No me alegra la muerte de Menem, como en los 90 creía, por Gito Minore
Por Gito Minore
En el último lustro de los noventas, junto a mi amigo y vecino de Liniers, Federico, llevamos adelante un fanzine llamado “EL gato negro”. En el mismo, además de publicar mis poemas y sus cuentos y dibujos, comenzamos una sección en joda al estilo “Crónica” (denominada "El gato amarillo"), en la que nos dábamos el gusto de zaparnos de lo lindo con la política, el espectáculo y todo lo que estuviera a mano para joder.
En ese momento, la vedette principal era el presidente Carlos Saúl Menem. Bajo su nombre, congregaba todo aquello que estaba mal o era inmoral. Había vaciado el Estado, generado el mayor índice de desocupación en la historia y multiplicado la inseguridad a la enésima potencia. Más allá de eso, en su fuero íntimo era putero, trataba con mafiosos e incluso le habían matado a su hijo delante de sus ojos. Hasta su mujer (ex en ese entonces) le había declarado la guerra.
Odiosos de todo eso, y culpándolo de todo, cándidamente en 1998, le dedicamos una tapa en nuestro zine, donde lo mataban. En nuestro magnicidio, de manera ingenua nos reíamos por todo aquello que nos había hecho. Seguramente creíamos que, si se moría, los males, nuestros males (aquellos que no habían estigmatizado con una X en nuestra generación y nos dejaban sin trabajo y jovatos antes de empezar) caducarían.
¡¡Qué ilusos que éramos!!! Pensábamos que muerto el perro se acababa la rabia neo liberal, que sin payaso no había circo, que sin Menem no habían noventas.
En mi caso, creí eso hasta bien entrados los años 2000, cuando enamorado del kirchnerismo confié que lo habíamos superado. Que los conflictos habían quedado una década atrás. Que el presente se imponía irreverente ante el pasado. Que el amor vencía al odio y otras cuestiones.
Hoy, en el salón azul del Congreso (en el mismo espacio donde el 1º de Julio de 1974 velaron al General Juan Domingo Perón) velan a ese hombre quien, lejos de levantar las tres banderas históricas del peronismo, condensó en su nombre (que hoy prefieren obviar) nuestra desesperanza y estigmatizó de paso, nuestros años más bellos. Hoy, y durante tres días, velan a Carlos Saúl Menem, elegido por tres veces presidente (Sí, tres veces, como Perón). Y lo van a llorar, porque al fin y al cabo, fue un hombre, amado y elegido por gran parte de la población.
Que se entienda bien y sin circunloquios, él no fue Videla, ni Massera, ni Agosti, ni Lanusse, ni Onganía, no Lonardi, ni Aramburu, ni Uriburu. Él fue un civil, votado por una gran, abrumadora, estrepitosa, mayoría.
No me alegra su muerte, como en los noventas creía. Me da pena. No por él, sino por esa mayoría imbécil, que sigue votando neoliberales como Macri, Larreta, Vidal y etcétera, etcétera y etcétera. Tienen un cartel que dice “Te voy a romper el culo”, igual los siguen eligiendo con una sonrisa idiota.
Como diría la voz más lúcida de nuestros noventas, el querido Ricardo Iorio de esos años: “Olvídalo y volverá por más”.
No mando pésames a la familia, ni a sus votantes.
La única verdad es la realidad, dijo el mejor de los nuestros.