Un año de Milei: un nuevo consenso para salir de la "democracia de la derrota"

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    Foto: Noelia Guevara
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Un año de Milei: un nuevo consenso para salir de la "democracia de la derrota"

10 Diciembre 2024

1. La revolución permanente

Cumplimos un año viviendo en estado de revolución permanente. Si el triunfo de Milei rompió con todas las máximas sobre cómo gestionar una campaña electoral (desde la comunicación, hasta las propuestas, pasando por el siempre endiosado aparato), su primer año en el poder viene rompiendo muchos consensos sobre cómo gestionar el gobierno nacional: se pueden ajustar tres puntos del PBI sin que estalle el conflicto social, se pueden cortar las transferencias discrecionales a las provincias, se puede paralizar la obra pública, ajustar a los jubilados, a las universidades y a los comedores comunitarios. Se pueden reprimir las expresiones de protesta cuantas veces quieras, no importa si se trata de piqueteros, abuelos o niños.

Licencias, tal vez, de un gobierno sin brazo territorial ni ventanillas de atención al público las 24 horas. Que decide no verle la cara a la gente sino es a través de las encuestas y las redes. Un gobierno nacional compenetrado con su papel de policy maker, que se concibe como algo disociado de las provincias que conforman el país. Que se piensa más cerca de la comunidad internacional que de la Argentina ¿Qué vale más en el ecosistema libertario, una foto con Elon Musk o una liga de gobernadores?

Sin embargo, la paradoja es que parte de la estabilidad de este nuevo orden, se debe precisamente a retazos del viejo: los estados subnacionales siguieron funcionando, supliendo con mucho esfuerzo las deserciones de Milei. Y lo hicieron gratis, pese a los mil intentos de entrar en el toma y daca con la Rosada. Es una suerte de descentralización 2.0 sin transferencia de partidas, que erosiona lentamente la fortaleza de los caciques locales, dado que la tendencia del ajuste es ascendente y la absorción de capacidades estatales de los municipios y las Provincias, descendente. Si la propia obra del tiempo les marca una alerta, ¿Entonces por qué la mayoría acata sin ladrar? Puede tratarse de un acto reflejo de responsabilidad, o miedo a que si estalla, la sociedad los apunte como los responsables. O puede deberse, también, a que la contracara del Milei envalentonado señalando mandriles por todas partes, es una oposición variopinta que aún está procesando la culpa de haber puesto al primer Presidente liberal-libertario en los libros de historia de la Argentina.

  1. El repliegue

El Gobierno al que todos se le iban a animar por su debilidad institucional, hizo que los partidos nacionales con vocación de mayoría ejecuten un movimiento defensivo, replegandose en una minoría segura. Un poco por inercia y otro poco por desconcierto. Los giros tácticos de Macri y Cristina queriendo reconstruir un sistema de partidos a contramano de la época, se asemejan más a quien construye un refugio, que a quien se prepara para una contraofensiva. Esto se percibe más como una performance que como una estrategia política, por eso la sensación de desamparo entre quienes no comulgan con Milei.

En rigor, tampoco guarda vigencia la idea de un «proyecto nacional». No lo tiene el peronismo, concentrado en una interna estrictamente bonaerense su principal fracción, y atolondrada en un colaboracionismo zonzo su delegación restante; no lo tiene el macrismo, preocupado por la valoración positiva de Milei entre su electorado de la Capital Federal y la zona núcleo, y atrapado en su conversión en una clásica ONG norteamericana, con una agenda monotemática de la transparencia por un lado, y ofreciendo servicios de lobby empresarial por el otro. Existen, en cambio, coaliciones de intendentes, de diputados “dialoguistas”, de sindicalistas y de empresarios. Existen paritarias, una apilada encima de la otra en el veranito argentino del dólar barato y la desinflación aparente. Paritarias que se imponen a cualquier régimen alternativo de principios políticos y de valores comunes, que licúan el significado de palabras como justicia social, lealtad, peronismo o antiperonismo. Es la aceptación por parte de la política de la cultura del “sálvese quien pueda” que los libertarios quieren imprimirle a la sociedad.

La ausencia de rumbo es la causa de los bruscos movimientos para que cada uno clarifique su posición en el diagrama político. Los opositores tramitaron su libre deuda: yo no fui. Una indignación nueva cada día, y la reivindicación del "no tengo un amigo libertario", nuestro carnet de pureza ideológica. El escándalo panfletario ante cada votación insignificante del Gobierno en la ONU, la prueba de que solo sabemos hablar el idioma de los que viven o vivieron alguna vez de la política. En tanto, los aspirantes a oficialistas incorporaron el violeta a la paleta de colores, las imágenes hechas con IA y la puteada forzada como muletilla en cada intervención. Del obamismo demócrata y el fetichismo de las instituciones no quedaron rastros.

  1. Agrandar la Argentina

Doce meses después del crack civilizatorio, todavía no abundan las certezas sobre las causas. Cada quien carga con sus explicaciones, que casualmente matchean con sus objetivos políticos. Como estos últimos varían, las primeras también, en lo que constituye una crisis de sobreproducción de análisis. Enhorabuena, el comienzo del año electoral es la fecha de vencimiento de la etapa de diagnósticos. Vamos a lo que sabemos con certeza, que por sencillo, no es menor: la pandemia y sus consecuencias fueron un punto de inflexión para abrir un nuevo proceso de politización, hecho que no sucedía desde la crisis con las patronales agrarias en el 2008. Ese proceso politizó a un sector de la sociedad que no formaba parte de la discusión política, y ahora sí. Estaba excluida porque sus modos y contenidos no eran válidos en la conversación pública. Milei expresó bien a ese sector, condensó esa masa de voluntades en una urna, y lo validó con la chapa del que ganó.

Ese tercio que hoy se consolida como un bloque granítico en defensa de Milei, es el swing state que el peronismo aún no se anima a disputar. ¿Qué lo detiene? Si al fin de cuentas, es un desmembramiento suyo de aquel pasado descompuesto. La encerrona en la que nos encontramos podría resumirse así: el peronismo sigue siendo un concepto polifónico, pero está atrapado en una representación monocorde. La etapa de la autocrítica estuvo signada por una discusión doctrinaria que demostró que el peronismo es una y mil cosas a la vez, pero cuando miramos para el costado, somos siempre los mismos.

Que hay un día después de Milei no tenemos dudas, lo que sea de él dependerá de lo que hagamos en el camino. Esperar que las mileinomics caigan por su propio peso, para decir "te lo dije" y ofrecer un futuro color sepia modelo 2015, nos garantizará un tercio competitivo más no suficiente. Comprar llave en mano los estudios culturales que hablan de un liberalismo plebeyo, las rebeliones antiwoke y el segundo fin de la historia, es una claudicación ideológica en aras de una moda pasajera. O en criollo, un neo-menemismo. Al fin de cuentas, dos manotazos de ahogado al pasado. Y ya sabemos: si la primera es tragedia, la segunda es farsa.

Tejer un camino común con en el archipiélago de los desencantados de Milei, implica ir más allá de las fronteras del peronismo. Construir un polo nacional superador del rebranding comunicacional que fue el pasaje del Frente de Todos a Unión por la Patria, el mismo contenido con un sombrero nuevo. Ensancharnos no para engordar el movimiento sumando dirigentes y sellos, sino para agrandar la Argentina, incluyendo a los que, con sus razones, se sintieron fuera de lo que deciamos defender. Refundar la fe y la esperanza no en la vitalidad de un partido, sino en un proyecto de Nación que genere sentido de pertenencia, integración al conjunto y de destino individual ligado al destino colectivo.

  1. Abrir las tranqueras

Construir los cimientos de ese proyecto superador no viene con un manual de instrucciones, pero si tiene una instancia ineludible: abrir las tranqueras del peronismo para dejar de poner el oído en la polémica de las facciones internas, y apuntarlo hacia afuera.

Exponernos a la participación popular más amplia posible y quebrar el monopolio de los profesionales de la política en el diseño programático. Si se suspendió el teorema de Baglini para Milei, también se suspendió para nosotros. Podemos pensar un programa sin el condicionante del posibilismo y de la demanda corporativa, sin la lógica de la ventanilla única para trocar apoyos por lugares en las listas. Salir del laberinto de la democracia de la derrota (Horowicz dixit) implica romper la rueda del juego político tal como nos lo presentaron: un como sí participativo, la mímica de la transformación de un orden al que se lo maquilla mucho y se lo mejora poco. El peronismo fue capaz de establecer un orden distinto en la Argentina porque tocó los cimientos del edificio, no se trataba solamente de mejorar el poder adquisitivo del salario, sino de que los trabajadores pudieran mirar a los ojos a los patrones. Ese el germen humanista del movimiento: sepultar el axioma hobbesiano del hombre como lobo del hombre, colocando en su lugar el de una comunidad que se realiza cuando todas sus partes se realizan.

La antítesis del país normal de Kirchner, y de la revolución pacífica de Perón, es el país anómico de Milei: una sociedad donde el taxista odia al desempleado que ahora maneja un Uber, y el comerciante que la rema quiere fajar al mantero que se puso a vender algo frente a su local. Una guerra de pobres contra pobres en el campo de batalla del mercado, dónde a cada rato terminamos discutiendo la baja de la edad de punibilidad a los 13 años. Tomamos al gato siempre por la cola, desesperados por un derrame que nunca llega. La combinación de la economía cada día más pauperizada y la democracia hundida en el pantano de la desigualdad, solo trae como resultado la insatisfacción generalizada. Que la cuenten como quieran en el terreno de la batalla cultural twittera, pero Milei no es una revolución del hombre común, sino una venganza que sufren los comunes.

Para el año que comienza, y los que vendrán, reivindicar la fraternidad como hauntología del futuro comunitario perdido. Ante la duda, no se rompa, busque a un argentino.