El kirchnerismo y la batalla cultural
Por Santiago Asorey l Para dar un avance hacia aquello que John William Cooke llamaba la clarificación de las conciencias es necesario plantear algunas de las disyuntivas de un tiempo histórico difícil de ser pensado. La única “clarificación” posible es la del sujeto y las batallas culturales que en él se disputan. La batalla ideológica de esta clarificación es la recuperación de aquellas luchas invisibilizadas durante décadas de dominio neoliberal. La construcción política del lenguaje peronista expresada en la actualidad únicamente en el kirchnerismo es resultado de un hacerse cargo de lo reprimido en la sociedad argentina. Por ende el kirchnerismo es la única variante de poder real en la Argentina capaz de enfrentar el dominio de las corporaciones multinacionales.
Lo importante es remarcar la falsedad de la hipótesis de que el kirchnerismo es promotor de la división y del enfrentamiento. El kirchnerismo hizo visible unas series de contradicciones preexistentes resultado de la brecha de desigualdad en la sociedad argentina. Quienes insisten en invisilizar estas contradicciones serán siempre portavoces del poder conservador, ese es el rol histórico que en el siglo XX cumplieron las fuerzas armadas y en el nuevo siglo cumplen los monopolios de la comunicación. Siempre fue una batalla por el lenguaje, construir significado es construir el espesor de la realidad. Ese fue uno de los mayores logros de Néstor Kirchner. El lenguaje del peronismo no intento nunca rescatar una visión “científica” del sujeto y el mundo, sino justamente rescatar la relación subjetiva e histórica de la lucha de clases en la Argentina. El ejemplo de los descamisados de Evita, que sirve actualmente como nombre para una agrupación de la JP, es la muestra de que el peronismo como función cultural reconoce la violencia del lenguaje de las clases dominantes para hacerla propia y así exponer la dominación lingüística. El término descamisado que nació como una expresión peyorativa hacia el movimiento fue rescatado por el mismo movimiento. Con este linaje cultural de exposición de la violencia reprimida el kirchnerismo construyo su legitimidad política haciendo visible aquellas disputas ideológicas que habían sido reprimidas en la historia. Lo que la izquierda anti peronista no puede comprender del momento histórico es que independientemente de las contradicciones coyunturales con las cuales el kirchnerismo convive, cuando una contradicción social se visibiliza en lo profundo del capital simbólico se generan transformaciones político culturales de alcances ilimitados.
A la política cultural posmoderna imperialista que busca desideologizar y naturalizar su dominio, el kirchnerismo le enfrenta una política cultural que remarca la necesidad de politizar a la sociedad y de desnaturalizar el dominio histórico de los capitales concentrados. La estrategia es clara y es denunciar el carácter artificial de sus aparatos de propaganda: los medios de comunicación que defienden los intereses de sus financistas. Los grandes medios operan bajo una política cultural que intenta despolitizar la vida pública de las sociedades e insisten en invisibilizar a un país que si construye coordenadas históricas, políticas, éticas y que quiere avanzar en la democratización del poder real y sus instituciones políticas. Que sabe que los grandes beneficiarios de estas luchas son las clases que fueron postergadas durante décadas. En ese sentido el kirchnerismo, al igual que el peronismo en el 46, es pura posibilidad de poder real, es la década por ganar porque fue la década ganada.
Detrás de cada denuncia mediática de Jorge Lanata se esconden los motivos de los sectores dominantes que no quieren que el estado avancé sobre las funciones de la economía y la cultura. Porque saben que bajo ese avancé las corporaciones pierden sus privilegios. El hecho de que las denuncias mediáticas contengan y profesen el odio que profesan por la figura de Néstor Kirchner habla de la vitalidad y de la potencia de su figura en la lucha contra la desigualdad. El mito de Néstor Kirchner, como el de Hugo Chávez son fuente de alimento para aquellos que sostenemos a la política como transformación de la realidad en beneficio de los sectores postergados. La derecha sabe que su intento de desprestigiarlos no puede ser en el discurso político que la derecha ya perdió hace mucho tiempo en Latinoamérica sino a través de denuncias de corrupción en un dudoso terreno moral. Lo que evitan esas denuncias son las verdaderas preguntas sobre los fundamentos de una sociedad que intenta ser transformada. Hacen hincapié que en que el problema es moral. Siendo esta la explicación más conservadora, ya que descarta la tesis central de que las sociedades están compuestas por la disputa de intereses de clase históricos.
La posibilidad de que el kirchnerismo avancé hacia una nueva síntesis que vaya más allá de la exacerbación del antagonismo social depende de que las contradicciones sean bien definidas por sus bases que son las que sostienen la batalla cultural. Durante los primeros años del kirchnerismo los verdaderos sectores de poder en la Argentina no discutieron el espacio de lo político porque no veían en el kirchnerismo una amenaza, sino solamente una retórica cultural respecto a determinadas batallas culturales que no ponían en crisis las formaciones sociales. No tomaban conciencia o subestimaban la fuerza de la batalla que el gobierno había entablado. El proyecto de la restauración consverdadora comenzó con la 125 a la cual el gobierno sobrevivió. Después de diez años de avance político, los sectores conservadores intentan nuevamente poner un freno el núcleo duro al que se quiere llegar. En un contexto global del capitalismo multinacional en crisis queda en claro que no alcanza con que el estado tome el control de la economía y no las corporaciones y sus representantes políticos. Se necesita de una lucha cultural por el sentido común que replanteé la concepción de la democracia. Solo de ese enfrentamiento, de esa realidad dialéctica propuesta por las mayorías en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, en Brasil y en Argentina, veremos el nacimiento de una hegemonía alternativa.