La cumbre contra el ALCA

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La cumbre contra el ALCA

05 Noviembre 2025

En la estación de Constitución de la ciudad de Buenos Aires, un temblor naciente, sordo, agita la noche con la amenaza del precipicio abierto, de la fiesta desbordada, de la misa ricotera en movimiento inestable. Sobre ese hilo delgado, todo se sostiene aún, sin embargo, en equilibrio.
En uno de los últimos andenes de la estación, espera un tren antiguo, como el primer mito peronista, recuperado de un modo asombroso, de forma inexplicable, como una alegoría del propio peronismo.

Sobre los andenes late una multitud, ansiosa, en donde se mezclan militantes de los años de la experiencia guerrillera, jóvenes responsables del 2001, ese otro mito, más reciente, que también supo recuperar otros trenes de entre la chatarra, y muchos otros y otras con ganas de ser protagonistas, de ver al ídolo.

Adentro de la estación, en una oficina de los ferroviarios, también acondicionada para la ocasión, los organizadores, los “célebres” convocados y una multitud indistinguible de periodistas, cámaras, micrófonos y libretas, escuchan con atención, sabiéndose protagonistas de un hecho histórico en curso.

Diego Maradona en el centro del terremoto, ajeno a la marca pegajosa de Kusturika, como toda su vida, gambetea y desafía todos los límites previstos. Toma aire, infla el pecho y mueve:

“Nos desprecia. Es una basura humana. Estoy acá para defender la dignidad argentina. Que sepa que no lo necesitamos, que no le damos la bienvenida, que no lo queremos”.

La multitud, como después de un gol, o el gesto del héroe, responde: Diegooo, Diegooo, la misma fórmula que tantas veces fue agradecimiento o grito de guerra, y construye con él la pared de siempre.

Enseguida, la sonrisa, pícara del pelusa que nunca dejó de ser, cierra la escena de la mejor película de la Argentina contemporánea.
A menos de dos metros de él, entreverado en la multitud, Gabriel, la mano derecha de Miguel Bonasso, el encargado de la organización del tren y en particular de los traslados de Maradona, se ríe también, como bostero, como otro pelusa, y prefiere que no le caiga la ficha, prefiere olvidarse que todo el temblor que hace mover las rodillas, es apenas la introducción de lo que aún no se puso en movimiento.

-¿Cómo subimos a Maradona al tren?

Con la conferencia de prensa improvisada aún viva, Gabriel volvía a hacerse otra vez, la misma pregunta que se hacía desde el momento en el que le habían confiado la tarea de subir al tren al ídolo máximo.

Desde el inicio de todo, había pensado cada paso con cuidado, y revisado cada elemento organizativo para que todo funcionara y apelando a su experiencia barrial para que todo fuera una fiesta, como se soponía, tenía que ser. Pero esa misma experiencia también le decía, que, tratándose del Diez, todos los planes eran insuficientes, pero esta vez, el margen de error era alto y también podía costar caro.

Gabriel había empezado a militar pocos años atrás, en la agrupación peronista Descamisados de La Boca, en donde el coordinador era Fernando Abal Medina, hijo de Juan Manuel, militante histórico del peronismo, y delegado de la juventud frente a Perón a comienzos de los setenta.

La agrupación para ese momento, si bien con muchos vínculos políticos, tomaba a su cargo sobre todo tareas sociales y relacionadas sólo con las necesidades de los vecinos de La Boca, sin embargo, en 2003, cuando Miguel Bonasso lanza la candidatura a Diputado Nacional por la Ciudad de Buenos Aires, su antigua relación con Juan Manuel, anudada en los tiempos del “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, volvió a activarse con la intención de intervenir en la política del presente y los Descas, atravesados por los hilos de esa lejana historia y los vínculos familiares, deciden acompañarlo en la campaña.

A partir de ese momento, Gabriel se transformó en el chofer, asistente y compañero de confianza de Bonasso y desde ese lugar privilegiado siguió de cerca la génesis del proyecto del tren y de la contra cumbre, que pensaban Bonasso y Chavez, aunque esperando el aval necesario de Kirchner, el único con capacidad de volver posible o impracticable la contracumbre y la idea del tren. Sin ese aval, sabían, sería imposible. El único dueño de la llave, era Néstor y su respuesta no dejó dudas:

-¡Fantástico muchachos! Dijo, y todo se puso en movimiento.

Con el apoyo de Néstor en las espaladas, Gabriel y otros compañeros fueron a hablar con la gente de Ferrocarriles, que hacía muy pocos meses habían recuperado el servicio de trenes a Mar del Plata, y les cuentan la idea, para pedirles su apoyo y comprometerlos con la idea de sacar un tren lleno de militantes y “notables” con destino a la Contra Cumbre.

La propuesta de convocar “famosos” se instaló desde los primeros encuentros organizativos y como una preocupación de los cubanos, que decían que había que llenar de personalidades el tren del ALBA para evitar provocaciones y lograr una masividad y pluralidad que sea difícil de ocultar o manipular por los medios y la inquietud a todos les pareció tan razonable, que en seguida, Bonasso, Gabriel y otros compañeros y compañeras se tomaron muy en serio la confección de los listados de personalidades a invitar para convocarlos a la aventura de ir a la contra cumbre.

“La militancia era muy importante, pero hacía falta algo más”, repetía Bonasso y con él, todos los otros compañeros. Entre los primeros que confirmaron su presencia estuvieron Mirta Busnelli, Victor Heredia, Tristan Bauer y Juanse, de los Ratones, que era “medio amigo” de Gabriel.

“Después Fidel le dice a Miguel que lo inviten también a Evo, que en ese momento todavía no era presidente. Así que lo invitamos y lo fui a buscar yo a Ezeiza”.

Con el paso de los días y la gestión incansable de varios compañeros y compañeras al teléfono, la comitiva de notables creció hasta tomar cuerpo y convertirse en un seleccionado de personalidades, pero faltaba la última sorpresa. Sobre la hora. En tiempo de descuento, llegó Diego. “Y ahí la cosa se puso buena”.

“En ese momento estaba el programa del Diez. Ahí lo invita directamente, en el programa, Fidel. No es que vamos nosotros y le decimos Diego copate. Fuimos al programa con Bonaso y él ahí anuncia que va a ir en el tren. Y en el medio del programa que miraban millones de personas, dice: Yo me voy en el tren del ALBA. Vayan todos a saludar al botón de Busch”.

Si Maradona dice vayan todos, esto va a explotar, pensó Gabriel, y entre las cámaras y los técnicos del estudio de televisión buscó sin suerte los ojos de Bonasso para saber qué cara ponía. Él tampoco pudo ver qué cara que había puesto, pero en ese momento, por primera vez, creyó sentir que las piernas le temblaron.

- ¿Cómo lo subimos al Tren a Maradona?

Con el diez confirmado, Bonasso y Gabriel, le pidieron colaboración también a Camioneros “para que vengan algunos militantes del sindicato para ayudarnos con la seguridad, con gente de confianza”.

Después también invitaron a Luis Delia que pasó a ser parte de la organización directa, como la embajada de Venezuela, con sus colaboradores, porque Chávez iba a ser el orador central en el escenario de la contra cumbre, en el Estadio y por eso, su seguridad personal también debía involucrarse.

Desde la idea original de la contra cumbre, pensada entre cuatro paredes, la magnitud de la actividad había superado todos los cálculos y a partir de la aparición de Diego, aún más, hasta volverse todo casi impredecible.

Para el operativo Maradona, dentro del gran operativo contra cumbre, Gabriel se acordó de sus vecinos, los bomberos voluntarios de La Boca y habló con su amigo el presidente de la asociación para pedirle que los bomberos fueran a buscar a Diego para llevarlo hasta la estación. Después, para escoltarlo a lo largo del andén hasta el vagón donde tenía que subir, imaginó un largo pasillo humano de bailes y bombos a cargo de la murga Los amantes de La Boca, para que Diego pudiera subir el vagón.

Entre otros y otras: Víctor Heredia, Tristán Bauer, Mirta Busnelli, Leonor Manso, Juanse, el padre Farinello, Luis D’elía, Ariel Basteiro, Oscar Martínez, María Ibarreta, Teresa Parodi, Enrique Oteiza, Gustavo López, María Elena Naddeo, Félix Schuster de las celebridades sin que la multitud lo devore. El razonamiento, ajustado, decía: el único capaz de contener todo lo que desata Maradona es el barrio.

El plan de Gabriel, finalmente fue exitoso, y Diego, después de la conferencia de prensa con saludos para Busch, subió sin mayores problemas al vagón de las celebridades, como el más célebre, entre los célebres, con un sonido de sirenas y bombos como banda de sonido. “La más maravillosa música, que es la música del pueblo” Porque para un bostero, no hay nada mejor que otro bostero.

El viaje a Mar del Plata contenía en cada vagón un universo y en conjunto, la apariencia de un circo que lleva la alegría al pueblo que llega, con todas sus atracciones.

Los cinco vagones plateados de El Marplatense, con sus cortinas de pana y sus hierros lustrosos, avanzaban por las vías en paralelo a la Ruta 2, a la velocidad que podían y en cada pueblo, al costado de la ruta, la multitud esperaba ansiosa, con banderas argentinas, en familia, mirando al tren como un carruaje de cuentos, con la esperanza de ver, aunque sea por unos segundos, al barrilete cósmico que tantas alegrías les había dado, cuando otros se las negaban, esta vez deslizándose, tan cerca de sus casas, sobre los rieles gastados sobre los que se sostenía “El Tren del Alba”.

La marcha era lenta, pero indetenible. Más pueblos y puestos de artesanías quedaban detrás y cada vez más cerca Mar del Plata, los helicópteros de última generación y los agentes de inteligencia de todas las grandes potencias. Pero Maradona, su mito, aún en esas circunstancias, en ese escenario paramilitarizado, era más que todos ellos juntos, porque era, al mismo tiempo, ídolo y guerrero y todos y todas, querían verlo, tocarlo, aunque después siguiera la batalla final.

“En un momento le pregunto al Diego si se copa, si tenía ganas de ir a saludar a la gente, aunque sea un vagón. Entonces él me dice dale, ahí voy, pero sin fotos. Bueno Maradona acepta y salió y al final se sacó fotos con todo el mundo. Estaba hermoso el Diego en ese momento. Con esa silueta que tenía en aquel momento”.

El Diego fumaba sus habanos cubanos enormes, mientras el periodista Marcelo Palacios, al laso suyo, charlaba sin descanso, Juanse jugaba al truco con el que se animara y el pelado de CQC, entrevistaba a todo lo que pasaba cerca, recordaba Gabriel.

¿De dónde había salido ese clima festivo que se vivía en el tren, pero también fuera de él? ¿Alguien se acordaba que en Mar del Plata los esperaba todo el poder militar y simbólico del imperio desplegado? ¿Qué hacía apenas algunos años atrás, los presidentes anteriores se resignaban sin oponer resistencia al mismo poder?

“Era un flash ver toda esa gente conocida y con tantas ganas y pensar que íbamos a un acto político re fuerte”, pensó Gabriel en aquel momento, y con ánimo de sumarse a la fiesta, pero no podía porque su misión imposible era marcar a Maradona, sin tocarlo, sin hacerle sombra, dejándolo jugar.
-¿Cómo está todo por allá?
-Hasta las bolas

Después de la charla breve y poco tranquilizadora con los compañeros que se habían adelantado en los autos para preparar el recibimiento, Gabriel volvió a sentir que otra vez todo pendía de un hilo. Calculó la dimensión del problema que podía presentarse en la terminal de trenes de Mar del Plata y después habló con el responsable del tren para preguntarle si había otro lugar donde parar el tren para esquivar la multitud de gente que esperaba la llegada del tren en Mar del Plata.

-Sí hay otro lugar - me dice. Entonces me quedo un poco más tranquilo, pero cuando estamos entrando a la terminal el tren lo que hace es doblar un poquito y agarra la vía de al lado. O, sea que era lo mismo. Estábamos a dos metros de donde iba a parar antes. Parecía un chiste. Pero era un kilombazo y me quería morir. El tipo tenía razón, era otro lugar, pero era lo mismo y teníamos que sacar a Maradona. ¿Cómo le explicaba?
Cuando el tren se detiene, toda la gente que esperaba, la que había llegado en los colectivos, más los marplatenses que querían verlo, se empieza a apretar contra el tren, buscando a Maradona, sin reconocer intermediarios válidos.

Para contener a los que se acercaban de a miles, como en olas, los camioneros ensayaron un cordón para que pueda pasar Maradona, pero los números no daban y toda la idea era inviable.

“Ahí Diego se enojó mal”.
-¡Me mandas al muere!
“Y la verdad que era medio jugado. Tenía razón. Porque además ponele que el cordón que resista, el problema es que terminaba más adelante y era lo mismo. Y bueno se enojó mal, mal. Y ahí le dije a Evo, que siempre te hablaba en el mismo tono, aunque estuviera enojado. Cerramos las persianas de todos los vagones. Y lo hicimos salir a Diego por atrás, sin que lo vea nadie para que se suba a una camioneta que lo esperaba del otro lado para llevarlo al hotel. Y ahí le pedimos que no vaya a la marcha porque iba a ser incontrolable. Que vaya directo al estadio. ¿Te imaginas una marcha con Maradona?”.

Con Maradona rumbo a su hotel, y una lluvia fría que no daba descanso, Gabriel subió al micro de Kusturika y lo acompañó hasta el lugar en el que se encontraba la comitiva de Venezuela, volvió después para recibir al resto de los compañeros que seguían llegando desde Buenos Aires. Más tarde, ya sobre la avenida desde la que iba a comenzar la marcha, se encargó de buscar y repartir los chalecos de colores entre quienes iban a tomar tareas organizativas. Por último, armó junto a otros compañeros, los cercos militantes que custodiaban a las celebridades que encabezaban la columna. En ese momento, alguien grito: ¡salimos!

Cuando después de una caminata interminable llegó la columna al estadio, los “notables” entre los que además de diputados, periodistas, actores y cantantes, estaban Chávez, Evo y Maradona, se ubicaron en el palco preparado para ellos, Gabriel tomó su lugar en las cabinas de transmisión que estaban frente a los palcos y desde ese lugar privilegiado pudo ver y emocionarse con la gente cubriéndose con las banderas de la lluvia, pero sin dejar de cantar, con el diálogo que desplegó Chávez con el pueblo, y el momento en que hace la cruz de sal para que deje de llover. Aún más cuando el rito se cumple en ese mismo momento. Como si todo fuera parte de un sueño o un encantamiento ancestral, de comunión, entre esos nuevos líderes y los pueblos. Como si esa comunión fuera capaz de parar mucho más que la lluvia. Mucho más que uno o dos imperios.

En el estadio, lo que se había desatado era una fiesta que llevaba varios años de atraso, entre ese pequeño grupo de líderes políticos, Maradona que, en parte, a su modo, y al modo del pueblo, también lo era, y esa multitud agazapada. Esa fiesta, tenía también su otra sede, en la cumbre oficial, en donde los movimientos eran más tensos, de ajedrez, pero en donde también quedaba a la vista una firme decisión de los presidentes de la región, encabezados por Kirchner, el anfitrión. Dando cuenta de un cambio trascendente en la correlación de fuerzas, de una nueva cosmovisión en acto, capaz de decirle que no en la cara, a la propuesta del ALCA que empujaba Estados Unidos.

Kirchner se había mantenido firme, y no estaba solo. El flaco que había convencido a Gabriel desde el primer día de su asunción, cuando se sumergió en los brazos de ese pueblo que lo esperaba ansioso y salió después golpeado por la cámara de un fotógrafo, era el mismo que no lo dejaba de sorprender ahora, en Mar del Plata, frente al que se creía el dueño del mundo. En el estadio la militancia gritaba No al Alca y en la cumbre Néstor, en la cara de Míster Busch, repetía como un eco, lo que su pueblo exigía.

Después del acto, de la marcha de regreso y la desconcentración, ya de noche, Gabriel llevó a Bonasso en auto a su casa, después llegó a la suya cerca de las tres de la mañana y se acostó por fin, con la intención de dormir tres días seguidos, pero no pudo ser. A las siete, otra vez, el teléfono. Era Miguel.

- ¿Paso algo con Maradona?
-No. Tenemos que volver a Mar del Plata. Chávez quiere agasajarnos a todos los que participamos del acto y de la marcha.

Gabriel y Miguel se subieron otra vez a la ruta dos con destino a Mar del Plata esquivando como podían el sol de frente de la primera mañana, después de dos noches sin dormir, hasta que, casi cuatro horas después, llegaron al Apart Hotel en donde era el encuentro, en un salón muy grande, con una mesa enorme, en foma de U y en donde también estaban varios sindicalistas, Hebe de Bonafini y algunos ministros de Cuba.
El orador central del encuentro fue Chávez, que, como todos esperaban, habló durante un largo rato, muy contento por el gran paso que todos habían dado con la “Cumbre de los pueblos” y “El Tren del Alba”. Después siguieron los brindis y algunas despedidas.
Más tarde, más distendidos todos después de la cena, en una reunión más íntima, Bonasso, Chávez y los cubanos se dedicaron a contar chistes y reírse entre ellos, como chicos, o como quienes saben que cometieron una travesura enorme con final feliz.
Al otro día, Gabriel y Miguel volvieron otra vez en el Gol a Buenos Aires después de dormir todo lo necesario, mientras, en la radio, de fondo, un periodista afirmaba que el gobierno de Néstor Kirchner se había equivocado por desafiar de esta forma al principal país del mundo, pero ninguno de los dos le prestaba atención. Miguel pensaba cuál podría ser el paso siguiente para consolidar lo que habían hecho en la cumbre, Gabriel en llegar al barrio para contarles a sus amigos su anécdota increíble con Maradona.