El día después de Milei
El triunfo de Javier Milei nos confronta, una vez más, a un límite infranqueable que tiene cualquier ciencia o arte de interpretación sobre lo humano. Nunca es posible alcanzar la precisión de las llamadas "ciencias duras" para predecir resultados, porque a la física que mide las fuerzas sociales -que podríamos llamar, "correlación de fuerzas"- siempre hay que agregarle un factor incalculable: la voluntad humana. La voluntad individual y colectiva que todo militante popular trata de conjurar en su favor. Las acciones cargadas de pasión, que no siguen una secuencia lógica, sino que obran de modos mucho más complejos.
No faltarán los análisis que reparen en las causas estructurales que nos condujeron a esta situación, aunque ya contamos con un excelente análisis y algunas ideas sobre cómo seguir. En pocas palabras, debemos recordar que tras cuatro años de gobierno la promesa de volver mejores y empezar por los últimos fue incumplida, y cayó una vez más sobre el lomo de un pueblo muy castigado el costo de no encontrar salida a los problemas económicos, políticos y sociales del presente. Aquí nos interesa sin embargo reparar en el factor subjetivo, que no debiera despreciarse, ya que la historia está hecha por personas de carne y hueso.
Si algo estuvo presente en el surgimiento y consolidación del fenómeno libertario fue su apuesta constante por movilizar ese factor de forma decidida. Si algo otorgó sobrevida al oficialismo, fue la cantidad de personas que nos involucramos activamente durante el proceso electoral para agitar y tratar de amplificar esa voluntad colectiva en el sentido opuesto. Llamarle "micromilitancia" a esto puede confundir un poco. Porque si bien es "micro", en el sentido de que se trata de un activismo en el metro cuadrado que cada uno habita, no es pequeña su importancia estratégica. Y allí hubo una claridad que por arriba faltaba, superando el internismo, los debates estériles o las energías dispersas. Tempranamente en la campaña, aunque de forma tardía para cambiar el resultado final, se comprendió la importancia de volver a empalmar en la conversación política con las inquietudes y necesidades de la mayor parte de los argentinos.
Sin embargo, primó en esta sociedad fragmentada y precarizada la voluntad de un resteo profundo en sentido reaccionario. Fue tarde para plantear una opción superadora a "todo lo que pueda ser regulado por el mercado será regulado por el mercado". Discutir un planteo tan fundamental, donde lo estatal y lo comunitario son solo barreras para la iniciativa privada, nos hizo recuperar definiciones que teníamos un poco olvidadas. Queremos estado para muchas cosas, pero algunas son realmente importantes, otras complementarias y algunas hasta accesorias.
Desde el campo popular, integrado por sus organizaciones y esta oleada de militancia silvestre, tenemos por delante un escenario complejo. Defender los logros estatales y preservar lo común no será fácil. Habrá que aferrarse a lo importante y precisarlo aún más, para reducir los márgenes de daño una vez que esta alianza se haga del gobierno. No creo que haya mejor manera de hacerlo que desde las organizaciones existentes y todas las que haga falta crear, combinando tareas defensivas con ofensivas. No hay mejor resistencia que aquella capaz de mirar los problemas de frente, pensar un horizonte mejor y proponer alternativas superadoras. Y en lo posible, probar su potencia en experiencias que prefiguren un mundo mejor.
Por ahora, ellos solo ganaron. Ahora deben gobernar. La pelota está de su lado de la cancha y hace falta de este lado recomponer una alternativa para cuando las consecuencias sociales de sus políticas regresivas sean evidentes. No desmoralizarse porque ninguna derrota es definitiva, y en vez de entregar nuestros principios éticos y políticos para buscar atajos, pensar mejores estrategias para viabilizarlos.
En horas mucho más aciagas, Rodolfo Walsh supo ver que "uno de los grandes éxitos del enemigo fue estar en guerra con nosotros y no con el conjunto del pueblo". Para enfrentar lo que sigue, sería inocente repetir el error, aceptar su invitación a la guerra y enfrascarnos en un enfrentamiento de aparatos. Hace falta resistir sin regalarse. Una parte importante de su plataforma de cambio incluye la represión y la persecución política para disciplinar la protesta e inventar chivos expiatorios. Será necesario articular una resistencia que sortee la trampa, capaz de preservar a quienes no conciliamos con estas políticas.
Más temprano que tarde, habrá oportunidad de retomar el diálogo con quienes acompañaron esta propuesta y conjurar una mayoría popular que exija verdadera justicia. No debiéramos aislarnos en debates ideológicos, sino acumular fuerzas y crear propuestas políticas reales para la gente. Llegar a ese momento amortiguando daños y con total claridad acerca de qué es necesario cambiar, cómo lo vamos a hacer y aprender a comunicarlo sin verso.
¿De qué otra manera cambiamos el mundo? Seguro que será poniendo lo mejor cada uno tenga a disposición de la construcción colectiva. Entre lo que termina de morir con este proceso electoral está la posibilidad de ganar los corazones apelando a un pasado mejor que cada vez es un recuerdo menos nítido. Si no queremos reducir a folklore las mejores tradiciones de lucha y transformación de nuestro país, necesitamos convertirnos en una generación de relevo que componga un futuro nuevo, con osadía y firmeza.
Para quien precise consuelo, no conozco mejores sugerencias que estas instrucciones para capear el mal tiempo. Como dijo Agustín Tosco, uno de los mejores argentinos que dio Córdoba: nuestra experiencia nos ha enseñado que, sobre todas las cosas, debemos ser pacientes, perseverantes y decididos. Si se trabaja en el ejercicio de esas tres cualidades la tarea siempre ha de fructificar. En una semana, en un mes o en un año. Nada debe desalentarnos. Nada debe dividirnos. Nada debe desesperarnos.