Cristina en el corazón de la bestia, por Ludmila Lushenka
Por Ludmila Lushenka
Primera parte: Del secreto al tablero pateado
Lo que sucedió en la escena editorial, precisamente en el momento más álgido en que el pavo real que toda/o editor/a lleva dentro muestra sus plumas, sus logros y miserias, en medio de la hoguera de vanidades más digna del mundo que se infla a fines de abril en ese predio oligarca que se impone con nombre propio en lo que otrora fuera la orilla de la quinta de Rosas, fue una disputa de orden semántico en torno al lanzamiento de un libro; nada más ni nada menos, que el lanzamiento de un libro.
Pareciera ser que el temblor ante la pluma de Pietro Aretino se replica en los cenáculos de poder político-económico de la actual meritocracia de gelatina, dejando patidifusos a los críticos literarios y a lo especialistas en comunicación. La irrupción de Sinceramente en medio de la Feria del Libro de 2019, en un año más que deprimido para el mundo editorial, en una fase crítica y de necesidad vital, fue un prodigio en el arte de innovar, de salir por arriba, de correrse a la izquierda, de mirar una jugada de difícil resolución sobre una mesa-tablero de ajedrez tallada en ébano y, ante la mutez de les contendientes, dar una patada de mujer, casi desarticulada a fuerza de bronca y sincericidio, con la que la mesa va a parar al diablo y el juego todo debe ser reinventado, ya que esa jugada inmóvil del milenario juego, era la muerte del mismo.
La tarde anterior, mientras armábamos los stands de Penguin Random House -y digo stands ya que el grupo editor tuvo dos stands con distinto sello, el de Random y el de Ediciones B; no obstante ser dos espacios físicos, compartían equipo de trabajo y material literario-, se corrió el rumor: “saca un libro Cristina”, “¿saca un libro Cristina?”, “Si, boluda; saca un libro Cristina”, “¿Lo sacamos nosotros?”, -Risas cómplices, tímidas- “Si” -sonrisita de caramelo de limón-.
La aparición del libro representó, a la distancia, lo que algunes imaginábamos: no solo un récord de ventas y un paradigma retomado -casi de carácter retro- en la manera de dialogar en la política, sino un hito en los manuales de la temporalidad dicho arte, una innovación en el quehacer de la acción -no hay otro quehacer que la acción-. Pero antes de pensar en lo crueles y lapidarios números de la venta que imaginamos enormes para el actual panorama de negocios del mundo editorial, es importante comprender porqué, a pesar de aparecer ante los ojos del electorado -sí, llamémosle electorado- como una acción novedosa, los libros han sido durante años casi la única herramienta de disputa por el sentido de las cosas. Pensar en este libro y no pensar en un panorama electoral como el que se presagiaba luego del 17 de octubre de 1945 es no querer asomarse a las paradojas de la historia, es no querer creer en el segundo gol de Maradona a los ingleses, es no querer creer en la lógica de la irracionalidad, ni en la búsqueda de la heroína mítica, o del /la salvador/a, de la insurrecta redentora.
En aquellos años de mediados del siglo XX la Argentina emergía, a través de la figura del Coronel Perón, de una revolución fallida que pretendía venir a acabar con una Década infame. En ese contexto todos sabemos el rol que jugo Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, y el caudal político que supo conformar en base a su carácter organizativo y a su estrategia a largo plazo; a larguísimo plazo; incluso a plazos que no preveían su propia existencia. El horror del arco político tradicional que cerró filas dentro de la Unión Democrática -adjetivo engañoso como tantos- incluyó el lanzamiento de un libro motorizado por el Durán Barba de la época, el enigmático Spruille Braden (operador en toda América Latina y embajador en Argentina), llamado libro azul. El libro venía a instalar la idea de un Perón autoritario y cercano a los inminentes perdedores de la Segunda Guerra Mundial. La respuesta a ese libelo fue una publicación en contundente papel que dejaba con las partes expuestas al aire a aquellos que, llamándose comunistas y que hasta hacía poco luchaban contra el capital internacional, obedeciendo una coyuntura internacional que en nada beneficiaba a la Argentina, se alineaban con el PC soviético que, aliado a EEUU e Inglaterra, solo le interesaba derrotar a Hitler, independientemente que los laburantes de los frigoríficos de capitales ingleses sintieran las tripas crujir por las pésimas condiciones de laburo.
Darle la espalda a sus trabajadores, al tiempo que un coronel hacía efectivas leyes que los beneficiaban, fue el principio del fin de la relación entre proletariado y el supuesto partido que los representaba naturalmente. En la Argentina nacía el peronismo, y como respuesta al panfleto oligarca, el futuro presidente editaba el Libro azul y blanco. Poco después de salir de la prisión en medio del clamor popular y de la epopeya popular más épica de la historia de los grasas, ese libro cosechaba los votos de aquellos que lo habían recibido en casi todo el país.
Si bien en la actualidad no existe un libro azul editado por el bandido de Braden, sí existen los medios hegemónicos que desinforman, los juzgados prevaricantes que instalan falsedades con legitimidad institucional y las palabras hueras que ni siquiera procuran instalar una certeza, sino que por el contrario, lo único que procuran es revestir de incertidumbre toda declaración política, toda acción reparadora, sumir bajo un manto de sospecha toda política pública y toda actividad relacionada con el intento de mejorar la vida del pueblo, esa entelequia identificable, mensurable y contrapuesta al antipueblo, que existe y se manifiesta con su máscara anómica entre aquellos que, desahuciados, solo hallan más desahucio. Lo que más le conviene a aquellos que deciden residir en el No Mundo, colmados de anonimato en paraísos de pecadores -oximorón permitido por las correlaciones de realidad imperantes-, es imponer la idea de que son todos iguales y de que todos se tiene que ir -así en masculino, que es más retrógrado e inexacto-; nada más anodino y fútil que la prédica que sostiene que son todos iguales y que se tiene que ir todos; a partir de la ida de todos, los “verdaderos todos” se adueñan del poder vacante. El libro no les deja lugar a esa nada que expulsa a todos.
La respuesta a lo anterior es esta obra maestra de la acción política, es esta lectura práctica de El arte de la guerra de Sun Tsu: no peleo la pelea que vos querés, cuando querés; la peleo en el terreno que elijo, cuando se me antoja y con las armas que me son cómodas; y si se me canta atacarte y luego llamarme a silencio, lo hago: ese tipo de accionar es un lujo que no se pueden dar aquellos que usufructúan una situación de superioridad en la lucha, es una táctica que no pueden adoptar aquellos que invaden: solo les cabe ese tipo de planteo de la lucha a aquellos que resisten, no a los que invaden.
Desde el primer momento en que salió el libro, comencé a escuchar todo tipo de declaraciones a favor y en contra. Que el título parecía una canción del malogrado Sergio Denis, que era igual a una tapa de César Costa con la orquesta de Gustavo Pimentel, que era una cursilada e, incluso antes de que nadie lo lea, que no daba definiciones políticas y que solo era un anecdotario; como si a través de un anecdotario no se pudiese emitir posiciones políticas y de carácter reivindicativo. Pero este artículo no es para hablar del libro y de lo que dice, sino de lo que sucedió en medio de la feria del libro del año 2019 con la aparición del libro que, acaso, complemente el contexto de lectura del propio libro.
Segunda parte: Prólogo en retrospectiva o la metáfora de la pila que no crece en vertical, pero sí en horizontal
A las ocho de la mañana, al segundo día de las jornadas profesionales aparecieron las primeras cajas de dieciocho -luego vendrían de dieciséis- ejemplares de la primera y reluciente edición de Sinceramente, de Cristina Fernández de Kirchner. Aún no comenzaba a circular el tradicional afluente de clientes que conforman la masa consumidora durante las jornadas profesionales de la Feria del Libro. Durante dos días -y luego coexiste durante dos tardes con el público- se celebran las Jornadas Profesionales: toda/os aquella/os ligada/os de alguna manera al mundo editorial de Argentina y gran parte del mundo editorial mundial -sobre todo de habla hispana- visita la Feria para hacer negocios. Durante esos días pueden comprar libros con el 50% de descuento, lo cual hace rentable la feria no solo para negocios futuros, sino para pequeños placeres inmediatos.
El coordinador de uno de los stands de Random -hay un stand de Sudamericana y otro de Ediciones B- le pide a sus compañera/os que armen una pila con los libros de Cristina -en adelante el nombre tan sesudamente elegido por Cristina y les editores (Ana Laura Pérez y, como editor senior, Juan Boido), será soslayado por “el libro de Cristina”-. Ya no es Sinceramente, sino que pasa a engrosar la lista de aquellos títulos que son conocidos más por el autor que por el libro: ya no es Sinceramente, sino el Libro de Cristina. La orden revestida de sugerencia no puede ser cumplida. La/os profesionales parecen simples mortales lectores y se quieren llevar cantidades del libro. Una orden dada por un ente invisible, casi por un sentido común inmarcesible, limita la venta del libro a solo cinco volúmenes por persona. Aún así es imposible armar una pila y los ejemplares le chupan la energía al resto del menú de la editorial y no tardan en agotarse. La velocidad del fenómeno hace presagiar un devenir único; tal vez una edición histórica solo comparable a la primera edición del Nunca más o la primera venta de Harry Potter; no obstante, lo cierto, es que nada se le parece, ni por cantidad ni por significado. Ese libro, vendido por el grupo editorial más grande de América Latina, viene a marcar un antes y un después en el mundo editorial.
Con los días, y con el anuncio irreverente de la nueva fórmula presidencial, todo cobra otra significación. No se estaba lanzando un libro, tampoco (como muchos afirmaban) se estaba lanzando una candidatura: lo que se estaba haciendo era sorprender con una táctica que, como una excelente novela, deparaba otra sorpresa a su interior: la candidatura de la figura central de la política argentina a vicepresidenta del país.
Durante el segundo día llegan más cajas. Los directores de la editorial obtienen un téster a partir de las estadísticas que produce la feria del libro y en los pedidos desesperados de los libreros, las distribuidoras, el interior. Se ordena una segunda edición más atrevida que los primeros 20000 ejemplares que constituyeron la primera edición. La demanda va en consonancia con las expectativas de los editores: no se llega a elevar una pila de libros, se restringe la venta masiva y los descuentos para libreros se limitan al que habitualmente tiene como clientes y solo se les vende con descuento a clientes registrados. El reclamo contra la cartelización surge de manera espontánea: los libreros se quejan de que en un contexto deprimido que lleva muchos años, la única vez que tienen pedidos pendientes y pagos con anterioridad no pueden satisfacer a sus clientes. Eso ocurre por que el mundo editorial se rige por las normas del mercado en el que las tiradas cada vez son más pequeñas y deja más ganancias -solo en la mayoría de los casos, y no con el libro de Cristina- la inversión en cualquier letra del tesoro que comience con la sigla Le (Lecops, Leliqs, etc.) que la edición de un libro destinado a morir en la mesa de un saldo. La decisión comercial es editar pocos ejemplares para alcanzar todo el mercado de intereses: desde libros políticos hasta libros de autoayuda, desde el terror de King hasta las románticas de Steel o la vernácula Bonelli. Hoy la decisión es recuperar inversión y generar ganancia a una velocidad que le gane en su coeficiente a la bicicleta financiera.
El librero tira la bronca: una vez que se puede vender algo en un año nefasto -como bien lo expresó en la inauguración la presidenta de la Fundación El Libro, María Teresa Carbano (una profesional con más de treinta años de trayectoria que se limita a brindar los fríos números que escupen a la cara de la cultura argentina la cantidad de ISBN registrado: una tragedia del mundo editorial constatada en números indiscutibles)- no les dan los libros. Es lógico desde un punto de vista comercial. El único momento en que la editorial vende al público sin intermediarios es durante la feria del libro. En ese momento puentea a todos los intermediarios y, si bien vende con una cortesía del 10% de descuento, se hace con el total del PVP (Precio fijo del libro) sin intermediario alguno. Jamás dejaría escapar una oportunidad que le permite vender más de veinte mil libros de un solo título en menos de quince días.
Pero por más bronca que tiene el librero, la cartelización del mundo editorial, generando pocos grupos con muchos sellos -muchos de ellos antiguas editoriales vaciadas de contenido-, permite que el librero sea un público cautivo maltratable. Aquellos que necesitan generar liquidez de manera hiperbólica saben que por mucho que putee el librero, cuando salga un nuevo King o una novedad de alguna ignota autora de autoayuda, comprará los libros que necesite y se olvidará -someramente, solo por conveniencia y nunca del todo- de la manipulación y el manoseo vivido durante el mayor fenómeno editorial de la ¿historia? El mal de todo negocio justo radica en la conformación de cárteles de lo que fuera… La cartelización, por definición, siempre está mal.
Tercera parte: El fenómeno editorial y la empatía del objeto con el pueblo
El libro no deja de ser un objeto, pero tras el objeto se encuentran larvados un montón de significados que tienen que ver no solo con metatextos -que los hay- sino con un significado de difícil asidero, ya que no se encuentra contenido per se en el objeto más que de forma simbólica. El libro no solo es un paralelepípedo de hojas con símbolos llamados letras contenidas en un objeto cerrado que se limita a desplegar su posibilidad de fascinar cuando se abre y se trasiega, sino que brinda como horizonte el hecho de comunicar a través suyo sin siquiera haber sido leído; ¡qué digo!... ¡Sin siquiera haber sido abierto!
Lo que se sucede ante los ojos de la/os laburantes del stand de Random de la Feria del Libro es un rito amoroso que deviene en esperanza absoluta. Las personas se acercan, y si bien la mayoría compra el libro, hay una inmensa cantidad de personas, sobre todo jóvenes de ambos sexos -más compañeras que compañeros-, que apelan al método comunicacional de la selfie o la foto para contarles a sus allegados acerca de su cercanía física con la pila de libros que contundiza su existencia. Toman el objeto mágico y cuál fetiche trascendente se fotografían con él. La imagen recorre raudamente todo su caudal de conocidos. La réplica es incesante. Más y más compran el libro; más y más hablan de él aunque no lo lean; más y más hablan de él aunque detesten a su autora; más y más se sacan una foto a todo diente depositando en esa herramienta de conexión entre dirigente y pueblo toda la esperanza plausible, toda la ilusión a caballo de las pequeñas posibilidades de cambiar la historia, de volver a vivir de forma previsible, sin zozobras y organizadamente.
Pasa una jubilada y sonríe desdentada y sin vergüenza con el libro azul entre sus manos marrones; pasan un grupo de estudiantes que entran gratis y no tiene un mango para gastar y se fotografían en grupo frente a la pequeña torre que, ante la rápida respuesta de la casa editora y su imprenta, es posible diseñar; acuden sin pausa los laburantes de otros stands procurando un descuento alto para regalar el libro a sus compañera/os, a sus familiares, para venderlo y ganarse un mango extra al pingüe sueldo que le ofrece un mercado del trabajo lacerado; viene en bandada los laburantes del stand de Radar, que nuclea a una importante cantidad de sindicatos -por supuesto, ellos vienen de manera organizada: una compañera quiere treinta ejemplares para todes sus compañeres-. En la demanda del libro anida no solo la propuesta política o el manifiesto personal, no se pasea la necesidad cholula del fan club que quiere el libro de la Jefa, sino un sintagma que en la práctica de la compra del libro resuena como un postulado y una posición identitaria: la procura de que cualquier pueda acceder al libro, la demanda de Justicia Social y democratización en el acceso a la palabra escrita.
Ya no importa la calidad literaria del libro. También se desestiman las críticas académicas o de cierta autoridad cuestionable que caracteriza al libro como patético o cursi. El patetismo es una cualidad que solo se da cuando el sentimiento es exacerbado y no puede ser limitado a cierto tipo de manifestaciones acotadas, reguladas, de orden cívico y, claro está, posmodernas. En la actualidad algunos tipos de cursilería son objeto de reaseguro espiritual y de afirmación cultural. No todo lo cursi debe ser desdeñado; por el contrario, algunas apelaciones que el establishment podría caracterizar como cursis pueden ser reivindicadas como necesarias para conmover al espíritu.
En el teléfono de quien firma esta nota comenzaron a llegar pedidos imposibles de cumplir. No soy una librería y podría conseguir algún libro de Katzenbach o de Borges con descuento, pero bajo ningún concepto tengo la maniobrabilidad, dentro de mi rol, de conseguir todos los libros que me piden los militantes. No me lo piden a mi para obtener un famélico descuento; no les interesa el descuento, solo quieren hacerse con un libro que no consiguen en librerías.
El libro se convierte en pocos días en un objeto de culto y en la estrella de la Feria el libro. No solo chupa venta a libros de la propia editorial, sino que le chupa venta a un mercado deprimido que indica que este año la Feria vendió alrededor de un 23% menos que el año pasado. El pueblo -prefiero esa definición imprecisa a otra tan imprecisa como “gente”- compra solo ese libro. Es imposible determinar si ese mismo comprador hubiese comprado otro libro de no haber existido “ese” libro. Las ventas vienen bajando hace tres años y, sinceramente, el libro Sinceramente viene a salvar las papas. Las chicanas incomprobables, pero que guardan a su interior una representación de la incorreción de las normas de civilidad interpolítica, dicen que Cristina -cuyo nombre (no su apellido y el resto de su nombre) figura en la portada del libro de manera destacada- ha revitalizado el mercado interno de manera más contundente en pocos días, que en tres años de gestión del exministro de cultura, devenido en desprestigiado y chiflado secretario de cultura que se hizo con el “carguito” luego de oficiar como promotor y gerente de Random, de cientos de mamotretos vacuos que denigraban, siempre sin fundamentos, a Cristina. Random, el mismo grupo editorial que, sin pruritos y con pocas contradicciones -pocas, no ninguna-, edita el libro de la figura política más importante de los últimos doce años.
Cuando aún no sabemos los números duros más allá de los recabados en caliente durante la feria del libro, que no son una radiografía del total, la sensación es unívoca: todos sabemos que estamos ante un fenómeno sin precedentes. Por otro lado, se empezaba a correr la bola de que Cristina -hasta ese momento inexistente en el calendario de presentaciones de los libros durante la FILBA 2019- presentaría el libro en la mismísima casa de quien encabezó un intento de golpe de Estado en 2008 cuando se dirimió la circular 125 sobre retenciones móviles a la importación de soja, en el mismo lugar en el que la oligarquía diversificada de la que habla Basualdo chifló a Alfonsín -más allá de las críticas que yo tenga al líder radical-, en la casa de la sociedad que se ufanó de bautizar a su pabellón de entrada a la feria con el nombre de uno de los beneficiarios de la irregular distribución de tierras posterior a la campaña del desierto e iniciador de una estirpe ligada al expolio de la nación argentina: José Martínez de Hoz.
Y la presentación existió. No era solo una “bola que se corre”, sino que se desplazó de la sala Borges (otra victoria simbólica) a la presentación que tenía prevista el salteño Urtubey el mismo día, para dar lugar a la presentación del libro de Cristina con una pantalla en el campo de la Sociedad Rural Argentina y otra sobre la avenida Sarmiento, nombre dado con saña al antiguo camino que se adentraba en la quinta de Rosas.
Días antes, como con el lanzamiento del libro, planeaba bajo el techo de los pabellones un hermetismo ruidoso, y acostumbrados a la heterodoxia de Cristina para hacer política, sabíamos que todo podía ocurrir, y si bien sabíamos que el libro iba a tener presentación, no sabíamos las condiciones. Algunos responsables de stands temblaban ante un posible aluvión zoológico que arrasara al grito de “alpargatas sí, libros no” a toda la feria. Eso no solo no ocurrió, sino que la organización del evento -a cargo de la editorial, la Fundación el Libro y el Instituto Patria- fue un prodigio de perfección. Ningún desmán, ningún desmadre; de hecho, en la feria propiamente dicha, durante las palabras de Cristina sobrevoló un silencio solo interrumpido por una cadena nacional electa vía sostenes multimedia; la cadena nacional más escuchada de motus propio en la historia argentina.
Cristina no patea el tablero solo por un buen asesoramiento, que lo tiene; no patea el tablero a partir de un hecho político que se pega como una lamprea tenaz al dorso de un tiburón social voraz que nada en la nada del anodino panorama político, sino que se presenta como una mujer -sí, lectore/as, mujer que escribe y no mero escritor- que, como luego veremos, renuncia a los honores y no a la lucha, que ya sabe lo que hará y shotea con dos acciones -el libro y su candidatura a vice- a los convencionalismos de lo esperado sin esperanza de sacudimiento. Casi en consonancia con el centenario del natalicio de Evita, la guía espiritual de los peronistas, Cristina -a secas- elige ocupar el centro de la escena política para que toda/os la vean, consagren y actúen en función de su candidatura, para luego renunciar a un rol preanunciado -como lo hizo Eva ante su pueblo primero, y luego en una alocución pública formal- y asumir ese mismo rol de vicepresidenta que tuvo que declinar Eva y que instala un nuevo dimensionar de lo que debe ser un vice en una estructura presidencialista. Cristina como vice subvierte el dominio de lo dado, oblitera cualquier ataque a la cabeza de una fórmula e instala como candidato a un compañero sin mácula judicial -lo cual no necesariamente es una mancha real-.
Los adjetivos que Dora Barrancos deposita sobre Eva Perón en una nota alusiva al centenario de su nacimiento bien pueden adjudicarse a Cristina: su accionar nos muestra a una mujer “intuitiva, sagaz y determinada”1. Sabe lo que quiere y claramente no es por su interés personal. Meterse en esta patriada para, valga la redundancia, salvar a la patria, no es una jugada que denote mucho usufructo personal, sino que por el contrario, augura una demanda de energía y tiempo que será quitado, una vez más, al centro de sus afectos, a la liturgia de la cotidianidad, a su familia, a sus placeres, a sus necesidades personales. Cristina elige la historia antes de la candidatura; elige al pueblo más que a su vida misma. ¿Alguien puede dudar que Cristina podría tener la cintura necesaria como para pagar con dinero y autoexclusión lo que haya que pagar y salirse del panorama político mediante una reducción del volumen de exposición paulatino y constante? Cristina asume un lugar que acaso no haya elegido del todo, pero que supo construir con su voluntad sobre lo dado: la de la líder popular por excelencia que genera la sonrisa de esperanza en una selfie con el libro, el gesto esperanzado y el cruce de miradas cómplice de aquellos que al principio se sienten en rodeo ajeno, pero que poco a poco van viendo que sus ideas, sus aspiraciones, son compartidas por las masas que copan la rural, y son más lo que sonríen, los que encuentran un objeto que derribe paredes de silencio para instalar puentes de consonancia política que los haga sentir partícipes -incluso en el estático accionar verbal de la lectura de un libro- de una epopeya en ciernes: la misión de recuperar a la patria, recorrido con el que sí colaboran, totalmente inconscientes de ello, los directivos de Random.
Cuarta parte: La hidra tras el libelo maldito
Cristina usó una frase mientras fue presidenta que daba cuenta de la potencia de la acción política y a la vez daba por tierra, o intentaba, con el postulado del sentido común que reza lo siguiente: “Yo laburé siempre, mi guita me la gano con mi trabajo”. La frase era sintética y rezaba que “No fue magia”. Es la respuesta del sentido común a otra frase hecha nacida del mismo centro productor de falacias. Es obvio que siempre trabajamos y obtenemos el fruto de ese trabajo a través de nuestra acción; el tema es que según el tipo de sociedad política-económica que nos rija varía nuestra ganancia con respecto al porcentaje de riqueza creada por determinada sociedad; es decir que, si bien siempre ganamos lo que laburamos, a veces ganamos más en proporción que lo que ganamos con el mismo esfuerzo con otro tipo de gobierno.
El lanzamiento del libro y el fenómeno semántico -por un lado- y el éxito de ventas -por el otro- no son hechos devenidos de la casualidad. La estrategia para que el lanzamiento tenga un impacto tan contundente y que fungiera como los basamentos estructurales de una figura política que ya parecía contar con el diseño de dichos basamentos, es una apuesta a los alcances de las estrategias que en la actualidad rigen los destinos de los postulados que tienen ambición de trascendencia. El hecho es que en verdad ya tenía esos basamentos, lo que logró el impacto del lanzamiento del fenómeno editorial-político fue cimentar una base estructural que solo necesitaba ampliar su base ideológica-simbólica para comenzar a andar el camino del elemento mítico, de la candidatura inefable: una vez consolidada como candidata natural, se veía con las posibilidades de dar el golpe de efecto que la erige como la auténtica jefa táctica de un movimiento político amplio, de ambiciones estadistas que no la precisan como presidenta: el cambio de paradigma acerca del poder y una prometedora nueva constitución ofician como el horizonte mínimo en el accionar de una mujer de Estado fuera de serie, de la emblemática y poderosa mujer que viene a redimir al orden machirulo para reconvertir a la patria en una Matria que proponga no solo un nuevo orden nacional sino un orden universal de supervivencia indeclinable, placentero, diáfano y sin dobleces.
Cristina, con la edición del libro, la presentación del libro, colmando de polisemia revoltosa a la Rural, y el mismo día del aniversario de su casamiento con Néstor Kirchner, con la búsqueda bien lograda del efecto sorpresa, ese que deja al adversario impertérrito y anulado ante su propia inacción, se instala con la suficiencia adquirida como para erigirse como candidata a vicepresidenta. Es la primera vez en la historia que alguien construye su candidatura a presidenta con tanto tiento, desinterés, precaución y acumulación paulatina, para luego utilizar toda esa acumulación política para lanzarse a la vicepresidencia. El único caso similar -nunca idéntico- es el de Perón en el exilio, que en lugar de tensionar sobre la victoria (no cabía duda de que su candidatura triunfaría, pero imponerla de buenas a primeras hubiese sido conflictivo y violento) prefirió la fórmula de transición con Cámpora al gobierno y Perón al poder. A eso ya contestó Alberto Fernández, aclarando que ni él es Cámpora ni Cristina es Perón. ¿Será algo similar, pero con ultramatices democráticos y populares nacionales de un nuevo orden, la candidatura a vice de la escritora dos veces presidenta?
Pero como decíamos, el libro, cualquier libro, no nace sin un arduo trabajo detrás, tanto de edición como de lanzamiento. Según puede registrar este cronista lateral, el libro se fue haciendo de una manera humillante para los espías que tan bien instruidos se hallan a la hora de descubrir miserias de orden personal en la vida de los adversarios políticos de la oposición al gobierno oligárquico de Cambiemos. A pesar de tener los teléfonos pinchados, de contar con chismosos dolosos de un ego con incontinencia verbal y propaladores de runruns interminables, los “topos” y espías tradicionales no pudieron prevenir la salida de un fenómeno editorial. Uno de los grandes aciertos y clave del éxito del producto tiene que ver con el secretismo del que estuvo imbuido su lanzamiento y su punch inesperado en los medios editoriales. Cuando se querían recuperar con un reflejo mal ensayado de un golpe inapelable al hígado, de esos que se acusan a los segundos y lo hacen más evidente a pesar de su posible inexistencia, ya la tenían, al decir del filósofo de Fiorito, toda adentro. No habían reaccionado para quejarse que ya se veían obligados a la dinámica de venderlo.
A partir de cualquier epopeya, de cualquier anomalía inexplicable, incluso la vida y la muerte, comienzan a brindarse explicaciones que, si bien no nutren, llenan. Una de las claves del libro reside en el secretismo. Dicen que dicen -acaso solo sea un corrillo de pasillo- que Ana Laura Pérez se cruzaba con un coche, y cuales espías de un libro de Le Carré, desde el coche que venía y se lateralizaba al lado del de Ana Laura, le pasaban un pen drive que rápidamente, como si fuera una memoria perteneciente a Julian Assange, pasaba a esconderse en un corpiño que, como todos los corpiños, tienen fama de ser mejor cajafuerte que las tradicionales.
La misma Cristina -con el diario del lunes podemos hacer otras lecturas- adjudicó la génesis del libro a Alberto Fernández, actual candidato a presidente de la República Argentina. Pero lo cierto es que el acercamiento al monstruo editorial que podía garantizar una distribución en todo el país y una respuesta acorde a las necesidades de impresión del boom -siete ediciones en dos semanas- fue por parte de una historiadora cercana tanto a la editorial como a la expresidenta. Luego, ese primer acercamiento, la edición del magnífico libro es tanto obra de la estadista justicialista como de los profesionales del mundo del libro. Una vez más queda de manifiesto el profesionalismo del mundo editorial vernáculo, y la capacidad de algunos laburantes editores que pueden potenciar los milagros que intrusan al mundo meramente editorial, para hacer de un libro más, un libro especial.
Quinta parte: La paradoja, la victoria semántica y la eterna disputa
Finalmente, como todos los finales, lo que queda para comentar es lo dado, el hecho incontestable; tanto los inapelables números que hablan de 300 mil ejemplares en circulación y una venta en concreto durante la feria del libro de alrededor de 30000 mil ejemplares, son una declaración que pueden cerrar perfectamente esta nota y su razón de ser, pero hay una vuelta de tuerca que es dable efectuar.
El año pasado uno de los libros estrellas en la feria del libro era la denuncia -poco consistente y efectista, en forma de panfleto bien editado- de Mariana Zuvic. Y los demás libros que eran apuesta editorial -lejos de los niveles de venta del libro de Cristina- flotaban en una marquesina inexistente que poco tentaba a los compradores con sueldos deprimidos. La editorial más cartelizada del mercado, el monstruo multinacional de Random, todos los años tiene tras las cajeras dos portalibros que sobresalen y que indican el libro al cual apuestan, aquel que quieren vender, mover, agitar. Este año, la multinacional, la que se cansó de sacar libros que denostaban a todo lo que oliese a nacional y popular, aquella que coadyuvo desde el plano simbólico a instalar la imagen de los Kirchneristas chorros y corruptos, tiene en sus anaqueles, como libros simbólicos, al de Cristina, obviamente, y a Recuerdos que mienten un poco, del Indio Solari. Si en algún punto existen los símbolos, en ese anaquel es que se manifiestan, y más aún cuando la gran parte del personal se vuelve cómplice de esos soñadores que, por ocasión, también son consumidores.
Que en la puesta en escena anual de Random -empresa en la cual la presentación de su línea editorial radica en los libros que se subrayan a partir de su exhibición-, al igual que en los movimientos políticos organizados en los que la organización vence al tiempo, las declaraciones políticas en forma de libro, los objetos emblema por antonomasia que se exhiben sean escritos por dos autores que en su esencia son contestatarios con su práctica gnoseológica, ponen de manifiesto que parte de la disputa en la trinchera de ideas haya sido ganada por uno de los campos, independientemente que esa misma reafirmación política genere ganancias inmediatas en términos numerarios a la empresa vectora del germen de la victoria ideológica, allende su oposición a lo mismo que genera. Su genética para los negocios no ve en su éxito actual la paradójica amenaza a su lógica de negocios predadora, voraz y excluyente. Para vivir con su lógica necesita hacer carne la premisa hitleriana que busca un territorio vital; no existe vitalidad para las multinacionales que no confluya con una famélica ambición inexplicable de hacerse con todo lo que existe en el universo de lo editado: todo famélico lo es porque no se alimenta; el famelismo del cartel editorial radica en la fruición desbordada de sus componentes individuales que, como un pacman canceroso, nunca degluten lo suficiente.
La lógica editorial sucumbió por el momento. La pregunta es si está lid de corte ideológico, colmada de elementos de resignificación, puede ser trasladada con su efecto de novedad a la escena política. Como alguna vez dijo Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”, y en esa búsqueda de heterodoxia práctica mora el deber del pueblo en su totalidad a la hora de recoger las propuestas de Cristina y darles una profundidad constatable, una densidad tan lógica como para modificar el sentido común de aquella/os que, aunque a veces lo olviden, tienen la posibilidad de transformar la realidad que les deprime al alcance de una papeleta electoral.
1 - https://www.pagina12.com.ar/192216-evita-entranable