Los/as 400 desaparecidos/as de la comunidad LBGTT+ y el debate por el sentido, por Lia Ghara
Por Lia Ghara - Mercuria plataforma cultural
* Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo
Cada 24 de marzo, Argentina recuerda su inmensa lucha por la Memoria, Verdad y Justicia. A lo largo de los más de 38 años ininterrumpidos de democracia, tras la recuperación de 130 nietos y el tenor de la palabra “desaparecidos” se ha instaurado en el núcleo de la reconstrucción histórica la palabra Identidad.
“Yo creo que esta sociedad no dimensiona el aporte que han hecho ustedes las Madres de Plaza de Mayo a la concepción de los derechos humanos. Nosotras venimos a las Marchas desde hace muchos años (...) donde sobre todo nos sentimos cobijadas. Ahí fue el caldo en donde nosotras (las travestis) nos dimos cuenta que había un sistema que enfrentar, un patriarcado, un capitalismo. Ahí fue donde nos dimos cuenta que nos teníamos que convertir en sujetas políticas, que no bastaba con el sufrimiento individual” decía Lohana Berkins en el 2012, entrevistada por Hebe de Bonafini en "Madres de la Plaza", el programa de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Lohana relata cómo a través de la historia de las Madres de Plaza de Mayo vió reflejada la de su propia identidad travesti y tomó las herramientas y la herencia política de ellas para construir una forma propia de militancia. Escapar del relato individual construye la potencia con la cual las travestis podrían enfrentar un sistema, así como las Madres derrumbaron una dictadura.
Como la piedra que lanzada al río genera en su impacto olas concéntricas, ondas que se expanden. Asi, la identidad se transforma en Argentina en esa piedra fundante que estructura la historia de sus luchas, y sobre todo la capacidad de generar nuevas olas sobre la acumulación política heredada.
Visibilidad, orgullo, resistencia, pertenencia, justicia, entre otras, son las consignas que la comunidad LBGTT+ levanta en especial tras el retorno de la democracia y la aparición de las primeras Marchas del Orgullo. Se mezclan las banderas de Juicio y Castigo con las de la CHA, las de “Plena vigencia de los derechos humanos” con las de “transexuales por el derecho a la vida y la identidad” en plena ebullición política de los 90’
Este hilo histórico que reconstruye y atraviesa las diferentes existencias deja a su paso una multiplicidad de sentidos en que la expresión de las diferentes identidades mutó siempre en la ampliación de derechos, de más democracia y de la búsqueda de justicia para quienes se le fue negada, proscrita o arrancada.
Hoy podemos preguntarnos dónde está Tehuel, porque aprendimos a preguntar dónde están los 30.000
30.400, el error político de discutir el número
La conocida estrategia negacionista de discutir el número de desaparecidos se renueva año a año, apoyada sobre un informe que realizó la CONADEP (Comisión Nacional para la Desaparición de Personas) en 1984, donde se denunciaba la existencia de 8961 desaparecidos y de 380 centros clandestinos de detención. Al día de hoy y luego de casi 40 años continúa el proceso de reconstrucción histórica y desclasificación de archivos.
León Arslanián, ex juez del Juicio a las Juntas Militares admite que "la cantidad de víctimas nunca la vamos a saber, porque hay muchísimos casos en que ni siquiera los hechos fueron denunciados. El número 30.000 surge de los DDHH y tiene un valor simbólico que debe ser respetado. Es un debate estéril discutir el número y le hace un gran daño al país porque es una adulteración de la historia"
Algunos espacios pertenecientes a la comunidad LGBTT+ suman la cifra de cuatrocientos a la de los 30.000 con el objetivo de visibilizar aquellxs desaparecidxs por razones de género o por su sexualidad.
Al respecto, la militante lesbiana Ana Benavente, afirma: “El fallecido rabino Marshal Meyer, miembro integrante de la CONADEP expresó en 1985 que la Comisión había detectado en su nómina de diez mil personas denunciadas como desaparecidas, a cuatrocientos homosexuales. No habían desaparecido por esa condición, pero el tratamiento recibido, afirmaba el rabino, había sido especialmente sádico y violento, como el de los detenidos judíos. Lo mismo ocurrió con cualquier otro grupo social estigmatizado, racializado o discriminado”. Continúa: “Pero además, sacar el número 400 de los 30000 es en definitiva borrar la militancia histórica de los/as compañeros/as desaparecidos”
En 1984 y cercano al informe “Nunca más” la publicación del artículo “¿Y esto era la democracia?” en la revista Sodoma coordinada por el Grupo de Acción Gay (GAG) denuncia maniobras realizadas por el Estado similares a las realizadas en el periodo dictatorial 1976-1983. Por lo tanto podría trazarse un paralelismo entre los reclamos pre y post dictatoriales que marcan la militancia del FLH (Frente de liberación homosexual) a finales de la decada de los 60’ tanto como los de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) en los 90’, caracterizados por las denuncias de abuso de poder policial y la persecución constante a la disidencia sexual.
Según Maria Luisa Peralta, activista lesbiana e investigadora “la elección sexual no fue una causa de desaparición. Sí fue causa de detención, al igual que la identidad de género de las personas trans, por parte de la policía como lo era antes y después de la dictadura”.
Son varias las razones por las que la misma comunidad LGBTTI+ disputa el sentido de esxs “400”. Una de las preguntas que queda flotando en el aire entonces es si anteponer la identidad sexogenérica no licúa la pertenencia e identidad política partidaria de esxs compañerxs.
¿No había putos, tortas, trans y travestis en los partidos políticos? ¿No militaban y tomaban las armas de igual a igual? Si bien estos espacios estaban plagados de machismo y odio hacia las identidades disidentes (como se observa en el famoso canto de Montoneros: “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de las FAR y Montoneros”), no reconocerlxs es abonar a la invisibilización histórica de lxs militantes políticos y populares de la comunidad. Invisibilizar el padecimiento que implica la superviviencia en espacios hetero-cis en tiempos signados por la violencia - la resistencia dentro de la resistencia-.
El peligro que representa esa narrativa en la actualidad, sin embargo, se encuentra en seguir perpetuando una idea de militancia LGBTT+ huérfana, que sólo comienza su vida política a través del activismo disidente sin plegarse a las disputas macropolíticas. Sin discutirlas, sin formar parte de un proyecto político de largo alcance.
Plantear que esxs 400 “homosexuales” solo están desaparecidos por ser “homosexuales” implica vaciar sus militancias cotidianas y resignarse a perder la batalla contra la antipolítica. Implica también no reconocer que los períodos de dictadura o democracia, indistintamente, no alteraron las violencias sobre ciertos cuerpos.
No obstante, la peor de las batallas perdidas es pensar que las tortas, las travas, los putos y los trans solo fueron 400 entre los 30.000. Eran muchxs más.