La política por sobre la economía, por Nacho Fittipaldi
Los próximos cuatro años de gestión encuentran desafíos de distinta naturaleza, profundidad y dinámica. Algunos de ellos pertenecen a la faz económica, otros de índole más políticos y otros que implican el entrecruzamiento entre unos y otros a los cuales podríamos denominar del orden social. Sobre los primeros se pueden decir algunas cosas, más o menos técnicas y objetivas, que arrojan claridad acerca de por dónde irá la gestión de gobierno que, en un momento de zozobra económica, deberá seguir siendo nacional y popular. De los segundos poco se puede decir; la relación con la CGT, con el peronismo no kirchnerista y la carrera para el 2015, implican una dimensión de la política sobre la que no me atrevo a decir nada.
En su faz económica el gobierno de Cristina tiene límites muy claros que son hijos de sus propios meritos. Es decir, se ha llegado a niveles tan altos, por ejemplo, de crecimiento y de empleo que es difícil sostener esos mismos niveles para los próximos años. En esos casos el objetivo de máxima seria sostener determinados índices evitando que se retraigan, por no decir que la lógica indica que algunas performance son irrepetibles, sobre todo si se tiene en cuenta que se viene de ocho años de crecimiento sostenido.
Veamos algunos ejemplos.
Tasa de desocupación. Esta tasa ha llegado al punto más bajo de la historia con un 7%, una cifra que es casi, casi, de pleno empleo. Para aquellos que duden de esta cifra les otorgo un changüí de llevarla al ¿10%? Aún así es muy baja y la posibilidad de reducirla es, en el contexto actual, prácticamente imposible. Frente a ello hay dos objetivos claros. Por un lado evitar despidos masivos. Por el otro, este escenario lleva obligadamente a concentrar esfuerzos en los 4 millones de trabajadores que no están registrados y para los que no existen representación gremial, ni aumentos salariales, ni obra social, ni aportes, etc. Ellos también forman parte del mundo obrero.
Salarios y reclamo sindical. La recomposición salarial viene formando parte de una política de ingresos que se inició en 2003 y que continua vigente al día de hoy. El objetivo básicamente fue romper con el congelamiento de salarios que instaló el menemismo y que continuó De la Rúa, devolviendo poder adquisitivo a los sectores más castigados, reconstituyendo la demanda y el mercado interno de consumo. Sin embargo, si uno mira la estructura salarial de los trabajadores sindicalizados, encuentra una gran heterogeneidad que plantea un desafío enorme para el gobierno. Pero sobre todo también reclama una gran cuota de responsabilidad para los sindicalistas. Veamos el salario promedio mensual de los trabajadores por sector:
Ø 2.832$ trabajadores de la enseñanza pública.
Ø 2.941$ trabajadores rurales.
Ø 10.500$ trabajadores de la siderurgia, minería, cerveceros, radio y TV, automotrices.
Ø 21.200$ trabajadores petroleros.
La heterogeneidad en el ingreso según la actividad lleva a plantearse algunas preguntas. ¿Es el momento de reclamar aumento salariales iguales para todos los sectores o se puede utilizar esta información para concretar y discriminar el aumento salarial según el salario real de cada sector? Es decir, un aumento mayor para aquellos sectores más retrasados y otro de menor impacto para los mejores pagos. ¿Los sindicalistas, sólo deben pedir aumentos salariales o también pueden salirse de libreto e interpretar también la coyuntura en la que realizan sus demandas?
Productividad. En los últimos ocho años la Argentina ha venido creciendo a un promedio del 7% u 8% anual. ¿Es sostenible esto para los próximos cuatro años? La respuesta es NO. Y es no por algunas cuestiones básicas. En principio porque a diferencia del 2003/04/05, la capacidad instalada de la estructura productiva es hoy del 80%. Es decir que se está produciendo casi al máximo de las posibilidades. En segundo lugar porque en un contexto de crisis la lógica indica que habrá retracción de la inversión y de consumo a nivel mundial. También en este contexto hay que tener puesto el ojo mucho más en cómo impacta la crisis, no ya en EE.UU y Europa, sino en nuestros principales socios para el comercio internacional: Brasil, China e India. Si ellos caen, nosotros con ellos. En tercer lugar hay que decir que Brasil ya tuvo una devaluación por una corrida cambiaria y ya frenó su economía. Con lo cual esperar una retracción en la inversión pasa a ser lo esperable y no un fenómeno que no se pueda prever. El economista Miguel Bein pronosticó un crecimiento para el 2012 del 3,8 %, y no es precisamente un economista ortodoxo ni representa intereses opuestos a los de gobierno nacional.
Así las cosas pareciera ser que ha llegado el momento de gobernar con una pequeña modificación en el escenario de la política: la economía (por distintas razones) da señales de desaceleración. Eso modificará (o debería hacerlo) el lugar desde donde se piensen y tomen las decisiones políticas, a diferencia de los últimos años, cuando la economía nos sonreía. Controlar el gasto público, bajar la inflación, mantener el poder adquisitivo de los trabajadores y equilibrar la estructura de subsidios, tal vez ya no sea efectivo para evitar la desaceleración de la economía. La política deberá asumir como todos estos años que, la economía depende absolutamente de ella, de su creatividad y su muñeca para surfear la ola en un mar poco calmo.