Cambiemos y la sobreactuación represiva como estrategia de polarización, por Santiago Asorey
La discusión sobre la caracterización del macrismo atraviesa y parte al campo popular. En un esquema de simplificación esa discusión binaria navega entre dos polos: el macrismo pensado en su linaje con la dictadura o como democracia de derecha legitimada por el voto popular. Esta discusión no logra clarificarse, ni tiene un sentido superador, si no se precisa detalladamente el marco teórico. ¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia? ¿Hablamos de un Gobierno, electo democráticamente, que permite y promueve las violaciones a los Derechos Humanos en el marco de un Estado de Derecho degradado? ¿Hablamos de un Estado de Derecho transformado en una mera carcasa institucional que en realidad representa en sus estamentos la genética antidemocrática de la dictadura y el poder fáctico de las clases dominantes, la aristocracia judicial, la oligarquía terrateniente, las corporaciones financieras, el accionar represivo de las fuerzas de seguridad como garante de los poderes dominantes, etc?
La dimensión infinita del horror del genocidio del terrorismo de Estado en la Argentina nos obliga a andar con mucho cuidado cuando se trata de analogías. Por otro lado, el análisis de las violaciones a los derechos humanos en el Gobierno de Macri necesitan pensarse no como discontinuidades sino como violencias germinadas políticamente por la gestión cambista que tienen un linaje directo con las prácticas de la dictadura. Sin embargo, los eslabones de violencia necesitan analizarse de forma particular para no distorsionar la totalidad.
La definición de “derecha democrática” de Jose Natanson se volvió más incómoda a medida que el Gobierno radicalizó su postura represiva y de negación en la causa Maldonado. Las últimas declaraciones de los funcionarios del Poder Ejecutivo empiezan a ir en la dirección contraria al desvincularse de la Gendarmería. Sin embargo, el posicionamiento de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich en la causa expresa una sobreideologización por derecha en la defensa del accionar impune de las fuerzas de seguridad. El testimonio de los mapuches en la Justicia Federal ratificando que Maldonado fue desaparecido por la Gendarmería dejó expuesto la insistencia ideológica por parte del Gobierno en la negación recurrente del hecho.
Había otro camino para el macrismo que era despegarse desde el principio del accionar de la fuerza de seguridad y promover su investigación, pero no se hizo. Las razones son claras. Pablo Noceti, jefe de Gabinete de Bullrich, comandaba el operativo, fue visto por los testigos de la "desaparición forzada", y es un funcionario del Poder Ejecutivo. La mecha que une a Noceti, Bullrich y Macri es muy corta. Noceti es el resultado deliberado de una política de seguridad del Gobierno. Por ende la desaparición forzada de Maldonado también lo es. Esto explica el encubrimiento y lo vuelve incomparable con cualquier otro caso en la historia de la democracia. Sería errado vincular la actitud de protección de la Gendarmería a una persistencia solitaria de la ministra. Hasta ahora, Macri apoya y sostiene a Bulrich, de la misma forma que Bullrich sostiene a Noceti y a la Gendarmería.
Sin embargo, es necesario dar una respuesta matizada a esa discusión. De tal forma que nos permita realizar una caracterización correcta del macrismo en términos represivos, que no implique una banalización de la última dictadura militar argentina y del Terrorismo de Estado. Pero que al mismo tiempo no soslaye la forma en que el Estado, bajo la conducción de Cambiemos, en dos años haya dado luz verde para que las fuerzas de seguridad y el Poder Judicial hayan hecho florecer, multiplicar y revitalizar algunas de las prácticas de la fuerzas de seguridad en sus tiempos más oscuros. Está claro que el macrismo no es la dictadura, pero no está nada claro que sus políticas de Gobierno no sean reivindicativas de las peores prácticas de las fuerzas de seguridad en la dictadura.
La “desaparición forzada” es una de esas prácticas que siguió presente desde la época de la dictadura y atravesó toda la democracia y que parte del kirchnerismo combatió con contradicciones desde los intersticios del Estado y de las bases del Campo Popular. Desde el regreso de la democracia todos los gobiernos han tenido que enfrentarse con estas prácticas que son también la demostración de la autonomía de las fuerzas autogobernadas. Casos como el de Luciano Arruga y Franco Casco representan emblemáticamente esa práctica en una batalla que el kirchnerismo no pudo ganar, en la falta de la profundización de la democratización de las fuerzas de seguridad. Pero sin dejar de reconocer que el kirchnerismo fue el primer Gobierno en reconocer en el Estado ese campo de batalla.
En tiempos macristas la historia es otra y el panorama es desolador. Los hechos se acumulan. La represión del viernes 1 de septiembre a manifestantes con 31 detenidos (tras disturbios generados por servicios de inteligencia según denunció la CTA), la continuidad de la persecución y encarcelamientos a compañeros y compañeras pertenecientes a la conducción de la Tupac, entre ellos el de Milagro Sala que fue trasladada a un domicilio bajo el control de la Gendarmería. La misma desaparición forzada de Santiago Maldonado donde no solo se habla de la responsabilidad estatal y política de la conducción del Estado argentino, sino de la responsabilidad política y penal del Poder Ejecutivo en la implicación de Bullrich-Noceti (situación que incluye un encubrimiento por parte del Poder Ejecutivo). La multiplicación de los casos de gatillo fácil y la represión de la protesta social de tal manera que se denuncien records de casos de violencia institucional, la criminalización y la judicialización federal de la protesta social, son todos elementos que necesitan leerse en una totalidad y en un mapa completo.
En una emisión del programa televisivo lntratables se afirmó que Maldonado "se le murió" a la Gendarmería. El eufemismo de los periodistas remite a las palabras de Jorge "Turco" Asís, de hace unos meses atrás, cuando en una conversación televisiva con Alejandro Fantino presagió que el Gobierno se encontraba en la "frontera del primer muerto". Asís no es adivino, pero leyó bien el discurso del Gobierno en materia de represión y comprendió lo inevitable de los efectos irreversibles de ese relato macrista y ese accionar. No existen dudas que esa totalidad haya adquirido características de parentesco con las de la dictadura, porque el Gobierno las forjó con su discurso de polarización y estigmatización con los sectores populares y con la demonización de una porción de la sociedad argentina. Digamos que el canto extremo y emocional de “Macri basura, vos sos la dictadura”, es alentado por el relato "setentista" de algunos funcionarios del Gobierno como Bullrich, Ritondo y Noceti que utilizan en sus declaraciones palabras como “terrorismo”, “atentado”, para responsabilizar a “la izquierda”, “al kirchnerismo” y a “mapuches”. A esos funcionarios, bancados por el Presidente, la elección de esa identidad política represiva no les parece problemática. Lo delirante de la operación discursiva se evidencia en el tono de sobreactuación que necesita de servicios infiltrados en marchas para montar después la foto de la represión.
En marzo de este año, en un artículo publicado en la Agencia Paco Urondo advertíamos sobre “la hipótesis que arrojaba la profundización de la represión”. Apenas un mes después, sosteníamos que “la sedimentación del plan económico llevado adelante por Cambiemos” acotaba su marco de acción de política institucional y que el modelo no cerraba “sin represión, sin criminalización y judicialización de la protesta social.” Lo que era imposible de adivinar era que una parte importante del Gobierno iba a adoptar esa identidad política represiva como parte de su estrategia de polarización.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).