Jorge A. Newbery, un ingeniero con sentido nacional
Para la mayoría de los argentinos, Jorge Newbery es apenas el nombre de un aeropuerto, un club de barrio o una avenida. Los más informados lo recuerdan por sus hazañas deportivas y aéreas, símbolo de una época de pioneros. O quizá por su vínculo con el Club de Parque Patricios, que tomó su nombre del globo aerostático “Huracán” (de ahí la insignia de la institución). Pero son pocos los que conocen su pensamiento como científico, ingeniero y funcionario público, especialmente en temas tan decisivos como el control de la energía y el petróleo.
A 150 años de su nacimiento, en esta nota rescatamos del olvido su mirada precursora sobre el rol del Estado en esas áreas estratégicas, así como su concepción del papel de la innovación, el aprendizaje y la imitación tecnológica en la industrialización local. Cabe recordar que aquellos, al igual que los actuales, eran tiempos dominados por el liberalismo económico proanglosajón. Apenas unos pocos —como Carlos Pellegrini u Osvaldo Magnasco— reivindicaban el papel de la industria y la técnica dentro de un paradigma mental primario-exportador.
En momentos que se avecinan de reconstrucción nacional, resulta necesario retomar la huella de quienes, antes que nosotros, libraron las mismas batallas.
¿Quién fue Jorge Alejandro Newbery?
Su vida fue breve pero intensa: apenas 38 años bastaron para que su nombre quedara grabado en la historia argentina. Nació en 1875 en Buenos Aires, en el seno de una familia acomodada. Se formó como ingeniero en Estados Unidos entre 1891 y 1895, donde, entre otros, tuvo como maestro a Thomas A. Edison. Allí se especializó en electricidad, un campo de vanguardia en su época. Tras su vuelta a la Argentina, se mantuvo al día respecto a los últimos avances y aplicaciones en el área. De hecho, participó en los congresos fundacionales de la Comisión Electrotécnica Internacional (IEC) en 1905 y 1906, organismo que hasta hoy regula y normaliza la electricidad, la electrónica y tecnologías afines.
Luego de sus años de estudio, llegó en 1895 a un país donde escaseaban los ingenieros. Por lo que rápidamente fue designado en un puesto gerencial en la Compañía Luz y Tracción del Río de la Plata; lugar que ocupó por dos años ejerciendo su cargo desde la ciudad de La Plata. En 1897, en contexto de crecientes tensiones con Chile por cuestiones limítrofes, Newbery se alistó en la Armada. Con el grado de capitán de fragata, prestó servicios como electricista en los cruceros ARA Buenos Aires y ARA Garibaldi, instructor de natación y delegado en comisión al extranjero para compra de equipamiento de combate. Su carrera militar fue corta, pero continuó vinculado al mundo castrense.
En 1900, fue designado por el intendente Adolfo J. Bullrich al frente de la Dirección General de Instalaciones Eléctricas, Mecánicas y Alumbrado de la ciudad, cargo que ocupó hasta el final de su vida. Desde allí, protagonizó las discusiones que veremos más adelante. En su rol de funcionario público, participó activamente en la modernización de los servicios eléctricos y en la creación de la primera usina municipal en 1903. Desde esa responsabilidad, se consolidó como un referente de la ingeniería argentina. Por caso, en 1913, unos meses antes de fallecer, llegó a ser uno de los 25 cofundadores del Comité Electrotécnico Argentino (actualmente, Asociación Electrotécnica Argentina).
Además de su labor profesional, Newbery fue uno de los precursores en el desarrollo de instituciones deportivas, siendo él mismo un destacado exponente en disciplinas como la lucha grecorromana, la natación, el ciclismo, el atletismo, el automovilismo y la esgrima. En particular, sobresalió por su introducción y promoción del boxeo en Argentina, deporte que hasta hoy ha producido grandes figuras. Su compromiso con el deporte trascendió lo competitivo, pues buscó formar instituciones sólidas que fomentaran valores de disciplina, esfuerzo y superación en la sociedad.
También en el ámbito parlamentario, Newbery tuvo cierta participación en tanto colaboró en varias oportunidades con su amigo Alfredo L. Palacios, con quien compartía la afición por la aeronavegación. Desde una posición apartidaria, aportó su experiencia técnica al primer diputado socialista de América Latina. Por ejemplo, en 1913 elaboró un estudio ingenieril que respaldó las denuncias de corrupción y despilfarro en la construcción del edificio del Congreso de la Nación. Anteriormente, había cooperado con diversas leyes sobre seguridad laboral y legislación social. Hay que resaltar que, a los ojos de la época, resultaba una amistad y colaboración curiosa para un hombre como Newbery, habituado a las altas esferas sociales, para quienes Palacios representaba a las “hordas rojas”.
Pero más allá de estas distintas facetas, el nombre de Newbery quedó para siempre ligado a la aviación y al aerostatismo. Fue pionero de los vuelos en globo y en avión en en el país, cofundador del Aero Club Argentino y protagonista de numerosos récords de altura y distancia que despertaron la admiración del público. Entre sus hazañas destacó el récord mundial de altitud en globo aerostático. Además, impulsó la creación en 1912 de la Escuela de Aviación Militar, germen de la Fuerza Aérea, donde se desempeñó como director técnico. Desde esa misma institución en El Palomar, su amigo Enrique Mosconi juraría en 1922 liberar a la Argentina de los trusts petroleros. No es casualidad: Newbery y Mosconi se conocieron, trabaron amistad y muy probablemente compartieron ideas sobre estas cuestiones.
Cabe recordar que, en sus primeros tiempos, la aviación y el aerostatismo eran actividades en extremo peligrosas, con una mortalidad alarmantemente alta. De hecho, un hermano de Newbery, Eduardo, desapareció en 1908 con su globo en el mar. Y no fue el único: Jorge tuvo que enterrar a varios amigos y colegas. Además, frecuentemente llegaban las noticias del mundo con accidentes aéreos. Por lo que el coraje de estos pioneros de la aeronavegación despertaba admiración masiva. Al punto que a Newbery se lo conocía como el “Señor Coraje”, y sus hazañas le granjearon la simpatía del pueblo.
Sin embargo, su destino no le dio tregua. En 1914, mientras preparaba el primer cruce de los Andes en avión, falleció durante una exhibición aérea en Mendoza. Su inesperada muerte causó una profunda conmoción, y su velatorio se transformó en una movilización de decenas de miles de personas, de todas las clases sociales, que quisieron rendir homenaje a su valor. Por tal razón se lo considera el primer ídolo popular no político de Argentina. Quizá en esa despedida de masas hubo también un reconocimiento a su compromiso con el desarrollo nacional.
Precursor de la técnica argentina
Hasta aquí presentamos las facetas más conocidas de Newbery. En esta sección, vamos a reconstruir sus trabajos de investigación científica y tecnológica. En el auge del modelo liberal agroexportador, en que el pensamiento aplicado y la técnica no tenían lugar, Newbery desplegó un esfuerzo intelectual por integrar el conocimiento avanzado a los problemas del desarrollo local. En sus publicaciones integró desde análisis comparados de legislaciones de otros países, pasando por estudios económicos e ingenieriles, hasta ensayos de rendimiento de materiales. En este sentido, Newbery fue también un pionero en el ámbito de la articulación entre ciencia, tecnología, soberanía y desarrollo. Lo hizo a través de una imbricación de estudios e investigación, experiencia práctica y estadías en el exterior que eran aprovechadas para informarse de los últimos avances en regulaciones y procesos técnicos, visitar instalaciones productivas y realizar ensayos en laboratorios.
Sus publicaciones en los Anales de la Sociedad Científica Argentina y en la Revista Municipal dan cuenta de ello. En su visión se articulan la innovación técnica y el impulso a la industria nacional: no se trata únicamente de importar tecnología, sino de producir localmente o, al menos, de contar con la capacidad de adaptar la tecnología al país en las mejores condiciones. Sus trabajos no son originales en el sentido estricto de la investigación científica, sino que reflejan la preocupación de un funcionario competente por mejorar el servicio eléctrico y de un ingeniero comprometido con la causa nacional. Paralelamente, cabe destacar su labor educativa, al asumir en 1904 la cátedra de electrotecnia en la Escuela Industrial de la Nación, dirigida por Otto Krause.
A manera ilustrativa, podemos referir a tres artículos de Newbery. En primer lugar, en 1905 publicó “Consideraciones generales sobre el desarrollo de la electricidad en los Estados Unidos de Norte América”. Tras su viaje a Missouri para participar del Congreso Electrotécnico Internacional, presentó el avance eléctrico en Estados Unidos, tanto a nivel técnico como institucional y organizativo. El trabajo está motivado por la intención de aplicar en Argentina los aprendizajes del modelo norteamericano, por lo que incluye una parte interpretativa centrada en la realidad local: qué aspectos podrían importarse, cuáles deberían adaptarse y qué errores evitar. El artículo evidencia una comprensión profunda de que la electricidad no es solo un elemento técnico, sino también un servicio público con un claro impacto social, urbano y económico.
En segundo lugar, en 1906 publicó “Niágara: grafito artificial”. En este trabajo, Newbery analiza la incipiente industria del grafito artificial, es decir, el proceso mediante el cual el grafito se fabrica o sintetiza en lugar de depender exclusivamente de las minas naturales, y destaca su relevancia para la industria eléctrica e industrial. Además, plantea que esta industria emergente podría resultar estratégica para Argentina, dado que el grafito se utiliza en electrodos, lubricantes, en la producción de carbono metálico y en la fabricación de filamentos, entre otros usos. Hace mención, por otro lado, a la fuerza de la hidroelectricidad, a partir de la potencia calculada en las cataratas del Niágara, cuya explotación comenzó en 1896 por iniciativa de Nikola Tesla.
Por último, en 1908 publicó “Estudio sobre la fabricación de la lámpara eléctrica incandescente llamada Zirconium y otros filamentos metálicos”. En ese momento, las lámparas incandescentes estaban en transición de filamentos de carbono a metálicos (tungsteno), en busca de mayor eficiencia y durabilidad. En su rol de técnico municipal, Newbery buscaba soluciones aplicables a Argentina, más allá de la simple importación de tecnología. A través de ensayos de rendimiento, evaluó las ventajas y desventajas de los filamentos metálicos frente al tradicional filamento de carbón, predominante en el país. Además, planteó que la adopción de esta tecnología podría impulsar la industria nacional de alumbrado, reduciendo la dependencia de lámparas importadas y adaptando su fabricación a las condiciones locales.
Además de estos, pueden mencionarse otros dos artículos de Anales: Locomoción y tráfico en Nueva York (1905) y Sistema telefónico en Nueva York (1906), donde da cuenta del avance en materia de transporte y telecomunicaciones en los Estados Unidos. Por último, cabe destacar que los primeros trabajos en materia aeroespacial también corresponden a su autoría. Nos referimos a “Aeronáutica”, publicado en La Nación, el 9 de abril de 1909, en el cual analiza la situación que presentaba el área en el país y, en miras a promover un mayor desarrollo, plantea previsoramente el papel que tendrá la aeronavegación en el siglo XX: “la nación poseedora de la máquina aérea más perfecta, será en lo sucesivo el árbitro supremo y absoluto de las demás, por el inmenso poder que pondrá a su disposición”. Y al artículo “La conquista del espacio”, incluido en la revista Caras y Caretas del 16 de noviembre de 1912, donde brinda sus vaticinios e impresiones sobre el futuro aeroespacial, siempre con la preocupación de que la nación argentina no quede a la zaga.
Defensor de la gestión pública de la energía y el petróleo
La dimensión técnica de la obra de Newbery alcanzó su punto más alto en la defensa de la soberanía y el control estatal de dos sectores estratégicos: la energía y el petróleo.
En 1901, a poco de asumir su cargo público en la ciudad de Buenos Aires, tuvo un enfrentamiento con la Compañía Primitiva de Gas. El conflicto se desató porque el funcionario público se opuso al cobro exagerado de gastos de parte de la empresa británica. Ya en ese momento abogó por la estatización del servicio público de gas. Lo que recién se logró en 1945, cuando esta misma compañía fue finalmente nacionalizada, dando origen a Gas del Estado.
Pero su pelea más memorable se dio en el ámbito del servicio eléctrico. En 1903, el intendente Alberto Casares, designado durante la segunda presidencia de Julio A. Roca, propuso colocar la energía eléctrica bajo la administración municipal. Su temprana confrontación con las compañías del imperio y sus abusos elevan la talla de patriotismo de Newbery.
“No es posible ni justo, pues, que en Buenos Aires se pague por la luz casi el 30 por ciento de lo que se paga por los alquileres de las casas, máxime si tenemos presente (...) que el precio establecido por metro cúbico de gas no está de manera alguna en relación, ni siquiera aproximada, con lo que se cobra por ello en las ciudades de Europa y Norte América” (Newbery, 1904, p. 211).
A los sobreprecios los combate con la determinación del costo real del metro cúbico de gas y el kilovatio hora de corriente eléctrica. La puesta en marcha de la primera usina estatal en 1903 le sirvió para el análisis de costo y lo llevaron a la conclusión que las tarifas podrían disminuir al 50%.
“¿Quién podrá vender a más bajo precio? Indiscutiblemente la Municipalidad. ¿Por qué? Porque la Municipalidad no busca ganancias; su solo objeto es prestar este servicio a sus administrados al precio más bajo posible. No tiene el municipio, como las empresas particulares, que repartir dividendos a sus accionistas, que superan hasta 4 ó 5 veces el precio del interés del capital invertido por la comuna, para planear la municipalización” (Newbery, 1904, p. 296).
Frente a lo cual, las compañías denuncian inseguridad jurídica, una atentado a la libertad de empresa. Newbery no se amilana y demuestra que las firmas han obtenido ganancias extraordinarias, ocultas detrás de turbios manejos contables, y señala la falta de inversión en infraestructura. ¡Cualquier parecido con la actualidad no es pura coincidencia! Las empresas de capital extranjero, británicas y alemanas, pusieron el grito en el cielo, iniciando una campaña contra esta idea y moviendo sus influencias en las esferas del poder para evitar que la iniciativa prosperara.
“...a la menor tentativa de reparación en favor del público perjudicado, basta que pongan el grito en el cielo. Para ellos no hay razones; el único norte que los guía es el lucro; saliendo de esta esfera, todo es malo... De ahí ha nacido el monopolio de la electricidad y la unión entre las compañías de gas que hoy nos dominan, a tal punto y de tal manera que nos vemos precisados a soportar con estoica resignación todo el imperio que emana de su tiranía” (Newbery, 1904, p. 210).
En ese marco, Newbery defendió públicamente la propuesta mediante un excelente y largo estudio en tres partes titulado “Consideraciones generales sobre la municipalización del servicio de alumbrado” (parte 1, parte 2, parte 3). En la publicación de 1904, captó a la perfección el problema que significa la existencia de monopolios, cuyos privilegios y ganancias extraordinarias impiden el desarrollo local. Más adelante, en 1908, dio forma técnica a su propuesta en el Anteproyecto general para la explotación de la corriente eléctrica y del gas en el municipio de la Capital Federal.
“Muchas serán, sin duda, las dificultades con que se tropezará para llevarla a la práctica [a la estatización de los servicios públicos]; pero esto no es más que una consecuencia propia de toda obra cuando reviste caracteres de verdadera magnitud (...). Sostener que la municipalización es un atentado a esos capitales [extranjeros] es una pura ficción. Las sociedades, la comuna, tienen el deber de defenderse de cualquier ataque a sus legítimos intereses” (Newbery, 1904, p. 295).
Como se ve, frente a los ataques que sufrió la iniciativa, Newbery puso por encima el bien común. Por lo que insiste sobre la creación de empresas públicas de servicios que reemplacen al capital extranjero. E invita a que cada habitante se sienta dueño en parte de los bienes públicos, y reclame por su derecho a ser informado.
“Bajo la base de tal principio [el Estado tiene el deber de representar a una sociedad bien organizada], podemos, pues, considerar a la comuna, por el lado de sus intereses, como una sociedad cooperativa anónima, siendo cada residente un tenedor de títulos, vinculado directamente con todos los negocios de su ciudad, de tal manera y con tanto ahínco, como si fuera accionista de cualquiera compañía de explotación privada (...) evitando el lucro de los capitales particulares, para repartir los beneficios que acuerda su explotación, en provecho de la comunidad” (Newbery, 1904, p. 204).
Finalmente, el estudio más destacado de Newbery fue el que publicó en 1910 junto al geólogo Justino Thierry, titulado “El petróleo: historia, origen, geología, química, explotación, comercio, monopolio, legislación”. Presentado en el Congreso Científico Internacional Americano, se trató de un trabajo de 272 páginas que inaugura la trayectoria de pensamiento soberano en materia petrolera. Hasta ese momento, tan solo había algunos estudios geológicos (que los autores, con buen método, se encargan de sistematizar). Cabe destacar que, en la época, Argentina era una economía totalmente importadora de energía. De ahí los poderosos intereses creados alrededor de la importación de carbón, combustibles y sus productos derivados. En especial, de parte de capitales ingleses y estadounidenses. ¡Importamos todo a pesar de que teníamos petróleo, gas y carbón! Los intereses monopólicos de estos grupos importadores iban, por lo tanto, en contra de la producción y la industrialización local.
“Hemos llegado a la edad de la razón. Las ingentes sumas que han ido a parar a las arcas del capital privado nos ha aleccionado y nos ha hecho palpar la conveniencia de la reacción... No es difícil prever que la guerra que se iniciará, ha de ser sin cuartel” (Newbery, 1904, p. 206).
Recordemos que recién en 1907 fue descubierto el oro negro en Comodoro Rivadavia. Y se abrió una discusión en el país relativa al mejor régimen para su explotación. Con una particularidad: mientras que los yacimientos de las provincias de Mendoza y Salta se regían por el Código de Minería, Chubut y Neuquén eran por entonces Territorios Nacionales, en los cuales regía la Ley de Tierras Fiscales n. 4.167 del año 1902, que en su art. 15° prohibía la enajenación de tierras que contengan petróleo. Por eso estos últimos permitían una política del Estado nacional y servirán a la construcción de YPF, mientras que los primeros siguieron una política liberal de concesiones a las multinacionales (este es el origen del conflicto de Mosconi con la oligarquía salteña entre 1925 y 1928 por la explotación del petróleo de la provincia). En tal escenario, Newbery y Thierry plantearon la necesidad de revisar el Código de Minería, por el cual, entre otras cosas, las minas se conceden a los particulares por tiempo ilimitado, pero además la necesidad de una normativa específica para hidrocarburos.
En ese marco, y en contraposición a los sectores liberales y conservadores, que afirmaban que el Estado debía mantenerse al margen de la actividad, Newbery y Thierry elaboraron un informe clave para respaldar la explotación de parte del Estado y la creación de una reserva nacional petrolífera. Para fundamentar su propuesta, realizaron un panorama global de la industria del petróleo y su tendencia a la concentración monopólica, analizaron las legislaciones de diversos países y encontraron en Rumania un modelo útil y adaptable para la Argentina. De hecho, reproducen completa la normativa en el anexo del libro, por la cual el Estado no solo se reserva el dominio, sino también el transporte, y establecía condiciones en caso de concesiones a privados.
“...oportuno publicar el estudio de las cuestiones técnicas del arte de buscar, descubrir y explotar (…) el petróleo, de examinar los reglamentos a los cuales se halla sujeto esta industria y de dar a conocer en sus detalles la nueva legislación minera de Rumania, que presenta puntos interesantes para la República Argentina, sobre todo respecto de la creación y formación de una reserva de terrenos petrolíferos susceptibles de aumento” (Newbery y Thierry, 1910).
Es inevitable ver en este libro precursor las bases de la política petrolera que, desde 1922 a 1930, Enrique Mosconi llevó adelante en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). Debe tenerse en cuenta que esta empresa de hidrocarburos fue la segunda estatal en el mundo, detrás de la British Petroleum (estatizada por el almirantazgo inglés en 1916 en el marco de la guerra mundial), y la primera de América Latina, sirviendo de modelo para los restantes países de la región.
Además, Newbery y Thierry lucharon por demostrar que la calidad del petróleo argentino no estaba en absoluto menoscabada. Una de las estrategias de los trusts para “bajar el precio” del crudo local y obstaculizar su explotación interna consistía en lanzar campañas de desprestigio. Por ello, los autores se preocuparon en demostrar técnicamente que la calidad del petróleo era buena. Además de presentar fuentes de los mismos ingleses que señalaban que se podía hacer un buen uso del combustible argentino. En particular, del funcionario Percy Clark de los ferrocarriles británicos, quien señaló que podría usarse en las locomotoras.
Al respecto, el ataque a la materia prima nacional ha sido una constante para favorecer la importación y beneficiar al capital extranjero. En la época de Newbery, por caso, se hizo tan mala prensa a los materiales de construcción argentinos que Juan Bialet Massé estuvo detenido más de un año por supuestos riesgos constructivos asociados al dique San Roque. En verdad, su uso de materiales locales atentaba contra la cal inglesa y el cemento francés. Y supuestamente el carbón y el gas local tampoco tenían buena calidad, por lo que la empresa inglesa traía el carbón mineral de fuera para ser gasificado.
Además de que lo que hay acá no sirve, se pretende una y otra vez convencernos que no sabemos gobernarnos, que tenemos un problema cultural, que requerimos de la asistencia extranjera. Frente a ello, Newbery —como hará Mosconi más adelante— ponía en alto la capacidad argentina para gestionar. Pero establece criterios exigentes de selección para el funcionario público: calidad ética, competencia técnica e independencia de criterio. Sin lo cual, ofrecemos un flanco débil…
“No; la tesis de que no podemos ni sabemos administrar, que es la más seria, es absurda, pues además de probar la práctica todo lo contrario (…) equivaldría negarnos la virtud cívica, desconocernos aptitudes morales, intelectuales e industriales que nadie nos ha desconocido hasta la fecha (...) Ante todo, existe un medio poderoso para defendernos con éxito de caer en la corrupción que se presagia, que es otro de los cargos, y ello es llamar...a hombres de bien y de reconocida competencia, de posición independiente, con los cuales el éxito se asegurará. No deberá salirse de esta vía ni un solo instante, si es que no se quiere dar una ventaja indiscutible a los que, por hoy, podemos llamar nuestros enemigos” (Newbery, 1904, p. 204).
En pocas palabras, la obra de Jorge A. Newbery refleja la integración de innovación tecnológica, responsabilidad pública y visión nacional. Sus investigaciones sobre electricidad, grafito artificial, filamentos metálicos y actividad aeroespacial, entre otras, junto con su compromiso con la estatización de los servicios energéticos y la defensa de los recursos petroleros, muestran a un ingeniero que no solo pensaba en el progreso técnico, sino también en su aplicación concreta para el desarrollo industrial y social de Argentina. Newbery combinó rigor científico con conciencia nacional, articulando conocimiento, política y ética en la construcción de un modelo de modernización local, cuya influencia perduró más allá de su tiempo y que sentó las bases de instituciones clave como YPF, las empresas energéticas estatales y la aeronavegación argentina. Su legado demuestra que la ciencia, la tecnología y la ingeniería, cuando se orientan al bien común, son motores de soberanía y desarrollo.
Para profundizar en la vida y obra de Newbery:
Las biografías de Alejandro Guerrero (Emecé, 1999, 392 p.) y de Raúl Larra (Schapire, 1975,196 p.), ambas tituladas Jorge Newbery, son buenas. Un material breve de consulta es el folleto de 30 páginas titulado “Ingeniero Jorge A. Newbery: padre de la patria aeroespacial”, de Santos A. Domínguez Koch (1999).
Lamentablemente, la página web del Instituto Nacional Newberiano casi no cuenta con información de Newbery. También es penoso que la Sociedad Científica Argentina no tenga su revista Anales, ícono de la historia de la ciencia en el país, digitalizada para su descarga. Y que para acceder a los números publicados entre los años 1876 y 2020 haya que descargarlos de instituciones de los Estados Unidos. En fin, mediante el buscador de la Biodiversiy Heritage Library del Instituto Smithsoniano de Washington pueden hallarse fácilmente los volúmenes en los que publicó sus artículos Jorge Newbery, varios de los cuales aparecen enlazados en este mismo artículo.
Por último, un trabajo concentrado en petróleo y energía, es el de Fernando “Pino” Solanas y Félix Herrero (2006), “Jorge Newbery, un hombre de la energía”, en Realidad Económica, n. 222. Constituye la introducción al libro de Newbery y Thierry (1910), titulado El petróleo: historia, origen, geología, química, explotación, comercio, monopolio, legislación, vuelto a editar por primera vez en casi cien años por la Biblioteca Nacional en 2007.
🔍 Si te interesan estos temas: https://linktr.ee/santiago.liaudat
La dimensión técnica de la obra de Newbery alcanzó su punto más alto en la defensa de la soberanía y el control estatal de dos sectores estratégicos: la energía y el petróleo.