Qué fiero no ser de Santiago
Por Carolina Balderrama (santiagueña)
A mediados de los 80s, uno de los canales de aire de alcance nacional, emitía una novela titulada “María de nadie”, protagonizada por la actriz venezolana Grecia Colmenares y el actor argentino Jorge Martínez.
Recuerdo que la protagonista representaba a una mujer del norte del país (las imágenes situaban su origen en un pueblo de la quebrada jujeña), tan diferente ella, del paisaje y de la mayoría de la población de la zona. Rubia, de cabellos largos; tez clara y un detalle curioso, que con mis trece años no olvidé jamás, rubor en las mejillas, que una y otra vez ella misma se pintaba con los dedos manchados directamente del lápiz de labio rojo.
La historia es conocida. Sintetiza wikipedia: “Amor entre un joven rico y una humilde muchacha campesina recién llegada a Buenos Aires. Bella e inocente muchacha de provincia, fue a la capital luego de la muerte de su padre, para ganar dinero y poder mantener a su madre y hermano, que habían quedado en el pueblo natal. María trabaja en un cabaret, trabajo que no pega con su inocencia, y luego como empleada doméstica. El hijo de los dueños de casa y la empleada se enamoran locamente. Ella queda embarazada y él la abandona, creyendo que el hijo que espera es de otro hombre. María, que llego siendo de “Nadie” se convirtió en la dueña del corazón de Juan Carlos Arocha”.
Los dichos del economista de Cambiemos, Alfonso Prat Gay, que denuncia a mis coterráneos como “caudillos” a temer por si se atreven a gobernar el destino de la Patria, no escapan a la matriz cultural que tanto daño hizo cuando condujo los destinos de nuestra Argentina.
Es la que construye en el imaginario colectivo, a través de toda su maquinaria material y simbólica, a quienes hemos nacido en otra provincia (que no sea Buenos Aires o Capital Federal) como sujetos extraños, de inocencia a corromper; de ignorancia a avasallar; de fuerza de trabajo a explotar; de corazón a manipular; carentes de voluntad y criterio; arriados de las narices como animales; listos para atacar el fortín de las buenas costumbres.
Las Marías y los nadies
Al escuchar a Prat Gay pensaba: hace 16 años que vivo en Buenos Aires, no hay un día en el que no explique el sonido que sale de mi voz al utilizar una letra la erre. Fui parte de la migración interna de finales de los 90s. En ese momento no hablábamos de economías regionales, de satélites, de la creación de empleo, de universidades nacionales, de computadoras para los niños, de ley de medios, de derechos humanos, juicios de lesa humanidad, de ciencia y tecnología, de matrimonio igualitario e identidad de género, y tanto más.
Por estos años he cruzado a muchas Marías, y a muchos nadies. La “mucama sumisa” ahora saben que se llama “trabajadora de casas particulares”; que la provinciana que busca el amor en el rico, es “una mujer con derechos y autonomía para poder decidir sobre su cuerpo y su destino”; al “trabajo en un cabaret”: personas en situación de trata”; al trabajo “sin papeles, sin horarios, sin cargas sociales”, “trabajo no registrado” o “trata de personas en situación de explotación laboral”; a las “amas de casa”, su jubilación, porque es un trabajo”; a la “tonada de la santiagueña”, una voz federal que tiene su lugar a partir de la sanción de la ley de medios; a “los planes”: derechos.
Por eso, a todo lo que Prat Gay representa, las Marías y los nadies, le decimos: somos muchos, tu verdulero; quién cuida de tus hijos; quien limpia tu casa; tus vecinos; estamos en los medios; en las universidades; y hasta nos atrevemos a ejercer la política. Ahora tenemos un sueño mayor, queremos que “la capi” se traslade a Santiago del Estero, les prometemos mucha siesta, chacareras, coyuyos, empanadas y vino.
(*) La autora es periodista de Télam y docente. En el texto original, el género de las palabras tanto masculino como femenino, la autora usó la “X”. Por ejemplo: “verdulerxs”.