importante no es educar. Lo importante es dónde dejar a los niños y niñas. Nunca la vida de las y los docentes valió tan poco. Nunca la vida de muchas trabajadoras y trabajadores valió tan poco. Nunca las propuestas innovadoras valieron tan poco. Nunca la tarea estuvo tan desvalorizada. ¿Que pierden un tiempo importante? ¿Que no todas y todos tienen acceso a una computadora? ¿Que muchos y muchas no tienen conectividad? Las injusticias son preexistentes. Las desigualdades no las genera el sistema educativo. La falta de derechos básicos no es responsabilidad de la docencia. Los gobiernos pudieron haber invertido en equipamiento. En recursos pedagógicos. En achicar brechas. En innovaciones necesarias. Pero lo importante es la economía. Lo importante es la presencialidad. Para que la rueda funcione. Aún en pandemia. Aún con la muerte rondando. Un momento extraordinario requería búsquedas y respuestas extraordinarias. No sucedió. La derecha presionó. Operó. Generó el clima. Funcionarios de distintos colores se acoplaron a ese juego. Y así vamos. Respuestas conservadoras a situaciones inéditas. Sarmiento miraría sorprendido. Y enojado. La docencia es prescindible. La economía no. Las desigualdades tampoco. En pandemia creció la brecha. Se fortaleció el orden neoliberal. Los ricos más ricos. Los pobres más pobres. Todo lo demás es chamuyo. Puro verso.
Tiempos duros. Difíciles. Hay quienes creímos en un humanismo. Creemos. Una idea de vida más amigable. Respetuosa. Que valore la vida. Aunque cueste. Es difícil sostener optimismos. Sin embargo, aparecen. Y en el medio, cosas difíciles de decir. Verdades que se observan. A diario hay escenas que dan ganas de gritar. Poner la mano. Decir BASTA. Hasta acá. No puede estar permitido todo. ¿Hasta dónde permitir la perversidad? ¿Hasta dónde soportar la deshumanización? ¿Hasta cuándo continua el desprecio? La especulación política condiciona. ¿Cuándo es el momento propicio para decir algunas cosas? ¿Existe? ¿O hay que crearlo? ¿Hay que callar? No hay respuestas convincentes. La lógica de cuidar todas las palabras públicas tiene su fundamento. Y también su lado coercitivo. No está en duda el voto. No está en duda a quién apoyar. A quién ayudar. A quién defender. Las diferencias entre gobiernos neoliberales y populares son evidentes. Están a la vista. Gobiernos que hacen un esfuerzo por cuidar algo la vida. Por equiparar alguna desigualdad. Por rescatar algo del viejo humanismo fundacional de nuestros Estados. Algo de ese viejo liberalismo. Y algo del sentir popular que nos habitó. Y habita. Y, sin embargo, hay que poder decir. Porque estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de algo que va más allá de la vida política cotidiana. Hablamos de dejar de mentirse. Dejar de hacer como sí. Hay algo que está muy bien. Y hay algo que está mal. ¿Lo decimos? ¿Jugamos a que estamos distraídos? Optimismo de la voluntad dijeron en Europa. No aflojar dicen en los pueblos andinos. Decir lo que hay que decir. Apoyar sin tibiezas lo que hay que apoyar. Y no aceptar el chamuyo posibilista. La explicación mediocre. La frase políticamente correcta. El cinismo. Estamos grandes. Nos conocemos. Sabemos de qué lado de la mecha nos encontramos…