Las rutas del extravío

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    Javier Milei visita al Papa Francisco
    La sonrisa que indultó al "representante del Maligno".
Crónicas del abismo

Las rutas del extravío

25 Febrero 2025

La salud del Papa Francisco, el súbito malquiste del gobierno contra el grupo Clarín por Telefónica-Telecom y el retiro abrupto del apoyo oficial a Ucrania, que dejó a medio país en offside, fueron episodios muy diversos que se asemejaron en un punto: a todos los atraviesa la febril y dislocada realidad argentina, donde la contradicción es regla.

No todas las formas de contradicción son equivalentes. En ocasiones se las castiga en exceso, convirtiéndolas en tema de primer orden, cuando en verdad lo que importa no suele ser quién dice algo sino qué, por qué, para qué o cuándo. Sólo la sospecha de a qué obediencia corresponde cada cambio de opinión justifica enfocar en el dicente.

Algunas contradicciones son únicamente apariencia, porque se producen cuando la realidad material se impone a las narrativas, que suelen encerrarse en lo taxativo o dicotómico. Las condiciones varían, las personas también. En esas carambolas recíprocas de lo individual y lo común se cifra buena parte de la Historia. Penar la contradicción es, en esos casos, lo mismo que negar que los tiempos corren. O resignarse a no seguir sus ritmos.

No resulta extraño, por ejemplo, que quienes antes rechazaban al cardenal Jorge Bergoglio recen por la salud del Papa Francisco. Pasaron los años, cambió la ubicación del personaje en el mapa geográfico, las cosas en el país no están como entonces y en el mundo, tampoco.  

Por detrás emerge una prehistoria por definición inmutable, cuya investigación revela incomodidades. Está bien que así sea, es la función periodística y no entra en contradicción con nuevos escenarios. La Historia es la que es, y los personajes mutan, dentro de sus mismas biografías y las líneas de tiempo colectivas.

En el caso de quienes defenestran al Papa desde un catolicismo insólito, que no celebra a un impensado Pontífice argentino, sólo revela la fuerza del discurso antiperonista de modo análogo a lo que ocurre con Diego Maradona en la religión laica de los domingos. Son manifestaciones pasionales, pero políticas sólo en apariencia, porque su caudal destructivo carece de un horizonte de construcción. Lo incomprensible desborda incluso a los medios que se ocuparon de promocionarlo, como ha sucedido en otros países.

Mayor complejidad reviste, en cambio, el análisis del trueque de posición de quienes sostuvieron el prisma anticlerical con independencia del personaje histórico puntual. Tanto la Iglesia católica como gran parte de sus jerarcas y pastores convirtieron en bien ganada la antipatía creciente, pero el problema es que la virtual apostasía no se redirigió a nuevas formas de comunidad, sino que derivó en la entronización legitimada de un individualismo cruel.

En ese ejemplo tal vez se exprese una de las razones comunes del retroceso de los gobiernos progresistas del globo, porque se revela un error transversal al conglomerado de principios que los identifican: a diferencia de los viejos movimientos políticos de los dos últimos siglos, el progresismo carece de un conjunto ordenado de ideas que explique con qué se buscará reemplazar aquello que se pretende derribar. Elemento básico para lograr alguna perdurabilidad, sobre todo en tiempos líquidos de veloz escurrimiento. Más aún, si se trata de provocar algún tipo de incomodidad a los poderes concentrados.  

La crítica a lo existente es la función del periodismo de cualquier clase, militante o no, mientras no consienta en degradarse. Una misión incómoda. No es lícito reclamar, ante la crítica periodística, propuestas superadoras o programas de gobierno. De eso deben encargarse las y los referentes políticos, dentro de un conjunto ordenado de ideas más necesario que nunca, porque es la única salvaguarda frente a la velocidad y la simplificación de estos tiempos.

La búsqueda de un conjunto ordenado de ideas y la elaboración de un determinado modelo de país o sociedad asoma fundamental para reconducir hacia senderos más venturosos los movimientos que tengan entre sus fines alguna forma de justicia social. Es parte del debate perdido, que se busca a tientas. Fundacional para despertar nuevos entusiasmos.

De momento, desde la caída del mundo bipolar, progresismo y posibilismo se confunden. Es obvio que la realidad material impone límites, pero eso no exime de tener programas claros para el éxito y el fracaso. Sin ellos, todo parece reducirse a un yenga de buenas intenciones, en algunas ocasiones plasmadas aprovechando ventajas coyunturales, y en muchas otras convertidas en campeonatos morales. En nuestro país, dícese de los gobiernos de Raúl Alfonsín y Alberto Fernández. ¿Qué ocurrirá cuando, más por lo malo ajeno que por lo bueno propio, haya chances de volver?

El desgaste de años de poder y las ahora recurrentes derrotas hacen más evidentes problemáticas como esa, lo que no equivale a que baches y extravíos hayan estado ausentes en los tiempos de victoria.

Adicionalmente, carecer de un marco general y coherente de ideas conduce a cerrar la política sobre sí misma, aceptando una lógica que la separa de la sociedad. No se proponen siquiera rudimentarias utopías, sino un perpetuo #VamosViendo.

Es el mejor alimento para los Milei de esta vida, que -de todos modos- con Clarín y con Ucrania ya han comenzado a experimentar que no es tan fácil librarse de contradicciones estando en la módica cima del poder formal.