Una educación insensible para la hostilidad
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
“Lo único que hizo fue apuntar como si fuese una pistola de juguete o de PlayStation y apretar el gatillo. El arma tenía una bala en la recámara y estaba lista para disparar; es para defensa”. “No deja de llorar y no quiere volver a nuestra casa”. Estas fueron las palabras de Marcelo Salinas, el padre del niño de 13 años que ayer mató a otro joven por mano propia. El padre contó que al ver cómo uno de los asaltantes amenazaba con matar a su madre, el niño fue hasta la habitación matrimonial, tomó la pistola Taurus 9 mm que guardaba allí, salió corriendo, apuntó y le disparó dos balazos. Dijo también que uno de los cuatro ladrones, vio al chico salir armado de la habitación y disparó a su hijo. Esa bala rebotó en una pared y rozó la cabeza del hermano menor del chico que todavía tenía el arma en su mano. El joven que mató el niño se llamaba Pablo Andrés González y vivía en el mismo barrio en el Partido de Moreno.
Dice el padre que era la tercera vez que les robaban y que no se puede vivir en el barrio, que se sienten desprotegidos y desconfían de la policía. Dice que por eso ya tenían decidido mudarse a un country.
Según el diario La Nación con este caso, ya suman 20 los ladrones muertos este año a manos de civiles durante asaltos en territorio bonaerense. En 17 de esos hechos, las víctimas se defendieron con armas de fuego.
Son muchas las preguntas que nos hacemos. ¿Cómo llegamos hasta acá? ¿Por qué se arman los vecinos? ¿Por qué duermen con armas cargadas? ¿Cómo sabe un niño de 13 años dónde está guardada un arma de fuego? ¿Quién le enseñó a usarla? ¿Por qué un padre lleva a su hijo al polígono? ¿Quién le dijo que hay que “meter bala a los delincuentes”, que esa es la manera de defenderse? ¿Quién dijo que un arma es una herramienta de protección? ¿De dónde sacamos que disuade la violencia? Algo está muy mal en el país.
Hay investigaciones que demuestran que las armas en la casa, le agregan más violencia a las “entraderas”. Cuando los ladrones saben que sus moradores pueden estar armados, la violencia que se usa puede ser mayor. Por ejemplo, una investigación del FBI en los Estados Unidos reveló que “tasas altas de tenencias de armas generan un incremento de 3 a 7% en la probabilidad de que las viviendas sean asaltadas. Una de las razones puede ser que las armas constituyen un bien valioso a ser robado. Apoya esa teoría el hecho de que en 14% de los asaltos domiciliarios, en la casa donde fue robada un arma, ese fue el único bien robado.”
Otra investigación del departamento de Justicia de los Estados Unidos, que analizó datos de 1999, arroja que “el 75% de los asaltantes no usan armas. Si las víctimas potenciales se armasen, pueden incentivar el uso de armas por los asaltantes. En este caso, la propensión a disparar también podría crecer (por miedo de una reacción por parte de la víctima). Eso puede explicar por qué es más frecuente que los ladrones usen armas en los Estados con mayores tasas de accesibilidad a las armas” (Antonio Bandeira y Josephine Bougois; Armas de fuego: ¿Protección? ¿O riesgo?, Foro Parlamentario, Rio de Janeiro, 2006).
Más aún, otras veces esas mismas armas en la casa se usan para amedrentar a los otros vecinos, personas conocidas o familiares. Antes se resolvían los malentendidos a los gritos y a lo sumo a las piñas, ahora las broncas se dirimen a los tiros. No es casual que los homicidios producto en la violencia interpersonal sean muy superiores a los que tienen lugar en ocasión de robo. Incluso hemos visto noticias en Argentina que contaban que los chicos habían robado el arma al padre y llevado a la escuela para amenazar a su compañero o al maestro.
No negamos que las policías liberan las zonas, y que algunas veces participen en las bandas criminales; tampoco que la violencia en ocasión de robo ha crecido en los últimos años. Pero tampoco desconocemos que el tratamiento truculento no lleva precisamente tranquilidad a los argentinos, que la TV –especialmente- tiene la capacidad de enloquecernos con sus coberturas sensacionalistas, manipulando el dolor de las víctimas. Más aún cuando justifican a los linchadores y justicieros y los presentan como ángeles anónimos, buenos padres de familia. Mucho menos olvidamos que las declaraciones demagógicas de los funcionarios le agregan leña al fuego, habilitando las soluciones extrajudiciales, incentivando el uso de la fuerza letal por parte de las policías. Tampoco que la pobreza suele ser experimentada por algunas personas como algo injusto, más aún en contextos sociales de fuerte contrastes sociales. Y tampoco, finalmente, estamos festejando los robos, ni diciendo que no debamos reprochar judicialmente estas fechorías.
El caso del niño que mató al ladrón, arroja luz sobre “la galleta” que se está armando en Argentina. La educación no es precisamente sentimental. Las sociedades son cada vez más indolentes, no pueden sentir al otro porque tampoco pueden ponerse en el lugar del otro. Gente inteligente que no sabe pensar. Gente que decidió encerrarse y armarse hasta los dientes, que practica puntería con palabras filosas, que esquiva la mirada y cosifica, que mira la realidad a través de la mirilla de la puerta o el espejito retrovisor. Si se abandonan los espacios públicos se clausura el debate colectivo y desautoriza la vida democrática.
*Docente e investigador de la UNQ, autor de Temor y control y La máquina de la inseguridad. Miembro del CIAJ e integrante de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional.